martes, 28 de mayo de 2013

Notas sobre la ignorancia II

La nota del día de hoy es sobre un estudio que publicó la OCDE donde aboran el tema de las horas que trabajan las personas al año y el bienestar con el que viven: servicio médico, educación, empleo, etc... También en el mismo estudio se encuentra un dato curioso: El 80% de los mexicanos está satisfecho con su vida. Por sí mismo ese hecho es atractivo para cualquier análisis. ¿Por qué somos felices con nuestra vida cuando todo parece desmoronarse al rededor? Hay información que demuestra que somos uno de los países más violentos en el mundo, estamos en los primeros lugares en índices de corrupción, no destacamos en educación, producimos poco dinero y decenas de primeros lugares más. Nada de eso parece hacer mutar el carácter estereotípico del Méxicano, un ser jocoso o festivo. Y eso me en lo personal me preocupa.

No es que tenga algo en contra de la felicidad de la población, qué bueno estar rodeado de personas alegres, pero la única respuesta que hallo a este sentimiento es la propia ignorancia. En realidad mucho del actuar del ser humano lo atribuyo a la ignorancia, algo que puede ser repetitivo y reduccionista, pero estoy convencido de ello porque la historia lo ha demostrado claramente: o actuamos buscando un efecto con toda la información a la mano o de plano nos dejamos ir por prejuicios, suposiciones e informaciones irreales. Y el mexicano de hoy en día parece actuar con la menor cantidad de información. Asiste al trabajo sin saber si lo que hace está teniendo un impacto real sobre su economía, ya no digamos la nacional. Si en realidad mi trabajo vale la pena realizarlo durante horas y horas. Acaso los trabajadores se preguntarán cómo se realiza su actividad en otro país o qué tipo de individuo lo hace, cómo hacerlo mejor (citando a Dr. House: Work smart, not hard...) 

En algún punto esas cuestiones requieren tiempo y si el trabajo es agotador a nadie le importa, pero para ello existen profesiones y trabajos que buscan la reflexión. En mi caso como periodista estoy obligado a reflexionar sobre estos puntos e invito a cada trabajador que apachurre un poco más su realidad y la haga cruda. Que trabaje con hechos y no fantasías en las cuales espere un mejor sueldo, que la situación económica mejore mágicamente, que dios lo ponga en el lugar que merece. No. Somos pobres porque somos ignorantes no tenemos idea de cómo trabajar. 

martes, 21 de mayo de 2013

Notas sobre la ignorancia I

Existe la creencia popular que la ignorancia sobre ciertos o muchos aspectos es el mejor camino para lograr la felicidad. Si uno no sabe que morirá a lo mejor disfrutará mejor los últimos días, semanas o meses. Si alguien no sabe los efectos negativos de cierto hábito, no importa porque mientras lo hace está disfrutando la vida como nadie, además, que de algo ha de morir. Que la ignorancia es un sofá muy cómodo donde la vida sólo circula sin más, poco sobre qué pensar, el porvenir se acerca con naturalidad antes que uno se estampe contra él a causa de saber mucho. Y si no fuera poco, el argumento sigue así: Saber no sirve de mucho, si no hay utilidad práctica para qué; si un conocimiento no es materializado no sirve; si está lejano a nuestra experiencia diaria es basura. Así lo gritan: A mi qué me importa si el centro de la tierra es más caliente de lo que pensamos. Acaso debería importarme la relatividad del espacio y el tiempo.  Qué importancia tiene saber que existió un insecto hace millones de años. ¿Matemáticas para qué si con sumar y restar basta?

Debo decir que mi argumento no es nuevo. Defender la importancia de conocer es un refrito milenario, sin embargo, se sigue haciendo porque la ignorancia parece ganar terreno tanto como el conocimiento. Cada que se publica un artículo o alguien culmina una lectura sobre algún pensador otra persona se convence de la existencia de espectros, fuerzas trascendentales o experiencias que tienen otra explicación bastante más precisa e incluso maravillosa. La ignorancia es una condición humana tan natural como el vello sobre los brazos o los caninos haciéndose afilados. No saber es lo más común en la vida diaria e historia de la humanidad, pero intentar conocer es una actividad que necesita incentivos, a veces es espontanea, pero luego inhibida por las circunstancias históricas de cada personas. Hay sociedades que han estimulado la necesidad de conocer en sus ciudadanos, otras - como la mexicana - ni si quieran consideran obligado que la población aprenda a cuestionar, a reflexionar o criticar.

La ignorancia es destructiva y en pocas ocasiones estamos conscientes de ello. No reflexionamos sobre lo que no sabemos, tampoco creamos hipótesis sobre lo que podría suceder con nuestra vida por desconocer todo tipo de eventos y sus explicaciones. Y cuando logramos hacernos de un conocimiento no sabemos porqué llegó ahí, lo tomamos como una consecuencia necesaria de la vida como aprender a manejar, utilizar la Internet, leer y lo reducimos a malabares diarios sin mayor relevancia que pasar el tiempo.

Mientras la ignorancia permanece en sus formas más inocuas los problemas ni siquiera son visibles. Sólo pasa que hacemos el ridículo por no operar bien ariméticamente en el restaurante o calculando los metros cuadrados de nuestra casa. También se ríen de nosotros por ignorar autores fundamentales de la literatura universal, nos repliegan de grupos que no deseamos pertenecer. Luego nos avergüenza un tanto no poder seguir el hilo de una charla entre personas que parecen dominar un tema, incluso nos enojamos o recurrimos a la cerrazón como la mejor decisión "no me importa lo que puedan decir" "están locos". Peor nos sonrojamos cuando no sabíamos que una enfermedad era contagiosa de tal modo, pero reímos porque la gente crédula cree que el limón corta la bacteria.

Al final la ignorancia es fatal en cualquiera de sus disfraces: para quien está convencido que ha llegado al horizonte del conocimiento y se aferra a supuestos y teorías con toda pasión, como para quien no sabe que es ignorante, que vive al día sin preguntar nada. Es igual de nuboso el mundo si se creen todas las preguntas contestadas o agotadas como no hacer ninguna. El tapiz de la incertidumbre es hermoso porque es inagotable y parece diferente cuando se le ve micro como cuando se ve macro. No es sencillo darle cabida a los problemas (quién quiere más tribulaciones en una vida - simple - indefinida) pero sólo quienes se atreven estar con el pie sobre el precipicio, puede ver que lo que hay abajo es maravilloso. 

viernes, 10 de mayo de 2013

Parálisis

Llegué cuando todos estaban ya parados con la lata en la mano, dispuestos en un círculo que custodiaba las botellas que deberían durar toda la noche. Busqué por dónde colocarme, no lograba ubicar un rostro conocido, o mejor dicho, no deseaba estar con las personas equivocadas. Conocía a la mayoría, pero sólo de vista larga y hoy no estaba con el ánimo para mezclarme con personas nuevas. Al fondo estaban los compañeros de borrachera "Hola, cómo van" saludé a todos sonriendo y ansioso por empinarme una cerveza de lata. "Me regalan una"  Estaba helado el aluminio, simplemente perfecta, sudaba gotitas que me parecían sexys "Gracias". El primer trago de una cerveza siempre es el mejor, todas las moléculas son perceptibles, los sentidos no están adormilados y sabe a cebada, la espuma como pequeño oleaje oral y el alcohol infantil, bastante inocuo. Las siguientes son suficientes para beber una tras otra, pero la pérdida de la receta es indicador de una buena borrachera. Por eso termino bebiendo remansos de baba o sobre un florero, no sé. Una vez quedaron chorritos de lager y media botella de tequila. Nadie quería quemarse el estómago con un tequila barato, mejor lo diluimos en cerveza. Sólo disminuyó un poco el asco. 

Pregunté por los usuales borrachos que no estaban todavía. "Llegan en cualquier momento, lo más seguro, es que hayan pasado por chupe".

Nunca hay mucho que hacer en estas reuniones, sólo es pasar el rato agotando toda posibilidad de razón. Reir por recuerdos empolvados, tirar bromas sobre el aspecto de los amigos. Al fin eso es mejor que permanecer en casa recostado sobre el sillón con una mano bajo el pantalón. Esa noche pensé quedarme porque los motivos para ir eran tan patéticos como repetitivos que comenzaba a irritarme sobre mi vida. No puedo encontrar una mujer excepcional en borracheras a las que acudo. Sí, las hay hermosas, pero lo suficiente para permanecer fuera de mi alcance. Feítas, sí, pero consuelo que después me provoca nauseas. No vale la pena salir para hallar una mujer que ha de ser visitante en otro lado, tal vez en un museo, una galería, un sala de conciertos. Quiero una mujer inteligente, que pueda beber tanto como yo porque es algo que no pienso dejar a un lado. Podrían aventarme una piedra envuelta en un papel que dice "alcohólico" y lo seguiría haciendo. Son dos actividades vinculadas a mi felicidad: si me embriago soy feliz, si encuentro alguien con quien pasar la noche hasta el otro día o semana soy doblemente feliz. Quien sabe si deje de beber si me enamoro por un instante.

Ahí venían con las bolsas de plástico. Me decepcionan las personas que piden bolsas de plástico para todo. En los centros comerciales exigen doble bolsa para cachar el papel sanitario cagado, otra para levantar las cacas de perro, una más para envolver las tortillas, una más para asfixiar a su pareja mientras tienen un orgasmo. Ahora cargaban en doble bolsa las cervezas y una botella de whisky; no querían romper nada porque habría sido el fin de la juerga. Más dinero, jamás. En todo caso se fragmentaría el grupo en parejas a buscar otro lugar donde embriagarse. Una botella rota hace pelear a todos, menos colaborativos más neurosis. Pero la botella estaba en el centro y los vasos encima del cuello. Alguna manó cortés sirvió cantidades diferenciadas porque cada uno es cuenta con sus propios humores y disposición. No todos prefieren un golpe directo, prefieren calentar y dejarse seducir de a poco. Yo preferí un buen trago sólo con hielos para abrir el esófago y dejar fluir esa bola de fuego que se siente.

Pasaron varias horas acompañadas de cervezas, mucha cerveza antes de que trabaran en la temperatura ambiente.

La tolerancia ha hecho del consumo una actividad costosa. Luego, invitar tragos para un amigo es algo de pensar dos veces. No puedes llevar a una reunión a alguien que espera regresar contigo a altas horas de la noche, en taxi, o que espera un trago de cortesía  ¿Regalar alcohol? no es una opción. Todos somos cooperativos y contractualistas. Nadie beberá más de lo dispuesto en función del dinero. Y nadie está dispuesto a incluir la parte de un invitado. Siempre somos los mismos. Cuatro hombres y tres mujeres. Siete personas con problemas para beber y con muchas ganas de divertirnos. Al menos, nadie abiertamente se ha declarado en una fase problemática. Todos tienen vidas sencillas, de cubículo, sobre mostrador de tienda departamental, como profesor, cortando el cabello, despachando como arquitecto, abogando y programando en computadora. Somos dichosos en una vida rutinaria que se marchita a cada día y florece los fines de semana o en puentes vacacionales.

Aquella noche la música estaba rancia de verdad. Uno de esos discos de éxitos de antaño en versión electrónica deficiente, una superposición del beat electrónico a los Beeges a Queen. Espantoso. Durante varias horas el estruendo no cesó. Yo dejé de prestar atención a la música algunos minutos antes porque mi mirada se había anclado hasta el otro extremo la fiesta. Tendí unos ganchos invisibles sobre hilos imperceptibles para no perderle ni un instante. Cuando se agachaba me hincaba innecesariamente para tomar la botella del piso, no quería que nadie se diera cuenta de la obvia atracción que estaba sufriendo. Si notaran la forma en que la miraba, iniciarían las indiscreciones. Voltearían a ella, gritándole y señalando mi cabeza. Ella primero se sentiría halagada y con ganas de reír por la ocurrencia, pero ellos no pararían, gritarían oraciones sobre mi, lo ridículo, lo interesante. Datos que no importarían para ella porque habría perdido la atención minutos antes cuando comenzaba a ser irritante el grupo de desconocidos que gritaban y arruinaban todo. Se alejaría para ocultarse de nosotros sutilmente hasta perderse entre la muchedumbre del centro. Bebería tragos que no podría compartir por culpa de estos ineptos.

Mejor me quedé ahí haciendo equilibro entre mi grupo y ella. Aparecía en la conversación a cada tanto con la mayor naturalidad, pero era imposible dejar de mirar aquel vestido pasado de moda. Tenía cuadros ridículos sobre un segundo plano negro. Eran como las baldosas de una cantina salvo por los colores luminosos. Acentuaban una figura desconocida. No podía adivinar si tenía grandes pechos porque se perdía en ese mosaico. Entrecerraba los ojos tratando de enfocar algún detalle, algo que permitiera saber más de ella. Ninguna pulsera, tampoco aretes, ni una pizca de maquillaje. Era bella, pero no excepcional. Ni siquiera intenté ignorarla porque no podía. Quería acercarme a escuchar lo que tenía que decir o ir más allá  y saber lo que pensaba. Me habrá visto. A qué vino aquí. Esperé unos minutos para reducir la distancia e invitar una copa. Pensé en tomar el atajo más usado: pedir fuego para mi cigarrillo. No. Tenía que ser algo especial, que pudiera concentrarse un instante sobre mi voz, mis ojos, mi ropa, lo que fuera. Le pediría que me acompañara al baño.

"Oye podemos ir al baño" Le sonreí con la menor tensión posible sobre los pómulos. Luego solté una carcajada buscando revertir la sorpresa que le causó mi estupidez. No funcionó, había arruinado mi última oportunidad. Caminé de regreso a mi lugar. "Espera. Te conozco" Pretendí no estar sorprendido, giré sobre mis talones. "Tal vez, primero yo pensé que te conocía, por eso te invité al baño, pero no quieres...." Exhalé todos los nervios de una vez. Estaba confiado frente a ella. Era hermosa de cerca. Lo que más me sorprendió fueron sus dientes. Nunca había visto unas perlas así salvo en la televisión; incisivos de muñeca. Quise preguntar cómo los obtuvo, pero sería descortés, mejor me centré en las bebidas. "Qué tomas". Brindé con el viento. "Estoy bebiendo vodka, quieres un poco". Lancé el whisky sobrante. "Increíble. Nunca había probado esta marca. No lo venden aquí, verdad" Negó amablemente con la cabeza. Fue cuando noté el negro de su cabello, en verdad era galáctico su color. Y olía rico, como a frutas. "Saluuud" Estaba vez sí chocó su trago contra el mío. Estaba ruborizada con un color carmín que sospeché fue por el vodka. En verdad estaba fuerte, no me importó calcular cuántos grados de alcohol, sólo tragué un vaso más.

Saludé a los demás. Todos me hicieron señas con los pulgares levantados y dientes horribles, nunca como los de ella. Bebí otro más y ella parecía no estar incómoda por la distancia. Brindamos otra vez. Una vez más. Cruzamos los antebrazos y para ese entonces la botella estaba a menos de la mitad. Toqué su cabello, lo recorrí con los dedos hasta el final sin hallar un solo nudo. Después la tomé por la cintura sin ninguna objeción. Ella hizo lo mismo. Comencé e excitarme rápidamente entre el olor del tabaco, el estruendo de la música y su cintura. No quería arruinarlo, me despegué de ella un poco, quería tener sexo, pero si eso pasaba quedaría arruinado todo. Había probabilidades muy pobres de seguir en contacto; tal vez algunos mensajes por celular, una llamada por teléfono y una salida al cine, sólo una quimera. Cuando nos diéramos cuenta lo reales que somos sin alcohol su cabello dejaría de ser tan negro; el contacto resultaría repulsivo a diferencia de ahora mismo que es sencillo, deseado, eléctrico.  Nos besamos.

Subimos tomados de la mano hasta aquí. Fueron como dos pisos. Desde la ventana se veía todo el panorama, la fiesta estaba realmente en el clímax. Las cabecitas deambulando por todo el espacio. En las esquinas más obscuras las mujeres sentadas sobre los hombres con los vestidos saludando hasta arriba. Sobre el centro de la fiesta alguien estaba vomitando líquido amarillo, de los labios colgaban resortes de baba. Y nosotros observando a través del cristal. Corrimos la cortina a la derecha, ahora las luces difícilmente rebotaban sobre los objetos, pero creaban efectos divertidos. Sobre su cara surgía una línea clara que se extendía sobre el perfil derecho. Luego sonrió cuando las luces se hicieron azules con el cambio de música.

Y sentí la sangre correr por todo mi cuerpo hasta el último extremo, se iba inflando y endureciendo como nunca en meses. Era inmenso, nunca había visto tal tamaño, es difícil lograr algo así con tantas toxinas en mi sangre. Ella permanecía observando esperando que yo tomara la iniciativa. Me acerqué dos pasos hasta rozar su pubis con mi pene, la besé con violencia como lo hace alguien que es una sopa envinada. Mordí sus labios, pero ella con más fuerza los míos  Sentí la presión sobre el filtrum, como iba ganando terreno la hinchazón. Quise arrebatarme mis pantalones de un tiro, pero ella ayudó con el botón y desconectó mi cinturón. Cayó la pana sobre el piso encima del vaso de vodka. Me acomodé sobre mis rodillas para levantar su vestido, ella abrió un poco las piernas y bajé hasta los tobillos el encaje negro. Claramente eran semanas sin afeitarse, humedad de bailarina. Jugué un poco con un nudo de vello, aparté los labios para morder los bordes del clítoris a penas con la fuerza necesaria para estremecer todo. Cerró sus piernas, pero insistí, ahora con suavidad en todo momento. La excitación me señalaba las vías más agresivas para satisfacerme, quería morder sus nalgas, abrir sus piernas dejarme ir con una cinética violenta, hurtarla de pene y causar un llanto. Me contuve.

Sacó su cuerpo del espantoso vestido, lo lanzó en la parte más obscura de la habitación. Desenganchó el brassier y no cayeron dos pechos, permanecieron en la misma posición mirando como dos ojos mis tetillas, eran operados. Jaló todo mi cuerpo encima de ella sobre la cama, mordió una y otra vez mis labios, saboreo con su lengua todo el vodka y whisky que tenía sobre las encías. Llevó mis manos con severidad, las llevó hasta los senos, ella guió el masaje, le dio ritmo y forma hasta lograr dos pezones rocosos, No podía hacer nada frente al control que ejercía. Pensé en felatrices de cine porno, los labios yendo y viniendo hacia mi pelvis, ya no soportaba más... la quería dentro de su boca. Giramos en la cama diez veces, me coloqué bajo ella fallidas ocasiones. Siempre recuperaba la posición, ella abajo con las piernas cerradas a voluntad y con sus manos sometiéndome a placer, manoseando mis manos, llevando mi cabeza hasta sus pezones a su boca. Aumentaba su excitación a través de mi, yo marioneta. Hasta que su cabello escurría sudor me permitió protagonizar; abrí las piernas y lancé todo mi cuerpo con fervor. Un deslizamiento perfecto en la zona más cálida de una mujer,  no hice nada frente a las convulsiones inesperadas, sentía cómo comprimía su cavidad sobre mi, me exprimía como si se tratara de un castigo. Iba y venía la presión sobre mi, Aumenté la velocidad para impedirle el control, salí de la humedad hasta quedar sólo sobre los primeros dos centímetros de ella, me mantenía afuera medio segundo y la embestía con mil pensamientos. Quería deshacerle esa noche  , convertir la noche en un orgasmo compartido, no me iba a detener ni soltaría sus caderas un instante.

Los gemidos iban en aumento paralelamente, el calor se había condensado por toda la habitación, la bulla de la fiesta permitía imprecar obscenidades. Pedíamos lo mejor de cada uno, yo estar más adentro y ella necesitaba más intensidad en el lugar correcto. Por instante sentíamos un leve cansancio, bajamos el ritmo para acomodarnos en una mejor postura. Recorrimos la habitación. Lo hicimos sobre el charco de vodka, sobre el taburete, con las tetas pegadas al vidrio, sentados sobre la cama, arriba abajo, con rasguños, con el pubis sobre las bocas, con dos condones para usos distintos, atrás y adelante anhelando finalizar este martirio de placer. No terminaba, se convertía en un espiral de sensaciones monótono, pero anhelado. Era la noche de sexo incompleta por un orgasmos tímido que no salía de ninguna parte. Placer que asciende a lo más alto y no puede cruzar aquel vértice que se necesita para completar el viaje en la parte más baja donde la excitación muta en un vapor relajante. No pudimos con todo el esfuerzo y tiempo vertido sobre la cama. Alguien había robado el final de las cosas. "No puedo" "Yo tampoco". Dónde teníamos que buscar un orgasmos  no lo supimos. Miramos el rostro de cada uno con vergüenza, sonreímos con educación y jamás dirigimos una mirada sobre nuestros cuerpos. Salimos de ahí amenazados por un placer burlón que vino a juguetear para luego congelarse.

El mejor sexo de mi vida que nunca más quisiera tener.