Recuerdo las veces que he llorado bajo la lluvia; las noches que he pasado enfermo. También recuerdo las veces que he cenado con la brisa que entra por una terraza. Tengo bien presente los primeros rayos de la mañana después de una borrachera maratónica. Puedo aun sentir el frío de hace quince años en el piso al dormir en una tienda de campaña. He corrido durante varios años decenas de kilómetros y puedo recordar esos días donde el calor era extenuante o cuando el vapor rodeaba todo mi cuerpo caliente por el frío intenso de la mañana.
El clima quien sabe por qué es el contexto que necesita mi cerebro para asociar recuerdos, emociones e ideas sobre el pasado. Todavía recuerdo la primera vez que le declaré mi amor a una persona bajo una lluvia intensa de agosto. Pero también recuerdo una noche de poca humedad, sin viento, sin movimiento, cuando mi hermano murió. Y me pregunto si él habrá notado el clima de aquella madrugada, que por lo que sé, era húmedo, con una neblina sumamente espesa, allá donde respiró por última vez.
Y es que con la temperatura es como si se me pegaran más fácil que los colores, el tono de las voces, las caras o las palabras. O simplemente la temperatura resalta como marca textos lo que está sucediendo a mi alrededor. Ahora entiendo a Spike Lee en Do the Right Thing sobre cómo el racismo, ya de por sí insoportable, se puede calentar aun más con la incomodidad de una ola de calor. En mi caso no el racismo, pero sí puedo certificar que los malos y buenos ratos se acentúan con el clima. A veces requerimos del frío en medio del calor para soportarlo y disfrutarlo, abrazarlo y asolearnos sin reproche. Una cerveza helada. En otras ocasiones se suplica por una cobija extra para dormir cómodamente o se extraña el poder de una fogata en una noche de invierno a cielo abierto.
Espero que el clima, aun con todas sus variaciones y cambios erráticos antropocéntricos, siga siendo la huella en mi memoria que no se borra con facilidad. Le agradezco al viento, el sol, los frentes fríos todo lo que han revelado. Porque a diferencia de lo que somos y entregamos los humanos, el clima se ve más sólido, más consistente y especial cada vez. A veces inclemente, a veces apacible y otras impredecible, pero continúa dando vida a las plantas, ayudando a los animales a migrar y dándole belleza a todos los paisajes que existen.
Espero recordar años después, al leer este texto, el pequeño calor que comienza a brotar en la ciudad. El invierno está muriendo.