martes, 3 de febrero de 2015

Cuando la conocí...

Lo primero que se viene a mi mente es esa melena ondulada, desaliñada, deshidratada, una enredadera que se podía ver desde bastante metros a la distancia; un cabello castaño, que por aquellos años estaba pintado de negro. No podía imaginar otro peinado que no fuera aquel despreocupado aspecto. No sólo se reflejaba en el cabello, sino en los pies, en las manos... pero todo era a propósito, era evidente que todo aquello era una imagen perfectamente planeada. Nadie tiene el cabello tan desarreglado, si no es a través del meticuloso ejercicio de lucir diferente; porque lo era, tenía un brillo que la convirtió en la excepcional cantante que es hoy. Ya era actriz antes de que lo pensara. Tenía un carisma desbordante para abordar a las personas y entablar conversaciones. No conmigo, debo ser honesto, pero iba por aquí y para allá repartiendo sonrisas y buenos deseos. Por supuesto que estaba la parte irascible que no buscaba ocultar. Se largaba de una reunión o sin más meditación dirigía insultos para aclarar un punto en discordia. Esa era la manera en la que hacía las cosas, en la que cuidaba su aspecto: Natural y espontánea.

Yo no conocí alguna persona que no tuviera una buena impresión de ella. Era una mujer leal, que sabía escuchar y opinaba al respecto. A más de uno le levantó el semblante del piso para hacerlo volver a la realidad, a esa realidad feliz a la que se asía o pretendía abrazar, pero que en realidad le parecía desdichada. Nadie sabía eso, muy pocas personas, los más cercanos, muy cercanos, un puñado de personas apenas. Nadie sabía que por las noches lloraba hasta que sus ojos no podían inflamarse más por circunstancias sumamente privadas, que socavaban la energía que encontraba en el refresco de cola y el tabaco. Era completamente natural que los recuerdos la atormentaran así, su carácter era de seda y algunas rasgaduras jamas lograron difuminarse, sin embargo, urdieron con más resistencia su carácter benefactor. Una filosofía positiva de la vida surgió en ella. Gran parte del tiempo pensaba en cómo obrar bien, ayudar al prójimo, al desvalido. Janis fue una gran equilibrista para no caer en el desánimo que constantemente le atacaba y el impulso lógico de alguien empático, de quien entiende las circunstancias y se apropia la desdicha de los demás. 

No puedo dejar de recordar su sonrisa; la primera vez que la vi de cerca me pareció divertida, una expresión infantil, que casi no veía en las personas de mi edad. Hablar de la risa, es hablar de un tema todavía más grande. El sonido que salía de su boca podía escucharse muy a lo lejos, era agudo y repiqueteaba en pausas, porque energía se liberaba en forma de sonido y energía se comprimía en su estómago. A veces reía tanto que pedía parar, si no la dejaban parar pasaba al enojo. Con Janis no se jugaba con la risa, como no se jugaba con sus ideas. Siempre estaba decidida a defender un punto hasta el cansancio, pero había límites en ella. Se desesperaba con facilidad si no lograba cambiar de opinión a la otra persona. En aquella época idealizaba las perspectivas que hay del mundo, todas le parecían seductoras e interesantes. Podía hablar de temas polémicos sin ninguna censura, si alguna idea no dejaba de manifestarse en sus actividades diarias, se obsesionaba con ella, leía y leía hasta lograr una comprensión total. Devoraba biografías, memorizaba discografías completas, absorbía horas y horas de películas. Aquel sentido de control se hacía presente en las más amplias formas de su vida.

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La primera vez que la escuché cantar quedé sorprendido, no tanto como ahora cuando la escucho en retrospectiva para atender todo su progreso. La única constante en toda su carrera ha sido la verdad que sale en forma de notas; en el sonido de su voz potente se desprendía la fineza de su carácter, se iba esa tosquedad de la que siempre se quejaba, la que aparecía cuando quería pasar por un lugar reducido, cuando quería caminar aprisa sin tropezar, la que le rompió un vestido elegante y fino que esperó ponerse por tanto tiempo. El canto brotaba de ella como las lágrimas prístinas que le descendían por sus pómulos cuando recordaba a algo antaño en una canción. Todas las memorias estaban acumuladas en canciones. Ella podía reconstruir el anhelo, el odio, el amor, el miedo y la euforia en canciones. En esa constelación lírica encontró espacio para hablar de ella sin censura. Jamás decía si algo andaba mal en casa o con sus amigos, simplemente ponía sus audífonos, elegía una lista de reproducción y dejaba que la música armonizara su sentir.

La primer canción fue  "Mercedes Benz". Quedé pasmado cuando terminó la canción, con una doble sensación en mi, sonriente y sorprendido, probablemente una se derivó de la otra. La canción quedó impresa en mi mente como un sello único. En todos los años que pude estar cerca de ella fueron contadas las ocasiones que escuché nuevamente la canción, tal vez diez veces, sobre todo los primeros años. Para todos los que la rodeábamos era una interpretación soberbia, para ella no tenía sentido la petición, decía que era la que siempre cantaba. Así fue hasta los últimos momentos.

Continuará... 

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