Existe la creencia popular que la ignorancia sobre ciertos o muchos aspectos es el mejor camino para lograr la felicidad. Si uno no sabe que morirá a lo mejor disfrutará mejor los últimos días, semanas o meses. Si alguien no sabe los efectos negativos de cierto hábito, no importa porque mientras lo hace está disfrutando la vida como nadie, además, que de algo ha de morir. Que la ignorancia es un sofá muy cómodo donde la vida sólo circula sin más, poco sobre qué pensar, el porvenir se acerca con naturalidad antes que uno se estampe contra él a causa de saber mucho. Y si no fuera poco, el argumento sigue así: Saber no sirve de mucho, si no hay utilidad práctica para qué; si un conocimiento no es materializado no sirve; si está lejano a nuestra experiencia diaria es basura. Así lo gritan: A mi qué me importa si el centro de la tierra es más caliente de lo que pensamos. Acaso debería importarme la relatividad del espacio y el tiempo. Qué importancia tiene saber que existió un insecto hace millones de años. ¿Matemáticas para qué si con sumar y restar basta?
Debo decir que mi argumento no es nuevo. Defender la importancia de conocer es un refrito milenario, sin embargo, se sigue haciendo porque la ignorancia parece ganar terreno tanto como el conocimiento. Cada que se publica un artículo o alguien culmina una lectura sobre algún pensador otra persona se convence de la existencia de espectros, fuerzas trascendentales o experiencias que tienen otra explicación bastante más precisa e incluso maravillosa. La ignorancia es una condición humana tan natural como el vello sobre los brazos o los caninos haciéndose afilados. No saber es lo más común en la vida diaria e historia de la humanidad, pero intentar conocer es una actividad que necesita incentivos, a veces es espontanea, pero luego inhibida por las circunstancias históricas de cada personas. Hay sociedades que han estimulado la necesidad de conocer en sus ciudadanos, otras - como la mexicana - ni si quieran consideran obligado que la población aprenda a cuestionar, a reflexionar o criticar.
La ignorancia es destructiva y en pocas ocasiones estamos conscientes de ello. No reflexionamos sobre lo que no sabemos, tampoco creamos hipótesis sobre lo que podría suceder con nuestra vida por desconocer todo tipo de eventos y sus explicaciones. Y cuando logramos hacernos de un conocimiento no sabemos porqué llegó ahí, lo tomamos como una consecuencia necesaria de la vida como aprender a manejar, utilizar la Internet, leer y lo reducimos a malabares diarios sin mayor relevancia que pasar el tiempo.
Mientras la ignorancia permanece en sus formas más inocuas los problemas ni siquiera son visibles. Sólo pasa que hacemos el ridículo por no operar bien ariméticamente en el restaurante o calculando los metros cuadrados de nuestra casa. También se ríen de nosotros por ignorar autores fundamentales de la literatura universal, nos repliegan de grupos que no deseamos pertenecer. Luego nos avergüenza un tanto no poder seguir el hilo de una charla entre personas que parecen dominar un tema, incluso nos enojamos o recurrimos a la cerrazón como la mejor decisión "no me importa lo que puedan decir" "están locos". Peor nos sonrojamos cuando no sabíamos que una enfermedad era contagiosa de tal modo, pero reímos porque la gente crédula cree que el limón corta la bacteria.
Al final la ignorancia es fatal en cualquiera de sus disfraces: para quien está convencido que ha llegado al horizonte del conocimiento y se aferra a supuestos y teorías con toda pasión, como para quien no sabe que es ignorante, que vive al día sin preguntar nada. Es igual de nuboso el mundo si se creen todas las preguntas contestadas o agotadas como no hacer ninguna. El tapiz de la incertidumbre es hermoso porque es inagotable y parece diferente cuando se le ve micro como cuando se ve macro. No es sencillo darle cabida a los problemas (quién quiere más tribulaciones en una vida - simple - indefinida) pero sólo quienes se atreven estar con el pie sobre el precipicio, puede ver que lo que hay abajo es maravilloso.
La ignorancia es destructiva y en pocas ocasiones estamos conscientes de ello. No reflexionamos sobre lo que no sabemos, tampoco creamos hipótesis sobre lo que podría suceder con nuestra vida por desconocer todo tipo de eventos y sus explicaciones. Y cuando logramos hacernos de un conocimiento no sabemos porqué llegó ahí, lo tomamos como una consecuencia necesaria de la vida como aprender a manejar, utilizar la Internet, leer y lo reducimos a malabares diarios sin mayor relevancia que pasar el tiempo.
Mientras la ignorancia permanece en sus formas más inocuas los problemas ni siquiera son visibles. Sólo pasa que hacemos el ridículo por no operar bien ariméticamente en el restaurante o calculando los metros cuadrados de nuestra casa. También se ríen de nosotros por ignorar autores fundamentales de la literatura universal, nos repliegan de grupos que no deseamos pertenecer. Luego nos avergüenza un tanto no poder seguir el hilo de una charla entre personas que parecen dominar un tema, incluso nos enojamos o recurrimos a la cerrazón como la mejor decisión "no me importa lo que puedan decir" "están locos". Peor nos sonrojamos cuando no sabíamos que una enfermedad era contagiosa de tal modo, pero reímos porque la gente crédula cree que el limón corta la bacteria.
Al final la ignorancia es fatal en cualquiera de sus disfraces: para quien está convencido que ha llegado al horizonte del conocimiento y se aferra a supuestos y teorías con toda pasión, como para quien no sabe que es ignorante, que vive al día sin preguntar nada. Es igual de nuboso el mundo si se creen todas las preguntas contestadas o agotadas como no hacer ninguna. El tapiz de la incertidumbre es hermoso porque es inagotable y parece diferente cuando se le ve micro como cuando se ve macro. No es sencillo darle cabida a los problemas (quién quiere más tribulaciones en una vida - simple - indefinida) pero sólo quienes se atreven estar con el pie sobre el precipicio, puede ver que lo que hay abajo es maravilloso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario