Esa tarde cambió toda mi perspectiva del mundo, la presión de las miradas sobre mi funcionaron como una especie de cura. Como si mi personalidad hubiera sido aplastada como un tubo de dentífrico; se fue la vergüenza, o mejor dicho, se escurrió por las escaleras del edificio Francisco Márquez. Después de ese día no volví a temerle a las personas, comencé a ver sus ojos, a escuchar cada palabra que me dirigían, a mantener mis manos temblorosas firmes y sin sudor ante mi presentación o exposición de dudas. Aprendí a pedir dónde está el baño. Apenas duré una semana, ni siquiera tuve tiempo para recordar algún rostro, un nombre o una voz. Sé que los monitores usaban playeras polo, verde botella; shorts caqui y cachuchas con el nombre de la empresa bordado. Todos eran jóvenes, aunque en ese entonces me parecían cuasi adultos, pero puedo calcular que no pasaban los veinticinco años. Los monitores iban y venían corriendo, tomando de la mano en forma de cadena a todos los niños. Me pareció...
Un espacio donde pongo todo aquello que escribo bajo el único criterio de relajarme. Encontrarás literatura, opinión o asuntos que no comprenderás, porque ni yo mismo a veces me entiendo.