jueves, 29 de enero de 2015

Razones para matar

Autor: César Palma

Personajes:

- Verdugo: Un hombre corpulento, entre veinticinco y treinta años.
- Cinco hombres de rodillas con sábanas cubriendo el rostro, de espaldas a su verdugo.
- Dos hombres armados flanqueando al verdugo.

Época: Actual

Lugar: Alguna zona cerril de México

(Ninguno de los hombres arrodillados emite sonido alguno. Los hombres que los custodian permanecen de pie sin retirar las armas que apuntan en dirección a las cabezas de los cautivos. Se aproxima el verdugo hasta los hombres y permanece de pie en medio de todo el grupo)

Verdugo: !No mamen¡ Las pinches cuatro de la mañana. ¿Qué no tienen nada que hacer? La verdad es que no me los esperaba. No me jodan. Ya estaba durmiendo, estaba con mi mujer. Me encabrona este tipo de cosas, pero ni modo de decir que no. Me llegó la llamada, vi el número y no podía simplemente colgar. Ustedes, en cambio, sí podían simplemente no pasearse por aquí. Qué necedad la suya. No se cansan cabrones, una y otra vez van a caer en lo mismo, nada va a cambiar. Si vienen a pasear las nalgas por aquí van a terminar conmigo. Una y otra vez. La pregunta es ¿Quién se va a cansar primero? Ya van como quince cabrones que nos tronamos en menos de dos semanas. Con ustedes serían veinte. Esto es pura matazón a lo pendejo. No hay de otra, si no mueren ustedes, seguro soy yo... mejor ustedes.

¿Por qué esto no me sorprende? Son la misma gentuza, siempre. Sin conocerlos sé tanto de ustedes. Nada más con verlos a primera vista: brazos frágiles de adolescente, ropa nueva, de la más cara, o de la que les alcanza... ¿Cuánto les pagan? Una mierda estoy seguro. Esbeltos, prietos, puro pinche lángaro jodido. ¿Qué sienten que ahorita les voy a clavar una pinche bala? Peor, por unos pinches pantalones nuevos. Carajo, también los entiendo. Uno se siente lo máximo trayendo lo mejor, no hay duda, pero hasta yo me lo he preguntado ¿Vale la pena? Porque aquí ustedes valen verga.

Sus jefes ya pagaron por adelantado. ¿Me explico? Siempre se sabe si van a vivir o morir pedazos de mierda como ustedes. ¿Cuánto les puso a su muerte? Cinco mil, diez mil, a lo mucho. Yo creo que hasta menos... si ya nos tronamos a quince, el valor tiene que bajar. Puro pinche perro que no vale nada, ustedes no valen ni una bala. ¿Saben cómo matamos al grupo anterior?

(Se inclina ante uno de ellos y busca una respuesta. No obtiene nada)

A puro pinche machetazo. Yo no lo hice, pero vi a estos dos cabrones cortando sus cabezas como si fueran unas piñas, algo así se me figuró. No tengo la sangre para esas madres; una bala es limpia, yo diría que más humana. Con lo otro se me hace un regadero si no sabes cómo hacerlo. La otra vez este pendejo no supo cómo cortar y se le fue el filo directito sobre el hombro de un cabrón, el pobre desgraciado no dejaba de gritar y llorar, el pinche machete metido a la mitad, yo creo que apenas atravesó un poco el hueso. Estuvo muy bueno, pero no siempre se está con el estómago y el humor para esas madres.

¿A poco no es una buena razón para usar una bala?

(uno de los sujetos arrodillados se orina)

!Ah, no mames¡ ¿Por qué mierda haces eso?

(Sale un gemido del hombre orinado y sobreviene un disparo)

Ven lo que les digo. La bala es rápida, ni la sintió. No había razón para que se miara el cabrón. Esto es rápido. No sé qué tanto chingados lloran y piden perdón. Aquí no cabe nada de eso. Además la muerte ni duele... duele más el orgullo y la putiza que les metieron. JA JA JA.

!Quítale la pinche máscara a este¡ Quiero verlo.

Mira nada más, puro pendejito. No tengas miedo cabrón. Pa'qué chingados lloras, ya valió madres todo, hasta deberías sentirte medio feliz. A todos nos toca parejo. A huevo que yo también me abro, no más pienso cuándo me van a torcer, pero no por eso ando chillando. Uno sale a rifarse, a partirse la madre para vivir bien. Tú yo, estos dos cabrones, tus compañeros, tus papás, todos... Ojalá hayas vivido bien ¿Cuántos años tienes? ¿Quince, diecisiete?... a ver dime ¿Cuánto culitos te echaste ya? Si son pocos, qué pendejo. Yo procuro dos o tres veces por semana y trato de mantenerme relajado.

(El verdugo abre una pequeña caja metálica y saca cocaína que después inhala sobre la tapa de la misma caja)

No es fácil darle cuello a varios cabrones. ¿Me entiendes? No porque te importen o te preocupes, o sea difícil, es muy fácil, sino más bien porque sabes que tus posibilidades de vivir disminuyen por cada vida que quitas. No es que alguien los vaya a vengar, a poco crees que tus pinches papás jodidos van a venir a buscarme o alguien más... Pero se que alguien o algo más grande va a cobrar esa deuda. No sé, son asuntos muy complicados que no va a entender un chavo pendejo como tú o como el mión de tu compañero. Pero hay algo importante en todo esto, que aunque se acorte mi vida, voy aventajado por cada cabrón que me trueno. Tú no llegarás hasta donde yo... Vivir más es una razón poderosa.

(Se oye un disparo más)

Recojan a esos dos por favor. No soporto el pinche olor... Rápido, antes de que se orine este cabrón también o se les salga la caca.

(Los dos hombres arrastran los cuerpos y salen de escena)


Ya sólo faltan ustedes tres cabrones.

(Nuevamente inhala más cocaína, más rápido. Retira la máscara del siguiente individuo)


!No me chingues¡ Me acabo de echar a tu hermano y no me dices, por que no dijiste nada. Qué pinche insensible eres, cabrón. Se está jodiendo tu raza frente a tus ojos y te quedas ahí como pendejo. ¿Era tu hermano mayor? Pues le calculo que unos cuatro años ¿Cierto? No importa. Es lo que le decía antes sobre la vida. Que el tiempo vale pa pura madre frente a la muerte; cinco o diez años no hacen gran diferencia. Al menos así lo veo yo. Yo también tengo un hermano, más viejo, pero más chingón. Lo respeto. Ese cabrón se fue de la casa desde bien chiquito, así como tú más o menos, pero se dedicó a trabajar de lleno. Se mantuvo solito desde bien joven. Me intentó echar la mano, pero no es mi giro eso de andar bien cuadradito. Cada quien sabe lo que le conviene. Ni se ha de imaginar lo que hago porque hace un chingo de tiempo que no lo miro, ni a mi madre. Eso es bueno de ustedes, que anden juntos... bueno, andaban. A mi me hubiera gustado andar con mi hermano así. Si no le faltaron huevos para dejar la casa y salir a delante por su cuenta, no me imagino todo lo que hubiera podido hacer conmigo. Aunque tal vez fue lo mejor, así lo respeto más, no que aquí... pura pinche traición. Es normal, digo. Funcionan más fáciles las cosas cada quien viendo por lo suyo. Uno vive y muere por lo suyo. Y a ti ya te tocó cabrón.

(Un tiro más)

JA JA JA. ¿Parece puro pinche regaño, verdad? La verdad es que me gusta platicar. Mi mujer dice que hablo mucho, que no doy chance para los pensamientos de otros, ni los de ella. Me dice que nada más me importa lo que yo digo. Puede que tenga razón, y eso está jodido. Hay que saber escuchar para poder responder. ¿Me entienden? Es como lo que ahorita pasó. ¿A poco no esos dos cabrones son buenos para hacer preguntas? Pero son todavía mejores para sacar respuestas. Espero que ustedes hayan hablado largo y tendido, porque ya no hay marcha atrás, aquí se acabó todo lo que pudieron haber dicho. Si algo me encabrona es que me pidan perdón, que me hablen de sus hijos, sus hermanos, su pinche madre... Las palabras valen madre, las acciones los trajeron aquí ¿No? Y las acciones los van a llevar de vuelta. Si las palabras significaran algo más que sonidos, tu hermano reviviría, pero no. Inténtalo, levántalo diciendo alguna pendejada. ¿Verdad que no? Ésto vale más...

(Un tiro más sale de la pistola. Los hombres llegan con las manos y brazos llenos de sangre)

Dos hermanos, qué desperdicio. Entiendo cuando uno se mete a la mierda y no depende de nadie, pero andar los dos en la misma porquería es demasiado para mi. Como les dije, yo me alejé de mi hermano y lo alejé de mi. No tenía caso. Ahora lo único que tengo es mi mujer y nada más. Y he sido bien claro con ella: Un día me va a tocar. Ni te espantes, ni te enojes, ni hagas nada. Tú sigue tu vida, consíguete otro cabrón y sé feliz. Eso sí, le he dicho que chingaderas ahorita no voy a tolerar. Aunque me cargue la chingada no pasa nada, todo va a seguir igual. Este pinche trabajo cualquiera lo puede hacer. Me he dado cuenta con el tiempo de eso. Si yo me quiebro, cualquiera de estos dos puede hacerlo. Ese cabrón, por ejemplo, está loco. Nada más ve sus pinches manos. Si lo que sobra es gente dañada. Nada más hay que vernos a nosotros, no somos los seres más puros y cuerdos. Tú, otro pinche ignorante jodido, estos dos pendejos igual, y pues yo igual. No hay diferencia, la única es que tú estás de rodillas y nosotros de pie. ¿Me entiendes? Es la relación del poder, bien nosotros pudimos ir a joder allá de donde vienen y ahorita estaríamos en la pinche tierra, cagados y orinados. No fue así.

!Dame tu pinche arma¡.

Mira, lo que quiero decir, es que ahora sin su arma, él no es nada. Al menos hay un equilibrio de fuerzas más justo, cabrón. Yo no sé, pero a lo mejor eres más chingó a puño limpio, o puede ser que no, pero la diferencia es mínima. Con una pinche arma cambia todo. ¿Entiende? Son mamadas que no te sirven de nada, pero que son importantes. No sé, ayer me cayó el veinte de eso. Ha de ser de ver tanta pinche masacre a lo pendejo. Pero saber qué, esto es lo que me gusta...


(Se escucha un último disparo)
























domingo, 25 de enero de 2015

Baño Otaku

Simplemente si uno se toma el tiempo suficiente para observar y pensar las cosas todo cambia repentinamente. Es como si el panorama se fuera ampliando más y más a cambio de tiempo. Cada minuto va prolongando nuestra visión y entendimiento en asuntos que jamás se hubieran reflexionado por la premura de nuestra vida citadina. Hoy por ejemplo:

Caminé por el Eje Central enfilándome hacia la parada del trolebús. A pocos metros de llegar decidí adelantarme al baño, porque aunque no eran muchas las ganas de orinar, creí que no me concentraría en mi lectura si de por medio había unas ganas crecientes de orinar y cagar. Me lamenté, porque no pasé antes en la cafetería donde desayuné. Ahora tendría que pagar cinco pesos en baños no tan aseados. 

Caminé hasta dentro de la "Friki Plaza", subí por las escaleras eléctricas hasta el segundo piso. No vi los baños, ni anuncios, por ninguna parte. Me aproximé a un vendedor de ánime, me dijo que más arriba los hallaría.

En la última parte de la plaza estaban por fin los baños. Me atendió un niño. Me sorprendió que me diera más papel que el que usualmente dan: ocho cuadritos. La textura tampoco estaba tan mal, de hecho me pareció bastante suave. 

Cuando entré al baño había un chavo parado, esperando a que alguna de las tres puertas se liberara. No conforme con lo evidente - las puertas cerradas y el chavo esperando - me asomé. Vi unos tenis blancos, unas botas cafés y unos zapatos tipo escolar. Regresé a la entrada del cuarto de baño y tomé mi lugar. El sujeto que esperaba no sé si ya llevaba un buen rato, tenía las manos detrás de su espalda y parecía no reaccionar ante ningún estímulo. No le quitaba la mirada a la pared azul de fondo.

En los primeros minutos entró un sujeto, antes de llegar al mingitorio, ya con la verga entre sus manos. Apuntó al centro de la porcelana y dejó ir, no sé cuánto en mililitros, pero sí unos veinte segundos de orina. Me pareció excesivo, y a ello le atribuí la presteza con la que llegó. Abandonó el lugar. Me miró a los ojos y se perdió entre los pasillos. 

El hombre a mi lado seguía sin hacer nada. Me imaginé cuánto le debía de andar para concentrarse en esa forma. También pensé que no tenía nada que pensar si sólo estaba esperando un turno en el escusado.

Después imaginé si alguno de ellos había muerto sentado. Me pareció bastante plausible. No había ningún ruido, ni siquiera hedor. ¿Cómo nos cercioraríamos de la muerte de aquellos tres si tal fuera el caso? ¿Cuánto debíamos esperar para suponer que algo andaba mal? ¿Diez minutos sería suficiente? ¿Qué tal quince? Yo no me hubiera atrevido a presionar de ninguna manera. Cada intestino es diferente, y a lo largo de mi vida he conocido a personas con estreñimiento. Esa era una razón poderosa para no interrumpir su concentración.

En verdad era muy extraño que no sucediera nada. ¿Acaso era una broma? Pensé. No había ningún sonido de un sólido precipitándose al agua, ni siquiera un poco de aire. No había nada de ello, pero yo lo comenzaba a imaginar. Los cinco minutos que habían pasado comenzaban a ser desesperantes. Casi me atreví a abandonar el lugar, pero qué sentido tendría. Hubiera caminado hasta el trolebús para al final sentirme estúpido por no haber hecho del baño cuando tuve la oportunidad. No hubiera disfrutado el viaje, no hubiera leído, no hubiera sido rápido el trayecto. Mejor esperé otro rato más, que en realidad fueron cinco minutos adicionales. 

En este lapso llegaron dos chavos más jóvenes que el líder de la fila. Cuando los vi entrar no pude evitar sonreír. Uno de ellos, el más joven, tenía un gorro negro que apenas si podía aprisionar todo el cabello que descendía hasta sus hombros. Tenía lentes de pasta, de una sudadera dos tallas más grande, pantalón negro de mezclilla y una playera de una exuberante mujer en caricatura. Sonreí porque era imposible que ahora esperáramos tres personas por un lugar. Cuando terminé esa idea entró uno más. Estaba vez un chavo regordete con un pants gris entubado. Sus pantorrillas eran descomunales, fácilmente tenían el tamaño de mis dos piernas juntas, su barriga era todavía más impresionante; no pude evitar pensar que también quería vaciar su tripa, dos segundos más tarde lo confirmé. Se paró en el pequeño pasillo donde eramos ya cuatro personas.

Entraron algunas personas más a orinar. Su presencia apenas si sentía, entraban rápido y salían de la misma manera, sin reparar en todo el tiempo que llevabamos esperando. Habían transcurrido quince minutos. En todo el lapso no cruzamos palabra alguna, ni que yo recuerde, alguien me miró. Por el contrario, no dejaba de observarlos, no podía evitar pensar en lo irreal que era que todos queríamos cagar, y que ninguno de los tres sujetos podía apresurarse.

Traté de justificar la demora. Me acordé que en piso donde se encuentran los sanitarios vi la zona de comida. Toda ella japonesa. Cuando subí las escaleras vi a un grupo de personas comiendo un bola de pan rellena con algo negro. A pesar de haber desayunado unos minutos antes quería probar algo de lo que ahí vendían. En el baño se me fueron todas las ganas. ¿Qué tal y si ellos comieron ahí y por eso padecen en el escusado? ¿Se habrán intoxicado con el alimento? ¿Qué habrán comido? ¿Vienen los tres sujetos del mismo restaurante? ¿Cómo pueden tres hombres sincronizar el vaciado? Todo me parecía probable e imposible al mismo tiempo.

El joven gordo salió del baño por un minuto, después regresó con más papel en su mano. Supuse que pago por el extra. En ese momento me entró un asco enorme, era insoportable la idea: ¿Cuánta caca haremos entre los siete? ¿Cuánta caca han depositado los tres de adentro? ¿Por qué pienso en eso?. El estómago se me revolvió.

Era demasiado el tiempo que había esperado. Suelo ser muy paciente, pero creí que no tenía nada de virtuoso hacerlo en este sitio. En ese tiempo pude haber llegado a cualquier otro  baño, pasar directo y sin dilaciones. No que ahora estoy pensando en absurdos. El efecto del baño colectivo se cernía sobre mi: estaba salivando, mi estómago comenzaba a vibrar, olores venían e iban sobre mi nariz, de pronto todo se calmó. Un par de pies se movió y el sonido del agua preparó al primer chavo de la fila. De la puerta salió un joven con camisa color vino, nos miró y se apresuró al lavabo. No pude evitar mirar su trasero. ¿Por qué cagó tan lento?. 

Por un segundo pensé que el nuevo ocupante terminaría rápido y pronto estaría sobre el Eje Central en camino a mi casa. Nada de eso pasó. En su lugar una bomba fétida llenó el cuarto. Pude distinguir entre una jugada ilusoria y la realidad. Estaba vez el baño apestaba a rayos. Mientras los otros dos compartimentos permanecían estáticos, en el primer escusado había una convulsión terrible de sonidos y hediondez. Todo el malestar regresó a mi. Era demasiado, pero en esta ocasión ya tenía ganas de cagar y orinar. Aguanté la respiración por instantes, pero sólo empeoró mi situación, porque al querer recuperar el aliento mis pulmones jalaban con más fuerza las moléculas suspendidas.

Cuando más alterados estaban mis sentidos, la última puerta se abrió, un anciano salió del sitio. Otra vez miré sus nalgas. Traía un pantalón color caqui. Vaya comparación que hice. Me resistí a pasar, tuve asco al pensar que estuvo más de veinticinco minutos sentados. ¿Qué tan caliente estará la taza? Fue lo único que pensé. Me adelanté con un paso largo cuando vi que el regordete quería apañarse el lugar. Para mi sorpresa el espacio no despedía ningún aroma, me sentí aliviado. Lo único que hice fue sentarme sobre una protección de  papel que tendí sobre la porcelana. En ese instante imaginé que podría escribir todo lo que viví, en venganza por la tardanza. Tenía una aplicación de notas en mi celular, podría hacerlo, claro que sí. Relatar en veinte minutos, o en más, todo lo que es esperar. Los demás, pensé. Exacto, los demás no tienen la culpa. Metí velocidad y en seis minutos estaba afuera de la plaza esperando el camión. Con la cola limpia.

martes, 20 de enero de 2015

20 minutos

En veinte minutos puedo morir, eso se piensa cuando vienes dando todo de ti en la bicicleta. Piensas que si te metes en un hoyito todo se va a cabar, dejarás de ver el camino por un instante y pensarás en el automóvil que viene detrás de ti, qué tan cerca está, cuán rápido viene y si el conductor está atento y podrá frenar, o si simplemente dejará ir el auto sobre todo tu cuerpo. Piensas que no vienen atentos, que su atención está cruzando el carril, en la acera, en las esquinas y paradas de la avenida Tlalpan. Las prostitutas deambulan en los cuadrantes en que han dividido la calle, por momentos son más visibles que yo, pienso. Los conductores saben cuándo frenar y cuándo acelerar, si una vale la pena mirar o si no vale nada y mejor pasar a la siguiente. Si acaso son prudentes, me rebasan con un metro de distancia entre su puerta y mi pierna izquierda; si les urge observarlas más de cerca, aceleran lo más pegado posible a mi, para rápido encontrarse con unas piernas morenas y unos senos inmensos. Frenan en seco, prenden las intermitentes y no me queda más que salir al paso.

Vuelvo a pensar que voy a morir, la velocidad es demasiada, o es engañosa la luz, porque sólo veo cómo se pierden en el horizonte las luces rojas. No es como en la tarde que el auto se pierde entre una estación del metro y otra. En la noche las distancias se vuelven más cortas, tanto para frenar como para acelerar. Se tiene que decidir entre aprovechar cuarenta centímetros y fugarse entre la facia del Mercedez y la lámina del microbús, o mejor parar y esperar que el orden se restablezca. Es cuestión de segundos, no hay tiempo para pensar mucho. Cada kilómetro que se van consumiendo queda atrás junto con todas las posibilidades de morir. Se sobrevive a cada calle, donde se incorporan autos sin mirar a ambos lados, y cuando lo hacen no hay cálculo, se meten al carril esperando que la bicicleta frene en dos metros. Si salen con precaución, se detienen a la mitad del carril, ahí estacionado y temerosos de incluirse al torrente de autos, dejan la trompa del coche casi tocando el segundo carril. Pienso que voy a morir si no lo hago bien: ¿Me meto por el espacio, entre la trompa del coche y el flujo del segundo carril? ¿Si alguien me embiste, cómo quedaría? ¿atrapado entre los dos autos o levitando varios metros en el aire? Me pregunto todo esto cuando ya crucé.

Pienso que voy a morir si alguien se le ocurre rebasar por la derecha (la extrema derecha por la que voy). Si alguien lo hace, adiós. No me habré despedido de nadie. Se enterarán, probablemente, hasta horas después que fui arrollado por un taxi - porque son ellos quienes cometen cotidianamente tal imprudencia-. Me imagino que todos los que me conocen van a llorar, y eso me acelera el corazón. Doble trabajo para el corazón, bombear sangre para cada músculo de las piernas, también bombear sangre por la adrenalina que causa la idea de morir. No es que quiera morir, pero no es que me quiera mantener sin montar la bici. Tampoco pienso todo el tiempo que voy a morir. A veces pienso que voy rápido y que tengo el control absoluto. Esta vez no, pienso que voy a morir.

Pienso que la probabilidad de fenecer desciende como una cortina frente a mi. Puedo ver que cada auto es un golpe inminente o no. No sé cuál coche me golpeará, qué modelo, a qué velocidad, desde qué dirección. Sólo se que el río incontrolable de autos pasa y que son un guiño que me dicen cuán frágil soy. No hay manera de saber quién me pegará, quién habrá de matarme, todo es tan incierto: Pasa un taxista con la mirada gacha hacia el celular, y no me pasa nada. Siguen pasando una decena de hombres con los ojos puestos en unas nalgas, y no me pasa nada. Tengo un auto pisándome los talones mientras intentamos rebasar un autobús, y no me pasa nada. Sigo en línea recta desde la extrema derecha,  en una intersección donde autos se quieren incorporar desde el segundo hasta la salida próxima, y no me pasa nada. Subo un puente con cuesta pronunciada, con la presión de moverme del camino porque valen más sus decenas de caballos de fuerza que lo que doy con el estómago vacio, y no pasa nada. De pronto, bajando el puente, el embotellamiento me acurruca con su tranquilidad, su inmovilidad me borra la idea, pienso que no voy a morir, pienso que en veinte minutos he llegado a mi casa.

jueves, 15 de enero de 2015

La vieja, la primera.

Es difícil aceptar que un día están las cosas y en un instante ya no. Hoy salí del metro y mi bici ya no estaba, alguien la tomó, rompió el candado, tal vez, y huyó entre la muchedumbre, que yo creí tontamente, le daría más posibilidades de no ser hurtada. No tardé en darme cuenta lo que había perdido; fue la primera, lo digo en femenino, porque era de mujer. Era una chica. Con ella realmente me solté al mundo, al salvajismo urbano. Me dio seguridad (en un post anterior hablé de ello). Con ella aprendí a ver la ciudad y la noche de otra manera. Incluso temí por ella porque era única, si hubiera desaparecido ya no tendría cómo avanzar. No pasó afortunadamente, siempre estuvo ahí dando de sí con toda fuerza, recorrió mucho tramo conmigo. A veces me fallaba, pero siempre se reponía y quedaba lista para seguir rodando indefinidamente. Me encariñé tanto con ella que no pude aceptar lo inevitable: necesitaba otra bici nueva, ideal para mis nuevas exigencias. Temía que la nueva fuera robada, o en realidad era mero pretexto para no deshacerme de mi viejo cariño. 

Siempre me respondió, estaba dispuesta a comerse el asfalto, sin importar si era subida, bajada, terracería o en baches. Su carácter me fortaleció; sabía que si necesitaba velocidad, la daría sin chistar; si necesitaba confort, su contextura lo permitía. Tenía todo, aunque al final comenzó a menguar su estado. Le cambié cadena, pedales, manubrio, desviador, frenos... Seguro su tiempo había pasado. Fue muy breve, pero la exploté como nunca. Tal vez fui injusto con ella, no debí exponerla tanto, ni confiarme de esta manera, al grado de dejarla solitaria en un entorno hostil. Dejé de preocuparme, de no exponerla a las miradas curiosas. Como sea, hay cosas que no se pueden evitar. Quisiera tenerla aquí como siempre, pero es imposible. Ya está en algún lugar lejano. Sólo espero que la cuiden.


No compres bicis robadas.