martes, 29 de enero de 2013

Una entrada importante - De hace mucho tiempo -


Copio y pego algo que escribí hace muchos años. Sólo como documento. Fue un 28 de Enero de 2009

Luz y Sombra.

Siguiendo - tengo que decir que siempre me parecía una pérdida de tiempo - la cadenita acerca de 16 cosas interesantes que me gustan hacer, intentaré colocar 16 puntos.
1- Me llamo César, pero mis amigos me dicen Chícharo. Nací un 15 de Septiembre de 1989.
2- Soy un enamorado del conocimiento, mientras más puedo saber de las cosas mejor es para mi.
3- Me encanta platicar con la gente. Pareciera que tengo dos personalidades (como mi foto en la luz y sombra); algunas veces no tengo el mínimo interés por la gente, y en otros casos quiero preguntar, comentar, enseñar y relacionarme con la gente.
4- Me encanta mi país y la gente que me rodea, nunca me iría a "vivir" a otro país, empero, quisiera conocer Japón, Pakistán, India, Argentina y Brasil.
5- Algo que puedo odiar es la hipocresía: Detesto a esas personas que te extienden la mano con falsedad y cinismo, la debilidad de la gente consiste en la manera de fingir, de engañar y mentir.
----- En los siguientes 10 puntos hablaré de mis pasiones.
6- Escribir para mi es una delicia. Me fascina, tal vez por eso, mi carrera. "Las palabras se las lleva el viento" pero la escritura se queda. La destruyen los ignorantes, sin embargo, cada texto está compuesto para quien quiere aprender; plasmar letras es un arte, que desafortunadamente algunos lo convierten en un arma.
7- Me encanta la soledad. Aunque expuse que me gusta socializar, pero prefiero la soledad en determinados casos. Cuando estoy triste es mejor estar acompañado del vaho que sólo tu sientes; cuando me enojo es necesario que me dejen solo. En definitiva la soledad es la mejor compañera pero la máxima tortura.
8- Amo mucho. Cuando me enamoro de algo es muy difícil que lo deje; supongo que tiene que ver con la perseverancia, honestidad y respeto.
9- La música es figuradamente mi alimento, no ha pasado, creo, un día sin que escuche una melodía. Toco el piano y es mi instrumento favorito; me he pasado días enteros tocando y tocando, lo que sea, pero siempre con el mismo gusto. Nunca me aburré palpar cada tecla. Sería mi máxima aspiración poder dar un concierto para la gente que quiero, una composición de mi autoría dedicada únicamente para ellos.
10- Me gusta hacer reír, y reírme de la gente. El humor negro es mi favorito.
11- Soy idealista, creo que las cosas sufren transformaciones y siempre son para bien, pero algunas veces su naturaleza interna prohíbe cambiar su funcionamiento; algunos sistemas son suicidas y tienden a un equilibrio dañino. (La sociedad es un sistema suicida, tiende a destruirse desde dentro).
12- Mi música favorita es el Rap, desde pequeño le escucho. Aunque tengo mis predilecciones pertenezco al universo musical; puedo escuchar cualquier tipo de música y bailarla. La esencia de la buena música no viene en ella, viene en su efecto que produce, por lo tanto no creo que halla música mala, hay malos escuchas; y los malos escuchas están condenados a perecer en un mismo sonido y encapsularse en un mundo vago.
13- La fotografía es un arte que me fascina: Soy mal dibujante, entonces tengo que graficar mi realidad de alguna forma. La fotografía deja estáticas las emociones más fugases; podemos parar el tiempo con una cámara, no importa el modelo, no importa su infinidad de funciones, importa el lapso que detuviste y la conexión que creaste entre una pantalla o papel y el espectador. Es mi máquina del tiempo.
14- Amo a alguien que me produce una sensación de comodidad. jejeje anda por ahí en mis fotos, no tengo que poner más sobre ella. Te amo.
15- La mente creo que es el regalo más bonito y más peligroso que tenemos. Estoy muy contento con mi manera pensar y lo mejor es cuando la complemento por aprender de los demás.
16- Soy maleta para los deportes xD (no me late el futbol xDDD) prefiero el simple acondicionamiento físico. Brincos, lagartijas, abdominales etc...
Creo que es todo lo que puedo escribir rápidamente.
Ciao.

lunes, 21 de enero de 2013

Piquitos

Ya le puse el título desde temprano. Tenía la idea bien pensada y sintiéndola en las yemas de los dedos, pero me daba miedo escribirla. No quería tocar las teclas hasta entrada la noche, las nueve exactamente, cuando por alguna razón o imaginariamente se calma esa sensación eléctrica. No quiero que me pase, porque si sucede una vez nada me asegura que no pase nuevamente. La última vez fue ayer y traía poliester y algodón. No podía tocarla porque si no me iba a irritar y la iba a irritar con mis quejas y muecas. Más de una vez la empuje sin que pasara nada salvo la sorpresa en su rostro, esa cara de leve intolerancia hacia mis locuras, que no son locuras, es real, pasa con una frecuencia inciertamente desesperante. Las primeras veces deduje que era el champú, lo cambié durante varias semanas esperando frenar el problema, pero sucedía inesperadamente cuando intentaba ver la televisión. Por varias semanas suspendí cualquier champú, adiós a los enjuagues también. Tuve miedo hasta del jabón hasta que el cabello acumuló una ligera capa de grasa. Regresé al champú, no era la causa del problema.  Antes había leído varias explicaciones eléctricas, todas satisfactorias en ciertos casos, pero yo salía de esas regularidades. Cuando se supone no debería suceder pasaba. Cambié de ropa, comencé a usar atuendos de nailon, pantalones ridículos, evitar los cierres metálicos y mejor mocasines que agujeta. En los autobuses me sentaba de golpe sin hacer fricción innecesaria, aunque prefería mantener parado equilibrándome sin tocar los tubos maliciosos de cobre, aluminio o metal. Varias veces los toqué con inocencia suficiente para no controlar la fuerza de mi brazo rebotado por el reflejo, golpee a una señora avejentada por los años en el negocio del nopal; se iba a colocar en el camión, bajaba suavemente la caja de madera repleta de nopales. Apenas si grité, pero retiré mi mano del tubo en el mismo instante del choque, se fue de lleno mi codo sobre su nariz. Se le fueron las fuerzas junto con la caja de nopales, cayeron sobre el señor pequeñito de atrás, un nopal en la cara. Es ridículo, pero pasó. Por eso no me importaba enfrentarme al pequeño dolor, las veces siguientes dejaba mi mano con todo su peso sobre el metal o las personas, dejé de sobresaltarme con los pequeños hormigueos, dejé que la estática cambiara de circuito. Logré controlar la incomodidad que causa sentir "toques", dejé de pensar en ese dolor implacable y tierno, que piden los borrachos en las cantinas. Pero no podía evitar pensar en que sentiría los toques, una y otra vez sin saber cuándo ni porqué. Dejé de recorrer las calles con facilidad, no dejaba de mirar el metal de las cosas. En las tiendas evitaba recargarme sobre las vitrinas porque podría sacar chispas; los torniquetes del metro parecían escalofriantes. El miedo creció. No me gusta el enunciado de Lavoisier. Cuándo dejaré de sentirme provocado por los objetos, las telas, las sillas, el plástico y las personas. ASHdkjashd

Crónica costera II

Abrí los ojos cuando ya estábamos inmersos en la sierra de Guerrero. El sol estaba preparándose para caer perpendicular; apreté los párpados buscando que se esfumara la resaca tan sólo un poco. Recuerdé haber dormido una hora en mi cama, al instante, mi mamá pidiéndome arreglar todo en mi maleta. Me bañé con tanta agua caliente esperando diluir un poco el efecto del alcohol, no sucedió y tuve que dejar caer un chorro helado. Cerré los ojos cuando el sol ni siquiera sonreía; me acomodé en una posición suficientemente incómoda para la nalga izquierda. El dolor fue lo que me despertó cuando cruzábamos la soberbia zona de cerros. Imperecederos, todos. Metáfora y refrán son los cerros; la misma piel milenaria desde que era niño, pero más vieja la de mi padre y madre. En el auto faltaba mi hermano mayor. El pequeño con cara de hartazgo. 

El dejo de alcohol seguía por toda mi boca, deseaba cambiar de sabor, hidratarme un poco, mirar mi cabello y orinar algunas gotas. Paramos en una tienda de carretera. El estacionamiento ocupado por citadinos del D.F.; todos con la facha delatora, la piel defeña que no se puede dejar en casa. Lo mismo ricos que pobres. El camionetón de ocho cilindros con la abuela de copiloto, el jefe de familia tipo sport desayunando tabaco y bebiendo cerveza con imprudencia sin antes llegar al destino. La familia de cinco en el auto de la compañía, taxi o carcachita. Maletas, bolsas de plástico guardando más bolsas de plástico y todos los adminículos necesarios para obtener el mayor ahorro. Todos con distintas intenciones, pero inspirados por la superstición de terminar un año. Un fenómeno tan antiguo como la historia de la humanidad. Las resbúscadas y disímiles tradiciones entre familia y clan. Sigamos el camino. Mejor andar sobre el asfalto y bajo el sol que soportar cien orines regados por todo el piso.

Es difícil dejar de pensar lo que fue este camino cuando era niño, además del trayecto que se acorta con un cuatro cilindros más veloz comparado con el bocho, y lo que es hoy en día. Antaño los túneles me parecían dos gigantes fosas nasales, supuraban automóviles. Los cerros no parecían tan peligrosos como hoy; eran paneles gigantes para escalar; ahora pienso en el peligro de viajar con lluvia. Y si se cae una roca gigantesca. Si choca con el auto la muerte es inminente. Brazos fracturados, la columna comprimida y las cervicales escupiendo dolor, mi mamá prensada entre el aluminio del auto alemán ensamblado en brasil. Mi hermano retorciéndose como su intestino desecho, perforado por las costillas; cuando llegan los paramédicos por él, le han rasgado un pulmón, se para su respiración.... Cualquier cosa podría pasar, pero la adrenalina evita esos pensamientos; las motocicletas van arriba de los 180 KM/H. Un BMW Z8 se siente metros atrás, un zumbido de engranes, pistones y combustible; nos ha rebasado en instantes y la gorra del conductor sale disparada por la ventana. Se pierde en la siguiente curva, el sonido de una tira de velcro kilométrica.

Salir del D.F es un ejercicio que debería ser obligado para todos aquellos que nacimos y hemos vivido ahí por siempre y para siempre. La cápsula que representa es nociva, nos engulle la vida diaria, los alrededores se llevan lo mejor de nosotros cuando no tomamos lo mejor de ello. Hay vida en la ciudad como en provincia; el cielo es de fantasía, un azul que solamente vemos en el fondo de la computadora; el territorio es una gran falda con olanes. Las aves, reptiles y mamíferos disfrutando de todo lo que no gozamos y que algunos defienden desde el celular. La historia también se hace aquí afuera. El mito del centralismo en México es comprobable y a veces no.

La gran autopista no deja ver, pero la monotonía del paisaje espectacular permite pensar en lo hombres  que formaron una guerrilla casera oculta en el follaje. Donde profesores de antaño se colgaron un rifle oxidado para demandar lo que fuera y unas escuelas. ¿Dónde se habrán escondido durante el invierno sin hojas? Revueltas y movimientos, engendros de la pobreza. Crimen, engendro de la pobreza. Sembradíos de amapola para la subsistencia familiar. Reformistas, libertadores, monstruos y excepcionales trozos de historia. Un estado con fiebre, casi moribundo. Nada de eso importa porque la meta es llegar al Pacífico, subir la última pendiente para descender y enfrentarse a la inmensidad del océano.

La entonación cambia, el acento picoso de la costa comienza a hacerse visible. Regordetes, macizos y bonachones entregados al turismo, pero sanguinarios, quema coches, cuelga cuerpos. Este puerto es una emulación de la Ciudad de México, tal vez por coincidencia e infección, salvo con playa. Sucio, desordenado, estruendoso, caótico. De un lado el Acapulco popular con su zócalo, mercado de artesanías, la avenida costera Miguel Alemán, los barcos piratas, caguamas, antros y todo lo necesario para permanecer en la solana con el abdomen al descubierto, esperar a que el globo le de la espalda al sol. Al oriente del puerto una serie de condominios se han vendido a quien pueda pagar más de tres o cuatro millones de pesos, la mayoría de los habitantes son extranjeros, también algunos nacionales. Un poco más alejados de la playa más casas de interés social. Armadas en poco tiempo, decoradas vistosamente con pastos gruesos, albercas más azules que las playas de ahí, camastros, palmeras, seguridad las veinticuatro horas, bardas por encima de los cuatro metros.

Hace unas semanas los habitantes no temporales escucharon un choque sobre el portón de su unidad habitacional. El estruendo fue tan grande como el impacto, una camioneta se llevó la puerta reforzada de metal. Bajaron tres o cuatro personas, algunos dicen que seis o siete. Corrieron por todas las calles de maqueta, no alcanzaron a esconderse cuando entró un automóvil más. Se hizo el encontronazo de plomo. No hubo más que hacer, sólo mirar cómo llegaba el ejército horas después.


miércoles, 9 de enero de 2013

Crónica costera I

Había regresado a las tres de la mañana de una fiesta improvisada, de esas que sacan lo mejor de un borracho porque hacen que dude de toda responsabilidad y moderación. La vista de aquel departamento era esplendorosa, urbana, con un volcán jubilado al sur y los puentes de cemento a la izquierda; una gasolinera a las faldas del edificio y el oxxo atestado de borrachos que eran atendidos por un travestido super falso.

El apartamento demasiado sencillo y austero para toda la exageración sobre seguridad que montaron en la entrada y el elevador. Seudo guardias cuchicheando frente a un panel repleto de imágenes de cámaras de seguridad; una tabla llena de tarjetas para visitantes e inquilinos, sólo con la tarjeta es posible activar el elevador, si no, tienes que ascender por las escaleras.

Definitivamente un sitio con otra atmósfera. No es un conglomerado donde se escuche el partido de futbol a todo volumen, la borrachera masiva de viernes por la noche o los jadeos de dos o más amantes. Es un edificio recatado de gente que abre toda la puerta para invitarte a tomar su destapa corchos que necesitábamos para beber el vino francés que hurtó mi novia. El dueño de adminiculo, un viejecillo arriba de los cincuenta con el humor calentado por el whisky.

Todos - 6 inicialmente, luego 7, luego 6 - sentados sobre la alfombra de cada reunión. Color verde. Mucha cerámica en el piso y en la habitación contigua: una mano que se extiende, cápsulas y esferas blancas, todos con la misma función, aguardar toda la noche la ceniza del tabaco. Todos fumando, soplando y resoplando las babas del grupo. Primero sentados dirigiendo miradas sostenidas, inquisitivas y prejuiciosas a falta de más alcohol. Luego la rotación de lugares. El flirteo intenso de un lado, besos de cefalópodo; sorpresa del otro lado; besitos de parejita añeja y risotadas con chistes sobre anorexia y obesidad. Un lugar cómodo y acomodado por la confianza y amistad de entre todos. Luego habría de partir la primer persona. Se sumó otra más minutos después. La única forma de restablecer el equilibrio era comprando más cerveza.

!No mames¡ Apenas habían pasado cuatro horas y ya no me quería ir. Me justifiqué, aclaré y sopesé las razones para quedarme a sabiendas del viaje al otro día. Nunca gana la razón, gana la improvisación. Dejé que pasara mi plan, lo miré de reojo, pensé en perseguirle y retormarle: regresar a casa a la hora  establecida, con las copas necesarias, dormir un poco más, alistar mi equipaje, organizarlo para que no faltara nada, colaborar con algunos kilómetros - el camino aunque corto, pero sensible para la espina de mi padre -. No hice nada. Me quedé parado observando el contoneo de caderas de mi novia, vi sus piernas; después vi fuera de la ventana, la propaganda mártir del PRD; regresé la mirada, ya estaba sobre el piso una mujer flexible como un caramelo en verano, escurriéndose por toda la habitación y pidiendo enfáticamente que mordieran su lonja. La misma que se calzó dos tangas: una hecha con la red de plástico que sostiene a las cervezas de lata, la otra de cartón que abriga al six de botellas de vidrio. Sobrevino un toqueteo entre hombres y mujeres, hetero y homosexuales. Todo en medio de una plática enmarañada que inicié con un extraño sobre Ciudad Nezahualcoyotl, el fracaso panista en el gobierno y la pelea Márquez-Pacquiao. 

Desde luego la velocidad de todo dejó de ser constante, los planes de beber cambiaron abruptamente por largarse a comer unos tacos o quesadillas. No todos comieron del pulpo en su tinta que salió del refrigerador . Sencillamente ya no podíamos seguir la fiesta mi novia y yo. Caminamos al Oxxo cuando ellos se alejaban en un taxi. Armamos una cena chatarra. Sus papás venían en camino para llevarnos a dormir. Compré un chocolate de ofrenda para el señor. !Qué molestia acarrear borrachos¡ pensé. La camioneta me pareció una montaña rusa, los sonidos de la madrugada eran más estruendosos que de costumbre, toda la cerveza y vino rezumaba por mi boca, mejor me callé. Llegamos a mi callejón ahí donde el puesto de tacos espera siempre que hay hambre, poco dinero y mucha embriaguez. Balbucee despedidas para enseguida interrumpirme !QUIEREN UN TACO... SEÑOR.... SEÑORA.... MI AMOR¡ Todos comieron un taco, yo tres. Hice sumas de precaución y dieron sesenta pesos. Pagué con uno de cien. Me despedí con sonrisa, ligero choque contra la puerta de la camioneta y una seña de mano. 

Ya se había ido mi hermosura, pensé, no la vería hasta el próximo año.   

martes, 8 de enero de 2013

Proyectos

Definitivamente aplica muy bien la corriente naturalista de la psicología de Kantor en mis hábitos de escritura. Según él tengo ya una manera bien definida, aprendida, de "interactuar" con el teclado o PC en este caso. Escribo más cuando se supone no debería escribir y escribo nada cuando tengo la intención de llenar una cuartilla. Archivé en Drive de Google mis documentos con la intención de coleccionar lo mejor como lo peor de mis letras, a la fecha, no crece como yo quisiera. Únicamente sirve para observar la baja frecuencia con la que me siento a teclear: "Última modificación de la carpeta o archivo - Hace un mes".

En esos meses deprimentes, literariamente hablando, he leído y amasado ideas grandisímas de las cuales he imaginado castillos de prosa. Todo se reduce a nada. Se hace nada porque espero hacerlo todo en un tiempo indefinido, haciendo prospectiva. La realidad es que mi escritura es fluida como una gota sobre un cristal; no es abundante, pero me sale al golpe. Debería cambiar mi forma de "interactuar" con ese hábito que intento generar y que no puedo. Debería escribir siempre como ahora mismo, sin pensar, sin detallar, sin organizar tanto, sin esperar nada a cambio.

Lo que quería escribir y no he escrito es sobre mis vacaciones. Fue un viaje sorprendente para los sentidos. Gran viaje de reflexión sin lograr la iluminación en el extranjero. Aquí en mi país comprendí cosas. Mañana lo anoto, porque ahora deseo recostarme y leer un poco de álgebra.