martes, 23 de septiembre de 2014

Nervios

"Cuenta hasta diez" me dijo el doctor. Me veía directo a las pupilas, esperando que se dilataran o se contrajeran, algo así, pues no sé de anestesiología. Conté hasta tres y no más. Desperté con una sonda, oxígeno y un suero mal colocado. El líquido no descendía en gotas perfectas, sino un chorro ligero, pero que alarmó a la enfermera apenas lo vió. "Dios mío, porque nadie lo ajustó" gritó sin que nadie prestara atención. Su alarma hizo voltear apenas al convaleciente de mi izquierda, no le importó, le habían amputado la pierna. Tampoco a mí me importó. No supe si era la cantidad de drogas que tenía dentro de mí o si realmente era irrelevante su gesto asustado. Me daba igual, no sentía nada, apenas si podía percibir un pestañeo. Tampoco sentía la lengua, la cual según es el músculo con mayor sensibilidad, alguna vez eso leí. No percibía el aroma característico de los hospitales, tampoco alcancé a distinguir las bolitas mojadas en alcohol. Para nada me alarmé, me sentí indiferente, incapaz de emitir un juicio sobre mi situación. Estaba ahí tendido como una roca sobre el río. No me podía moverme salvo por una fuerza externa, en este caso una enfermera que haría el papel del cause. Pasaron muchas horas sin que nadie me moviera, no hablé porque no le vi ningún sentido. Sé que antes me hubiera quejado por la postura, siempre fui de aquellos que se incomodan fácilmente. En mi trabajo no podía mantenerme sentado en la misma posición, tenía que mover los brazos, tocar con mi frente las rodillas, contorsionarme de alguna manera, una costumbre fastidiosa, pero que funcionaba para concentrarme en tareas complejas.  Ahí no me dieron ganas de nada, absolutamente. Los minutos pasaron tan lentos como las gotas de suero. Las enfermeras cambiaron de turno, pude ver cómo las encargadas del turno nocturno eran más negligentes. Se largaban a dormir o dormía frente a mi sin despertar en toda la noche. Lo hacían si alguien gritaba de dolor. Camas al fondo, un niño se desprendió todos los puntos de la apendicitis, la herida se abrió como una bocaza, bastante sangre se regó por todo el piso antes de que cayera fulminado por la debilidad. No gritó, supongo que para evitar ser regañado. Las enfermeras corrieron hasta la cama y rápido suturaron mientras el doctor venía. Lo sacaron de ahí y no regresó en las tres semanas que esperé para recibir mi alta.

Cuando salí me entregaron en un sobre toda la documentación sobre mi estado de salud. Me reportaban en perfectas condiciones, con una serie de citas programadas a partir de la próxima semana. Estaba agendada una revisión preliminar, avances del tratamiento, rehabilitación, etc... Nunca más volví a abrir el sobre, no me parecía de interés lo que hubiera de suceder en las siguientes semanas. Esa tarde caminé hasta el taxi, le di mi dirección al chofer y no hablamos en todo el camino, tampoco me ayudó, ni se lo pedí. Bajé del auto con paso firme, me incliné para bajar mi mochila y buscar la llave de la casa. No sentía dolor, a pesar que para el transcurso del tiempo, el efecto de los analgésicos ya deberían haber pasado. Entré a la casa y todo estaba ordenado, empolvado. Tampoco ahí pude percibir el aroma, sabía que debería oler a papel viejo, pero no, ni una molécula lograba estimular mi olfato. Dejé las cosas sobre el pasillo caminé hasta el sofá. Me tendí sobre él y me quedé dormido. Desperté con la noche ya madura. Volví a cerrar los ojos y no los abrí hasta el amanecer. Sin que yo tuviera un medicamento encima no tenía molestia alguna, no había dolor donde sea que debería sentirlo. Tomé el sobre y revisé el parte médico, no mencionaba nada sobre la intervención realizada. No había nada excepto oraciones incompletas, nombres ilegibles... Me quedé mirando el papel, pero no sentí nada. Me pregunté cómo tendría que reaccionar: ultrajado, estafado, violado, pero ninguna de aquellas emociones derivativas de la decepción podía llenar el profundo vacío que experimentaba. Sin tratar, en pocos minutos dejé de pensar sobre ello. Me puse a cocinar, ordené la casa, acomodé mi ropa, pero después interrumpí todo. Observé con indiferencia. Me senté otra vez. Me quedé sin hacer nada. ¿Con qué motivo? ¿Qué sentido tendría hacer nada? ¿Me levanto o no? No sabía qué hacer. Me acosté, pero la posición no mejoró nada. Pasaron algunas horas mientras decidía qué hacer. Fui por mis medicamentos y tomé uno después de otro con el mismo vaso de agua. Siete pastillas en siete partes iguales de agua. Todas las pastillas en mi mano, metí cada una de ellas, sentía cómo algunas raspaban mi tracto digestivo, hice algunas muecas por el dolor, pero pronto se pasó. Observé los frascos y envoltorios y calculé cincuenta pastillas dentro de mi. Un dolor intenso sobrevino, mi corazón se agitó y los oídos me zumbaban como si algo hubiera explotado dentro de mi cabeza. Para no caer abruptamente me hinqué, después puse las manos sobre el piso hasta que no pude soportar mi peso. El dolor dejó de sentirse mientras daba paso a una debilidad absoluta. Sabía que mi vida se estaba esfumando. No sé cuánto tiempo pasó, abrí los ojos y no estaba sobre el piso. Había una enfermera a mi lado y un doctor parado frente a mis pies. Sacó un bolígrafo de su bata. Me dijo "Voy a probar sus terminales nerviosas. Del uno al diez dígame qué sensibilidad tiene, uno es nada y diez es completamente". Nunca sentí el bolígrafo, otra vez no sentía nada.    

martes, 9 de septiembre de 2014

El diablo vestido de albañil

Toda la mañana se la pasó sobre el andamio para aventar la mezcla. La marquesina le estaba quedando excelente. El trabajo estaba casi concluido. Sólo quedaban detalles que el patrón le rogó concluyeran con toda pulcritud. Él nunca había dicho que no al trabajo, por pequeño que fuera lo iniciaba hasta entregarlo como si fuera una obra de arte. Lo que más disfrutaba era levantar paredes, había algo relajante en esa actividad. En su banquito pasaba horas aplicando la mezcla con fuerza para luego quitar las imperfecciones con manos de alfarero. Sus callos le permitían trabajar holgadamente sin quejas: el índice quitaba los restos de mezcla, con una sacudida de muñeca regresaba el exceso que colgaba sobre el dedo a la montaña de cemento; con el pulgar empujaba ligeramente un ladrillo salido; con el meñique chiflaba, lo acomodaba en forma de gancho entre los labios para llamar al patrón o a quien fuera. Nunca fue grosero ni déspota como muchos del gremio, nunca se robó material, de hecho, lo pedía rara vez, si es que sobraba algo (porque tenía un cálculo ingenieril para levantar una casa de cuatro pisos o una modesta barda) lo juntaba para emplearlo en otra obra menor como regalo. Así fue como se forjó una reputación de constructor. Más de la mitad del barrio fue hecho al estilo y modo de él. El barrio da la sensación de encontrarse en un mundo de casilleros, todos cuadrados con hendiduras sombrías y estériles sin ninguna imaginación, como la casa que dibuja un niño, pero que desde lejos es un monumento a la resistencia. Ninguna casa se ha cuarteado, los cimientos todavía aguantan uno o hasta dos pisos más, según palabras de él. Las paredes han permanecido lisas durante décadas sin ningún resquebrajamiento del aplanado. En época de lluvias la humedad e inundaciones no logran nada contra la calidad de los materiales que eligió. Al contrario, se hace un bonito espectáculo con el riachuelo formado por la pendiente perfecta que tienen todas las casas; el agua serpentea hasta el final de la calle, sin encharcamientos, como una alfombra diminuta de agua para los vecinos. Todos le agradecieron aquella contribución infinitamente después de ver las ruinas en las que se convirtió la colonia contigua. Fue hace como dos años; tuuvo que sumarse a las labores de rescate para demoler unas paredes y permitir que el agua fluyera, de otro modo, los vecinos tendrían que esperar un mes a que llegaran las bombas para sacar el agua. Con la cara llena de barro y la piel infectada por las aguas negras celebraron con unas carnes asadas patrocinadas por el taquero de la esquina. Todos llevaron algo, se improvisó la fiesta de la mejor manera, y por supuesto, todos le agradecieron aquella forma desproporcionada de preocuparse por el prójimo. Él resulta extraño si pensamos en todos los albañiles como seres religiosos, pues no se inclinaba con fervor hacia ninguna idea o persona en particular. Sí festejaba el día de la cruz, pero como un asunto de convivencia, porque no asistía a la misa, no se persignaba si subía al andamio, tampoco invocaba a dios como es bastante común entre los vecinos. Nunca le preocupó la bendición tradicional a una casa recién erigida. Acaso alguien podría reclamarle semejante desdén, nadie lo hizo nunca. Aunque hay quienes le atribuyen su desenlace esa misma falta de fe. No se puede vivir sin dios en el mundo de dios, o algo así enunciaron cuando llegaron los peritos. Como haya sido, su falta de creencia no hicieron ríspidas sus relaciones. En todo momento se dirigía con respeto, atención y sobre todo pertinencia. Esta última cualidad podría ser el sello característico de él. Nunca hablaba de más ni menos,  en la medida justa intervenía sobre una obra civil, la estética que cada cliente buscaba o simplemente para cerrar un trato. No enjuiciaba, ni valoraba a simple vista. Se esperaba lo suficiente para lanzar un chicotazo crítico o una queja bien fundada. Y se defendía con firmeza. Más de una vez lo llevaron al ministerio publico acusado de robo. Ahí se aferraba, pedía pruebas contundentes, no dichos ni supuestos, al contrario, él describía todo lo que había hecho durante el día para reforzar su defensa. Al final le pedían una disculpa. Con el coraje en el pecho aceptaba, pero jamás volvía a dirigir palabra alguna a aquel calumniador. La comunidad se replegaba de la misma manera, una ley del hielo generalizada. Más de uno le gritó que era el diablo vestido de oveja después de la ley del hielo que le aplicaban al acusador. Sí parecía injusto, pero nadie podía ir contra la corriente. Aliarse con el otro bando sería inmolación. No se convertían en un enemigo directo del constructor, pero sí de buena parte de la comunidad. Al poco tiempo no te hablaban, después te vendían en la tienda a mayor precio o te pagaban con leche agria, huevos podridos; carne de hule, taxímetro alterado... nadie quería eso. Reclamarle una tregua parecía una posibilidad, pero nadie se animó a una querella con quien levantó su hogar. Todos le debían tanto, no sólo en especie si no en honores. Nadie lo toleraba aunque lo amaban. Era desesperante su carácter dócil. Incluso, cuando ella murió se escucharon cuchicheos sobre su frialdad. No lloró el día del fallecimiento ni en el sepelio. Aquel día recibió a todos con un abrazo, como si los afectados fueran los asistentes; ofreció café y silla en toda la noche. No se quejó ni tenía aquella mirada de desconsuelo que hay en todos los hombres abatidos. Se supone que tenía que estar así, siempre demostró mucho afecto con su mujer, la cantaba desde la obra cuando pasaba cerca; en los colados presumía las rajas de habanero que preparaba; hablaba de ella cuando evocaba lo más valioso de su vida... por eso fue raro verlo tan distante del ataúd. No se acercó a besarle la frente, fue uno de los peores momentos, todo mundo lo miró con cierta furia. Seguramente fue uno de esos días donde las personas dan asco, pero no tiene caso ahora, lo hecho, hecho está.  Ya descansa con su esposa, ya dejó de partirse el lomo. Sólo queda esperar una explicación a todo esto. ¿Cómo se cayó del andamio?

lunes, 8 de septiembre de 2014

La música me ayuda



Me ayuda a expresar aquella parte que nadie o muy pocos conocen. La música me ayuda a sentirme triste, me da paciencia para acabar con la melancolía. No soy de las personas que tienen una necesidad por contar todo, prefiero cerrar la boca y abrir muy bien los oídos. Me da calma la música, ella dice todo lo que quisiera y no puedo. Por eso admiro a los compositores más obscuros o solemnes. Son una parte íntima para saber lo que tengo y quiero ofrecer que no sea felicidad. ¡Viva Bach!

Mi máquina del tiempo

Ayer encontré mi máquina del tiempo

Me pregunté a dónde ir, al principio, al medio o al fin

¿Viajar a donde te vi y omitir cuando te vi?

Tampoco quiero verte desaparecer nada más por que sí

Fuiste compañía cuando ni entender sabía

¿Ir más adelante?

¿Cuánto debo recorrer para encontrar el momento ideal?

¿Dónde cortar lo que mal empezó?

No es fácil elegir porque lo duro no fue pelear, sino el final

¿Postergar el desenlace?

¡Nunca llegar al último día!, penśe

Lo postergué, pero ya nada era igual

Te amé de principio a fin, no se puede vivir al filo del remate

Cuando acaba la noche tengo que regresar porque viene el final



Me anticipé tres días atrás, pero sabía cómo termina

Viajé tres años más, eras la persona que me cambió, pero tu ya no podías cambiar

Nada podía hacer, el pasado me frustró



 ¿Qué caso tiene el futuro si hoy no estás?

Puede ser mejor, pero también peor

No me interesa lo que pase mañana

El principio y fin de hoy llegó 

Hubiera querido ser mejor

Pero al pasado que le tienes cariño no lo quieres cambiar

jueves, 4 de septiembre de 2014

¿Cómo escribo?

A veces pienso que me gustaría ser una gran escritor, al menos ser reconocido por un párrafo, o un línea de al menos, pero parece imposible por esto:

- Para escribir necesito pender de la felicidad o la tristeza. No he logrado acercarme al teclado sin emociones, disciplinado, por la convicción de escribir. Escribo cuando alguien ha cacheteado mi ánimo, he escuchado una palabra de desaliento, he visto o vivido algo hermoso.

- Escribo sin ritmo - debido a lo anterior -; a veces, puedo llenar veinte cuartillas, a veces no termino ni una oración.

- Nunca reviso - otra vez por la misma razón del principio-, me como palabras, me valen algunas consonantes o vocales. No sé casi nada de ortografía ni gramática. Ni me esfuerzo por aprender.

- Sé que en la noche me gusta escribir más, pero no lo hago diario. Por la misma razón de arriba. La noche tiene un encanto para mi, estoy relajado, pienso en todo lo que vi durante el día... pienso, pero no escribo.

- Poca confianza. Inicio algo que creo está muy chingón, después lo desvirtúo por completo hasta que termina siendo una bola de oraciones sin propósito.

- No me pongo muchos retos. En otras actividades que realizo siempre pongo metas más elevadas, en la escritura no. No pienso en historias innovadoras, en nuevas formas de narrar, diferentes temas, no.

- Escribo.... ya no sé qué escribir.

martes, 2 de septiembre de 2014

El señor misericordia

El equipo de audio era realmente bueno, una calidad inigualable para un taxi cualquiera, un Tsuru 2011 para ser precisos. Los acordes envolvían tal como subrayaban las especificaciones técnicas del equipo; el sonido se repartía de una manera tan agradable que quien sea que subiera a aquel taxi se sentía, sin broma, en contacto con el señor. La selección de música no podía ser más perfecta, baladas en español que extrañamente sumergían a cualquiera en una estado de paz; podía ir un obrero dispuesto a darse un lujo viajando en taxi o un apresurado gerente de ventas, y,  sin remedio cerraban los ojos dejándose dominar por la música.

Te conozco señor, te puedo ver aunque estés disfrazado
Tu cariño se siente a pesar de venir barbado
Ahí estás señor siempre a mi lado, no importa si estoy empapado
Caminemos juntos hasta el infinito mi rey amado



Se trataba de una salsa muy bien orquestada, perfectamente ajustada al abrumador calor de la tarde. Desde el asiento trasero la ciudad se veía colorida, jovial. El chofer miraba con el espejo retrovisor y cantaba "aaaeee aeeee". La gracia de su voz alegraba al pasajero no importa qué humor trajera. Su bigote bailaba en conjunto con la redoba. Parecía una bandera multicolor la camisa del chofer; en los altos sacaba la mano por la ventana y golpeaba la lámina a dos cuartos o seis octavos, según el ritmo. Saludaba al limpiaparabrisas, le compraba algunos chicles al doble del precio. "Por nada" respondía cuando se inclinaba con una reverencia el feliz joven por el billete de veinte pesos. Los pasajeros no dejaban de reír hasta el final del trayecto, la sonrisa afloraba aunque cruzaran cinco delegaciones con el tráfico más espantoso. Había algo que impedía sentirse agobiado o enojado en aquel auto.

Justo cuando terminó la canción una señora hizo la parada. El conductor la había visto algunos metros atrás, se confirmó lo anticipado, la señora estaba reprendiendo a su hijo,  le jaló el suéter y le pidió que no "rebuznara", que se calmara y "cuidadito" con decir algo, pues ya la tenía "hasta la madre" de sus "chingaderas" en la escuela, semejante "vergüenza" había soportado por tener un hijo "tan burro", sólo un "idiota" reprueba tres veces seguidas quinto año. Gritó todas las leperadas en un breve intervalo de ascenso y tres calles. El chofer fingía estar concentrado nada más en el volante, pero oía con claridad todo. Cambió el disco, puso otra salsa, pero un poco más rápida, con un movimiento suave subió el volumen hasta que se extendió por toda la parte trasera. Las bocinas retumbaban en la cajuela como un masaje en la espalda; bajó la ventanilla de los pasajeros con delicadeza, hasta que el aire se filtrara gentilmente sobre el cabello chino de la señora; las lágrimas del joven desaparecían a cada metro que recorría el taxi, el rostro estaba recompuesto. La tristeza terminó por esfumarse cuando desde el asiento delantero una voz cantaba:

Vamo' a reir un poco, sí, usted quiere reir, ríase, loco
sacúdase que para nada se va a morir
 lo que pasa es que sin usted ellos van a morir
Lo-co lo-co lo-co lo-co lo-co lo-co
LO-co LO-co

Esa sonrisa para algo sirve,
si no para qué Él te la dio, loco
Ríete de la vida porque sólo dura un poco
si no aprendes ahora, vamos, arriba Él quiere ver!!

Madre e hijo dejaron de verse por un momento, atendieron la música, la discusión quedó fuera del vehículo, tal vez muy lejos como para recordarla hasta que bajaran. El chofer miró por el retrovisor, cuando se encontró con los ojos de la señora él abrió su párpados tanto que la mujer soltó una carcajada.

- ¿Qué? ¿Y ahora qué, doña? ¿Por qué se ríe de mi? -

- Pues no, es que usted está loco -

- No estoy loco, me gusta hacerme el loco, es divertido -

La señora río una vez más y tarareó la canción.

Sin quitar la vista del camino el chofer preguntó.

- ¿Por qué regaña al chamaco así? No quiero que se ofenda, pero esas no son maneras, ni que fuera animal. ¿O no, amigo? -

Buscó el rostro del chico a través del espejo, pero el seguía lo suficientemente avergonzado como para responder. La madre interrumpió antes de que saliera una respuesta de su hijo.

- Es que no entiende. Primero dejó la escuela, luego lo cambiaron por indisciplina, y ahora reprobó casi todas las materias por no entregar tareas, presentar exámenes... ni siquiera pasó educación física. Ya no lo soporto -

- Cálmese señora, nada se va a solucionar de esa manera. Debe haber algún motivo para todo eso. ¿O no, amigo? -

El rostro del joven permanecía en el mismo sitio. La música había cambiado, comenzó una canción con guitarra.

- A veces parece que las cosas parecen irremediables, como si no hubiera remedio, todo se ve chueco. Nos va mal en la feria, quiero decir. Y la violencia lo empeora, perdóneme, pero no creo que debería pegarle ni gritarle. Seguramente ya lo hizo, pero le ha preguntado porque hace todo eso, acaso no te gusta la escuela, quieres dedicarte a otra cosa, qué te gusta hacer, yo le preguntaría primero. -

- Pues sí, pero me saca de quicio y no tengo tiempo para andar detrás de él. Sus hermanos son otra cosa van marchando solitos sin que nadie les diga nada, pero éste... mmmm -

- Pero no todos son iguales, El Señor nos hizo a todos diferentes, con características par-ti-cu-la-res, hay una finalidad en todo ésto. Yo no estudié, pero creo que Él me hizo el mejor taxista, no del rumbo, yo diría que de la ciudad. -

- Sí, pero mientras está jodiendo sus estudios, no sé qué necesidad. No es tan grande como para que se mande solo, todavía tiene a su madre para que obedezca y haga lo que le conviene. Al rato ya sabrá si quiere dejar la escuela o no, pero lo básico debe terminar. ¿Qué futuro le puede esperar después? -

- Eso no lo sabemos, está más allá de lo que podemos saber. Lo importante es que obre bien para que en el futuro El Señor lo recompense. No es un pecado ir mal en la escuela; claro que lo mejor es que termine la escuela y bien, pero con cariño y misericordia. Con el estudio entran las matemáticas, pero a golpes y gritos nunca entra el amor que es lo más preciado que tenemos y que es el motivo de todo. ¿Cómo va a aprender a amar el estudio si lo fuerzan, si le gritan y pegan para que se aprenda un libro?. ¡Señora! Avancé y ni sé a dónde vamos, perdón.

- No se preocupe, vamos bien. Falta un poco más. Vamos a la casa de mi hermano, su tío del chamaco. Me dijo que si volvía a reprobar que lo llevara para que se quedara a trabajar con él, en la herrería. Él no se anda con pequeñeces, si no se levanta temprano o no obedece ya le dije que sí le podía meter una chinga. -

El chofer miró por el retrovisor por un momento prolongado como si el camino dejara de importar.

- No, cómo cree. ¿Por qué hace eso? Los golpes nunca han arreglado nada, ni siquiera mi taxi, el hojalatero me lo dejó peor, ahora una persona, mucho menos. Está bien que chambee, pero someterlo a golpes... no más se va a hacer más rebelde -

Sin levantar el rostro, el estudiante atendía toda la conversación. La madre frunció un poco el ceño cuando el taxista contrariaba todo lo que decía.

- Pues una decisión, son tres veces el mismo error, primero fueron advertencias ahora ya no hay vuelta atrás. ¿Qué otra cosa puedo hacer? Por aquí a la derecha por favor...-

- Hay otras opciones, señora. Mire, yo antes tenía ciertos problemas también, pero hoy me siento muy bien, feliz, amoroso, misericordioso. No sé si a usted le interese, pero podría ir conmigo a una reunión y ver cómo se siente. Claro, tiene que llevar a su hijo. -

- Pues no creo tener tiempo, pero gracias -

- Yo creo que debería pensarlo dos veces, hacerse un poquito de tiempo para algo tan delicado. Es una vez a la semana, se va a sentir bien. Cuando uno entra toma conciencia de que hay algo más grande, los problemas se hacen pequeños, uno entra en cierta paz ¿me entiende?. -

- Más o menos, pero la verdad no tengo tiempo y no estoy muy interesada. Quiero intentar esto por mi cuenta, pero gracias.-

- Bueno, espero que cambie de opinión. Si lo hace, no sólo su mundo cambiará si no el de su familia, el de su hijo, el de su hermano. -

Apenas si la cordialidad podía sostenerse. Cada músculo de la señora se constreñía por una irritación creciente.

- Gracias, pero no... aquí a la izquierda... por favor -

- ¿O tú qué piensas, amigo?

- No importa lo que él crea - Cortó el intento de diálogo la madre más exaltada.

El chofer subió un poco más el volumen. Subió un poco la velocidad para terminar el viaje sin más dilaciones.

- Pues es el primer interesado porque es un hombre libre. ¿No sabe nada del libre albedrío? - Esperó una respuesta.

- Pues sí, pero el libre albedrío vale pa' puro cacahuate cuando las consecuencias las pagan otros. ¿Qué no me estoy gastando el lomo y dinero?. Si por mi... lo mandaría a trabajar, pero todos me dicen que no, hasta usted, de alguna forma...-

- El trabajo dignifica, madre -

No soportó semejante aseveración, no porque no supiera el significado, si no por la presunción.

- Eso ya lo sé, pero hay de trabajos a trabajos ¿No? - Miró desde atrás los ojos fríos del taxista, deslizó la mirada hasta la palanca de velocidades y masticó algunas groserías en voz baja.

- Al menos a mi me va bien, no tengo preocupaciones y gracias a Él mis hijos estudian y se encarrilan por el mejor camino sin que yo tenga que gritarles o golpearlos.-

- Pues qué bueno - Cortó la conversación mientras preparaba el billete con el que pagaría el viaje. - Más adelantito, por favor.-

El chofer se incorporó al carril de baja velocidad, cruzó en diagonal hasta la acera, en el último instante un auto salió de reversa golpeando el costado derecho del taxi. El golpe lanzó al joven sobre el cuerpo de su madre, rápidamente preguntó si estaba bien; cuando el joven asintió, la cara de la señora tomó un colo rojo, estaba fúrica, buscó al taxista, pero él ya estaba fuera observando el daño.

- ¿Por qué no te fijas, hijo de la chingada?

Sin permitirle responder se lanzó con un volado feroz a la quijada del sorprendido hombre. Dio un cabezazo a su boca, pateó las espinillas del hombre confundido, le propinó tres golpes más para después tomarlo por el cabello y tirarlo al piso. Pateó sus costillas cuatro veces hasta que gimió.

La señora intentó separarlo sin la fuerza suficiente. El joven tomó a su madre del brazo y salieron caminando de ahí.

Antes de finalizar el taxista subió su pierna hasta su pecho y dejó caer todo el peso de la extremidad directo en la cara del hombre. Escupió sobre él. Revisó el ligero rayón, sintió la dobladura de la lámina, mordió su labio.

- Ya vez, por qué no te fijas. Pendejo. - Volteó la cabeza al cielo y dijo - Señor ten misericordia, es un pobre pendejo -.

Figura con letras 1

Un día me dijeron que ya no debería querer

Unos días antes me dijeron que debería querer

Hoy me dicen que ya no tengo que querer

Siempre me digo que debo de querer

Me convenzo que ya no debo querer

¿Por qué ya no debería querer?

No puedo dejar de querer

Querer o no querer

Te quiero