Ir al contenido principal

Cuando la conocí...

Es un hecho que todo mi gusto musical fue formado a través de su enseñanza indirecta. Toda la escuela del blues estaba detrás de ella. La primer época en que la conocí supe que su carácter oscilaba entre la tristeza y la ansiedad, ello nunca me alejó, estaba realmente atraído. Fuera de esos momentos era una mujer con una felicidad gigantesca. Reía a cada rato. La primer semana que pudimos estar juntos fue un tanto extraño, pero recuerdo todo el ánimo que desde el primer día dedicó a nuestra relación. Yo estaba asustado, indeciso, impulsado por la irreflexión; al contrario, ella se mantuvo razonable ante mi duda. Me decía que si no era el momento para iniciar algo juntos no habría ningún problema. En algún punto se desesperó, porque a la primer semana decidí alejarme de ella sin dar explicaciones salvo evasivas. Años después no puedo explicar qué es lo que quería. Ahora sé que la quería a ella, pero tenía miedo. Ella no, por lo menos no durante las primeras semanas donde fuimos más que novios, amigos.

Entre clases nos sentábamos sobre la banca con las piernas abiertas, frente a frente, y nuestros pechos entregados en la misma dirección. Para esos días yo estaba absolutamente perdido. Algunas tardes antes nos besábamos durante los espacios de tiempo que teníamos. No hablábamos, sólo nos rozábamos con los labios y decíamos la misma frase que habría de durar varios años: Te amo. Después se volvió más difícil controlar la distribución del tiempo, comenzamos a ocuparnos de nuestra relación más de lo planeado. Hicimos de las bancas el espacio para compartir nuestro cuerpo y anécdotas. Ahí le dije que la amaba, le dije que no sabía besar, (a decir verdad era una burda y falsa autoafirmación) cuando en realidad yo nunca había besado a ninguna mujer. Ella me enseñó lo básico del beso. Se acercaba hasta que faltaran pocos milímetros y proyectaba sus labios suavemente, me llenaba de microbesos, después se apartaba y sonreía. Mi cara hormigueaba de placer. Lo único con lo que contestaba era un violento abalanzamiento, apretaba mi cuerpo sobre el de ella, tomaba con mis manos su rostro y escurría mi lengua por toda su boca. Quedaba desconcertada, pero podía ver emoción en ella, reía por mi exagerada forma de besar. Metía mi lengua en todo momento, primero como síntoma de la inexperiencia, después los besos lengua se convirtieron en un sello de pasión y deseo. Aprendí a modular los míos y ella aprendió lo contrario. 

Ocupamos cientos de horas sólo en besos. No recuerdo mucho de lo que hablábamos, pero recuerdo las escenas: nos besábamos en la noche, en zonas obscuras, a plena luz en las mismas calles que recorrimos durante años; nos besamos en los puentes peatonales; la besé entre lágrimas; nos besamos a la orilla de su puerta; frente a sus amigos; en las afueras de un restaurante vegetariano; en el caos inmenso de una avenida transitada; la besé a ella y a un vidrio que se interponía entre nosotros; mientras estaba recostada en una unidad dental la besé; la besé con el aliento a cerveza; la besé después de vomitar; la besé cuando hacíamos el amor; la besé agripada; nos besamos en el trópicos; nos besamos desnudos; nos besamos los pies; besamos el conjunto de cosas que amábamos, los perros, los gatos; la besé después de un concierto; besó mis manos; besé ambos ojos; besó mi pene; besó mi abdomen; besé sus piernas; besé sus fotos...


Comentarios

Entradas populares de este blog

Comida de recuerdo

Y ahora que estoy un poco más lejos, de tiempo y lugar, cómo extraño comer con mi madre. A veces solo extraño la comida, a veces el silencio y a veces la compañía. A veces extraño las tres: una comida deliciosa, una plática larga sobre cualquier tema o un enorme silencio que tranquiliza y ayuda a sopesar mejor las ideas. Mi madre nunca fue una gran conversadora, en el sentido de abrir la charla, profundizarla, narrar grandes historias o acompañar la sopa con hazañas imborrables. A veces solo nos mirábamos, y ella tan silenciosa como yo. Solo el sonido de las cucharas chocando la porcelana y el gorgoteo de la jarra sirviendo agua de fruta. Las burbujas del agua hirviendo para el café o el té de manzanilla. Y también el canto de los pajaritos que nos espiaban desde la ventana, como queriendo escuchar lo que decíamos. Pero no decíamos nada. Solo estábamos concentrados en saborear la comida, y tal vez en planear nuestro día. Porque, aunque mi madre no decía mucho, yo sabía que pensa...

El lugar del miedo y la ambición

Durante los últimos meses ha sucedido algo extraño en mi forma de pensar y se ha reflejado en lo que es este blog y en la idea sobre la que fue concebido. Con un poco de decepción pienso que mi impulso literario ha desaparecido. Las historias que tenía en mi cabeza y que quería redactar en este sitio, de pronto dejaron de ocupar espacio en mi cerebro. Fue un secado creativo, un drenado de literatura. Ya no leo ficción, ya no me obsesiono con personajes y formas de narrar una historia. No busco buenos reportajes, ni las plumas más destacadas en los medios de comunicación me interesa. Ignoro los mails que me mandan las editoriales y mi biblioteca apenas si ha crecido con nuevas adquisiciones de cuentos, novelas, ensayos e incluso ciencia.  Todo ha sido, poniéndolo en términos informáticos, como un formateo. Se borraron mis viejas programaciones y fueron instalados otros programas que me llenaron de nuevos conceptos y formas de ver el mundo. Y esto no es una queja, es una especie de n...

Espiral 1

 Desde la óptica de sus padres, se le dio todo. O más exactamente, se le dieron todas las convenciones sobre la "buena" y "mala" crianza. A veces mezclada, a veces con un compromiso que solo surge del amor: apoyo, acompañamiento, diálogo, esquematización, horarios, mano dura, empatía, guía profesional, psicólogos, terapias, cinturonazos, trapazos, paciencia, dedicación, escucha, libertad, normas, libros de autoayuda, actividades al aire libre, espacio personal, integración familiar, experimentación individual o en familia. Se le ofreció todo con el único objetivo de hacerlo sentir apoyado y amado. Se le preguntó y escuchó sobre todas sus inquietudes, desde niño hasta cuando ya era mayor y plenamente consciente de todas sus decisiones. Nunca se le retiró el apoyo directo o parcial, porque simplemente no podían hacerlo sus padres. Era su primogénito, primera y última razón para seguir adelante.  Algunas veces intentaron renunciar a él. Guardaron la distancia, fingiero...