viernes, 19 de diciembre de 2014

Rodada a Sierra Gorda


Salimos de la Alameda del Sur como a las nueve. El frío se estaba sintiendo más intenso, no estábamos haciendo a lo que fuimos: pedalear.  Esperamos durante varios minutos hasta que por fin el organizador regresó de su casa. Muy indignado por la tardanza alguien dijo:

- Seguro ha de estar echándose su caquita, descansando y... vale madres. 


Por fin salimos, eramos seis. Un número menor en comparación a otras rodadas del grupo, y mucho menor en comparación a rodadas masivas de otros grupos, donde asisten hasta cincuenta personas. Sin embargo, lo compacto del grupo nos ayudó a desplazarnos con más rapidez. Primero tomamos toda la avenida de las Bombas hasta División del Norte, desde ahí no dejamos de pedalear hasta que nos paraba un semáforo o el tráfico. Corrimos entre los coches, los más avezados se despegaron varias decenas de metros de los que circulaban más lento. Con rechifla nos abrímos paso, algunos con una corneta de aire comprimido o con un largo quejido taurino "eeeeh" "aahh". 

El primer tramo terminó muy rápido. Nos comimos los primeros catorce kilómetros en poco más de media hora. A las afueras del metro Mixcoac - línea dorada - veríamos a otro grupo de ciclistas. Cuando llegamos ya estaban en el seven-eleven de Extremadura. Cruzamos las manos y chocamos los hombros. Esperamos ahí un rato no se qué. Mientras el mismo ciclista de la caquita, nos contó cómo un taxista casi se lo lleva por incorporarse al carril sin mirar a los lados. 

- Es un pendejo... aay mamita, sentí pasar el coche a lado de mi pierna a casi nada. Hasta grite. -

Después de aquel evento le ofrecieron o pidió prestada una banda luminiscente que parpadeaba con un verde fluorescente. La ajustó como faja a la altura de su abdomen, ya era más visible, pues lo único que se podía ver a lo lejos era un casco color lima y a caso los reflejantes de fábrica que traen las bicis. 

Todos listos, y con el nuevo grupo incorporado, salimos en dirección al norte sobre avenida Revolución. Metimos más piernas, pues todavía faltaban una buena cantidad de kilómetros. El asfalto e iluminación permitía correr sin problemas. De vez en cuando la distancia entre cada uno se agrandaba tres o cuatro calles. Yo me quedé durante un rato hasta el final, incluso rebasado por los ciclistas recién integrados, quienes venían montando casi parados unas BMX, esas bicis con el asiento tan abajo que casi rosa la llanta. Sus bicis no corrían como las demás, pero su fuerza les permitía mantener el paso de todo el grupo. Me pareció que lucían como monos por la forma en que pedaleaban. El manubrio tenía una extensión mayor a la medida estándar que todos hemos usado en una bici convencional, hacía que sus brazos se separaran mucho más; sumado a ello, pedaleaban de pie en un efecto de péndulo, con el peso yendo de izquierda a derecha, como un mono caminando. 

No paramos hasta llegar al Monolito a Tlaloc. Ahí llegaría otra ciclista. Esperamos nuevamente durante algunos minutos. El tránsito había disminuido, a ratos Reforma quedaba en paz, sólo algunas patrullas y trabajadores de Ecobici. Los policias que daban rondines bajaban la velocidad y nos observaban fíjamente, después continuaban su marcha. Mientras los monos daban piruetas en las banquetas y sobre el monolito. Algunos más bebían agua y platicaban sobre los planes que tenían para el fin de semana: el sábado habría una competencia de sprints

En medio de la charla un Tsuru azul marino se acercó a la entrada del estacionamiento del Museo Nacional de Antropología. Todos miramos hacia él y alguien dijo irónicamente:

- Ya nos tendieron un cuatro, van a quitarnos las bicis.

Del coche bajaron dos sujetos y dos mujeres. Las mujeres caminaron hacia nosotros, mientras los otros dos sujetos sacaban de la cajuela un par de tinas. Una de ellas gritó:

- Hola amigos, ya les trajimos la cena. ¿Quién va a querer de comer? También traemos ropa.

Acomodaron todo sobre el piso, había hojaldras de atún y jamón, gelatinas, y banderillas de salchicha y de queso. La vendedora se esforzó en llamar nuestra atención, pero nadie hizo caso. Sacó de una tina unas mallas verdes con acolchado en las nalgas, pero nadie pareció interesado. Después mostró un rompe vientos, pero lo mismo. Ante la indiferencia, el organizador platicó con ella. Sólo algunos compraron gelatinas y hojaldras. Algunos preguntaron por agua. Ella prometió que la próxima vez traería.

A lo lejos una luz roja y azul se veía próxima. El organizador rápido les dijo:

- Guarden todas las cosas, ahí vienen. Ponlo ahí, les decimos que venimos de la villa, venimos en peregrinación. Que nos paramos a comer 

Todos rieron. La patrulla pasó lentamente, otra vez. Algunos saludaron "buenas noches tira". 

La vendimia a domicilio se fue de ahí. Subieron todo al Tsuru y se largaron.

El grupo más desesperado que antes presionó para agilizar el recorrido. Enfilamos directo hasta periférico, no habrían más paradas. Así fue hasta que la llanta de un mono se ponchó. Nos detuvimos exactamente en periférico a un costado de la Fuente de Petróleos. Nos detuvimos una vez más. 

- ¿Cuánto falta pregunté? - Mientras estábamos sentados en una acera. 

- No sé, la neta - Me dijo un ciclista con chaleco fluorescente y cinta reflejante. En la espalda traía escrito la famosa frase, salvo con una construcción sintáctica distinta, más enfática en la cualidad, en el verbo: #SomosAyotzinapaTodos

De regreso de Sierra Gorda alguien le dijo al tipo del chaleco:

- Ay no mames, gordo. ¿A poco sí andas en esas mamadas? -

- Claro, yo voy a las marchas y todo. Me quiero manifestar -

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Después de parchar la cámara, no hubo descanso hasta llegar al destino. Nos lanzamos por Avila Camacho hasta Paseo de las Palmas. Fue el tramo más duro, subimos un puente de varios metros que tomamos con bastante velocidad. Una vez en Palmas comenzó una pendiente pronunciada. El lujo se abría ante nuestra mirada. Un ciclista dijo:

- ¿No es esa la casa de "la gaviota"? -

Era una construcción rosada con detalles en blanco, una gran pórtico, paso adoquinado y columnas de varios metros. Fue lo más que se pudo ver, andando en bici todos buscan no caer en un bache. Aunque Palmas carecía de ellos, el asfalto era liso, nos permitió sin contratiempo llegar. Algunos se quedaron muy atrás, sus piernas o sus bicis no daban mucho de sí. Los monos llegaron al final. Nos reunimos en Sierra Aconcagua a esperar que todos estuvieran reunidos. Quienes habían llegado les escurría sudor por todo el rostro, a pesar de que para esa hora ya estábamos llegando a la mínima pronosticada (9° C).

El organizador se lanzó a observar si realmente habíamos llegado al lugar. Regresó y confirmó que esa era la calle. 

- Aquí es. Más adelante, a la derecha, hay unos puercos. Pues vamos a ver qué pedo, pero relax.

Recorrimos la calle a baja velocidad, observando de un lado a otro, buscando la casa. Nadie vio nada. Apenas había iluminación suficiente, como en cualquier otra colonia. También había baches, asfalto descuidado, parchado y mal aplanado, lo que menos quiere encontrar un ciclista. Las casas tampoco estaban bien iluminadas, sólo algunas con adornos de navidad; en una de ellas había una réplica gigante del nacimiento de Jesús. No había rastro de la casa. Todos buscamos el color blanco, la característica que todos conocían. Vimos algunos policías del D.F caminando sobre la calle, un camión turístico, tres individuos sobre la banqueta con algunas bolsas en el piso, camionetas estacionadas, pero no la casa. Nadie sabía cómo lucía, nadie recordaba teníamos que encontrar el número 150. Cruzamos Sierra Vertientes y después nos detuvimos en Monte Chimborazo. Estabamos perdidos. 

Alguien dijo:

- Pues al menos ya venimos a conocer. Este barrio me gusta, está bien ñero, pura lacra

Replicó otro más:

-Y sí, aquí vive la pura ratota, no chingaderas 

El del chaleco se sumó:

- Pues yo ando viendo, porque uno nunca sabe, qué tal y si me termino comprando una casita por aquí, tengo que conocer el barrio. -

- No mames, gordo. Imagínate que saliera una ruquita, bien ansiana y que te diga que qué pedo. ¿Si vas? -

- Pues, yo creo que sí.-

- Al rato el gordo llegando en su pinche bici bien chingona, una Santa Cruz.- 

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Se decidió peinar la zona otra vez. Regresamos por la calle paralela a Sierra Gorda, Sierra Guadarrama. Bajamos nuevamente a Sierra Gorda, en esta ocasión había más movimiento en la zona. Las camionetas negras habían bajado un poco los vidrios y se adelantaron un poco más, casi en frente de la entrada de la "casa blanca". Todos nos detuvimos ahí. "Es ésta, ésta es a huevo" decían.

No podíamos ver nada, excepto una puerta y una especie de cubículo con vidrios polarizados en forma de "L" horizontal.

- Pues van. La foto, la foto -

El ruido del grupo creció: cuchicheos y risitas. Todos se amontonaron frente a la entrada.

Las camionetas abrieron sus puertas, no podíamos ver quiénes o cuántos había dentro de los vehículos.

El grupo se apresuró a posar frente a la casa. Alguien decía:

- En corto, rápido, para movernos de aquí. -

Una camioneta lanzó desde la ventana del conductor una luz blanca que parpadeaba, apuntaba en nuestra dirección. Desde otra camioneta hicieron lo mismo, lanzaron flashazos.

Hubo un intercambio de frases entre todos:

- Nos están tomando fotos -

- Pues ya vámonos... aquí nos van a desaparecer -

- Cállate, wey. Ves que está bien tenso el desmadre ahorita y tú diciendo eso -

- Pues es neta -

Tomé trece fotos antes de irnos, todas del grupo. Tomamos nuestras bicis y salimos de la calle. En poco tiempo Sierra Gorda estaba ocupada por doce cilistas, cuatro camionetas y algunos policías.

Salimos de la zona pedaleando un poco más rápido que como entramos.

- Nos vienen siguiendo -

Detrás de nosotros venía una camioneta. Salimos a Palmas y nos detuvimos para cruzar. La camioneta seguía detrás de nosotros.  Una vez que nos incorporamos hacia abajo, dejaron de seguirnos. Nos perdimos entre los coches en periférico.

Los nervios en el grupo se notaban, algunos no dejaban de comentar:

- Traían pistolas. Estaban en la camioneta con la puerta abierta, la pistola en la otra mano y viendo nada más qué pedo -

- Pues qué querías wey, ahorita todo anda bien caliente. Nada más imagínate cuánto pendejo no ha de querer venir a hacer desmadres -

- Lo más cagado es que el pinche Peña ahorita ha de andar en una Posada -

La rodada continuó durante algunos kilómetros más, conforme recorríamos la ciudad los nervios se iban calmando, la bici estaba haciendo lo suyo.
  








domingo, 30 de noviembre de 2014

Episodio personal 1

"¿Qué tienes? Te queremos mucho". Recuerdo esas palabras con mucha nitidez. Estaba sentado en la orilla de la cama y mi mamá a un lado, abrazándome - un gesto inusitado dado el carácter y comportamiento normal de mi mamá -. Podía leer su angustia y confusión. 

Yo no podía dejar de rascarme. Todo mi abdomen estaba invadido por pequeños granos irregulares, algunos parecidos a manchas de pintura se extendían por todo mi vientre, alcanzaban mi espalda, eran rojos. Y aunque no daban mucha comezón, sí me incomodaban, sobre todo a mis papás.  Fiel a mi exhibicionismo, levantaba mi playera y les pedía que miraran.  "¿Qué te pasó? ¿Qué comiste?" me decían con sorpresa más que alarma. Mi mamá preparaba una base hecha de Maizena y agua. Observaban mi panza, revisaban y formulaban hipótesis. Me pedían que me quedara con ellos un momento más para ver si evolucionaba de manera favorable. Acariciaban mi estómago, en alguna ocasión con un trapo húmedo trataron de controlar la comezón. Yo no sentía un comezón incontrolable, simplemente observaba los granos. No me preocupaba, ni tenía miedo, ni dudas. Simplemente pasaba y ya. Finalmente quedaba vencido por el sueño, los tres dormíamos juntos. 

Los granitos regresaban sin un orden aparente. En definitiva no era la comida. Me tuvieron que llevar al hospital un par de veces, primero con un doctor privado, luego al IMSS. En la sala de urgencias esperábamos durante un rato, en ese entonces mucho menos tiempo que ahora. En la cama el doctor me hacía las preguntas de rutina mientras obstruía cualquier contacto visual que pudiera tener con mi mamá. Me hacía preguntas de todo tipo, quería saber la verdad. También mi mamá. Después me enteré que los doctores hacían esa inquisición sin considerar a los papás para hallar posibles casos de maltrato infantil. El doctor no encontraba una explicación plausible, todo en mi marchaba bien. Tuvimos que pasar algunas horas en observación. De pronto, cuando el sueño estaba apropiándose de mi voluntad, los granos desaparecían, mi piel morena se limpiaba: lisa y pulcra como la de cualquier niño de siete años. 

Los doctores no pudieron encontrar la causa o no les importaba, pero a mis padres sí. Me imagino que en alguna de esas charlas que tenían antes de dormir encontraron la solución. Siempre había sido evidente mi respuesta física frente a una situación. Los domingos por la noche no dejaban de pedirme que dejara de jalarme el cabello; tomaba entre mis dedos un mechón y lo retorcía durante horas. Los desesperaba, pero sólo estaba ansioso por iniciar la semana de clases. De la misma manera que los granitos, no era un comportamiento o reacción desagradable, sólo pasaba y ya. 

Los granitos por lo tanto eran producto de la misma ansiedad. Por eso mi madre me tomaba en sus brazos y me preguntaba si no me sentía querido, si algo me hacía falta. Después vino lo más inteligente: Si ella me veía acercándome con la playera arriba, sólo decía: "Ya... no friegues (o chingues), cálmate, ponte a hacer algo".  Los granos no han aparecido otra vez.



domingo, 9 de noviembre de 2014

¿Cuánto hago por los demás?

No soy lo que parece:

Cuando me preguntan sobre mis defectos rápidamente señalo que es mi egoísmo una característica que quisiera borrar o hacerla menos notoria. Tal aseveración tiene cierto sustento, me gusta pensar en mí, actúo bajo mis perspectiva de la vida sin importarme si ello terminará por afectar a un tercero; me paso el tiempo satisfaciendo mis necesidades.. pero luego me pregunto ¿No caso eso hacemos todos? Conozco a poquísimas personas que andan por el mundo extendiendo su mano para ayudar, conozco aún menos personas que se pondrían en el lugar de alguien para aceptar un irremediable golpe.

Todo eso me hace pensar si realmente soy alguien egoísta. Últimamente he pensado que no. Si así fuese no me preocuparía tanto. Me he dado cuenta que soy una persona ansiosa que se preocupa por el porvenir, aunque no por ello me siento impulsado a hacer algo al respecto para cambiarlo según convenga. Digamos que meto arena a mis calzoncillos corro por ahí hasta irritarme las nalgas y como solución final espero que salga por sí sola. Me incomodo, pero me da igual. Entonces ¿Qué es peor mi conformismo o mi ansiedad por el porvenir? Es una pelea infructuosa.

Desde ese punto de vista, la apatía viene precedida por mi búsqueda de la satisfacción personal. Soy un sujeto que disfruta la quietud del entorno, que ama observar un paraje estático o cómo el caos engulle el perímetro. Ahí está la raíz de mi inactividad, quiero ver, pero no quiero participar.

Después surge la ansiedad que describí antes. Quiero imponer mi estrategia sobre el tablero, quiero hacer y proponer cosas, moverme con agilidad frente a todos. Espero, no ser reconocido ni recibir honores, pero ser consecuente con la lógica que todos persiguen. No quiero quedarme atrás, quiero pertenecer al flujo de voluntades y planificaciones generales. Deseo alcanzar las mismas metas que deberíamos alcanzar. ¿Estoy hecho para eso? ¿Es realmente lo que quiero?

Eso no lo puedo responder y si más pienso en ello, he llegado a pensar, estaría perdiendo el tiempo en cuestiones fundamentales ¿Cuáles? No sé. Es de risa, lo sé. Darle tantas vueltas a los asuntos. En los últimos meses he adoptado un pragmatismo inusual en mi. Ya les contaré qué sale...

jueves, 6 de noviembre de 2014

El hombre que nunca adivinó

La rueda de personas se podía ver desde el Monumento a los Niños Héroes. También el vozarrón del hombre podía escucharse. Era ininteligible, pero había intensidad en su voz, la sabía impostar muy bien, la proyectaba sobre su público. Él era el único con clientes esa tarde. Todos los demás puestos estaban vacíos, los comerciantes no tenían mucho que hacer, excepto espantar las moscas de las frituras. Sin embargo, el - brujo, podemos llamarlo - arremolinaba a curiosos y devotos con mucha facilidad. Les decía:


— Yo no estoy aquí para mentirles, por diosito — Besaba la señal de la cruz.


Iba de aquí para allá en el pequeño cuadro que había delineado con gis. De vez en cuando le pedía a las personas que se acercaran.


— Con confianza, acérquense, por favor. Yo no estoy aquí para mentirles. Estoy aquí para… ¿Cuántas veces se han preguntado por qué trabajan tanto? Conozco gente que trabaja de sol a sol, de sombra a sombra, para ganar así de monedas, así… muchas... y de repente se les va todo. Me ha tocado ver, por diosito se los juro, gente que al otro día tiene que andar pidiendo dinero para irse a trabajar. Pero ¿Por qué? porque no saben usar el dinero, porque hay gente que les rodea y les transmite envidia, que los quieren ver hasta abajo. ¿Y saben cuál es la peor envidia? la que viene de la familia, esa es la peor —


Un hombre pequeño con un traje negro de gabardina se quitó un audífono y asintió rotundamente.


Todos los demás observaban, lo escuchaban con atención y el se empeñaba en no perder su atención.


— !Yo¡ les voy a demostrar cómo hay poderes y energías muy poderosas, poderes que nos permiten poder amar al prójimo. Yo sé que ustedes me están viendo como, perdóneme la palabra madrecita, como pendejo o loco, pero loco es el que no sabe, el que se burla antes sin saber. Hay locos allá afuera, gente que pasa por la calle, me ven y se burlan de mí. Sí, que se burlen de mi, de mi manera de vestir, de calzar, de hablar, que se burlen de mi piel porque yo soy indio, pero indio por fuera, porque lo que hay adentro es lo que cuenta, pero sobre todo que no se burlen de esto —  


El hombre saca una baraja del interior de una pequeña mochila.


— Es real, común y corriente. Vean, observen. Yo voy a demostrarles que hay poderes que solo dios nos puede dar, que solo acercándonos a dios es posible encontrar lo que no podemos encontrar. Con estas cartas voy a llamarlos por su nombre. Estoy seguro que han de pensar desde su lugar ‘este está loco, está drogado’. Pues no. No soy psíquico tampoco. Pero se los juro, voy a llamar a cada uno de ustedes por su nombre —


La expectativa que causó con semejante profecía hizo que todos se apretujaran más hacia el centro. El hombre paseaba dentro del cuadro, iba y venía de una esquina al otro. Se dirigía a los transeúntes mirándolos directamente a los ojos. Gesticulaba y a todos los llamaba por “padre” y “madre”. Barajeó los naipes y los impregnó con un líquido contenido en una lata. Tomó las cartas y las acercó a su boca, las besó, hizo una plegaria y las subió al cielo en dirección a la Torre Mayor.


— Dios que todo lo puedes —


El hombre de los audífonos se acercó por la parte trasera del ritual callejero; quitó por completo la atención de la música. Las parejas se abrazaron fuerte ante la expectativa. No hubo ni un ligero movimiento, todos observaban la serie de movimientos que preparaba para lo inaudito.


— Yo les diré su nombre. Solo para que quede claro, quiero que sepan que yo no conozco a nadie de aquí, y estoy seguro que ninguno de ustedes me conoce. ¿Tú, chaparrita, me conoces? No tengas miedo, que no te de pena, di muy segura si me conoces, me has visto antes o sabes quién soy. ¿Verdad que no? Dime si o no —


— No —  Sacude la cabeza y su cabello se mueve en el mismo sentido.


— Quiero que tomes una carta, no me la muestres, no quiero verla. Yo no necesito verla, tómala. — El hombre arrodillado exhibe con ambas manos los naipes. La chica toma uno y lo retiene en su mano.


— No me lo enseñes, yo adivinaré el nombre. Necesito que sepan que no hay magia en esto, solo está dios. Dios y nadie más. Porque hay que tener fe. ¿Ustedes tienen fe en dios? Digan que sí, griten, no tengan pena. Aunque se rían, quienes se ríen es porque son unos tontos. El que ríe es porque no sabe —


El hombre camina entre el público, observa a las personas que están en la última parte. Les pide que se acerquen. El sudor le empapa la cara, su piel resplandece, su voz comienza a bajar de volumen, se ha cansado, pero ahora tiene al público en la bolsa, a pesar del calor. Un grupo de militares pasa y no dejan de preguntarse porqué hay tanta gente.


— Saben qué responde alguien cuando le preguntas por qué se ríe: No sé, con su cara de idiota. Es que las cosas no son de risa. Mi abuela decía que debemos de reírnos cuando un familiar esté en el hospital, cuando no tengamos qué comer, cuando no tengamos trabajo. Porque yo vengo de Puebla, soy indio, vengo de un pueblito. Y ahí he aprendido muchas cosas que vengo a transmitirles. —


Cuando su discurso se volvía laxo el hombre le inyectaba fuerza: bebía agua como si se tratara de un último trago antes de una gran revelación. Arqueaba su espalda y comprimía todos los músculos para señalar al público con un índice cobrizo y fuerte. Se hincaba nuevamente, extendía el cuello hasta los interlocutores. Gritaba, rezumaba alegría.


— Nuevamente, mamita, no quiero que te ofendas, no quiero que te enojes, no quiero que te molestes. ¿Me conoces? —


— No — Dijo cada vez más tímida la joven, rodeada por más de veinte personas.


— Está bien. Ahora quiero que me digas si tu carta es un tres de oros. ¿Me equivoco?. Dime si esa es tu carta. Muéstrala, yo no necesito verla, enséñala a todos, a mi no. —


Un chavo alto esbozó una sonrisa. Efectivamente, el tres de oros estaba en las manos de la joven. Una señora soltó un pequeño aplauso.


— Este tres de oros significa que eres una persona amorosa, tienes un corazón increíble, que tiene mucho cariño para dar, pero… has tenido problemas para encontrar a alguien… — El hombre le suelta una mirada inquisitiva, espera una respuesta inmediata, la presiona con su silencio, y la sensación de varias docenas de ojos mirando.


La joven asiente dubitativa. Esa señal es suficiente para que el hombre continúe con la batería de preguntas.


— No tienes que preocuparte mami, todo con el tiempo se resuelve. Además tu tienes otros asuntos que resolver. ¿Tienes problemas en tu casa, no es así? —  El hombre toma con ambas manos la mano izquierda de la joven y la envuelve con fuerza. No puede más, su mirada vibra, las lágrimas comienzan a acumularse hasta que se precipita una al piso.


El continúa con su arenga, más seguro de sí. — Es tu papá, tienes problemas con tu padre, la relación entre ustedes es difícil — La joven derrama más lágrimas con este último comentario.


— Te haré un regalo, es algo especial para ti, mamacita. Quiero que lo conserves, no lo tires, no lo botes, guárdalo en un lugar donde no se pueda perder ni maltratar. Es un regalo que te va ayudar para que todo vaya mejor. — Todo en una secuencia de movimiento dramáticos, regresa a la mochila y extraé de ella una botella diminuta de color verde, al interior de ella hay líquido. Desde la distancia no es posible ver qué contiene o si está grabada, pero el dice:

— Mira, mamacita. Es un sanjuditas, con él recibirás todo lo que te haga falta. Cuídalo — La joven lo mira, lo aprisiona entre sus manos, da un paso hacia atrás y agradece con una reverencia.


El hombre bebe más agua, mira al cielo y hace una pequeña pausa. Entonces, revira. Deja los naipes en el piso, junto a un muñeco de trapo y un montón de cenizas.


— Yo estoy aquí en la calle porque vengo a compartir, vengo a regalar. Gracias a dios mi trabajo está en otro lugar, pero salgo a las calles para compartir. Yo tengo mi templo, su templo, al que pueden ir… ahorita les doy la dirección. Yo quiero darles esto también. Es en serio, no me den una moneda, no les pido nada, no quiero molestarlos, no voy a sacarles dinero, quiero que me acepten esto de buena fe. Si no lo quieren está bien, pero sólo acepten si así lo quieren, con esto no se juega. Pueden burlarse de mi, pero por favor, de esto no. No lo tomen si no creen en esto. —


Sacó de la mochila una bolsa repleta sanjuditas, recipientes idénticos, de manufactura en plástico con líquido adentro.


— Les voy a explicar en qué consisten. Primero, yo se los estoy regalando, no tienen ningún costo. Están rellenos con agua de la sagrada Basílica de Guadalupe. Estuvieron reposando durante siete días con el padre, mi amigo, Carlos. Siete días. Ahí fueron bendecidas por dios. Quiero que lo acepten de buena fe; también quiero que lo guarden para que se cumplan todos sus buenos deseos. Lo que harán es lo siguiente —


Repartió poco más de treinta botellitas, las entregó personalmente, cada personas la sostenía con delicadeza, como un niño sosteniendo una catarina.


— Cuando lleguen a casa quiero que en cada esquina dibujen una cruz si necesitan que haya armonía, si lo que quieren es que les vaya mejor en el trabajo pongan el sanjuditas encima de una moneda. —


Para ese momento el sol ya lastimaba los ojos de algunos. El hombre se había extendido poco más de quince minutos. y no parecía llegar a una resolución. No había nombres adivinados, no había dirección del templo.


— Si lo que quieren es que todo vaya bien es muy sencillo. Voy a llenar este vaso de agua, pero antes necesito que me ayuden. Por favor, yo se las voy a regresar, yo se las daré. Solo quiero que sea bajo su propia voluntad. Quiero que me den una moneda, que sea de corazón, la que quieran. No voy a aceptar billetes porque esos necesitan gastarlos, Necesito una moneda que ya no vayan a usar. —


Como quien está ávido por ver la ejecución del truco de magia todos depositaron en el vaso de plástico monedas de diez y cinco pesos. El vaso se llenó en dos terceras partes.


— Lo que harán es poner monedas, como lo acaban de hacer, después poner un poco de agua, depositar el sanjuditas y hacer una oración. ¿Quién de aquí cree en dios? levante la mano quien sí crea. No tengan pena, es un orgullo creer en dios, pobres de los que no —


Al unísono, sobre la avenida H. Colegio Militar, se escucharon decenas de voces: Sí!!


El bosque parecía haberse convertido en una parroquia. El tono del hombre pasó a ser solemne, devoto y menos intenso. Se hincó y repasó por el aire el vaso como si se llevara a cabo la eucaristía. Todos bajaron la mirada y se concentraron cuando el hombre pidió que oraran por sus seres queridos.

— La monedas representan la fortuna, el agua la vida y sanjuditas proveerá de sí. Porque siempre debe de haber dinero para que siempre haya que comer. Por eso cuando alguien tienen mucho dinero no le rinde, porque no lo acerca a Dios, porque no hay comunión. En mi templo haces que todo eso suceda… ahorita les paso la dirección… nos reunimos para que llegue la sanación, el consuelo y la virtud. Con el regalo que les di espero que logren todo, preparen esto en su casa y sean felices y llenos de amor. Espero que me permitan y no se ofendan, porque yo no vengo por el dinero, pero me gustaría que esas monedas se fueran para mi templo...—

martes, 4 de noviembre de 2014

Se le fue de las manos

Empezó puntual el recital, a las ocho de la noche todo el público estaba rodeando la tarima donde se presentaría "el fabuloso". Antes de la hora en punto todos se habían arremolinado; el frío de afuera era insoportable esa noche, los cristales crepitaban conforme la masa de aire frío arropaba el auditorio. Al interior todos quedaron compactados, relajados por la temperatura un poco más tolerable. Se quedaron callados, nadie leía el programa, no importaba lo que fuera a tocar el maestro. Cada una de sus presentaciones había sido excepcional, su genio le había permitido tocar cualquier repertorio durante toda su carrera. En las críticas especializadas se hablaba de su técnica refinada, pero por encima de todo subrayaban su conexión con cada compositor, una sensibilidad "sobrehumana" que constituía un entendimiento "absoluto" de la época, del compositor, del público, de la música en sí misma. Críticas y exabruptos justificados o exagerados. De cualquier manera nadie dudaba de su calidad como pianista. Esa noche de frío mucho menos.

La calefacción no encendía, el concierto se retrasó un poco hasta que los conserjes lograron retener la perilla de la temperatura, con cinta evitaron que se girara hacia la zona fría. El maestro, al tanto de la situación, pidió que tuvieran sumo cuidado: si la madera se enfrentara a un juego tan brusco de temperatura, el concierto, y la resonancia del piano, podría arruinarse, les confesó personalmente a los conserjes. Nadie le quitó esa noche el ojo a la perilla, lamentablemente lo oídos estaban más allá de su control. 

Cuando el maestro salió todos lo recibieron de pie. Con el beneplácito del público tomó el banquillo, exhaló un segundo y no dijo nada. Inició con un Re bemol, después dos Mi naturales. Algunos regresaron la mirada al programa para cerciorarse, era la Sonata 2 Op. 35 (1839)  de Fréderic Chopin. El público quedó absorto con los primeros instantes de la obra. Una pieza intensa, nada común en los programas actuales. Así es el maestro, agota todas las emociones en un solo intento. Las recupera, las lanza de nuevo al fondo de la tristeza o ira. Casi nunca alegría. "No hay poder en la felicidad, hay creación en el dolor" es la cita que todos han reproducido a lo largo de biografías o semblanzas.

En el tercer movimiento de la sonata, la languidez de la marcha ha hipnotizado a todos. Una melodía popularizada. El maestro juega con ello. En el auditorio todos recuerdan un familiar muerto, un funeral lamentable, el día que todo se fue por un hoyo o a un horno. Las lágrimas salen y nublan la vista que tienen del pianista, pero a nadie le importa. No hay nada que ver solo qué escuchar.

Uno de los conserjes ha salido de la sala porque le han dicho por radio que el agua de los lavabos y retretes no fluye, se han escarchado las tuberías y qué harán en el intermedio sin el servicio.

Su compañero escucha las notas que viajan desde el ducto de ventilación. La marcha entra pisando firme el aluminio, desciende e impregna de melancolía al desdichado conserje. Apenas si se puede sostener, camina unos pasos hacia atrás y rompe la cinta adhesiva con la que la perilla mantiene la temperatura a punto. Se acuerda de su madre, cómo la metieron en el hoyo mal hecho, cómo se rayó la caja por la asimetría del excavado, cómo se precipitó el agua y e inundó el hoyo, cómo los trabajadores se motivaban así mismos con injurias y maldiciones.

El maestro se crispa un poco con la variación de temperatura, pero no puede simplemente interrumpir la apuesta programática. Continua hasta finalizar la sonata. Busca con la mirada a alguien que le auxilie, quiere comentar lo frío que se está poniendo la sala. Nadie se acerca. Continua, y desajusta ligeramente la tercera pieza al lugar de la segunda. Cambia el opus 48 por el opus 44, una Polonesa. Se lanza sin problemas, ignora la sensibilidad de las teclas que ha cambiado a culpa del termostato. Va consumiendo compases sin importar la cantidad de frío. Pronto se da cuenta que de su respiración salen figuras de vapor. Todo el auditorio lo ve, las nubes van creciendo como quien fuma un cigarrillo. La respiración del público es pausada, menos intensa, pero que se mezcla en una sola con la del maestro. La temperatura ha bajado tanto de pronto, pero nadie deja de atender el segundo movimiento. El maestro se concentra, acelera un poco más el tempo, pero no tanto, no quiere descuadrar el mosaico que había ensayado un día antes. Conoce la pieza, sabe dónde puede sacar calor para sus manos. Es insuficiente los movimientos, sus manos comienzan a contraerse, él estira un poco más, no se deja vencer por unos cuantos grados centígrados. Recuerda un lección bastante añeja "Sólo piensa en la música". Escucha y deja que sus manos se arreglen solas. El maestro es parte del público. Su manos van libremente por el piano, bailan al tempo de Mazurka hasta regresar al primer segmento nuevamente. El maestro cierra los ojos y disfruta el producto de horas de ensayo, estudio y disciplina. Piensa que él no es el genio, la genialidad está escrita en el papel y conformada por miles de factores: la época, Chopin, la ingeniería en acústica, el arquitecto de la sala, sus maestros del conservatorio, la dedicatoria a la Madame Princesse Charles de Beauvau... Sus manos pasan de lo espeluznante al huracán con el que finaliza la pieza. Las manos se han desprendido del antebrazo del maestro. Su cuerpo está congelado, pero no las manos que todavía suben y  bajan por toda la cromática de sonidos. El maestro está absorto ante semejante espectáculo. La música está saliendo por sí sola. No puedo moverse, su cuerpo está congelado, de la misma manera que todos en las butacas, excepto las manos. Diez dedos regordetes con manicura y un anillo de plata. Nunca pierden la posición ni la técnica. Se mueven con tanta liberta que regresarlas a su lugar podría arruinar la pieza. La pieza se va consumiendo y el maestro apenas puede moverse. Sus brazos permanecen apuntando como dos escopetas hacia la tapa del piano.Las manos por fin cesan de tocar. Se quedan postradas al centro con la yemas de los dedos pulgares sobre el Do central. El maestro ejerce toda la fuerza que tiene y logra mover el brazo derecho, un poco más fuerza y logra movilizar el izquierdo. Encorva su espalda y baja los muñones hasta el banquillo, se impulsa con ellos hasta quedar completamente de pie. Levanta ambos brazos y se inclina en reverencia. El auditorio estalla en aplausos, miles de manos ovacionan al maestro.

domingo, 26 de octubre de 2014

Un viejo olor

Ya me habían dicho, pero no lograba convencerme. Me pedían que hiciera algo al respecto, lo que fuera, con tal de sacarme esa estela que dejaba donde sea que estuviera. No quería ser un cometa, no quería dejar rastro de mi presencia. Si por mi fuera me hubiera ocultado durante un tiempo hasta que las cosas se normalizaran, pero no pude. Todo sabían que estaba presente junto con el aroma del pasado. ¿Huelo a desechos? ¿A mierda? ¿A qué huelo? Es todo lo que podía reclamar. Quería una respuesta simple. No sabía a qué olía. Pensé que a nada bueno porque me compadecían. No se ofendían a mi alrededor, pero me tomaban por el hombro y decían "No hay nada atrás" "Con el tiempo, sólo con el tiempo". Todos sabían que estaba ahí, detrás de mi, impregnado sobre mi cuerpo, en cada actividad que yo hacía. Fuera reposo o esfuerzo siempre la esencia estaba ahí. Yo lo no lo percibía, pero la mueca de quienes me conocen hablaba por sí sola, de su desazón por mi olor. Mis amigos se impacientaban de pronto; ibamos a comer y ahí estaba casi a mi lado o sobre mi, impregnando los alimentos, la charla. Todos se interrumpían y fruncían la nariz. Me apenaba, pero no podía hacer nada al respecto. Me levantaba hacia el sanitario y esparcía tanto champú sobre mis brazos y manos como podía; levantaba una nube de desodorante y bailaba bajo ella; dejaba que el aire de la máquina me calentara el cabello, quería deshacerme de él. Cuando regresaba a la mesa todos parecían más relajados hasta que yo comenzaba a hablar. De nuevo venía el aroma en cada enunciado, siempre estaba ahí, en las palabras, en cada experiencia, memoria y vocablo. Todos lo percibían. Daban por terminada la comida. Me quedaba sentada hasta el final, lloraba un poco, después me iba a casa. Tomaba un baño, frotaba de menos a más toda mi piel. Estuve a punto de llagar mi piel. Me detenía, era absurdo. Nunca se iba a ir de mi, no ahora, tal vez mañana. Estaba infiltrado en mi. Era el olor de la historia, del pasado. Con el tiempo recuperé mis propiedades, se perdió en el aire su presencia. Un día, sin señales previas, pude reconocer nuevos aromas. Encontré uno dulce, semifrutal, venía de lejos, pero yo lo tenía tan cerca. Seguí su rastro durante un buen tiempo. Tiempo después los dos estábamos mezclados en una nueva esencia. Nunca me volví a preocupar.

martes, 21 de octubre de 2014

Algunas impresiones sobre la bici

La bici ha sido bastante importante en estos tiempos turbulentos, a lo mejor, porque se requiere equilibrio. Uno necesita afianzarse bien a ella, manejarla con suavidad para no caer por la izquierda o la derecha. A mí me ha mantenido en movimiento, ha hecho que mi vida no se detenga aún cuando creía que me había estrellado contra un gran muro (todo esto es una metáfora). La primera vez que la tomé me encontraba en un estado de ira, no podía correr, no podía caminar porque siempre había dolor en mí (esto no es una metáfora); entonces, la bici me ayuda a recorrer tanta distancia como quiero. Me emociono, el dolor se esfuma y recupero confianza. Pronto me obsesiono y quiero ir más lejos, más rápido. Equilibro la bici y mi vida, todo parece perfecto. Sin embargo, la experiencia me ha enseñado que cuando creo que todo va bien, en realidad todo va mal o saldrá mal. Y es que eso sucede porque cuando todo parece bien es porque yo me siento bien; no miro a mi alrededor, no me concentro en los demás, no me doy cuenta que los demás no están bien. No pude darme cuenta, estaba tan emocionado que no me di cuenta. Irremediablemente choqué contra una gran pared (esta sí es una metáfora), me había quedado solo, bueno, solo con mi bici. Chillé pedaleando, grité cruzando los puentes, pedaleé con ira, con resentimiento, me arriesgué innecesariamente porque no veía peligro en el camino, creo que ni siquiera era capaz de fijarme en el camino, a ratos sí, a ratos no. Es que cuando una idea se mete dentro de uno es dificilísimo sacarla, yo creo que ni una contusión la hubiera expulsado. La bici tampoco hace esas cosas,  no te ayuda a sacar nada salvo energía, pero yo tenía mucha, así fue como me inicié en la bici como medio de transporte cotidiano.

Así recuerdo el inicio. El intermedio fue automático, era seguir con el ritmo, no dejar de pedalear. Me junte con grupos, salimos a rodar, pero nunca hablaba, me quedaba pensando durante kilómetros en nada. La idea comenzó a salir de mi, los estímulos externos se hicieron más vívidos, estaba interactuando con el entorno dejando de ensimismarme. Luego me di cuenta lo rápido que los conductores van y no se dan cuenta. El asfalto me pareció delicioso bajo los neumáticos de la bici. Las irregularidades que necesitas esquivar para no absorber el impacto con las nalgas. Los semáforos me parecían tan vívidos, tan importantes. El aire. La noche se convirtió en mía; si siempre me había parecido hermoso el paisaje nocturno, regresar a mi casa entrada la madrugada era espectacular: calles vacías, un abrazo frío como píldora para dormir. Me extendía a mis anchas, cruzaba de extremo a extremo mientras todos dormían. La ciudad me parecía maravillosa. Recuperé la confianza que se pierde cuando uno se transporta de forma masiva. No me daban miedo las horas ni las distancias. Sentí que no podía caer (metáfora).

La bici me ayudó a llevar con solvencia la tristeza, la soledad, la compañía y nuevamente la soledad. Ahora me gusta viajar solo. Viajo más ligero que antes, sin ideas, concentrado únicamente en el camino. Me gusta deslizarme sin voces, sin contacto con las personas, quiero apreciar la ciudad en su conjunto, examinar el paisaje urbano, ver cómo se funden las personas con los edificios o cómo desaparecen a la siguiente avenida. No sé de qué forma, pero la bici me ha hecho recuperar un poco de mi carácter independiente, a pesar de toda la propaganda colectivista que se hace alrededor de esta actividad. Me valgo por mis piernas, yo responde por mi y nada más. Sí, podría chocar contra un peatón, pero no quiero pensar en ello. Me siento feliz, pero incompleto (otra metáfora) como si fuera a caer a la izquierda o a la derecha. He recuperado tanto. He dejado tanto atrás, no sé si voy muy rápido, no sé si debería detenerme un poco y mirar atrás. No quiero caerme demasiado rápido, ni quiero caerme demasiado lejos donde nadie me vea. Quiero ir solo, no tanto (aquí acaba la metáfora).

Que se maten los perros

Hijo de su repinche madre, ahorita que lo vea le voy a romper toda su puta madre, hijo de perra. Iba sobre la acera echando humo, nadie le contestaba la mirada "Al Paco", si alguien lo hubiera hecho, ahí mismo le tiraban los dientes por entrometido.  "Al Paco" nadie le decía qué hacer, es de esas personas que tienen la mecha corta y en ese momento sólo se contenía porque faltaban pocos minutos para batirse. A ver si muy sabroso, puto. Donde me salga con una chingadera, yo tiro plomazos valiendo verga. El muy puto siempre se esconde con su jefa, pero a la verga, a los dos me los trueno. No durmió en toda la noche, sólo pocos minutos cuando el sueño le vencía, cuando se daba cuenta de su estado somnoliento tomaba un poco de coca, la peinaba con el cuchillo que su mamá utilizaba para picar la verdura y se metía tanto polvo como fuera necesario. Así se aventó más de cinco horas, por eso ahorita traía los nervios crispados, pero bien macizos para una cosa nada más. Que salga, que se presente como hombrecito. Yo no me voy a abrir. Que tenga los huevitos que tuve para armar todo ese desmadre. 

Los vecinos estaban preocupados por lo que pudiera suceder, sobre todo porque en estos recién "arreglos" han quedado daños que ninguno de los involucrados directos quieren pagar. Se han roto ventanales, se han hecho orificios en la lámina de los autos, se han provocado sustos, se han reventado focos y creado un sin fin de crisis nerviosas. Nadie quiere pagar por ello. Nadie exige una compensación, si alguien la demandara, es muy probable que de esa petición surgiera otro "arreglo". Ir a la delegación no ha resultado eficiente para los vecinos. Cuando llegan con el juez les dicen que primero hay que cooperar con algunos billetes para poder mandar a los uniformados, no hay presupuesto, dicen, que a veces ni para gasolina. Y sí, hace un par de meses, cuando los "arreglos" no se hacían durante el día, llegó una cuadrilla de policías en bicicleta y unos a caballo para poderse mover entre los callejones, subidas y bajadas de la colonia enquistada en un cerro; esa misma noche les robaron cinco bicicletas y dos caballos. Cómo, no se sabe, pero bajaron hasta la avenida principal con la avalancha de vergüenza a cuestas y un rostro de miedo infinito por llegar a la comandancia. Después de ese momento fueron claros todos los procedimiento policiales; el mismo comandante de la zona dijo: "Déjenlos que se maten allá arriba, mientras no bajen, no es nuestro pedo". Así han sido los últimos meses y asesinatos o "arreglos" en la zona. 

Ahora sí ya va a valer verga. Que salga el mamón, o mejor, que esté afuera esperando si es muy pinche hombrecito. "Al Paco" se le salían las lágrimas. Esa tarde caminó dos calles, pero regresaba una, el coraje le impulsaba, pero la tristeza tundía su ira. A pesar de semejante duelo interno, llegó. Cuando lo vieron acercarse a la puerta los vecinos corrieron un poco más las cortinas. Todos querían presenciar, pero nadie quería ser testigo. A los más chiquitos los metían abajo de las camas para no exponerlos frente a una trayectoria errada. Pero "Al Paco" eso le importaba poco. Me las va a pagar con sangre, él, su familia, su mamá o su hija. Como sea saco a las perras si ese cabrón no sale. Pateó la puerta tres veces. Su bota se descarapeló a la segunda; a la tercera,  la puerta estaba abollada. El escándalo no cambió en nada la tranquilidad de la calle, al interior de la casa no había ningún tipo de movimiento. HIjo de puta. 

Escaló la pared y subió hasta la marquesina, imprecó desde las alturas. Todo permanecía quieto, los vecinos seguían mirando, pero nada sucedía. Durante una hora estuvo sentado, a ratos sacaba la pistola de su chamarra, la observaba y lloraba sobre ella. Se acordaba de su hija, tan pequeña, inocente. !!Puta madre¡¡ ¿Por qué? Las nauseas le hicieron escupir, un mareo se precipitó sobre el, prefirió bajarse de aquel lugar. Pateó nuevamente la puerta, pero sin fuerza. Quiso largarse de ahí, necesitaba un poco de coca, y sólo así, tal vez, podría regresar a reclamar justicia. No así. Quería tirarse en el piso y llorar, ahogarse en la tristeza que no había mostrado solo por darle protagonismo a la furia. Espero un poco más hasta que el orgullo se esfumó. Miró sus botas. Qué pendejo soy 

Al final de la calle sus ojos se sobresaltaron, su corazón volvía a latir frenético y el mundo nuevamente le parecía un lugar pequeña. La niña estaba frente a él, caminaba sobre la acera derecha. Ahora sí, hijo de puta... Sacó la pistola del bolsillo de la chamarra, quitó el seguro y se enfiló hacia la niña. Tuvo que detenerse, no podía dar un paso más. Del calor pasó a un frío intenso, la rabia se había disipado. La niña tenía entre sus manos una pistola. Disparó tres veces; uno pasó muy cerca de su oído; el segundo, en el pecho; el tercero en la cabeza. La niña corrió hasta la puerta abollada, tocó y alguien le abrió, su papá la cargó y lloraron durante un buen rato. "Al Paco" nadie lo movió hasta la mañana del siguiente día.


miércoles, 15 de octubre de 2014

Léeme


Por Arlen Cabello y César Palma

Léeme” decía el papel que encontré debajo de mi puerta y detrás de él no había nada. Me sentí como Alicia en el país de las maravillas, pero esos eran frascos y había que tomarlos. Miré detrás del papel y no había nada más que leer, supuse que se trataba de un error. De todas formas ya era tarde y con la prisa cotidiana últimamente no da tiempo de pensar en nada. Tomé mis llaves y cerré la puerta tras de mí.
Comencé a bajar las escaleras y de nuevo apareció en mi mente la hoja con la instrucción “Léeme”, ¿De qué se trataría? 
La vecina me dio los buenos días lo cual distrajo mi atención, le contesté y seguí bajando apresuradamente. Eran ya casi cuarto para la hora, si me tardaba cinco minutos más, con el tráfico de la ciudad, llegaría media hora tarde.
El auto seguía en el taller debido a un desperfecto provocado por dos baches sin tapar, mi continua distracción al volante y en general en la vida. Por lo tanto, tenía que tomar un taxi. Después de tres intentos fallidos conseguí detener al cuarto. ¿A dónde va joven? Me preguntó y le di la dirección, acto seguido me informó que el tráfico estaría pesado, para variar había manifestantes en la ruta y no sabía cuánto tiempo iban a estar ahí. De todas formas ya había perdido los 5 minutos.
En mi teléfono sonó el timbre que indicaba que acababa de recibir un correo electrónico, decidí revisarlo, se trataba de mi trabajo: me estaban cancelando la reunión programada una semana atrás, ¡y una mierda con ellos!, me hicieron perder una semana, y media mañana. Le indiqué al chofer que me llevara a mi oficina, para no perder todo el día, y compensar el tiempo revisando los documentos que, según Ema, mi secretaria, son urgentes.
Al tomar el retorno miré de reojo el anunció de una de tantas películas que dejé pasar, decía: “ESTRENO EN MAYO”. El año ya va a acabar. Así que se me pasaron esa y otras diez más. Seguí pensando en qué otras cosas me habré perdido este año: la graduación de mi hermana, el aniversario de mis padres y el nacimiento del hijo de quien alguna vez fue mi mejor amigo. Ahora no puedo recordar cuando fue la última vez que hablé con él. 

Debí distraerme demasiado tiempo porque no reconocí la ruta que tomaba el conductor. Regularmente reviso los datos del taxista en cuanto abordo pero en esta ocasión estaba más distraído de lo usual. Busqué con la mirada el indicio de alguna identificación en el automóvil pero no encontré nada a la vista. Le pregunté al conductor por dónde me llevaba y me comentó que esta vía era más rápida, que así salíamos mejor. No sentí un tono agresivo. Aunque mi pulso se aceleró, intenté concentrarme en los pendientes que tenía programados para ese día, con la finalidad de no parecer paranoico, pero sin quitar la vista del camino.
Mariana me llamó anoche diciendo cosas como: “nos alejamos poco a poco”, “hace tiempo no me siento igual” y hasta “te extraño menos”, le dije que era otro de sus ataques histéricos que le dan frecuentemente, aunque siento que tal vez tenga razón. Creo, en primer lugar, que nunca hemos estado cerca.
La conocí en la cena de año nuevo de la compañía hace casi dos años, trabajaba en el departamento de contaduría haciendo… la verdad es que no lo sé. Cada vez que hablábamos sobre su trabajo yo me concentraba en la línea de su escote que dejaba ver sus enormes y quirúrgicos senos e imaginaba todas las posibles combinaciones que podía hacer con ellos.
Por una parte pensaba en lamerle la aureola del pezón tan lentamente como me fuera posible o succionarlos con mucha fuerza. Quizá podría mordisquearlos suavecito o, por qué no, morderlos con voracidad hasta hacerla gritar de dolor, luego me quedaba pensando si la cirugía afectaría su sensibilidad.
Eran todas estas cosas las que me distraían constantemente en nuestras primeras conversaciones, después me distraía la televisión, el radio, la ventana o la mosca que iba pasando. Sus senos dejaron de ser una incógnita y no había mucho más que preguntar sobre ella y ellos.
El chofer me dijo que habíamos llegado, miré hacia afuera, y sin entender cómo, me percaté que ya había anochecido. No pudo pasar tanto tiempo, no sin haberme dado cuenta. El taxista me señala el taxímetro y no pasa de 70 pesos. Busqué mi cartera confundido y le extendí un billete de 100. Le dije que se quedara con el cambio, bajé del auto y lo vi avanzar hasta alejarse.
En ese momento percibí el inmenso silencio que acompaña la calle, a mi alrededor no había nadie. Las luces del edificio donde trabajo parpadearon y de pronto hubo un apagón. El único edificio que recuperó la luz fue justamente donde trabajo, sentí las manos pegajosas y caminé hasta la entrada.
La sustancia pegajosa que tenían mis manos ahora se encontraba seca al parecer se trataba de sangre…Caminé absortó hasta la entrada, le hice señas al policía, extrañado se acercó y me preguntó qué deseaba. En seguida notó la sangre de mis manos, me rodeó con su brazo derecho y me pidió que ocupara su silla. Telefoneó, charló ininteligiblemente. Mis oídos se debilitaban a la par de mi pulso. De pronto sólo escuchaba aquel silbido de un tímpano roto, la vista de la recepción me parecía insostenible, se difuminaba poco a poco, el hedor de la sangre subía o bajaba, no estaba seguro de dónde provenía, pues no tenía dolor. Experimenté tremenda debilidad, pero no podía desmayarme ahí como si nada. Acompasé mi respiración a un ritmo más lento, aguanté el aire algunos segundos más y exhalaba suavemente, por un instante me funcionó para no perder la conciencia. Hubiera deseado perderla ahí.
El policía regresó, mejor dicho, su voz. No me habló, sólo me tomó por el cabello, levantó mi rostro, acercó su oreja hacia mi boca y atendió la velocidad con la que respiraba desacompasado. Caminó alrededor de mí con suma paciencia que ponía evidenciaba lo horrible de mi situación. Estaba seguro que nunca llamó a la ambulancia. Se marchó hasta el módulo de la recepcionista, abrió un cajón. Regresó hasta mí y sentí frío en mi pecho, después un chorro de energía que me hizo sacudir todo mi cuerpo, pero sin propósito ni ventaja. Las piernas me brincaban espasmódicas, manoteé como un gato cayendo por los aires. Sentía cómo lanzaba su puño contra mi abdomen y pecho, no eran nudillos, sé cómo son, era un cuchillo. Cuando quedó satisfecho puso sobre mis piernas un pequeño libro, sostuvo mis manos y me hizo hojearlo. No podía ver nada. Lo último que escuché fue:

Sólo le pedí que me leyera, señor editor”.

martes, 14 de octubre de 2014

Cinco cosas de mí

1. Cuando estoy triste o enojado no disfruta nada mejor que escuchar un poco de música. Entra por los oídos y se extiende por todo mi pecho, me reconforta. También los abrazos, pero es más fácil presionar "play", además tienen diferentes duraciones, según me plazca.

2. La soledad es como uno de mis grandes alimentos, me mantengo callado y no tengo que explicar ni justificar nada ante nadie. La soledad me ha permitido conocer lo que realmente me gusta, en este estado he hallado mis aficiones. Nunca me ha da miedo estar solo, me da más miedo disfrutar una compañía.

3.  Cuando estoy escribiendo una historia - ficción - sólo quisiera hacer eso toda mi vida. No me interesa otra cosa que inventarme personas, situaciones; me calma el ánimo, ayuda a desaguar todo lo que me ahoga, por ahí se maximiza mi felicidad. En cada párrafo dejó un poco de mí, qué me gustaría ser, qué no me gustaría ser, cómo quisiera que fueran los demás. Después me doy cuenta que cada párrafo no es lo suficientemente bueno o valioso como para dedicarme a ese de por vida. Apago mi blog y regreso a la normalidad.

4. Siempre he deseado  una vida simple, una que resuma todo lo anterior. A veces percibo en mí el espíritu de una piedra, si es que esa cosa existe. No soy un sujeto inerte, pero aprecio la quietud tanto como el entorno inmediato, no requiero de ultramar ni caminar por el mundo. Claro que deseo experiencias nuevas, pero tengo la certeza que nunca podré terminar de conocer ni siquiera lo que hay a diez metros de mí.

5.  Quisiera, como tantos otros, que el viaje en el tiempo fuera posible. Conocer a Rachmaninov, Nina Simone, Shakespeare, Marx, Pitágoras....

viernes, 10 de octubre de 2014

Noche en Salzburgo

Rosetta: Una cantante de ópera sobre el escenario del Großes Festspielhaus, toda la Orquesta Mozarteum detrás, el público atento y emocionado por la ocasión. Un programa que incluye Idomeneo y Las Bodas de Fígaro.  La interpretación va excepcional, el escenario es su hábitat, cuánta confianza, por fin dejó de preocuparse por el vestido; no piensa más si le hace ver los brazos discordantes con el talle y el tronco en general. Lo único en lo que piensa es si podrá dar sin impurezas el Fa sobreagudo; todo el mes estuvo ocupada en ello y hoy es la gran noche. Sabe que lo logrará, pero tiene miedo del público, no de los aficionados, sobre todo de los autonombrados "críticos" que están en la primera fila. Al mismo tiempo, ellos la impulsan a dar la mejor interpretación, observa sus rostros desabridos mientras les dice para sí misma "Los reto a subir al escenario para que intenten, y a ver si pueden alcanzar, una pizca de lo que yo tengo aquí, si pueden dominar un escenario con la voz". Aquellos pensamientos le reconfortan, ayudan a cruzar esa barreras de miedo, orgullo, lirismo, amor y odio. Después la música encuentra el mejor cause sin violencia. Salzburgo se rinde ante ella. "Grandiosa" "Otra Estupenda" "Otra Divina" gritan y ovacionan desde los palcos. Ella agradece, se inclina en reverencia, acepta las flores y lanza cien besos de aire hasta que los aplausos comienzan a menguar y el telón cae. Camina hasta el camerino con una sonrisa de cristal, ahí se mira en el espejo llena de emoción y satisfacción. Se quita la ropa. Por último, le pide a su asistente que queme tan horrible vestido.  

jueves, 9 de octubre de 2014

Lluvia

Lluvia, así se llamaba una compañera de clase, irónicamente no tenía nada de límpida ni clara, creo que era turbia y bastante nebulosa. A nadie le permitía acercarse, con muecas repelía cualquier intento, por eso algunos decían al respecto en hipérbole y mofa "Lluvia Marina... Huracán Ramírez". Era fuerte e introvertida, eso la hacía enigmática para mi. Me interesé pronto en todas las respuestas que podría dar si algún día rompiera con sus votos de silencio, sabía que había grandes cosas en ella, sólo hacía falta ganarme su confianza. Intenté un poco de todo, le cedía mi lugar para que ocupara el pupitre más cómodo y limpio, le obsequiaba dulces y café, recogía los objetos que tiraba por accidente, intenté hablar con ella de la manera más cordial (sonrienteimpersonalluegoadustoáspero) hasta que al final opté por ganarme su atención a través de la indeferencia con la intención de formar un lazo en común, dejé de hablar y mirarla por un mes, quise emular un ser retraído, pero nada de eso sirvió. Permanecía en esa postura obtusa, irremediablemente estoica. A la par de mi decepción el cariño que sentía por ella creció, también la distancia se alargaba entre nosotros, su silencio era para mi una maniobra evasiva, ella ganó al fin. No tenía más voluntad para gastar. Estaba siendo devorado por una energía muda. No pude hacer nada, lo único que más o menos me calmaba era salir a caminar bajo la lluvia.

jueves, 2 de octubre de 2014

El 2 de Octubre una fiesta guadalupana.


La marcha del 2 de octubre ya no me parece un acto político, me parece más un acto religioso: hay imágenes, genuflexiones, ídolos, alabanzas, letanía, incluso dogmas me parece. Es muy colorida, pero al mismo tiempo opaca por el desgaste implacable del tiempo y la repetición. Tendríamos que pensar, entonces, si es la celebración de una tradición o una declaración política. Me parece que no hay sustancia en todos los banderines, cánticos, reclamos y movilizaciones. Más de uno me refutara, no hay problema, pero mi apreciación cambió mucho en las últimas tres marchas que he estado, dos como estudiante y una como egresado de una universidad pública. Seguramente eso influyó, pero así es como vi la marcha del 2 de octubre:

Llegué todo el Eje Central, pensé que no habría mucho movimiento porque estaban todavía abiertos muchos locales, pero en el cruce con Madero y Juárez encontré un grupo de la UACM. Rápido contagiaron a los peatones, brincaban y cantaban a todo pulmón, me imaginé que vendrían cerca, tal vez del plantel de Fray Servando. Tomé algunas fotos y pedalee hasta el metro Garibaldi. Ahí estaba el Comité 68 alentando a los asistentes e intentando sin resultado organizar a las escuelas que iban llegando poco a poco.

- Necesitemos que nadie marche delante del comité, tenemos que estar organizados para comenzar -

Me pareció un acto de teatro, llamaron al público varias veces hasta que por fin inició la marcha, aunque creo que fue más influyente la lluvia grande y gorda que comenzó a caer. Y así inició el desfile. El mar de gente entró al túnel que cruza Reforma, caminaron a paso lento, pero constante. Aún así, desde el principio se segmentó el gran contingente, se rompió en un gran grupo de la UACM, UNAM y Chapingo. Hasta ese momento sólo pude distinguir a ellos, después comprendí el verdadero tamaño que tuvo la convocatoria.

Caminé hasta el puente para observar cómo por arriba cómo cruzaban. Quise un lugar sobre la jardinera que tiene una vista excepcional del Eje Central, pero todo estaba acaparado por fotógrafos de otros medios. Pensé que si tan sólo dejaran un instante su chaleco con la óptica podríamos entrar todos, pero eso no pasó. Esperé hasta hallar un lugar vacío y que el agua menguara, no era intensa, pero me preocupaba mi cámara. Algunos fotógrafos improvisaron fundas con bolsas o camisas, pero yo no tenía nada de eso a la mano, compré un impermeable "tipo gabardina" de a diez pesos. La señora fácil sacó trescientos pesos en los minutos que estuve ahí. No parecía importarle que debajo de nosotros corrían porras anti capitalismo, tampoco a un grupo de chavos que inhalaban como cualquier pelado de la delegación Cuauhtémoc. Inhalamos durante un buen rato, irremediablemente me quité porque me sentía ya un poco mareado por el hornazo que me llegaba directo a la nariz, además el agua había desaparecido casi por completo y un lugar en la jardinera se abrió frente a mis ojos. Subí y pude ver la serpiente de personas fusionándose en el horizonte con el Chiquihuite y la Nonoalco Tlatelolco.

A nadie le interesó más la vista desde ahí, todos bajamos y caminamos en dirección al Eje Central. Caminé hasta el Bombay, un antro de rap a lado del metro Garibalidi, muy cerca de Tepito, ahí habían más personas observando desde el otro extremo del puente. El eco que provocaba el túnel multiplicaba las gargantas de los contingentes. La emoción escurría por todo el eje. Otros jóvenes se daban vuelo con las latas de spray, pintaron un pared que recuerdo hace tres años estaba dedicada al "Puto Calderón" hoy a los estudiantes de Ayotzinapa y al "Narco Estado Mata Estudiantes".

El cuadro era realmente distinto, en esta ocasión no había granaderos, no vi ninguno. El año pasado recuerdo dos filas inmensas flanqueando el paso de las personas. Creo que eso ayudó a relajar la tensión en el lugar. Los mariachis observaban atentos y uno que otra señora sí se ponía histérica cuando venía el juego de hacer un carrera corta a mucha velocidad. Los perros ladraban desde los techos y pensiones, pero no los pitbull de los sujetos con camisa sin mangas. (Los canes me hicieron recordar algo que no tenía que ver con la marcha, pero sí sobre las apuestas. Un día en la mañana pasaba por el Eje 2 Norte y me dijo mientras señalaba un espécimen fortísimo de color negro "Cuánto le pones a éste, gallo")

Me fui por República de Perú para encontrar a todos cuando entraran al Zócalo. Sabía que no habría violencia, creo que todos. De pronto sí habían explosiones, pero sólo hacían saltar los nervios sin caer en pánico. Los fotógrafos se desesperaban, ya no sabían qué tomar, excepto mantenerse muy cerca del grupo anarquista. Calles más adentro del primer cuadro lucían como un lunes o martes por la mañana, algunos paseantes y los comercios apenas abriendo, en este caso, cerrando. Los trabajadores desorientados, tenían que cerrar, pero no podían irse a casa, sólo esperaban desde las cortinas a que todo terminara. Los turistas tomaban fotos desde lejos y quien podía lo hacía desde la comodidad de un balcón.

Cuando el Comité 68 dirigió a la multitud por 5 de Mayo era como si la grabación se repitiera. El arengador del autobús repitió "neoliberalismo" más de quince veces. Otras palabras como "gobierno" pudieron escucharse durante todo el trayecto, no sólo ahí sino más atrás, durante varios minutos y metros, según se calculara la distancia. Sin embargo, la energía se mantenía constante en las mismas personas de cada contingente, me parecieron profesionales de la protesta. En sus rostros se veía cómo era real la ira contra el gobierno, no importa a qué parte del gobierno se refirieran, si como una abstracción o la administración pública o a los funcionarios, no lo sé, y no creo que alguien lo pudiera responder. Por otra parte sí había personas con demandas más específicas, particulares y bien focalizadas: bomberos del DF despedidos "injustificadamente" o la liberación de José Alejandro Bautista Peña

En toda esta sopa de manifestantes, me llamó la atención los miembros de la CNTE. Hace un año lograron centrar toda la atención, concentraron sus fuerzas en la plancha del Zócalo, después desplazados al Monumento a la Revolución, pero hoy 2 de octubre apenas sí hacían ruido. El megáfono más o menos los hacía visibles, pero el rostro de la mayoría expresaba cansancio. Sin duda no podrían haber manejado la vanguardia. 

Salir a las calles cansa, quienes no podían caminar un poco más descansaban donde sus piernas decidieran. La plancha del Zócalo fue haciéndose pequeña mientra los asistentes desfilaban por el circuito hacia el sur y doblaban al norte para acomodarse. La pobre banda de viento - de no recuerdo en el poblado de origen - estaba siendo aplastada por los ancianos del Comité 68. Desde las tarimas les pidieron tuvieran cuidado con la banda; los desorganizaron y sacaron un poco de compás. Tocaron "Dios Nunca Muere" de Macedonio Alcalá. La melodía cambió por completo la atmósfera, los cánticos ya habían sido reciclados durante horas, la pieza caía como anillo al dedo, sobre todo para los mayores. Los dones elevaron el puño hacia el cielo y algunos sembraron lágrimas en el cemento del Zócalo. 

Lejos del escenario, seguían llegando más jóvenes y vendedores. Algunos entraban como toros en corrida. Era una fiesta y eso disgustaba a algunas personas que veían con decepción. "Estamos recordando algo que fue muy triste, no jugando".  Las palabras de la señora me hicieron observar de distinta manera. ¿Qué celebramos? La venta al por mayor de refresco preparado, "muerte al maldito gobierno", a los estudiantes, al medio ambiente, el ser "combativos", mentarle la madre a la "oligarquía y neoliberalismo". No sé. El evento fue tan heterogéneo que cada quien ve el 2 de octubre como quiere y puede. Los ancianos lloran a sus amigos, novias y compañeros. Los anarquistas rompen un vidrio, los periodistas ganan una primera plana. Algunos estudiantes "no olvidan la historia". Los granaderos no tuvieron que rifarse hoy, evitaron madrear y ser madreados. A pesar de todas las quejas que pudieron lanzarse hoy y las charlas acerca del "mal gobierno", lo que vi fue un cuadro multicolor que reúne individuos con las ideas más bizarras, inteligentes, erradas, acertadas y excitantes sobre la historia. Todas las personas pudieron estar en contra de ese intangible "El Gobierno" y pidiendo a gritos la aclamada "Democracia Popular" sin darse cuenta que tal vez estamos viviéndola ya, a lo mejor en sus formas más precarias, no como quisiéramos, pero es real la participación. Lo malo, es que todo sigue siendo similar a un acto religioso: el 12 de Diciembre, el 2 de Octubre.  

martes, 23 de septiembre de 2014

Nervios

"Cuenta hasta diez" me dijo el doctor. Me veía directo a las pupilas, esperando que se dilataran o se contrajeran, algo así, pues no sé de anestesiología. Conté hasta tres y no más. Desperté con una sonda, oxígeno y un suero mal colocado. El líquido no descendía en gotas perfectas, sino un chorro ligero, pero que alarmó a la enfermera apenas lo vió. "Dios mío, porque nadie lo ajustó" gritó sin que nadie prestara atención. Su alarma hizo voltear apenas al convaleciente de mi izquierda, no le importó, le habían amputado la pierna. Tampoco a mí me importó. No supe si era la cantidad de drogas que tenía dentro de mí o si realmente era irrelevante su gesto asustado. Me daba igual, no sentía nada, apenas si podía percibir un pestañeo. Tampoco sentía la lengua, la cual según es el músculo con mayor sensibilidad, alguna vez eso leí. No percibía el aroma característico de los hospitales, tampoco alcancé a distinguir las bolitas mojadas en alcohol. Para nada me alarmé, me sentí indiferente, incapaz de emitir un juicio sobre mi situación. Estaba ahí tendido como una roca sobre el río. No me podía moverme salvo por una fuerza externa, en este caso una enfermera que haría el papel del cause. Pasaron muchas horas sin que nadie me moviera, no hablé porque no le vi ningún sentido. Sé que antes me hubiera quejado por la postura, siempre fui de aquellos que se incomodan fácilmente. En mi trabajo no podía mantenerme sentado en la misma posición, tenía que mover los brazos, tocar con mi frente las rodillas, contorsionarme de alguna manera, una costumbre fastidiosa, pero que funcionaba para concentrarme en tareas complejas.  Ahí no me dieron ganas de nada, absolutamente. Los minutos pasaron tan lentos como las gotas de suero. Las enfermeras cambiaron de turno, pude ver cómo las encargadas del turno nocturno eran más negligentes. Se largaban a dormir o dormía frente a mi sin despertar en toda la noche. Lo hacían si alguien gritaba de dolor. Camas al fondo, un niño se desprendió todos los puntos de la apendicitis, la herida se abrió como una bocaza, bastante sangre se regó por todo el piso antes de que cayera fulminado por la debilidad. No gritó, supongo que para evitar ser regañado. Las enfermeras corrieron hasta la cama y rápido suturaron mientras el doctor venía. Lo sacaron de ahí y no regresó en las tres semanas que esperé para recibir mi alta.

Cuando salí me entregaron en un sobre toda la documentación sobre mi estado de salud. Me reportaban en perfectas condiciones, con una serie de citas programadas a partir de la próxima semana. Estaba agendada una revisión preliminar, avances del tratamiento, rehabilitación, etc... Nunca más volví a abrir el sobre, no me parecía de interés lo que hubiera de suceder en las siguientes semanas. Esa tarde caminé hasta el taxi, le di mi dirección al chofer y no hablamos en todo el camino, tampoco me ayudó, ni se lo pedí. Bajé del auto con paso firme, me incliné para bajar mi mochila y buscar la llave de la casa. No sentía dolor, a pesar que para el transcurso del tiempo, el efecto de los analgésicos ya deberían haber pasado. Entré a la casa y todo estaba ordenado, empolvado. Tampoco ahí pude percibir el aroma, sabía que debería oler a papel viejo, pero no, ni una molécula lograba estimular mi olfato. Dejé las cosas sobre el pasillo caminé hasta el sofá. Me tendí sobre él y me quedé dormido. Desperté con la noche ya madura. Volví a cerrar los ojos y no los abrí hasta el amanecer. Sin que yo tuviera un medicamento encima no tenía molestia alguna, no había dolor donde sea que debería sentirlo. Tomé el sobre y revisé el parte médico, no mencionaba nada sobre la intervención realizada. No había nada excepto oraciones incompletas, nombres ilegibles... Me quedé mirando el papel, pero no sentí nada. Me pregunté cómo tendría que reaccionar: ultrajado, estafado, violado, pero ninguna de aquellas emociones derivativas de la decepción podía llenar el profundo vacío que experimentaba. Sin tratar, en pocos minutos dejé de pensar sobre ello. Me puse a cocinar, ordené la casa, acomodé mi ropa, pero después interrumpí todo. Observé con indiferencia. Me senté otra vez. Me quedé sin hacer nada. ¿Con qué motivo? ¿Qué sentido tendría hacer nada? ¿Me levanto o no? No sabía qué hacer. Me acosté, pero la posición no mejoró nada. Pasaron algunas horas mientras decidía qué hacer. Fui por mis medicamentos y tomé uno después de otro con el mismo vaso de agua. Siete pastillas en siete partes iguales de agua. Todas las pastillas en mi mano, metí cada una de ellas, sentía cómo algunas raspaban mi tracto digestivo, hice algunas muecas por el dolor, pero pronto se pasó. Observé los frascos y envoltorios y calculé cincuenta pastillas dentro de mi. Un dolor intenso sobrevino, mi corazón se agitó y los oídos me zumbaban como si algo hubiera explotado dentro de mi cabeza. Para no caer abruptamente me hinqué, después puse las manos sobre el piso hasta que no pude soportar mi peso. El dolor dejó de sentirse mientras daba paso a una debilidad absoluta. Sabía que mi vida se estaba esfumando. No sé cuánto tiempo pasó, abrí los ojos y no estaba sobre el piso. Había una enfermera a mi lado y un doctor parado frente a mis pies. Sacó un bolígrafo de su bata. Me dijo "Voy a probar sus terminales nerviosas. Del uno al diez dígame qué sensibilidad tiene, uno es nada y diez es completamente". Nunca sentí el bolígrafo, otra vez no sentía nada.    

martes, 9 de septiembre de 2014

El diablo vestido de albañil

Toda la mañana se la pasó sobre el andamio para aventar la mezcla. La marquesina le estaba quedando excelente. El trabajo estaba casi concluido. Sólo quedaban detalles que el patrón le rogó concluyeran con toda pulcritud. Él nunca había dicho que no al trabajo, por pequeño que fuera lo iniciaba hasta entregarlo como si fuera una obra de arte. Lo que más disfrutaba era levantar paredes, había algo relajante en esa actividad. En su banquito pasaba horas aplicando la mezcla con fuerza para luego quitar las imperfecciones con manos de alfarero. Sus callos le permitían trabajar holgadamente sin quejas: el índice quitaba los restos de mezcla, con una sacudida de muñeca regresaba el exceso que colgaba sobre el dedo a la montaña de cemento; con el pulgar empujaba ligeramente un ladrillo salido; con el meñique chiflaba, lo acomodaba en forma de gancho entre los labios para llamar al patrón o a quien fuera. Nunca fue grosero ni déspota como muchos del gremio, nunca se robó material, de hecho, lo pedía rara vez, si es que sobraba algo (porque tenía un cálculo ingenieril para levantar una casa de cuatro pisos o una modesta barda) lo juntaba para emplearlo en otra obra menor como regalo. Así fue como se forjó una reputación de constructor. Más de la mitad del barrio fue hecho al estilo y modo de él. El barrio da la sensación de encontrarse en un mundo de casilleros, todos cuadrados con hendiduras sombrías y estériles sin ninguna imaginación, como la casa que dibuja un niño, pero que desde lejos es un monumento a la resistencia. Ninguna casa se ha cuarteado, los cimientos todavía aguantan uno o hasta dos pisos más, según palabras de él. Las paredes han permanecido lisas durante décadas sin ningún resquebrajamiento del aplanado. En época de lluvias la humedad e inundaciones no logran nada contra la calidad de los materiales que eligió. Al contrario, se hace un bonito espectáculo con el riachuelo formado por la pendiente perfecta que tienen todas las casas; el agua serpentea hasta el final de la calle, sin encharcamientos, como una alfombra diminuta de agua para los vecinos. Todos le agradecieron aquella contribución infinitamente después de ver las ruinas en las que se convirtió la colonia contigua. Fue hace como dos años; tuuvo que sumarse a las labores de rescate para demoler unas paredes y permitir que el agua fluyera, de otro modo, los vecinos tendrían que esperar un mes a que llegaran las bombas para sacar el agua. Con la cara llena de barro y la piel infectada por las aguas negras celebraron con unas carnes asadas patrocinadas por el taquero de la esquina. Todos llevaron algo, se improvisó la fiesta de la mejor manera, y por supuesto, todos le agradecieron aquella forma desproporcionada de preocuparse por el prójimo. Él resulta extraño si pensamos en todos los albañiles como seres religiosos, pues no se inclinaba con fervor hacia ninguna idea o persona en particular. Sí festejaba el día de la cruz, pero como un asunto de convivencia, porque no asistía a la misa, no se persignaba si subía al andamio, tampoco invocaba a dios como es bastante común entre los vecinos. Nunca le preocupó la bendición tradicional a una casa recién erigida. Acaso alguien podría reclamarle semejante desdén, nadie lo hizo nunca. Aunque hay quienes le atribuyen su desenlace esa misma falta de fe. No se puede vivir sin dios en el mundo de dios, o algo así enunciaron cuando llegaron los peritos. Como haya sido, su falta de creencia no hicieron ríspidas sus relaciones. En todo momento se dirigía con respeto, atención y sobre todo pertinencia. Esta última cualidad podría ser el sello característico de él. Nunca hablaba de más ni menos,  en la medida justa intervenía sobre una obra civil, la estética que cada cliente buscaba o simplemente para cerrar un trato. No enjuiciaba, ni valoraba a simple vista. Se esperaba lo suficiente para lanzar un chicotazo crítico o una queja bien fundada. Y se defendía con firmeza. Más de una vez lo llevaron al ministerio publico acusado de robo. Ahí se aferraba, pedía pruebas contundentes, no dichos ni supuestos, al contrario, él describía todo lo que había hecho durante el día para reforzar su defensa. Al final le pedían una disculpa. Con el coraje en el pecho aceptaba, pero jamás volvía a dirigir palabra alguna a aquel calumniador. La comunidad se replegaba de la misma manera, una ley del hielo generalizada. Más de uno le gritó que era el diablo vestido de oveja después de la ley del hielo que le aplicaban al acusador. Sí parecía injusto, pero nadie podía ir contra la corriente. Aliarse con el otro bando sería inmolación. No se convertían en un enemigo directo del constructor, pero sí de buena parte de la comunidad. Al poco tiempo no te hablaban, después te vendían en la tienda a mayor precio o te pagaban con leche agria, huevos podridos; carne de hule, taxímetro alterado... nadie quería eso. Reclamarle una tregua parecía una posibilidad, pero nadie se animó a una querella con quien levantó su hogar. Todos le debían tanto, no sólo en especie si no en honores. Nadie lo toleraba aunque lo amaban. Era desesperante su carácter dócil. Incluso, cuando ella murió se escucharon cuchicheos sobre su frialdad. No lloró el día del fallecimiento ni en el sepelio. Aquel día recibió a todos con un abrazo, como si los afectados fueran los asistentes; ofreció café y silla en toda la noche. No se quejó ni tenía aquella mirada de desconsuelo que hay en todos los hombres abatidos. Se supone que tenía que estar así, siempre demostró mucho afecto con su mujer, la cantaba desde la obra cuando pasaba cerca; en los colados presumía las rajas de habanero que preparaba; hablaba de ella cuando evocaba lo más valioso de su vida... por eso fue raro verlo tan distante del ataúd. No se acercó a besarle la frente, fue uno de los peores momentos, todo mundo lo miró con cierta furia. Seguramente fue uno de esos días donde las personas dan asco, pero no tiene caso ahora, lo hecho, hecho está.  Ya descansa con su esposa, ya dejó de partirse el lomo. Sólo queda esperar una explicación a todo esto. ¿Cómo se cayó del andamio?