viernes, 28 de marzo de 2014

Comidillas

Hace siete años no sabía mucho sobre la comida, de hecho no recuerdo tener platillos favoritos durante esos años. Era una actividad bastante automática, lo que me metía a mi estómago era una serie de decisiones sin ninguna trascendencia, daba lo mismo la hora, el lugar y la cantidad. Hoy los mejores minutos del día los paso en la cocina, no soy un chef profesional, ni siquiera paso de realizar obras sencillas, pero me gusta más la compañía. Comerme un buen taco amenizado por una charla o viendo algunos videos en la red; pueden ser carnes frías en tortillas de harina y Miles Davis; sandwich con salsa de habanero y una puesta en escena desde el Met. de Nueva York; a veces sobre literatura, crítica poscolonial; res bañada en salsa roja y una exposición detallada sobre el fanatismo religioso; café con mucha azucar y el más nuevo disco de Rihanna.

Nunca hubiera imaginado que la comida me permite cierta libertad de decir fácil y sencillo porque la concentración no se puede ir a ningún lado salvo del platillo a la réplica. Esa dinámica también ha sido la culpable de llevarnos a la discusión y decir "para qué vine a comer". He dejado sobre la mesa el huevo revuelto junto con las tostadas para acercarme a la puerta y decir que me "largo de aquí". Discutimos y lloramos con la mesa servida. Regresamos para seguir con el café mientras nos observamos uno a uno esperando resarcir los daños o demoler de una vez por todas. Terminamos el huevo junto con una nueva resolución.

A veces las mejores comidas pasan sin que uno se de cuenta hasta que regresa en el tiempo. Te das cuenta de lo prolongada que fue la charla, de cómo pasamos de la fruta a la cama. A veces estamos tan pesados que no podemos hacer otra cosa que sentarnos a mirar la televisión y esperar el sueño inefable de las tardes.  Depende de la tensión argumentativa del programa optamos por comer dulces o no hacer más que ver y antojarnos un trago de whisky o un cigarrillo de ficción. 

Casi no comemos en la calle por falta de dinero, pero cuando lo hacemos no escatimamos en comprar cualquier taco de alambre o pera rellena de queso azul. Nos encanta comer, porque es algo que disfrutamos tanto como la música. Los demás placeres suelen ser incompatibles. Comer si no es sagrado es porque creemos en el mundo más brutal y absurdo, no tiene nada de divino ni artístico como lo hacen ver los chefs. A veces se nos queman las tortillas, el bistec, la pechuga, la sopa, los molletes, etc... Sólo le raspamos la cubierta y ya. 

¿Y qué vamos a comer mañana?

martes, 18 de marzo de 2014

Perrillas

Tengo pendiente otra historia por aquí, pero hablando por teléfono me surgió una urgencia por otro tema más interesante. Es un retrato de dos seres que amo mucho.

No quisiera hablar del favoritismo, porque sé que ella me detendría en seco y diría que no tiene predilección por alguna. Las dos son sus grandes compañeras, son como dos trozos de su vida, una etapa por cada una. Su corta vida le permiten hacer una mejor síntesis de lo que ella es ahora. No sólo como dueña de "unos animales", si no en su relación con otras actividades: la ópera, la universidad, la preparatoria, la familia. Las mascotas son una parte fundamental para ella. En la forma que ella trata con sus "niñas" es posible ver la calidad humana de la que goza. Porque si creen que es más fácil tratar con un animal, se equivocan, se requiere paciencia, empatía que no todos están dispuestos a asumir con otra especie. A una persona puedes gritarle, castigarle y humillarle. A un perro no puedes hacerle eso cuando sabes que ese procedimiento es incompatible con todo su desarrollo, sólo sería un martirio innecesario. Sólo se puede entender ello cuando lo vives de cerca. Y es que ella ve cualidades que afortunadamente no existen en los humanos, si no perderían su encanto. Siempre dice que son como niños. Limitados por su filogenia, tal vez envidiados por muchos milenios: una corazón joven, lleno de alegría y curiosidad. 

Son batería para ella, se desvive por ellos. Acaso eso es condenable. Para nada, es legítimo como aquellos que aspiran al dinero, la fama, el conocimiento. Ella me enseño a amar a través de ellos. 

Para Lidia, Vodka y Daisy. 

sábado, 8 de marzo de 2014

Capítulo 2

Estaba bastante cansando, aunque lo supe mejor cuando me detuve a esperar que el semáforo permitiera el paso. Mis piernas ya no daban mucho de sí, pero lo más triste era mi cadera, la sentía gigantesca y algo fuera de lugar, como dispuesta a propósito para lastimar. Sabía que una caminata así la había inflamado, no había mucho que hacer. Crucé unas calles más, me detuve en un jardín público, nunca lo había visto a pesar de transitar por la zona en repetidas ocasiones. Era un lugar de descanso, no había niños corriendo, ni el menor indicio de actividad física, era perfecto para reposar y jugar mentalmente con el número de autos que pasan o personas vestidas de determinado color, eso me pareció. Desde luego un lugar tan apacible no tenía bancas completamente vacías. Todos los lugares de descanso pronto son acaparados por personas que buscan la calma en medio del caos citadino. Para mi el lugar ideal sería ese sin personas.  Cada que puedo me siento donde no sea necesario entablar alguna charla o responder a las preguntas más burdas; en el autobús me repliego sobre la ventana, en los parques me coloco al centro de la banca para que sea más difícil elegir un extremo o el otro para los paseantes. Como sea, esa tarde no había una banca libre, las opciones eran:  una señora tejiendo, dos jóvenes besándose, una mujer hablando por teléfono y otro más leyendo un libro. Creí que la última opción era la mejor, sobre todo porque no despegaba la mirada del libro, estaba realmente concentrado, no había forma de que me prestara atención. Era perfecto.

Me senté y desanude un poco las agujetas de mis zapatos, no es mucha la presión que pueden ejercer, pero cuando el cuerpo envejece, y después de una gran caminata, todo es tan incómodo. Estiré las piernas como una vez el doctor me recomendó para relajar los músculos. Arqueé la espalda, inhale y exhalé durante diez repeticiones. Me sentí muy bien. Por un momento vi todo con claridad. El no tener esposa no era tan malo después de todo, nada había cambiado mucho. Aunque se convulsionara toda mi rutina a falta de mi compañera, tendría que arreglármelas irremediablemente. No sé cocinar muy bien, pero tengo nociones sobre qué temperatura hierve el agua, conozco la pirámide nutricional, mantengo buenas relaciones en la recaudería y sé de qué manera están organizados los alimentos en el supermercado. Sería una torpeza no saber cocinar el propio alimento. Por otra parte sé que hay muchísima información en la Internet; mi hijo podría auxiliarme si deseo buscar la forma de hacer algo, construir un mueble, instalar una nueva cerradura, cualquier cosa. He concluido, además, que hay muchas mujeres. Tanas personas solitarias o ansiosas por no morir lejos de cualquier individuo; son melosas y se comprometen hasta el último respiro. La señora del tejido me dio esa impresión, con toda esa energía mal gastada en una chambra horrible. Tuve ganas de de comentarle que es horrible lo que hace para su nieto.

Así me pasé como dos horas pensando sobre todo, fue un ejercicio interesante. No me sentía tan activo desde hace mucho, era como si recuperara la agilidad mental que se tiene cuando adolescente. sin los esquemas que se van arraigando a través de la educación, la costumbre y la facilidad. Dos minutos más tarde esa agilidad sentí que se esfumaba: cómo era posible no haber visto al joven de mi izquierda. Me di cuenta que era casi como una estatua, no se había movido para nada, o tal vez, se recomponía en nuevas formas sin hacer el mínimo ruido. Seguía con la mirada sobre el papel. Sostenía un libro forrado con periódico, era la sección de finanzas y algunos retazos de cultura. La letra era sumamente pequeña y no podía distinguir las oraciones desde la distancia. Sin saber ni teniendo mayor información me aventuré a concluir que era un libro de matemáticas, tenía una delta, pi, corchetes, fracciones y otros símbolos. Estaba concentrado tanto que no se daba cuenta que lo miraba fijamente. En un evento inexplicable tuve ganas de hablar y preguntarle sobre la lectura. Tosí un poco para llamar su atención, después un poco más fuerte hasta que terminé tosiendo en serio, tenía la boca seca por caminar varias horas sin hidratarme. Cerró el libro:

- No es necesario que tosa señor, me he dado cuenta de usted. Beba un poco de agua, le ayudará con su tos.

El tono de toda la oración me pareció infame, casi paternal, de subordinación. Casi sentí una serie de palmaditas en mi espalda.

- Gracias.

No dejaba de mirarme detenidamente. Bebí casi toda la botella de agua a propósito, esperé hasta los último tragos alguna indicación, no pasó nada y siguió observando.

- Tenía mucha tos, verdad. Espero que haya llegado el alivio, sus labios están muy secos. No debería caminar de esa manera señor; desde luego que la caminata es una gran ejercicio, pero.... No quisiera meterme en sus asuntos, qué bueno que ya está mejor.

- Gracias a ti por la botella de agua. Además esa tos fue por mirón

- ¿Disculpe?

- La verdad es que no dejaba de intrigarme tu lectura. Tosí para sacarte del libro por un instante. Ya que he ensuciado tu botella con mi saliva me siento más animado a preguntarte. ¿Qué estabas leyendo?

- Un librajo, de algo que no entiendo.

- ¿Por qué lees con tanta atención algo que ni siquiera entiendes? ¿Son matemáticas verdad?

- Así es.

- ¿Qué de matemáticas, alguna área en particular?

- No. Siendo sincero tampoco sé de qué trata el libro. Intentaba coordinarlo con algo que yo supiera. Sé que había fracciones, sumas, restas, multiplicaciones, algo de álgebra, también conjuntos y geometría; pero aún identificando eso, me parecía irreconocible el campo en cuestión. Con un símbolo desconocido todo el razonamiento se viene abajo, además no tengo la habilidad para deducir así sin más. Es realmente frustrante -. Sus ojos se agrandaron cuando dijo es realmente frustrante. Pensé que iba a llorar, también sentí un poco de pena y algo de admiración. Quién se pone ansioso por las matemáticas. Creí prudente recomendarle algunas acciones.

- Deberías buscar ayuda, acercarte algún profesor, ir hacia atrás en la construcción del problema; empezar con algo más simple. Sé que las matemáticas requieren análisis, y por definición, es necesario aislar el sistema en sus componente más simples; averigua qué significa cada símbolo, luego qué relación tiene con los demás elementos.

- Gracias por la recomendación, pero siento que es insuficiente. Es una cuestión de tiempo. Sabes cuánto me llevaría recorrer toda la matemática hasta llegar a solucionar o siquiera entender de qué trata los problemas de este libro- . Levantó el libro y fue sacudido como una bella mariposa. - Ya no tengo tiempo para ello, ni las ganas para dedicarme en tiempo y forma a los números. No te das cuenta que se trata de un continuo. Para saber lo que contiene este material debería tener los antecedentes y después conocería las consecuencias. Tendría que aceptar que lo que hay aquí ya no sirve de mucho cuando hay tanto por delante y tanto por detrás. Si me dedicara a regresar en la historia de este problema me perdería en otro laberinto o me toparía con algo peor, todavía más monstruoso e insoluble. Sí, podría conocer la respuesta, incluso memorizar el procedimiento para obtener el resultado, pero siempre es mejor entender el porqué y sí se puede quién. Qué tuvo que pasar para saber la respuesta de algo, bajo qué condiciones. Si no preguntamos eso, es como sentarnos a comer pizza sin saber que un infeliz recibe un sueldo que no le alcanza para pagar la propia pizza.

- Bueno, eso último es casi obvio, pero tienes razón en todo lo anterior -

- El problema es que lo obvio dejamos de observarlo con detenimiento porque es obvio -

- Calma, sin tautologías - Intenté ser gracioso; me miró y por alguna razón sus pupilas me parecieron que se dilataron.

- Me refiero a que dejamos de observar lo evidente, lo que tenemos la certeza de que está ahí, lo que surgió desde la explosión primigenia, nuestra miseria y la gloria. Dejamos a lado toda la historia por artimañas metafísicas, fantasmas, apariciones, vacíos y ambigüedades.

Me sentí incómodo en esa banca. Imaginé que pudo ser mejor estar con la señora del estambre. Vi tanto furor en sus ojos que me inspiraron angustia, me sentí inseguro. Y si es alguno de esos locos extremistas de izquierda (la pizza, sueldo, miseria, gloria, historia). Ojalá no, porque no tengo ganas de escuchar más verborrea ni en contra ni a favor de nada, sólo deseaba satisfacer mi curiosidad por el libro.

- Sí -

- Claro que sí, pero disculpe señor, parece que he hablado demasiado, dejaré que siga en lo suyo -

Como no había nada más que hacer, ni tenía ganas de llegar a mi casa le pregunté. - No te preocupes, en realidad, quien interrumpió fui yo, tenía algo de curiosidad por tu libro, en verdad te veías absorto en las páginas. ¿Qué más te gusta leer? -

- Pues nada en particular, leo lo que me cae en las manos, a veces estoy en el baño y leo las etiquetas del champú, los compuestos de la pasta de dientes, el periódico, revistas, la etiqueta de la ropa, lo que sea. No por ello tengo subdesarrollado el sentido de la selección literaria. Hay temas que me intrigan, hay otros que me asustan, están los que me generan más dudas (como éste libro) y los que me dan certeza. No podría hablar de autores, ni principios filosóficos que me fascinen, diría que si algo no es lo suficientemente entretenido lo boto.

- Tengo hambre - De la nada me di cuenta que no había comido desde hace un buen rato, no sabía si eran horas o una noche completa. Todo era bastante confuso después de subir y bajar en el ánimo. Tenía un poco de tristeza por haber roto el trasto en la puerta de una extraña. - Y si vamos a comer, yo te invito -

La forma en que me vio era una respuesta bastante explícita. Le dije que no había problema, desde luego nadie quiere salir con un extraño que conoce en el parque, salvo si fuera una de esas citas donde está acordado que irían a un hotel, luego me disculpé otra vez por esos comentarios.

- ¡Usted me cae muy bien señor, vamos! -

--------------------------------------------


Anduvimos varias calles de regreso por donde vine. Vimos unos restaurantes muy bonitos, pero demasiado caros para nuestro gusto. En un gesto de honestidad y confianza me mostró todo su dinero, ni juntando el capital de ambos podríamos comprar lo suficiente para llenar dos estómagos. Conforme nos alejamos de la zona céntrica parecía que nuestro dinero rendiría más a costa de la higiene. Luego vimos que un local regalaban dos refrescos o cervezas con la comida. Fue la mejor opción. El lugar era amplio pero con pocas mesas, me di cuenta que tuvieron que juntar todo el mobiliario en una zona porque si era distribuido por todo el espacio se vería más triste el pequeño restaurante. Me dio la sensación de estar en un billar, pues las lámparas de trapecio de las mesas sólo las habían colgado un poco más arriba, todo era mobiliario de aluminio como en los billares, las mesas tenían porta botellas en las cuatro patas, como una mesa para el dominó. El color del lugar era salmón y un cinturón pistache por todo el perímetro. La ventilación era muy buena, en caso de que la comida fuese un asco nadie se daría cuenta por la brisa que entraba por un costado y salía por el otro. Traté de asomarme para ver el interior de la cocina, pero estaba muy bien tapado por una cortina de nylon, sólo escuchaba algunas risas provocadas por el programa de televisión. Apreté un poco los párpados deseando que nos atendieran rápido, no tenía intención de prolongar mucho este momento de comida con un extraño, en verdad no quería incomodarlo, suficientemente bueno fue al acompañarme a comer. Aunque no lo dijo ni insinuó, pero creí que debió pensar que era un anciano necesitado de compañía, y sí, pero no tanta como supone.

 Ordenamos bastante rápido, de hecho, el menú era escuálido y sin mucho margen de elección. Pedimos dos refrescos primero, dejando las cervezas gratis para el final. Después de esperar un rato la comida, fui al baño y confirmé mi teoría, era un billar, habían unas mesas desarmadas sobre un pasillo que daba al otro lado de la ventana del baño. El lugar era bastante gracioso sin perder la comodidad. Cuando regresé vi muy acomodado a mi acompañante, disfrutaba demasiado sacar y meter la botella de refresco en la pata de la mesa. No dejaba de mirar el techo de láminas. Le pregunté si le gustaba el lugar y dijo que sí. Hablamos sobre el billar, que es mil veces más deporte que otras atrocidades. Ninguno de los dos sabía mucho de billar, pero el ambiente del lugar nos hizo pensar que sí.

No le hice preguntas sobre aspectos personales, procuré irme sobre la conversación basada en opiniones genéricas y apreciaciones someras sobre asuntos superfluos, que no tuviera que referirse a aspectos particulares de su forma de ser o pensar; sin embargo, mi resultado era contrario a mi operación, hacia referencias a su tía, a su mamá y a algunos amigos. "Tengo un amigo que tal por cual, me decía; el otro día mi tía me dijo que las cartas; si hay algo que me molesta es mi mamá que siempre..." Era como si el refresco de guayaba le hubiera soltado la lengua, me molestaba su apertura, no se supone que yo siendo el viejo debería ser el titular de una conversación. Mejor me dediqué a sorber el refresco sin hacer ruido.

Me esforcé para no sonar aterrador cuando le pregunté sobre qué pensaba sobre salir con un extraño y viejo. Dijo que no era la primera vez que salía con alguien que acaba de conocer, no era algo frecuente, pero siempre uno termina hablando con extraños, en el cine, en las fiestas, en el bar, en el mercado, en la fila de la renta de películas, pasando el tiempo en la parada del autobús. Repliqué su argumento diciendo que yo no frecuentaba este tipo de actividades, con los años evito las aglomeraciones e iniciar pláticas aburridas. Mi sinceré y le comente que no estaba aburrido con él.

La comida llegó tarde, pero no nos molestamos en reclamar, pensamos hacerlo cuando vimos el caldillo bastante frío y la mala actitud de servicio, pero no opinamos al respecto. Comimos con una técnica infalible, tragar sin saborear. Nos vimos y jugamos una especie de carrera para ver quién terminaba el guiso más rápido, sacamos la cuchara de la mezcla para empinarnos el plato, luego cuchareamos el arroz, metimos la mayor cantidad en el menor tiempo. Nadie ganó, pero él perdió si hubiéramos competido para no vomitar.  La comida no tenía tan mal sabor como para volverla, pero tener demasiada y con distintos sabores, y la indisposición que teníamos, a cualquiera lo hubiera llevado al baño. Cuando salió sonrió porque las cervezas gratis estaban sobre la mesa.

- Exquisita, verdad - Tuve que responder a su entusiasmo.

- Claro que sí. -

Bebimos los primeros tragos sin premura. Bajó la cabeza a la altura de la cerveza y leyó la etiqueta. Me preguntó si sabía cuánta cantidad de alcohol puede filtrar el higado en promedio. Le dije que no sabía.

- Yo tampoco sé. Lo que sí te puedo decir es que una vez compramos un maquinita para hacer la prueba de alcoholemia. La probamos cada vez que tomábamos unos tragos para medir la evolución de nuestra briaga. Era muy ocioso el experimento aunque divertido - Me dijo orgulloso.

- Suena interesante, pero le quita todo lo atractivo a beber. A veces es más importante el momento que la cantidad, o al revés, porque el momento está muy chingado -

- Sí, toda la razón. Yo prefiero la cerveza antes que cualquier bebida. No tengo ninguna razón en particular más que la costumbre. Es sencilla, no rebuscada como las destilaciones de otros frutos -

- Es deliciosa para distintas ocasiones... Sin duda, el Whisky es mi bebida por excelencia. Lo sé, es una bebida para viejos, pero cuando estés mayor sabrás que la garganta se seca y se convierte en un escape de auto. No es cierto, sigue igual a menos que fumes o sufras algún traumatismo -

- Espero que no. Tampoco soy un experto en el tema, hay mucha coctelería que no conozco y no pienso hacerlo, no me atraen, además de que el precio es inaccesible. -

- Vamos por unos, yo invito - Al mismo tiempo que extendí la invitación entendí la gravedad de mis palabras. Si apenas juntamos para una jodida comida.

Como si lo hubiera pensado en voz alta él intervino.

- Yo no tengo dinero y hasta donde usted me informó también está quebrado esta tarde. -

Y seguí sin poder hacer nada - No importa, tengo una tarjeta, sólo necesito conseguir un ATM.-

- Pues la verdad no me sentiría cómodo, en verdad, no tengo ni un peso. -

Con esa aceptación velada no podía desistir - No te preocupes, no hay problema por eso. Insisto: Levántate y vámonos de este billar de mala muerte. -

En el camino no hablamos más, como si el ánimo se hubiera quedado en la cocina. Pensé que era momento de correr para perderle unas calles más adelante o en la primera que viera, luego me pareció vergonzoso porque era imposible que huyera de una persona mucho más joven con una cadera en perfectas condiciones. Lo más fácil sería comprar un par de cervezas más y dar por terminada esta tarde de paseo. Sí, así sería, ser educado, cumplir con mi palabra y no verlo nunca más. Ni siquiera sabía su nombre, de tal modo que sería más simple dejar este asunto como mera accidente.

- Mira ahí puedo sacar dinero. -

Cuando estaba frente a la máquina no supe cuánto dinero pedir, si dos centenas, tres o tal vez cinco. Sólo serán unos tragos, nada más. Atención. Saqué quinientos. Puse trescientos en la billetera y la otra parte en la bolsa trasera del pantalón.

- Listo. No hace falta nada más que diversión. ¿A dónde deberíamos ir? ¿Qué propones?

- Yo no estoy en posición de proponer, señor. Usted haga la elección que mejor convenga a su bolsillo e intereses. Incluso podríamos regresar a la cocina. -

- No, qué asco. Sígueme -

Caminamos hasta incorporarnos otra vez a la zona céntrica. Me acerqué a una base de taxis y con un acento inventado pregunté sobre un bonito bar. Dio un minuto de indicaciones, no le puse atención porque me pareció un taxista bastante estúpido, porque no se ofreció a llevarnos. Qué haragán. Gracias, le dije cuando terminó.

- Que no sabe de ningún bar bonito.-

- Si no hay yo creo que podemos dejar el plan para otro día. -

- No, para nada. Ya te invité y cumpliré como quedamos, beberás algunos cocteles.-

Después de cruzar algunas calles mi cadera comenzó a molestarme, quería sentarme y terminar lo más pronto posible este recorrido absurdo. Vi un caballete sobre la banqueta, anunciaba gran variedad de tragos al dos por uno. Era excelente, además tenía la música a un volumen moderado, suficiente espacio en la barra y unas cuantas mesas vacías. Sin pedir su aprobación entré y pedí un cerveza.

- Puedes pedir lo que quieras -

- Gracias. Espero que no piense que soy infantil, pero no se me apetece un cocktel. Lo siento -

- No te preocupes, ordena una cerveza -

- Una cerveza, por favor -

Después de pedir la cerveza noté que la luz del lugar era bastante pobre, sólo cuatro lámparas de color rojo incidiendo sobre el centro. Replegadas en la pared había algunas mujeres con minifaldas y escotes que dejaban ver senos flácidos, tal vez manoseados por no sé cuántos hombres. Era más prostíbulo que bar. Me alegré que no haber pedido cocktelería porque las botellas estaban llenas de polvo, probablemente con caducidad vencida. Nadie dijo nada, estábamos en un estado de reposo e indiferencia total. Sólo bebimos en silencio.

El barman destapó otras dos cervezas y las puso sobre la barra. Claro, era la ronda gratis de la promoción. La empinamos al mismo tiempo, bebimos hasta donde comienza la etiqueta. Nos miramos y metimos todo el líquido en un sólo intento. Nadie ganó la competencia. Pedimos dos cervezas más, el barman las cobró, recogió los cuatro envases y puso de nuevo otra ronda. Hicimos lo mismo: hasta la etiqueta, después todo el líquido.

- Te gané - le dije mientras limpiaba los residuos de mi barbilla.

- Claro que no. Yo gané, mira no queda ni una gota. -

- No lo creo, ahí puedo ver rastros de cerveza todavía. Con la siguiente podemos definir ésto.-

Bebimos la cuarta cerveza más rápido que la vez anterior. Dejé abierta mi garganta dejando que todo se deslizara hasta el estómago. No resistí la irritación, estaba demasiado fría y con mucho gas. La sensación de burbujas me hizo escupir sobre la barra.

- Lo siento, discúlpeme, señor. -

- Tenga más cuidado, don.- Se contuvo el barman porque claramente estaba molesto. Limpió toda el área y regresó a platicar con un sujeto corpulento que estaba en el otro extremo. La razón por la que no reclamó fue obviamente porque la conversación que tenía era más importante que discutir con un anciano jugando con la cerveza.

- Ganaste definitivamente -

- Lo sé - Soltó una carcajada y con las manos indicó al barman que trajera dos cervezas más.

El barman se molestó por la urgencia con la que pidió. Sólo deslizó las cervezas sin destaparías. Le grité que si me las podía destapar. Una vez más regresó, tomó ambas botellas y con la boca quitó las fichas. No me pareció intimidante, me pareció asqueroso y se lo hice saber en el acto. No beberemos esas cervezas, le dije.

- Sabes qué, mejor lárguense de aquí. Estoy ocupado, ya se tomaron unas cervezas, porque no sólo se van. Si van a estar chingando y no van a consumir más que cerveza mejor a la chingada -

"Nada más que cerveza" Entendí y pude ver con mayor claridad, como si la luz se hubiera hecho más intensa. Las mujeres que nos rodeaban eran prostitutas, esperaban el momento adecuado para ser abordadas o viceversa.

- Bueno, tenemos derecho a estar aquí, te estamos pagando y no estamos molestando a nadie - Dijo mi acompañante con una seguridad extraña, ficticia, me pareció.

- Ya les dije - Regresó a la conversación que tenía con el hombre de playera ajustada, con jeans negros y un reloj de plata.

Bajé la velocidad para beber la siguiente cerveza. Mi compañero se quedó callado otra vez, no sé en qué estaba pensando pero ahora ni siquiera me miró para beber. Le pregunté si quería irse. Ni siquiera es tan bueno el lugar, intenté persuadirlo.

Me contestó que no era necesario, sólo se había quedado pensando en algunas cosas.

- ¿Por qué tiene que gritarnos? ¿Qué le pasa? Lo digo, no porque me haya sentido ofendido, si no qué circunstancias le han llevado para que trate a las personas así. Sé que estamos en un bar-prostíbulo, no soy tan ingenuo para no ver que él controla a las mujeres. Acaso cree que todos deben rendirle tributo, que tiene poder sobre un ser humano, claramente sí, pero desde qué momento, cuándo se le ocurrió dedicarse como padrote, porqué. Muchas respuestas son obvias, pero creer que todos somos como aquellas mujeres en minifalda. Es una ofensa a la inteligencia, qué ser tan obtuso. No todo el mundo se inclina ante a el como cuando pide que le chupen el pito tres mujeres al mismo tiempo. Tampoco pretendo ofenderlas, pero el mundo de él es tan pequeño como el de las mismas mujeres como para no darse cuenta que podrían hacer otra cosa de su vida. No creo que una actividad sea más o menos despreciable que otra, pero un ser dichoso sabe que puede hacer más actividades, dejar una y comenzar con otra. No importa si deseas ser el mejor o no, lo interesante es descubrir y ser feliz con ello -

- No creo que sea para tanto, así son este tipo de lugares. No creo que sea frecuentado por individuos con un elevado código ético. Sí, se me antoja una mujer de ahí, tan sólo ve qué piernas tiene la del fondo, pero no me acostaría con ella. Son obligadas. La mejor mujer es aquella que está dispuesta a ser amada.-

- Pues yo creo que el tipo de lugar determina la clase de personas que somos. Claro que por algo están esos hombres ahí acariciándolas, pero eso nos llevaría a una conclusión discriminatoria: este lugar está lleno de gente estúpida porque es un lugar que tiene una configuración adecuada para engendrar estúpidos. Si tal fuera el caso, estamos siendo tan idiotas como el lugar en conjunto. Mujeres esclavas, hombres violentos, servicio pésimo, ilegal... podría seguir y seguir. No creo que seamos estúpidos y tampoco ellos deberían comportarse como tal. Sólo escupiste un poco de cerveza.-

- Estoy de acuerdo, fue un poco de cerveza, pero así son estas personas en este contexto particular. Qué esperabas, que colgara tu mochila, nos mostrara la carta, hiciera una recomendación para beber y el mejor espacio para fornicar. Desde luego que no. Todo es demasiado explícito, vienes te embriagas, un poco de charla, pero sobre todo mucho sexo de paga. No vienes a tomar un desayuno con los amigos, ni a beber como si fuera un bar para estudiantes.-

- Ni hablar, tienes razón. Debo admitir que no me había sentido tan incómodo hasta que hablaste de las mujeres como esclavos. A veces se pierde la perspectiva. -

Se concentró de nueva cuenta en la cerveza y pidió dos más. Me pareció osado de su parte ordenar como si él fuese a pagar. Sonreí para mi sin más importancia. Realmente me la estaba pasando bien. No fue efecto del alcohol porque tengo bastante años como para saber todas las formas en las que puedo comportarme. En realidad era su presencia. Era como estar con un anciano más. Una persona que habla poco, se encorva y se mete en sí mismo. Contemplativo.

Llegaron las cervezas y nuevamente el sujeto nos increpó.

- Aquí no se viene nada más a ver, ni a beber, tienen que consumir otras cosas. Ya llevan un rato sin hacer nada. Se van a animar con algo o le llegan a la chingada. -

No supe identificar la intención de la última frase, si era pregunta o afirmación. Me quedé callado mirándolo a los ojos. Sin poderlo explicar le dije que se fuera a la chingada él, entre paréntesis agregué, aunque seas dueño del pinche lugar. Me dijo que me fuera a la verga, pinche viejito. Destapó las cervezas y se replegó hasta el lugar de donde vino.  El joven me observó con los ojos bien abiertos, un poco de sorpresa mezclada con miedo.

- Qué le pasa. ¿Por qué hace eso? Nos van a golpear o peor. No hace falta imprudencias. Una cosa es charlar, la otra es ofenderlo. Si algo pasa, tiene que saber que correré porque no pienso batirme a golpes en un triste lugar como éste. -

- No pasa nada.-

Sabía que algo pasaría.

- No puede saber eso. Esos dos sujetos no han dejado de hablar desde hace rato. Seguramente son negocios o algo parecido. Creo que deberíamos irnos ya. -

- Calma. Está enojado porque seguramente es su jefe, lo debe estar reprendiendo, diciéndole que es un estúpido. Y nos atiende por orden directa. Tratar bien a los clientes o algo parecido.-

- Estás loco. No sabes.-

- Sí sé. Sólo hay que consumir algo extra y listo.-

-¿Mujeres? Yo no.-

- Entonces qué.-

- Pues no sé. Más cervezas.-

- No te das cuenta. El alcohol es la cubierta de toda la carroña.-

- Pues resolvemos eso ahora o me voy.-

Levanté mi mano y nuevamente vino para acá el barman. Le pregunte sobre los demás servicios y productos. Lo que quieras, tenemos de todo un poco, nos comentó de una forma más cordial. Me rasqué la cabeza, resolví lo más rápido posible. Queremos cocosh. Los dos me voltearon a ver con las con las cejas corrugadas. Mi interlocutor iba a decir algo, pero mejor se volteo, caminó hasta un botiquín, sacó un bolsa pequeña con el polvo y me dijo que esa sí la tenía que cobrar en el acto. Le pagué con el único billete que tenía. Me regresó algo de cambio, no lo conté, deslicé en la bolsa de mi camisa el cambio y la bolsa blanca, pedí otras cervezas más.

- Qué chingados fue eso. ¿Por qué pediste eso?.-

- Si quieres lo cambio por una mujer. No estoy seguro que acepten trueque ni devoluciones.-

- Pues no... ¿sabes cuánto costó esa bolsa, al menos? Llevamos ya varias cervezas -

- No te preocupes, son dos por uno y ahí viene la otra.-

Para que entrara la última terminé con mi cerveza rápidamente, él hizo lo mismo.  Nos quedamos callados y observamos el lugar. Giré sobre el banco y me di cuenta que el lugar era más grande de lo que parecía en la entrada. Tenía bastante profundidad. Una planta improvisada con vigas y pisos de madera; tenía cortinas y unos pies descalzos podían verse desde abajo. La imagen era bastante ambigua, nunca pude determinar si se trataba de hombre o mujer cuando sólo veía el arco de un pie. Cuando regresé la mirada, una señora con los senos más separados jamas vistos, se quitó uno de sus tacones y bailó su tobillo. Sonreí tratando de enviar un mensaje de cordialidad. Las piernas eran increibles, mucho mejor que sus pequeños senos. Nunca había podido tener sexo con una prostituta, no por dilemas morales. Una vez intenté sin éxito, todo el acto estuvo repleto de imágenes de hombres sudando, eyaculando y posando sus nalgas hediondas en el mismo espacio que yo. Perdí la erección; no sé porqué, pero la dama se molestó. Probablemente le hice perder el tiempo.

- Como te quedaste apagado, pedí dos cervezas más para cada quien; es decir, que tendremos cuatro para cada quien. Con eso podemos retirarnos de aquí porque está obscureciendo.-

Cuánta formalidad en un joven tan borracho. Tenía una sonrisa plena.

- Si, me parece una buena idea, bastante prudente mi estimado. Te puedo hacer una pregunta.- Me animé tal vez por la última cerveza.

- Sí.-

- ¿Cómo te llamas?-

- Buena pregunta.-

- Ya sé. Me merezco conocer esa información. Has pedido cervezas como si nada, no es reclamo. Quid pro quo.-

- Me llamo Maximino, pero en casa y amigos me llaman Max, una contracción ridícula les he dicho, preferiría el nombre a secas sin florituras cariñosas, obviamente es algo que no puedo decirles, pero a ti sí porque apenas nos conocemos -

- Entendido, Max -

Reímos mucho como lo hacen dos borrachos, escandalosamente innecesario y una charla desmedida sobre cualquier cosa. Las mujeres comenzaron a incomodarse, cruzaron las piernas como un gesto peyorativo, una expresión de autoridad, además cerraron los brazos y las miradas dejaron de ser cálidas. Pensaron que convertimos el lugar en un bar corriente, dejamos atrás la idea de un prostíbulo. Consumimos droga y alcohol, pero no mujeres, supongo que eran el producto estrella. Estaban ofendidos.

- Creo que lo mejor sería irnos, el lugar comienza a sentirse hostil - Me adelanté a decir.

Ciertamente todo la atención estaba sobre nosotros. Un hombre sin playera y gran vientre veía desde las escaleras, había terminado lo suyo con la señora porque ya no estaban volando los pies. El cantinero nos sonrió. Luego todos acercaron algunos pasos hacia nosotros. Nos rodearon con su atención. Qué inequidad había en ese momento, tantos hombres y mujeres sobre dos hombres embriagados, pensé.

- Ya, ya. Vámonos -

Alguno de nosotros dio la orden, no puedo recordar si fui yo o mi compañero. Bajamos las piernas del soporte inferior de la barra, buscamos la salida y caminamos a paso largo hacia ella. Era claro que no dejarían escaparnos así nada más. Me impactó el rostro de terror de Maximino. Sentí tanta culpa, en qué lo había metido, me pregunté en un diálogo estúpidamente estéril. La adrenalina estaba fluyendo por todo mi cuerpo, el estómago se me achico varios centímetros en una implosión bastante impresionante para alguien viejo. En un movimiento brusco tiré la cerveza hacia el espacio donde despachaba el barman. El crujido del cristal alertó a todos; como pude, apreté el muslo de Maximino esperando que entendiera el mensaje: larguémonos de aquí. Fue imposible y sería catastrófico correr. Dos sujetos habían cerrado la puerta del local. El barman nos apuntaba, a ninguno en particular, con un revolver desgastado. Rodeó toda la barra hasta estar frente a nosotros, sentí un impacto sobre la cien, sobrevino el mareo acompañado de presión y un olor a metal. Maximino fue golpeado en la nuca, se desvaneció sobre la barra, como si las cervezas lo hubieran fulminado.

- ¡Ahora sí le van a llegar a la verga! - Escuché un grito tan iracundo que pensé nos hablaban a través de un megáfono. No logré ubicar al sujeto que gritaba, supuse que era el barman. Nadie estaba tan harto de nosotros como ese hombre. - Si no le llegan a la chingada, ahorita los matamos -. Creo que era innecesaria una amenaza de muerte, nadie en su sano juicio responde con negativas a un hombre empistolado dentro de un lugar clandestino. Acaso si llevas una pistola, el cual no era nuestro caso.

- Ya nos vamos, señor. Ayúdame a levantar a mi compañero y con gusto nos vamos de aquí. No hay necesidad de tanta agresión -

Las prostitutas nos miraban como una mirada procaz, como quien se escandaliza por un desnudo público, al menos así me sentí. Los hombres nos veían con ira y gestos furibundos, esperando la orden para avalanzarse sobre nosotros. Así pasó. Después de mi enunciado me patearon sobre las piernas y la cadera. Grité como nunca, después se ahogó el sonido en un llanto incontrolable. Mi compañero seguía tumbado en la barra, pero con señales de vida. Me empujaron, me bolsearon y cargaron a Maximino dos hombres y una mujer. Lo llevaron hacia la puerta mientras vaciaban los bolsillos del pantalón y la sudadera. En minutos habíamos recibido una golpiza junto a un hurto de apenas unos segundos. Fuimos lanzados hacia la acerca en la forma más caricaturesca. Maximino fuer tirado como un costal, su cabeza sangró apenas tocó el suelo. Mis piernas no soportaron el forcejeo, caí como señorita con minifalda, rodillas desprovistas de balance y fuerza.

Apenas afuera miré el cielo y había sido teñido por la noche. No pasaba ninguna patrulla, esperaba tan sólo una para contar lo sucedido, pero todo estaba tranquilo. Se escuchaba un chiflón. Maximino dormía plácidamente, sacudí un poco su cuerpo esperando que reaccionara. No tenía moneda para hacer una llamada, me (nos) habían quitado todo. Retiré el cuerpo de en medio y lo senté recargado en la pared. Me sentía muy lastimada la cadera, sólo pude caminar dos calles en búsqueda de ayuda,  no encontré nada antes de que el dolor me hiciera cerrar los ojos. Apreté mi mandibula y regresé por Maximino. Cuando llegué ya había abierto los ojos, le pregunté si estaba bien, que teníamos que ir a un hospital. El dijo que no hay problema, sólo fue una leve contusión. Me pidió que lo llevara a casa, hay un doctor ahí que lo puede atender y a mi. Yo también estoy muy lastimado de mi cadera, no podré cargar todo tu peso, pero podemos caminar ambos lentamente, le confié. Aceptó y me abrazo con su costado derecho. Caminamos tres calles hasta que supe cómo podía ayudarlo mejor.

- Qué suerte. Esto nos va a calmar el dolor. ¿Quieres? -

- Bueno - No me sorprendió su respuesta, era el miedo mezclado con dolor lo que lo hizo aceptar.

No encontraron mi cocaína o no quisieron robar lo que ya había sido comprado en una transacción justa. En la cabina de un teléfono público tiramos el polvo blanco, la cortamos con un folleto que ofrecía empleo bien remunerado y con prestaciones superiores a la ley. Inhalamos cocaína dos veces cada uno. Caminamos varias calles hasta encontrar un sitio de taxis.






















miércoles, 5 de marzo de 2014

Las cosas pequeñas

La última vez que publiqué fue en el cumpleaños de mi papá. Me olvido que un espacio para la escritura no es nada sin unas pocas palabras. Como unos zapatos que no sirven para nada si no se camina. Qué poético y tan fuera de mi fue esa comparación. Espero en las semanas venideras llenar este espacio con la segunda entrega de mi "historia larga" como la he denominado; además de publicar un cuento sobre crimen. He llegado a la conclusión que mi estilo - por ahora - está completamente en la exposición de la violencia, de la matazón y el hampa. Es posible que sea el contexto nacional que me ha engullido, no lo sé, sólo con el paso del tiempo podre hacer una mejor valoración; es que creo que hay algo de artístico en la violencia, detrás de ella hay más sufrimiento que ella misma, hay tristeza, dolor, soledad y otras tantas cosas que orillan a una persona a lastimar a otra. Son muchas cosas pequeñas. 

Otra de las razones por las que no he escrito se debe a haber trabajado en dos textos periodísticos más o menos extensos. Tengo que confesar que la escritura periodística es más difícil de trabajar para mi, en la literatura es muy sencillo mentir, pero en el periodismo uno no puede poner a un personaje a bailar si jamás lo ha hecho. No puedo hacer que un vendedor ambulante deje de hacerlo para ponerse a escribir, son seres humanos - más o  menos- libres, en un cuento no, son esclavos de la historia, del principio y fin que cada autor ha puesto sobre ellos. Cosas pequeñas.