jueves, 5 de junio de 2014

Diario

La intimidad es aquel espacio que se ofrece con el tiempo, únicamente así. La intimidad no tiene nada de excepcional, ni es como lo quieren hacer ver las películas; no hay gritos ahogados, ni se suspira mientras las dos almas se arropan sobre sí, tampoco creo que haya una comunión mágica que te une un poco más con tu pareja. Al menos no en mi caso. Cuando alguien me conoce en la cama se quiere reir o sin titubeos tiene que sacar su cuerpo de entre mis piernas; es frustrante, nadie puede tolerar el placer interrumpido, es similar a la ofensa que comete quien roba el último bocado de pastel o trozo de chocolate. Y es algo que no puedo evitar: quisiera no sentir demasiado y permitir que sigan dentro de mí, quisiera no desanimarlos. Qué culpa tienen ellos, caray. Tampoco creo que yo sea la culpable de todo, no se puede culpar a nuestros sistemas reactivos, no puedes simplemente pedirle a un tísico que se largue del concierto de cámara porque están grabando en vivo. Sería bueno que mi problema quedara como una simple tos, podría meter mi cara en la almohada como lo hacen las gritonas y ya, pero no podría porque está toda mi cadera hacia arriba y cuando está hacia abajo da lo mismo, el resultado no cambia, siempre termino llenándo de pedos a mi compañero.    
La primera vez que fui al médico estaba hecha pedazos por los nervios, no dejé de sudar durante la espera. Recuerdo que los pacientes me volteaban a ver, pero nadie imaginaba el bochorno que tenía; no podía dejar de pensar en las formas de plantear mi caso. Pensé en usar una estrategia cómica: «qué pasó doc, fíjese que me pasó algo muy raro y quería saber si es normal o no, estaba con mi novio y estabamos muy bien, muy concentrados disfrutando cuando de repente me tiré un pedo.» Cuando pasé no pude confesar, me retiré llorando mientras una enfermera a mis espaldas me gritaba que regresara.

En la casa me tranquilicé, escribí lo que me había pasado en este mismo librito (páginas más atrás hay constancia del bochorno), hice retrospectiva sobre si el problema había sido tan grave como me lo imaginaba. Me di cuenta que sí, pocas veces tuve sexo con las mismas personas, de hecho la mayoría de las veces terminaba abruptamente; cuando lograba una sesión más o menos decente estaba tan ebria que no sabía cuándo comenzó ni él sabía cuando terminó. Me convencí que a nadie le gusta el sexo con un comportamiento tan inmundo (en ese momento no tenía mejores referencias). ¡Tonta de mí! Acaso me sentía especial y aislada, pero rápido encontré casos similares por toda la red. Miles de mujeres se tiran gases mientras se sientan en el rostro de su pareja, también mientras bailan alguna pieza sensual, una salsa o un tango. La gente es (soy) muy rara, pensé. Me sentí reconfortada, en realidad no era algo malo o indecente, hay cosas peores. Dos semanas después regresé al médico sin la carga emocional de la otra vez, esperé mi turno, le conté al doctor cada detalle y con toda profesionalidad tocó mi abdomen, hizo un poco de presión y el gas salió. Quería largarme de ahí otra vez, pero el doctor intervino rápidamente antes de que yo tomara mi bolso. Me explicó que algunas personas tienen los músculos dispuestos anormalmente, generan mayor tensión y provocan desde efectos “incómodos”, como el mío, hasta dolores que requieren intervención quirúrgica. Me recetó un desinflamante y un relajante muscular, en caso de que fuera muy necesario.    

Hace tan sólo un año puedo decir que mi vida sexual recobró fuerza y, tal vez, tiene que ver con la seguridad que gané, con la ida al médico, con la visita a foros especializados y muchas horas de películas con todo tipo de fetiches. La primera vez, motivada por un nuevo comienzo, actué con mucha determinación, inexperta aún, pero segura de no mirar para atrás y concentrarme en lo siguiente. Fue en un bar, tenía que ser así, con un extraño intoxicado, pero no tanto, lúcido, sin que fuera una inquisición. Me lo encontré afuera con un cigarro a medio terminar. Clásico, le pedí fuego. Anduve por ahí enroscándome sobre él como una gatita. Le correspondí con la charla porque era poco avezado, dentro de mí estaba pidiendo que fuera más rápido para sacarse el pene que lo que es haciendo la plática. Detalles más, detalles menos. Entramos al bar, tomamos un lugar en la barra y nos alejamos de los grupos con los que veníamos. Pedimos algunas bebidas hasta que pudimos besarnos con soltura, le dije que tenía que ir a otro lugar, le pedí que me acompañara, no dijo nada, pero me siguió. En el camino lo sujeté de la pierna, quitó mis manos suavemente, estamos manejando, me dijo. Me quedé callada. «Chale, ojalá sea el bueno», medité. Después me di cuenta que no andaba nada extraviado, entramos a un hotel. ¡Sí!

Llegamos a la habitación, era blanca con espejos sobre el techo, un sofá que parecía resbaladilla y otro muy normal. Me senté en la cama sin precipitar nada. Él prendió la televisión, dejó la película porno mientras preparaba una copa en el frigobar. La rechacé, él tampoco bebió. Regresó a la televisión y quitó los cables de la señal, conectó un reproductor de música, me pareció una gran idea, así habría más interferencia a mi favor. Fue muy raro, aunque me pareció divertido. Salió la canción “Runaway” de Pericos, reí con mucho estruendo. (Era gracioso que una canción como esa apareciera en mi primera vez, bueno me refiero a mi nueva primera vez.) Comenzó a bailar sin interesarse por mi animación, aplaudí al ritmo del órgano mientras se quitaba la ropa. Uhhh!!! grité. Siguió así durante toda la canción con mucho ritmo, su cadera iba al ritmo del bajo, con la trompeta se acercaba y balanceaba su pene semi erecto sobre mi escote. Al finalizar la canción estaba completamente desnudo, en los últimos compases yo estaba tendida sobre la cama sin ninguna prenda. Lo que siguió fue directo y sólo me di cuenta hasta que la canción había terminado. Se aventó sobre mí mientras estaba esa apertura árabe de “Killing an Arab” de The Cure, abrió mis piernas sin ninguna concesión, se acomodó el condón con una digitación increible, tocó todo su miembro como si fuera una guitarra y cuando comenzó el vocalista, él me penetró de la misma manera frenética que matan al pobre árabe tirado sobre la arena. Nunca había tenido sexo más impersonal, todo su cuerpo iba y venía sin ningún objetivo claro salvo no perder el ritmo. Apreté todos mis músculos tratando de impedir que siguiera con el post-punk dentro de mí. Ni siquiera se daba cuenta, seguía entusiasmado con la guitarra y el bajo. Me puse un poco nerviosa, me asusté, casi iba a gritar, por un instante me sentí violada. Cuando terminó la canción se quitó, sonrió, extendió su mano hasta mi, caminamos hasta el sofá. Quedé sentada en el apoyo para los brazos. No reconocí la siguiente canción, inició con una guitarra acústica, ya no me fijé en él, Error. Ahora sólo pensaba en mí, sentía mi estómago apretado, la posición estaba empeorando todo, mis rodillas estaban presionando mi pecho, apreté todo mi cuerpo sin poder contenerlo, salió como un vendaval, sopló tres veces. Me sonrojé, quería patearlo, que se alejara de mí, no pude hacerlo retroceder ni un centímetro, estaba concentrado en la música. Al mismo tiempo que me pareció extraño me sentí bien, ¡qué divertido! No tenía oídos para mí, lo único atractivo en aquella habitación era la música. Era su musa y definitivamente tenía más cuerpo que el mío, comunicaba más, era la chica de sus sueños.  

Cuando terminó la canción no le di oportunidad de tocarme, me acerqué al reproductor y le pedí si podía poner algo yo. Sonrió hasta que se le vieron las muelas. Adelante, me dijo. Encontré una canción adecuada, pensé en ese momento. “Oye Como Va”, la versión de Carlos Santana. Esta vez yo comencé bailando, ondeé mis hombros, le mostré mis pechos yendo a la izquierda y luego a la derecha. Traté de mezclarme con la música, nunca había sido una gran bailarina, pero podía mantener el ritmo e improvisar un poco. Me incliné hacia él y comencé a chupar su glande, lo probé todo con mi lengua de serpiente. Todo al ritmo del órgano. ¡Oye cómo va… mi ritmo! En el solo de Santana él estaba haciendo muecas, apretaba los labios y se mordía con desesperación. Antes de que terminara me alejé. Giré sobre mis talones, eché todo el torso al piso hasta poder tocar mis rodillas con la frente, dejé las piernas rectas y perfectamente dispuestas para que se lanzara sobre mí. No falló el muchacho, entró directo, sin dilaciones. Ambos bailamos. Las percusiones me hicieron pedorrearme más de diez veces; aunque quisiera, no podía dejar de coger y bailar, estábamos pasando un buen rato. Él continuaba concentrado, cuando giraba mi cabeza podía verlo balbucear notas y enfatizar las mejores partes con los párpados. Grité varias veces ¡Bueno pa’ gozar, mulata! Desde la primera vez que había asustado a un hombre no me había permitido sentir tanto, siempre estaba preocupada pensando en los gestos de asco que podrían hacer, la vergüenza de mi dieta.

Cuando cambiamos de posición me atreví a quitar la música. Apagué el televisor, la euforia de las canciones y el calor de la alcoba se esfumaron con toda la sensualidad detrás. Su pene agachaba la cabeza como si algo malo hubiera sucedido, el condón terminó por escurrirse sobre la alfombra. El chico estaba llorando, era terrible la expresión que salía de él, ahí parado lucía tan vulnerable que lo único que se me ocurrió fue apagar la luz. Mientras me decidía a prenderla otra vez comprendí que la música lo era todo para él, o al menos para esa parte de él. Le pedí una disculpa por la interrupción. Regresé la música, encendí de nuevo la luz y como un puente levadizo su pene recuperó verticalidad; otra vez se sonrojó, seguramente por la muestra del condicionamiento operante más rara que jamás haya visto. Repliqué con una sonrisa y me lancé de rodillas hasta sus piernas, cuando subí la cara en muestra de sensualidad no pude contener el pedo. Ob-la-di Ob-la-da.  

El regreso fue bastante simple para mí, me costó un poco más las siguientes dos ocasiones, pero nada importante. Me he convertido en una cínica, si se ríen de mí me voy. Es seguro que encontraré alguien más adelante. De hecho, lo fue. Hay toda una comunidad allá afuera que no disfruta de la misma manera que todos esperan. Claro que hay cosas que yo nunca me animaría a hacer, pero otras me parecen realmente interesantes, algunas son muy peligrosas. Tengo muy claro que jamás me volveré subir a un espectacular para tener sexo. Otras veces todo es realmente inofensivo. Por ejemplo, llevo una semana en esta faceta más light; me di cuenta que mi compañero del cubículo de la izquierda se mancha todo el pantalón apenas comienza a leer todo lo que pongo aquí. Besitos, Memo.