El sol queretano desplomaba en la forma más despiadada, sobre las ya curtidas pieles, gruesas, tostadas y agrietadas por el frío de las noches. Estaban jugando sin que el sol menguara el ritmo del pequeño partido. La partida estaba pareja tanto como reñida. La meta occidental estaba dispuesta con ropa; tenía el mejor portero que se hubiera visto en varias generaciones, se tiraba sin arrepentimiento y con una técnica aprendida por la repetición sin fin de los videos de futbol que vendían en el mercado. En el otro extremo había un delantero que arremetía con fiereza a cada pase bien colocado sobre el área. Era un duelo trabado, el marcador se resumía a cada encuentro desde que comenzó la rivalidad en el cuarto año; ya para el quinto se habían formado dos equipos vitalicios, este último año tenía arrojar un resultado definitivo pues sólo faltaban tres meses para las vacaciones.
La pelea futbolera había saltado a las clases. El salón estaba partido en dos piezas antagonistas, sólo las niñas, como diáspora, lograban ocultar a los profesores y visitas la rabia que iba creciendo de un lado para otro. Todo parecía normal desde la plataforma donde el profesor dictaba. Un grupo promedio, ligeramente encima de la media, en habilidades de análisis y razonamiento. Activo en todos los bailables, pastorelas y con un representante abanderado, que era la joyita en bruto. Si la inspección acudía de manera sorpresa, todos se apresuraban a colocarse en orden alfabético y poner delante del rayo de luz que se filtraba por la ventana al pequeño lábaro. Desde cualquier ángulo sobresalía y por momentos creaba la ilusión de un salón en orden, sosegado, atento, con disciplina.
Con este grupo la profesora podía deslizarse hasta la sala donde el café hervía toda la mañana; caminaba arrastrando los dedos por los arbustos mientras con la otra mano llevaba un cigarro a los labios. Estaba más preocupada sobre las formas menos sugestivas de abordar al nuevo profesor. Un hombre recién llegado de la ciudad, naturalmente agradable y con un interés sin precedentes por los niños. La mayoría de los colegas eran obtusos con el peor sentido de cordialidad. Machos que consideraban a las maestras como pilmamas necesarias para tratar con las niñas o en asuntos que requerían hablar con los padres de familia. Pero, el profesor nuevo se distinguía por mantenerse atento en las reuniones, lanzar puntos de vista meditados y probablemente organizados en un cuaderno de notas. Hacía más notas sobre los enunciados de otros compañeros. Salía con seguridad a enfrentar a papás que recriminaban la ignorancia de sus hijos "Es que mi hijo reprueba porque no sirven para enseñar" A lo que respondía "Sí, señor, es muy probable, pero nuestra responsabilidad es una parte que debería estar complementada por el trabajo que realiza su hijo en casa, solo, y en compañía de ustedes. Si bien, nos podemos equivocar al seleccionar métodos de enseñanza, ustedes son responsables por la disposición que tenga el niño al presentarse aquí, con tarea, iniciativa y ganas de aprender" Más de un padre tragaba la espuma y concluía el encuentro con un "Gracias".
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Cuando la maestra salió el cuchicheo se convirtió en una gran tormenta de gritos. Todos cambiaron de lugar y se agruparon en círculos. Jugaban canicas sobre el piso, con el celular grababan a un compañero que grasnaba. Alguien estaba lanzando la barra de pegamento al techo mientras todos contaban cuántos segundos duraría ahí en el techo. La barra cayó sobre la cabeza risada de Belén y todos soltaron una carcajada que atravesó la pared del otro salón. Todos bajaron el volumen porque sabían que vendría la profesora a callarlos, pero no fue así. Belén sólo sonrió y señaló a uno puro uno, comenzó a correr detrás de cada compañero y soltaba manotazos cada que se acercaba un poco a ellos. Las niñas alentaban a Belén para que corriera más rápido, mientras los niños daban instrucciones sobre cómo evitar la embestida. Para esquivar a Belén dos de los más espigados subieron al escritorio, Belén los rodeó como felina. No había escapatoria salvo con un salto de longitud, más o menos un metro y medio de distancia hasta la mesa más próxima. El primero llegó ovacionado por la agilidad, el segundo aplicó una fuerza ridícula que apenas le hizo pisar la esquina de la mesa, la mesa cayó y el pequeño guiñapo cayó sobre el piso sin amortiguación alguna. Su ojos se hicieron grandes y una bocanada de aire salió de su boca. Todos rieron por semejante mueca. La risa no hizo lo levantó, si no permaneció ahí durante un minuto sin aire, sofocado por las miradas. No pudo fijar la mirada sobre algún punto hasta después de un minuto. El aire era insuficiente, sus pulmones lo pedían desesperadamente. Nadie hizo nada, sólo sonrieron con menos alegría cuando notaron que su cuerpo se compactaba como hule ardiendo. Pasaron diez segundos y sus músculos mejoraron su tono. Empezó a reír nerviosamente hasta que todos, incluso Belén, lo hicieron.
No sabía cómo manejar el asunto de abordar un hombre. No es tan simple cuando gran parte de tu vida "productiva" eres asediada por todos los hombres del área, primero por ser un trofeo inconquistable de belleza, por tener ojos líquidos y tes arena; luego porque eres un símbolo de poder, una mujer que estudió para ser maestra, letrada entre analfabetos es un ornamento que nadie con suficiente dinero puede desdeñar. La historia de su corazón era un camino impoluto, tenía lo que quería: resistirse a capricho y obtener lo que fuera. Por eso él sobresale, porque no intenta siquiera ignorarla, está ahí por otras circunstancias; enseñar, tal vez, pero no robarle un beso o comprarle un combinado de ropa. Si tuviera que acercarse tendría que ser con ligereza, caminar de puntas con gracia disfrazada de interés profesional, con sábanas de fantasma que buscan hacer reír.
- Hola -
- HoOoOo LaaaAaa PrOooFeeEeeSoooRaaaA
- Gracias, niños. Siéntense.... voy a tomar a su profesor un momento -. Abrió los ojos hermosos como una invitación cordial y jaló los músculos de la sonrisa en la forma más infantil que encontró. - Por favor, profesor, sólo un instante -
Caminó hacia ella en una resolución poco vista por estos lugares, una marcha puntual y varonil. Sin esa presunción fálica.
- Sí, profesora -
- Bueno, no quiero molestarlo mucho, pero me parecía importante decirle que en el descanso efectuamos la reunión semanal los profesores para planear las actividades.... de.... lo que consideramos es necesaria para realizarse en la semana - Hizo una pausa para analizar lo que no había dicho - O bien podemos fumar un cigarro atrás en la huerta -
- Le agradezco mucho maestra, gracias por la información, pero ahora debo seguir. Estamos a la mitad de un ejercicio. Gracias. Con su permiso..... Nos vemos en el descanso o en la huerta para un cigarro - Dio media vuelta y continuo dirigiéndose a los niños
Pensó que era la forma más absurda de acercarse. No significó nada, ni siquiera logró sacarlo de esa zona de concentración. "Estamos a la mitad de un ejercicio bla bla bla..." Cómo debería acercarme, controlar por un instante su mirada, llevarla con una ganzúa hasta donde quiero y durante el tiempo que me plazca. Controlar la conversación y reducirla si me parece. Desaparecer cuando quiera. Dejar en vilo sus emociones. Que me vea maldita sea.
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Después de la caída todo se convirtió en un caos. Ya iban más de quince minutos sin supervisar, el libre albedrío se apoderó del salón, pero en formas inteligentes, para que nadie llegara a reprenderlos. Después de años de castigos habían controlado la forma de juego. Bajar la voz por más gracioso que sucediera un evento porque el castigo sería inevitablemente la clausura del partido de futbol. Ríen hacia a dentro, con el aire apretado hacia el diafragma o dando manotazos en el regazo, pero bajo ninguna circunstancia gritos. El balón se usa dentro del aula sólo envuelto en una playera para ahogar el sonido. Y si además toca el suelo viene una lluvia de golpes en la cabeza por la incompetencia para dominar la bola. No hay goles en el salón, pero sí muchos trucos a una o cuatro extremidades. El último récord fue de ciento cincuenta dominadas sobre la cabeza y hombros, algo extraordinario y que hay dudas sobre su repetición en el futuro. Las niñas permanecen calmadas la mayor parte del tiempo, como una grupo de ardillas, ríen con los dientes amplios y asienten con la cabeza para todo, se abrazan mucho más y giran en conjunto hacia los niños, después regresan la cabeza y sigue como ardillas.
Luego salió volando una mochila por la ventana del segundo piso. Da para el sur donde está un pequeño huerto con jitomates, zanahorias y algunas calabazas. La mochila salió suave por el marco de metal, sólo vieron los tirantes de la mochila flotando como estela. Las pequeñas ardillas movieron la cabeza sin perder de vista el proyectil. Era de color negro con los cierres abiertos, los colores salieron regados por todo el piso, las gomas, los sacapuntas y el pegamento líquido. También unos cuadernos se despedazaron por la velocidad, sobre todo porque eran de espiral delgado, unas verdaderas baratijas escolares. El libro de geografía chocó en el borde de la ventana, pero terminó sobre la tierra de cultivo. El de español aplastó las pocas zanahorias y el de biología dobló la rama de los tomates. La mochila quedó desparramada y anónima. Era difícil señalar a su dueño porque desde arriba era un modelo realmente genérico, pero todo indicaba que era de Belén.
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Encendió otro cigarro mientras columpiaba las piernas en la banca. Faltaba poco para el descanso, así que no tenía caso volver a columpiar las piernas en la silla del salón. Fumar era una de las actividades más tranquilizantes que había descubierto en años de enseñanza. La primera vez fue un intento por crear una identidad, ser menos provinciana. Luego supo que en el tabaco había sensaciones comparables sólo con la comida o tener sexo. Es algo que tranquiliza los nervios, que te hace sacar un poco de presión. O simplemente te hace mecer mejor las piernas. Sin embargo, la sensación de tranquilidad sólo alcanza niveles incomparables si se está a solas. Un cigarro, un momento a solas. No importa si eso fuera un escándalo, una mujer resoplando humo como una prostituta.
Salió del salón en dirección opuesta al edificio administrativo y no se dirigió al baño. Pasó por todos los salones, buscando algo. Después de revisar las pocas aulas repasó la explanada. Sonrió desde lejos y se acercó a ella con el pecho notablemente inflado. El carácter de profesor había sido abandonado en algún lugar, los gestos cambiaron cuando estaba parado frente a ella. Su composición física ahora quedaba descubierta porque él mismo la mostraba con encanto. Su rostro se hizo más flexible y las miradas que soltaba eran calurosas. El tono de sus voz se hizo amable sin los matices con que se dirigía a los niños, era una voz redonda.
- Hola profesora. ¿Tiene un cigarro para mi? - Esperó sin la menor duda recibir un tabaco.
- Sí, aquí tengo uno extra - Bajó unos centímetros la pequeña liga de su ropa interior y sacó la pequeña caja de metal. La abrió con dos dedos, sacó un cigarrillo blanco y lo colocó en los labios del nuevo profesor.
- Eres un encanto, te lo agradezco - Sus nervios permanecían en la misma frecuencia, aquel gesto del tabaco en la boca pareció afianzar su seguridad. - Eres muy amable. Faltan cinco, siete minutos para el descanso, deberíamos regresar con este último cigarro - Consumió un tanto más de tabaco y el sobrante lo tiró a una maceta. Se acercó a ella y dejó en sus oídos una confesión.
Caminaron hasta el último extremo de la escuela, la profesora quitó el candado de una reja que conectaba a la parte de atrás de la escuela, luego cerró nuevamente con llave. Todo en instantes, sin desperdicio de tiempo porque los minutos estaban en contra, la chicharra sonaría en cualquier instante y la marea de niños inundaría todos los rincones de la escuela. Nadie podría pasar la reja sin la llave, pero en más de una ocasión alguien saltó la reja para ir por una pelota o simplemente para robarse unos tomates y lanzarlos cruelmente sobre alguien solitario en la explanada. Los minutos se iban entre el deseo buscando que se alargaran un instante. Todo se hizo con la mayor premura, con la ropa ajustada en su lugar, con la falda levantada y el pantalón de mezclilla sonriendo con la cremallera abajo. Se asomó, salió de la oscuridad y la embistió durante pocos minutos, después con su rostro hacia la pared. Todo iba a terminar tan rápido como empezó, pero de súbito se interrumpió el momento, una mochila cayó del cielo a unos pocos centímetros. La profesora palideció y se arrancó de un sólo movimiento. Él dio un ligero paso hacia atrás y dirigió la mirada hacia arriba.
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Todos corrieron a la ventana. Usaron el pie de ladrón para llegar más alto mientras otros alineaban las bancas para asomarse y saber si la mochila pertenecía a Belén. Belén sabía que su mochila fue el proyectil que lanzaron por la ventana. No estaba contenta por semejante agresión. Siempre soportó las travesuras porque sus respuestas eran con la misma intensidad, pero si algo le molestaba era la mofa a escondidas. No hay nada más vil que un compañero jugando en las sombras, donde no pueda ser visto. "El que se lleva se aguanta" decía en los momentos de riñas ya subidas de tono. Y ahora esto. Su mochila despedida por un anónimo. Estaba realmente molesta cuando subió para sacar la cabeza por la ventana, pero pasó a un estado de conmoción y vergüenza en segundos. Lo primero que vio fue un grande y rojo trozo de carne. Después su mochila sobre la tierra, los cuadernos, los lápices y todo arrumbado sobre los vegetales. Otra vez la carne, pero con menos volumen ya siendo recogida entre dos manos temblorosas. Y la profesora con su vestido blanco como rebelándose contra ella. Los dos profesores desde arriba no parecían profesores, si no como dos bichitos que miran intimidados el firmamento, una sensación de escudriño total. Belén se quedó mirando sin decir nada, sus compañeros rápido regresaron la cabeza adentro del salón. Comenzaron a reir ya sin importar un castigo, porque sabían que no habría. Acababan de ver a dos profesores fuera del salón en un momento confuso para todos, pero no menos gracioso.
Todo el asunto cambió a una dirección inesperada. Los profesores apenados intentaron ocultar sus emociones bajo una actuación mediocre de ira. Sentenciaron a los niños por haber lanzado una mochila en forma peligrosa, pudieron herir a alguien, lastimado a un compañero, omitieron explicar porque estaban atrás en la huerta, pero asumieron que alguien más podía estar y haber sido descalabrado, fracturado por el peso de la mochila. De quién es la mochila, preguntaron, quien la aventó. Gritaron hasta que más cabezas se asomaban de otros salones, luego más profesores y la chicharra sonó.
Todo quedó interrumpido. El torneo de futbol eclipsó aquel evento, pero para los profesores era impredecible lo que sucedería. Todos habían visto claramente a los profesores atrás sin ninguna razón aparente, no con las manos sucias de una práctica grupal sobre vegetales, tampoco alumnos recogiendo tomates. En cambio estaban pasmados sobre el huerto, pero nadie dijo nada. En la sala de profesores todos bebieron café e intercambiaron chistes sin detallar o preguntar lo sucedido. Entre ellos las miradas eran de gelatina, aguadas y llenas de pavor. Era evidente para él que alguien había visto algo. Para ella sucediera lo que sucediera iba a negar categóricamente y se aferraría a cualquier argucia: chantaje, sabotaje, lo que fuera necesario. Era inconcebible estar frente a toda la plantilla de profesores y ser percibida como una extrañeza, un ser infecto, no sólo para las mujeres que la creían una pirujilla engreída, si no por todos los profesores que alguna vez intentaron cortejarla sin éxito, y ahora con las enaguas mojadas cubiertas de tierra de cultivo frente a un recién llegado.
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La profesora vio a Belén en el patio antes de ir a la sala de profesores. Le entregó la mochila sin reprenderla verbalmente sino con una mirada afilada. Con esos grandes ojos una mujer con el doble de edad le recriminó a Belén su imprudencia, su estúpida necesidad de arrogar una mochila por la ventana. Podría terminar su estancia en la escuela como la mochila salió disparada. Una niña estúpida, que no tiene la capacidad de entender las ideas científicas más elementales, que arrastra el lápiz hasta asquear la gramática con semejantes faltas de ortografía, la risa nerviosa interminable aún cuando pones en evidencia su estupidez.
- Aquí está tu mochila -
- Gracias, maestra - La toma del tirante sonriendo.
Se va a la sala de profesor murmurando entre el griterío de los niño.
Belén desliza los cierres para cuantificar las pérdidas. Los colores están incompletos, dos de tres gomas se perdieron en la tierra, las tijeras no están en donde deberían estar, los cuadernos están destripados y embarrados de tierra y un poco de tomate, la regla ya dejó de medir treinta centímetros, el forro de casi todos los está maltrecho. Van a castigarme, piensa. Algunos sin televisión, hacer tarea supervisada por mi papá, dormir temprano. El forro impermeable de la mochila acumuló algo dentro, algo frío y espeso. Su mano revuelve con los dedos intentando adivinar antes de formular una hipótesis sobre quién vació yogur. Acerca la cara hasta el interior de la mochila y huele su mano, huele a metal. Es sangre. También supo que estaba sobre un cuchillo de cocina.
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Lo tuvo toda la mañana metido en el calcetín. El filo le había cortado ligeramente la pierna, más un rasguño que una verdadera herida. Desde la mañana supo que el resorte del calcetín no era lo suficiente seguro, podía resbalarse o por el movimiento se saldría el cuchillo; por eso lo aseguró con cinta canela, varias vueltas sobre la pierna flacucha. No se detuvo a pensar si funcionaría, si podría caminar sin lastimarse, tampoco se imaginó que su pierna se cortaría. Las manchas no eran muy grandes, pero sí alguien decidiera inspeccionar la tibia podría verlas sin ningún problema. Antes del descanso ya era demasiado incómodo por el sudor y el goteo intermitente. Aún cuando sangraba no había dolor como usualmente pasa con todas las heridas. Una vez se cortó con un alambre que sujetaba el esqueleto de metal con el respaldo del asiento de un camión y la sangré salió animosa toda el viaje, se manchó el tubo tanto que una señora se alarmó innecesariamente porque una cuadra más adelante se bajó con la mano aún sangrando. Más valía acelerar la marcha del plan antes de que la pierna supurar un chorro bastante obvio. Todo el esquema era bastante simple: Llamarlo, hablar, distraerlo, picarlo.
Destapó su pierna de toda la cinta canela que había en su pierna. Lo hizo con la mayor calma, sin ninguna presión, recargado sobre la pared exterior del salón. Todos estaban atentos al juego de dominadas con la pelota y las niñas como ardillas. El pasillo estaba desolado con las puertas de los salones bien selladas para evitar que alguien que se dirigiera al baño saboteara la lección de aritmética o hiciera sonar confusa una fábula sobre el bien y mal porque el atolondrado de afuera pasa bailando Moon Walk de Michael Jackson. Retiró toda la cinta canela en tres minutos. La pierna había sufrida una herida considerable, pero la presión de la cinta evitó una mayor hemorragia al mismo tiempo que favoreció una coagulación digna de alguien sano. Caminó hasta el bebedero, lavó el cuchillo repetidamente hasta eliminar cualquier rastro de sangre, tasajeó el aire para eliminar las pequeñas gotas de agua, arrogó vapor por ambos lados de la hojas de metal inoxidable y lo pulió con el suéter azul marino. Escribió "Ven wei al patio ya casi empieza el recreo". Fue un mensaje simple y directo con la convicción de alguien que suelta una verdad incontrovertible. Ya faltaban pocos minutos para el recreo. Veinte segundos más tarde "Si". Sententa segundos más tarde estaban parados en el patio bajo el rayo del sol. Todos los profesores en los salones correspondientes - o no todos - los conserjes acicalándose en el cuarto de servicio que está bajo las escaleras principales, los administrativos escuchando y haciendo peticiones a la radio local, los directivos llenando papeleo con una frecuencia interrumpida por sorbos de café y movimientos en cualquier juego de Internet.
- Vamos a sentarnos donde haya más sombra, ahí en la jardinera abajo del árbol. Está chingón" -
- Va. Además ya creció el pinche pasto. Casi todo el año se la pasó seco porque nunca había agua. Si no le bajáramos la llave al baño a lo mejor tendríamos más agua para tener más pasto -
- Pero el baño estaría asqueroso y apestoso -
- Pues sí, pero tendríamos pasto para sentarnos bajo el árbol y no estar chingados por el pinche calor -
- Pues ya vamos -
Se tiraron sobre el pasto grueso. Vieron cómo la luz diagonal de las 10:20 pasaba entre las hojas del árbol. Así como si no tuviera la decencia de pedir con permiso. La luz pasó indefinidamente alumbrándolos con bastante calor, pero tolerable por la gigantesca sombra, sumado a ello, la frescura del pasto recién regado bajo sus espaldas.
Giró en seco sobre la cadera de su compañero, lo inmovilizo en un movimiento profesional de pancracio. Todo su peso lo concentro en el centro de equilibrio de su víctima. Primero forcejeó como si se tratase de un juego de fuerza con los brazos, una presionando al otro, el de arriba machucando a su oponente contra el suelo y el otro tratando de despegar los brazos hasta retirar al contrincante. No pudo siquiera levantar sus brazos un centímetro, estaba pegados al pasto. Notó un brío inusual en su compañero, como si intentase castigar en lugar de restregarle una victoria de juego. Aplicó tanta fuerza que tuvo que responder con el mismo vigor sin éxito alguno. A los pocos segundos sus fuerzas mermaron primero. Él estaba entero impulsado por inexplicables razones. Cedió con la esperanza de que él se retirara de encima y comenzara de una buena vez la mofa. En lugar de eso, lo golpeo en tres ocasiones, todas perfectamente colocadas en la mandíbula, una tras otra hasta que la vista perdió enfoque y control. Los odios zumbaron y un sonido seco vino de alguna parte. La presión ya no estaba en los brazos, ni en la mandíbula, todo estaba concentrado en el pecho, luego, ya no había nada dolor, se extendió una debilidad nunca sentida. Después nada.
La sangre apenas si salió, no es como que haya explotado un chorro, fue una implosión porque se retorció para jalar aire, un movimiento concéntrico que extinguió la vida de su compañero. El cuchillo salió simple, sí bañado en sangre con grumos y trozos de carne, pero en general impoluto, el mango de madera igual, todo igual, el sol, las hojas, el pasto, la escuela, la pierna con coágulos de sangre, la chicharra a punto de sonar, el concurso de dominadas.
Cuando llegó al salón todo seguía igual, una repetición de la misma escena. El balón pasando de pierna a pierna y en ocasiones sobre los hombros y cabeza. Belén corriendo a través del salón con la esperanza de alcanzar a dos molestos niños de siempre. Era ridícula la forma en que corría intentado alcanzarlos. Era imposible dado su tamaño y destreza física. Nunca dejaba de intentar nada, todo era un reto para ella aún cuando era un hecho que quedaría en vergüenza, como probarse en sprints, dar vueltas de carro, salto de longitud, ejercicios de flexibilidad, todos intentos que no se sabe si son expresiones forzadas de atención, o intentos legítimos de éxito. Para la mayoría Belén vale la pena por ese humor permanente, porque sonríe siempre y enternece al más obtuso de los compañeros. Si alguien viene con el rostro apachurrado por un sermón indeleble, Belén está ahí para burlarse de esa cara e invita de alguna de las golosinas que siempre trae con ella. Sonríe con esa cara regordeta que rodean una mirada melancólica. Y ella siempre aguanta, bromea por cada broma que recibe, nunca se queda atrás.
La mochila estaba ahí tendida en el piso junto con otras, pero era la única abierta, como siempre desordenada y atascada de galletas o chocolates. El cuchillo entró fácil hasta la base de la mochila, por debajo de algunos libros y cuadernos. Lanzó la mochila inmediatamente, sin dudar un instante, por la ventana.
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Rápidamente creció el número de personas al rededor de la jardinera. Todos mudos y pálidos. Los profesores se acercaron cuando una niña de segundo año gritó con tal estruendo que la onda expansiva subió hasta la sala de profesores. El cuerpo estaba ahí tirado sin que nadie se atreviera a tocarlo. Algunos murmuraban chistes. También algunos comenzaron a llorar a falta de una mejor forma de expresarse. Ningún profesor intentó acercarse al cadáver, tan sólo con los brazos apartaron a los niños, algunas profesoras ordenaron que todos regresaran a los salones, pero ya. Los conserjes estaban iracundos y el más calvo se jalaba el poco pelo que tenía atrás de la cabeza. La portera se acercó con una sábana de la cama donde dormía, cubrió el cuerpo y sin decir nada se hincó y comenzó a orar.
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Cuando vio que todos estaban arremolinados sobre el cadáver, Belén tiró el cuchillo al piso. Se quedó ahí pasmada bajo los rayos del sol. Palideció y su semblante tomó las formas más obscuras. Sintió un pánico terrible. La iban a culpar, lo sabía, no había forma de escapar de una trampa así. Desde siempre lo supo, que terminaría metida en un problema mayúsculo, porque esa era la forma en que ella debería vivir. Una persona tonta, con ninguna habilidad para la escuela o los deportes. Era parte de sus destino, caer en una vileza de ese tamaño. Cómo iba a explicar el cuchillo, la sangre, el cadáver. Aunque ella no fue, pero no existían razones para que alguien creyera en su inocencia. No después de la forma en que su profesora la trató. Pensó en su mamá gritando y abofeteando su cara frente a todos. Asesina.
Caminó hasta el segundo piso, subió las escaleras sin la mochila. El cuchillo seguía ahí en el patio sin que nadie lo viera. Todos seguían arremolinados en la jardinera sin que hicieran caso a las instrucciones de regresar a los salones. Avanzaban cinco pasos, pero después volteaban y se quedaban parados otra vez observando el cuerpo y a la portera hincada sobre el pasto. Muchos profesores iban y venían sobre los pasillo de la dirección con los celulares pegados al oído y llorando. Belén desde arriba podía ver todo. Una vista que le trajo buenos recuerdos, pero apenas dirigía la mirada al al oriente y el cuerpo le estremecía, le hacía recordar lo insignificante que ha sido su vida. Entró al salón y se asomó por la ventana donde salió disparada su mochila, vio los tomates y pensó que se veían más rojos que nunca. Bajó de la ventana y colocó una silla encima de la mesa. Sacó primer los brazos, luego se levantó sobre las puntas de los pies y llevó la mitad de su cuerpo afuera de la ventana, despegó las piernas de la mesa y dejó que su cuerpo se precipitara cinco metros abajo con la cabeza por delante. Mientras caía sonrió una vez más.
La pelea futbolera había saltado a las clases. El salón estaba partido en dos piezas antagonistas, sólo las niñas, como diáspora, lograban ocultar a los profesores y visitas la rabia que iba creciendo de un lado para otro. Todo parecía normal desde la plataforma donde el profesor dictaba. Un grupo promedio, ligeramente encima de la media, en habilidades de análisis y razonamiento. Activo en todos los bailables, pastorelas y con un representante abanderado, que era la joyita en bruto. Si la inspección acudía de manera sorpresa, todos se apresuraban a colocarse en orden alfabético y poner delante del rayo de luz que se filtraba por la ventana al pequeño lábaro. Desde cualquier ángulo sobresalía y por momentos creaba la ilusión de un salón en orden, sosegado, atento, con disciplina.
Con este grupo la profesora podía deslizarse hasta la sala donde el café hervía toda la mañana; caminaba arrastrando los dedos por los arbustos mientras con la otra mano llevaba un cigarro a los labios. Estaba más preocupada sobre las formas menos sugestivas de abordar al nuevo profesor. Un hombre recién llegado de la ciudad, naturalmente agradable y con un interés sin precedentes por los niños. La mayoría de los colegas eran obtusos con el peor sentido de cordialidad. Machos que consideraban a las maestras como pilmamas necesarias para tratar con las niñas o en asuntos que requerían hablar con los padres de familia. Pero, el profesor nuevo se distinguía por mantenerse atento en las reuniones, lanzar puntos de vista meditados y probablemente organizados en un cuaderno de notas. Hacía más notas sobre los enunciados de otros compañeros. Salía con seguridad a enfrentar a papás que recriminaban la ignorancia de sus hijos "Es que mi hijo reprueba porque no sirven para enseñar" A lo que respondía "Sí, señor, es muy probable, pero nuestra responsabilidad es una parte que debería estar complementada por el trabajo que realiza su hijo en casa, solo, y en compañía de ustedes. Si bien, nos podemos equivocar al seleccionar métodos de enseñanza, ustedes son responsables por la disposición que tenga el niño al presentarse aquí, con tarea, iniciativa y ganas de aprender" Más de un padre tragaba la espuma y concluía el encuentro con un "Gracias".
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Cuando la maestra salió el cuchicheo se convirtió en una gran tormenta de gritos. Todos cambiaron de lugar y se agruparon en círculos. Jugaban canicas sobre el piso, con el celular grababan a un compañero que grasnaba. Alguien estaba lanzando la barra de pegamento al techo mientras todos contaban cuántos segundos duraría ahí en el techo. La barra cayó sobre la cabeza risada de Belén y todos soltaron una carcajada que atravesó la pared del otro salón. Todos bajaron el volumen porque sabían que vendría la profesora a callarlos, pero no fue así. Belén sólo sonrió y señaló a uno puro uno, comenzó a correr detrás de cada compañero y soltaba manotazos cada que se acercaba un poco a ellos. Las niñas alentaban a Belén para que corriera más rápido, mientras los niños daban instrucciones sobre cómo evitar la embestida. Para esquivar a Belén dos de los más espigados subieron al escritorio, Belén los rodeó como felina. No había escapatoria salvo con un salto de longitud, más o menos un metro y medio de distancia hasta la mesa más próxima. El primero llegó ovacionado por la agilidad, el segundo aplicó una fuerza ridícula que apenas le hizo pisar la esquina de la mesa, la mesa cayó y el pequeño guiñapo cayó sobre el piso sin amortiguación alguna. Su ojos se hicieron grandes y una bocanada de aire salió de su boca. Todos rieron por semejante mueca. La risa no hizo lo levantó, si no permaneció ahí durante un minuto sin aire, sofocado por las miradas. No pudo fijar la mirada sobre algún punto hasta después de un minuto. El aire era insuficiente, sus pulmones lo pedían desesperadamente. Nadie hizo nada, sólo sonrieron con menos alegría cuando notaron que su cuerpo se compactaba como hule ardiendo. Pasaron diez segundos y sus músculos mejoraron su tono. Empezó a reír nerviosamente hasta que todos, incluso Belén, lo hicieron.
No sabía cómo manejar el asunto de abordar un hombre. No es tan simple cuando gran parte de tu vida "productiva" eres asediada por todos los hombres del área, primero por ser un trofeo inconquistable de belleza, por tener ojos líquidos y tes arena; luego porque eres un símbolo de poder, una mujer que estudió para ser maestra, letrada entre analfabetos es un ornamento que nadie con suficiente dinero puede desdeñar. La historia de su corazón era un camino impoluto, tenía lo que quería: resistirse a capricho y obtener lo que fuera. Por eso él sobresale, porque no intenta siquiera ignorarla, está ahí por otras circunstancias; enseñar, tal vez, pero no robarle un beso o comprarle un combinado de ropa. Si tuviera que acercarse tendría que ser con ligereza, caminar de puntas con gracia disfrazada de interés profesional, con sábanas de fantasma que buscan hacer reír.
- Hola -
- HoOoOo LaaaAaa PrOooFeeEeeSoooRaaaA
- Gracias, niños. Siéntense.... voy a tomar a su profesor un momento -. Abrió los ojos hermosos como una invitación cordial y jaló los músculos de la sonrisa en la forma más infantil que encontró. - Por favor, profesor, sólo un instante -
Caminó hacia ella en una resolución poco vista por estos lugares, una marcha puntual y varonil. Sin esa presunción fálica.
- Sí, profesora -
- Bueno, no quiero molestarlo mucho, pero me parecía importante decirle que en el descanso efectuamos la reunión semanal los profesores para planear las actividades.... de.... lo que consideramos es necesaria para realizarse en la semana - Hizo una pausa para analizar lo que no había dicho - O bien podemos fumar un cigarro atrás en la huerta -
- Le agradezco mucho maestra, gracias por la información, pero ahora debo seguir. Estamos a la mitad de un ejercicio. Gracias. Con su permiso..... Nos vemos en el descanso o en la huerta para un cigarro - Dio media vuelta y continuo dirigiéndose a los niños
Pensó que era la forma más absurda de acercarse. No significó nada, ni siquiera logró sacarlo de esa zona de concentración. "Estamos a la mitad de un ejercicio bla bla bla..." Cómo debería acercarme, controlar por un instante su mirada, llevarla con una ganzúa hasta donde quiero y durante el tiempo que me plazca. Controlar la conversación y reducirla si me parece. Desaparecer cuando quiera. Dejar en vilo sus emociones. Que me vea maldita sea.
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Después de la caída todo se convirtió en un caos. Ya iban más de quince minutos sin supervisar, el libre albedrío se apoderó del salón, pero en formas inteligentes, para que nadie llegara a reprenderlos. Después de años de castigos habían controlado la forma de juego. Bajar la voz por más gracioso que sucediera un evento porque el castigo sería inevitablemente la clausura del partido de futbol. Ríen hacia a dentro, con el aire apretado hacia el diafragma o dando manotazos en el regazo, pero bajo ninguna circunstancia gritos. El balón se usa dentro del aula sólo envuelto en una playera para ahogar el sonido. Y si además toca el suelo viene una lluvia de golpes en la cabeza por la incompetencia para dominar la bola. No hay goles en el salón, pero sí muchos trucos a una o cuatro extremidades. El último récord fue de ciento cincuenta dominadas sobre la cabeza y hombros, algo extraordinario y que hay dudas sobre su repetición en el futuro. Las niñas permanecen calmadas la mayor parte del tiempo, como una grupo de ardillas, ríen con los dientes amplios y asienten con la cabeza para todo, se abrazan mucho más y giran en conjunto hacia los niños, después regresan la cabeza y sigue como ardillas.
Luego salió volando una mochila por la ventana del segundo piso. Da para el sur donde está un pequeño huerto con jitomates, zanahorias y algunas calabazas. La mochila salió suave por el marco de metal, sólo vieron los tirantes de la mochila flotando como estela. Las pequeñas ardillas movieron la cabeza sin perder de vista el proyectil. Era de color negro con los cierres abiertos, los colores salieron regados por todo el piso, las gomas, los sacapuntas y el pegamento líquido. También unos cuadernos se despedazaron por la velocidad, sobre todo porque eran de espiral delgado, unas verdaderas baratijas escolares. El libro de geografía chocó en el borde de la ventana, pero terminó sobre la tierra de cultivo. El de español aplastó las pocas zanahorias y el de biología dobló la rama de los tomates. La mochila quedó desparramada y anónima. Era difícil señalar a su dueño porque desde arriba era un modelo realmente genérico, pero todo indicaba que era de Belén.
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Encendió otro cigarro mientras columpiaba las piernas en la banca. Faltaba poco para el descanso, así que no tenía caso volver a columpiar las piernas en la silla del salón. Fumar era una de las actividades más tranquilizantes que había descubierto en años de enseñanza. La primera vez fue un intento por crear una identidad, ser menos provinciana. Luego supo que en el tabaco había sensaciones comparables sólo con la comida o tener sexo. Es algo que tranquiliza los nervios, que te hace sacar un poco de presión. O simplemente te hace mecer mejor las piernas. Sin embargo, la sensación de tranquilidad sólo alcanza niveles incomparables si se está a solas. Un cigarro, un momento a solas. No importa si eso fuera un escándalo, una mujer resoplando humo como una prostituta.
Salió del salón en dirección opuesta al edificio administrativo y no se dirigió al baño. Pasó por todos los salones, buscando algo. Después de revisar las pocas aulas repasó la explanada. Sonrió desde lejos y se acercó a ella con el pecho notablemente inflado. El carácter de profesor había sido abandonado en algún lugar, los gestos cambiaron cuando estaba parado frente a ella. Su composición física ahora quedaba descubierta porque él mismo la mostraba con encanto. Su rostro se hizo más flexible y las miradas que soltaba eran calurosas. El tono de sus voz se hizo amable sin los matices con que se dirigía a los niños, era una voz redonda.
- Hola profesora. ¿Tiene un cigarro para mi? - Esperó sin la menor duda recibir un tabaco.
- Sí, aquí tengo uno extra - Bajó unos centímetros la pequeña liga de su ropa interior y sacó la pequeña caja de metal. La abrió con dos dedos, sacó un cigarrillo blanco y lo colocó en los labios del nuevo profesor.
- Eres un encanto, te lo agradezco - Sus nervios permanecían en la misma frecuencia, aquel gesto del tabaco en la boca pareció afianzar su seguridad. - Eres muy amable. Faltan cinco, siete minutos para el descanso, deberíamos regresar con este último cigarro - Consumió un tanto más de tabaco y el sobrante lo tiró a una maceta. Se acercó a ella y dejó en sus oídos una confesión.
Caminaron hasta el último extremo de la escuela, la profesora quitó el candado de una reja que conectaba a la parte de atrás de la escuela, luego cerró nuevamente con llave. Todo en instantes, sin desperdicio de tiempo porque los minutos estaban en contra, la chicharra sonaría en cualquier instante y la marea de niños inundaría todos los rincones de la escuela. Nadie podría pasar la reja sin la llave, pero en más de una ocasión alguien saltó la reja para ir por una pelota o simplemente para robarse unos tomates y lanzarlos cruelmente sobre alguien solitario en la explanada. Los minutos se iban entre el deseo buscando que se alargaran un instante. Todo se hizo con la mayor premura, con la ropa ajustada en su lugar, con la falda levantada y el pantalón de mezclilla sonriendo con la cremallera abajo. Se asomó, salió de la oscuridad y la embistió durante pocos minutos, después con su rostro hacia la pared. Todo iba a terminar tan rápido como empezó, pero de súbito se interrumpió el momento, una mochila cayó del cielo a unos pocos centímetros. La profesora palideció y se arrancó de un sólo movimiento. Él dio un ligero paso hacia atrás y dirigió la mirada hacia arriba.
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Todos corrieron a la ventana. Usaron el pie de ladrón para llegar más alto mientras otros alineaban las bancas para asomarse y saber si la mochila pertenecía a Belén. Belén sabía que su mochila fue el proyectil que lanzaron por la ventana. No estaba contenta por semejante agresión. Siempre soportó las travesuras porque sus respuestas eran con la misma intensidad, pero si algo le molestaba era la mofa a escondidas. No hay nada más vil que un compañero jugando en las sombras, donde no pueda ser visto. "El que se lleva se aguanta" decía en los momentos de riñas ya subidas de tono. Y ahora esto. Su mochila despedida por un anónimo. Estaba realmente molesta cuando subió para sacar la cabeza por la ventana, pero pasó a un estado de conmoción y vergüenza en segundos. Lo primero que vio fue un grande y rojo trozo de carne. Después su mochila sobre la tierra, los cuadernos, los lápices y todo arrumbado sobre los vegetales. Otra vez la carne, pero con menos volumen ya siendo recogida entre dos manos temblorosas. Y la profesora con su vestido blanco como rebelándose contra ella. Los dos profesores desde arriba no parecían profesores, si no como dos bichitos que miran intimidados el firmamento, una sensación de escudriño total. Belén se quedó mirando sin decir nada, sus compañeros rápido regresaron la cabeza adentro del salón. Comenzaron a reir ya sin importar un castigo, porque sabían que no habría. Acababan de ver a dos profesores fuera del salón en un momento confuso para todos, pero no menos gracioso.
Todo el asunto cambió a una dirección inesperada. Los profesores apenados intentaron ocultar sus emociones bajo una actuación mediocre de ira. Sentenciaron a los niños por haber lanzado una mochila en forma peligrosa, pudieron herir a alguien, lastimado a un compañero, omitieron explicar porque estaban atrás en la huerta, pero asumieron que alguien más podía estar y haber sido descalabrado, fracturado por el peso de la mochila. De quién es la mochila, preguntaron, quien la aventó. Gritaron hasta que más cabezas se asomaban de otros salones, luego más profesores y la chicharra sonó.
Todo quedó interrumpido. El torneo de futbol eclipsó aquel evento, pero para los profesores era impredecible lo que sucedería. Todos habían visto claramente a los profesores atrás sin ninguna razón aparente, no con las manos sucias de una práctica grupal sobre vegetales, tampoco alumnos recogiendo tomates. En cambio estaban pasmados sobre el huerto, pero nadie dijo nada. En la sala de profesores todos bebieron café e intercambiaron chistes sin detallar o preguntar lo sucedido. Entre ellos las miradas eran de gelatina, aguadas y llenas de pavor. Era evidente para él que alguien había visto algo. Para ella sucediera lo que sucediera iba a negar categóricamente y se aferraría a cualquier argucia: chantaje, sabotaje, lo que fuera necesario. Era inconcebible estar frente a toda la plantilla de profesores y ser percibida como una extrañeza, un ser infecto, no sólo para las mujeres que la creían una pirujilla engreída, si no por todos los profesores que alguna vez intentaron cortejarla sin éxito, y ahora con las enaguas mojadas cubiertas de tierra de cultivo frente a un recién llegado.
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La profesora vio a Belén en el patio antes de ir a la sala de profesores. Le entregó la mochila sin reprenderla verbalmente sino con una mirada afilada. Con esos grandes ojos una mujer con el doble de edad le recriminó a Belén su imprudencia, su estúpida necesidad de arrogar una mochila por la ventana. Podría terminar su estancia en la escuela como la mochila salió disparada. Una niña estúpida, que no tiene la capacidad de entender las ideas científicas más elementales, que arrastra el lápiz hasta asquear la gramática con semejantes faltas de ortografía, la risa nerviosa interminable aún cuando pones en evidencia su estupidez.
- Aquí está tu mochila -
- Gracias, maestra - La toma del tirante sonriendo.
Se va a la sala de profesor murmurando entre el griterío de los niño.
Belén desliza los cierres para cuantificar las pérdidas. Los colores están incompletos, dos de tres gomas se perdieron en la tierra, las tijeras no están en donde deberían estar, los cuadernos están destripados y embarrados de tierra y un poco de tomate, la regla ya dejó de medir treinta centímetros, el forro de casi todos los está maltrecho. Van a castigarme, piensa. Algunos sin televisión, hacer tarea supervisada por mi papá, dormir temprano. El forro impermeable de la mochila acumuló algo dentro, algo frío y espeso. Su mano revuelve con los dedos intentando adivinar antes de formular una hipótesis sobre quién vació yogur. Acerca la cara hasta el interior de la mochila y huele su mano, huele a metal. Es sangre. También supo que estaba sobre un cuchillo de cocina.
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Lo tuvo toda la mañana metido en el calcetín. El filo le había cortado ligeramente la pierna, más un rasguño que una verdadera herida. Desde la mañana supo que el resorte del calcetín no era lo suficiente seguro, podía resbalarse o por el movimiento se saldría el cuchillo; por eso lo aseguró con cinta canela, varias vueltas sobre la pierna flacucha. No se detuvo a pensar si funcionaría, si podría caminar sin lastimarse, tampoco se imaginó que su pierna se cortaría. Las manchas no eran muy grandes, pero sí alguien decidiera inspeccionar la tibia podría verlas sin ningún problema. Antes del descanso ya era demasiado incómodo por el sudor y el goteo intermitente. Aún cuando sangraba no había dolor como usualmente pasa con todas las heridas. Una vez se cortó con un alambre que sujetaba el esqueleto de metal con el respaldo del asiento de un camión y la sangré salió animosa toda el viaje, se manchó el tubo tanto que una señora se alarmó innecesariamente porque una cuadra más adelante se bajó con la mano aún sangrando. Más valía acelerar la marcha del plan antes de que la pierna supurar un chorro bastante obvio. Todo el esquema era bastante simple: Llamarlo, hablar, distraerlo, picarlo.
Destapó su pierna de toda la cinta canela que había en su pierna. Lo hizo con la mayor calma, sin ninguna presión, recargado sobre la pared exterior del salón. Todos estaban atentos al juego de dominadas con la pelota y las niñas como ardillas. El pasillo estaba desolado con las puertas de los salones bien selladas para evitar que alguien que se dirigiera al baño saboteara la lección de aritmética o hiciera sonar confusa una fábula sobre el bien y mal porque el atolondrado de afuera pasa bailando Moon Walk de Michael Jackson. Retiró toda la cinta canela en tres minutos. La pierna había sufrida una herida considerable, pero la presión de la cinta evitó una mayor hemorragia al mismo tiempo que favoreció una coagulación digna de alguien sano. Caminó hasta el bebedero, lavó el cuchillo repetidamente hasta eliminar cualquier rastro de sangre, tasajeó el aire para eliminar las pequeñas gotas de agua, arrogó vapor por ambos lados de la hojas de metal inoxidable y lo pulió con el suéter azul marino. Escribió "Ven wei al patio ya casi empieza el recreo". Fue un mensaje simple y directo con la convicción de alguien que suelta una verdad incontrovertible. Ya faltaban pocos minutos para el recreo. Veinte segundos más tarde "Si". Sententa segundos más tarde estaban parados en el patio bajo el rayo del sol. Todos los profesores en los salones correspondientes - o no todos - los conserjes acicalándose en el cuarto de servicio que está bajo las escaleras principales, los administrativos escuchando y haciendo peticiones a la radio local, los directivos llenando papeleo con una frecuencia interrumpida por sorbos de café y movimientos en cualquier juego de Internet.
- Vamos a sentarnos donde haya más sombra, ahí en la jardinera abajo del árbol. Está chingón" -
- Va. Además ya creció el pinche pasto. Casi todo el año se la pasó seco porque nunca había agua. Si no le bajáramos la llave al baño a lo mejor tendríamos más agua para tener más pasto -
- Pero el baño estaría asqueroso y apestoso -
- Pues sí, pero tendríamos pasto para sentarnos bajo el árbol y no estar chingados por el pinche calor -
- Pues ya vamos -
Se tiraron sobre el pasto grueso. Vieron cómo la luz diagonal de las 10:20 pasaba entre las hojas del árbol. Así como si no tuviera la decencia de pedir con permiso. La luz pasó indefinidamente alumbrándolos con bastante calor, pero tolerable por la gigantesca sombra, sumado a ello, la frescura del pasto recién regado bajo sus espaldas.
Giró en seco sobre la cadera de su compañero, lo inmovilizo en un movimiento profesional de pancracio. Todo su peso lo concentro en el centro de equilibrio de su víctima. Primero forcejeó como si se tratase de un juego de fuerza con los brazos, una presionando al otro, el de arriba machucando a su oponente contra el suelo y el otro tratando de despegar los brazos hasta retirar al contrincante. No pudo siquiera levantar sus brazos un centímetro, estaba pegados al pasto. Notó un brío inusual en su compañero, como si intentase castigar en lugar de restregarle una victoria de juego. Aplicó tanta fuerza que tuvo que responder con el mismo vigor sin éxito alguno. A los pocos segundos sus fuerzas mermaron primero. Él estaba entero impulsado por inexplicables razones. Cedió con la esperanza de que él se retirara de encima y comenzara de una buena vez la mofa. En lugar de eso, lo golpeo en tres ocasiones, todas perfectamente colocadas en la mandíbula, una tras otra hasta que la vista perdió enfoque y control. Los odios zumbaron y un sonido seco vino de alguna parte. La presión ya no estaba en los brazos, ni en la mandíbula, todo estaba concentrado en el pecho, luego, ya no había nada dolor, se extendió una debilidad nunca sentida. Después nada.
La sangre apenas si salió, no es como que haya explotado un chorro, fue una implosión porque se retorció para jalar aire, un movimiento concéntrico que extinguió la vida de su compañero. El cuchillo salió simple, sí bañado en sangre con grumos y trozos de carne, pero en general impoluto, el mango de madera igual, todo igual, el sol, las hojas, el pasto, la escuela, la pierna con coágulos de sangre, la chicharra a punto de sonar, el concurso de dominadas.
Cuando llegó al salón todo seguía igual, una repetición de la misma escena. El balón pasando de pierna a pierna y en ocasiones sobre los hombros y cabeza. Belén corriendo a través del salón con la esperanza de alcanzar a dos molestos niños de siempre. Era ridícula la forma en que corría intentado alcanzarlos. Era imposible dado su tamaño y destreza física. Nunca dejaba de intentar nada, todo era un reto para ella aún cuando era un hecho que quedaría en vergüenza, como probarse en sprints, dar vueltas de carro, salto de longitud, ejercicios de flexibilidad, todos intentos que no se sabe si son expresiones forzadas de atención, o intentos legítimos de éxito. Para la mayoría Belén vale la pena por ese humor permanente, porque sonríe siempre y enternece al más obtuso de los compañeros. Si alguien viene con el rostro apachurrado por un sermón indeleble, Belén está ahí para burlarse de esa cara e invita de alguna de las golosinas que siempre trae con ella. Sonríe con esa cara regordeta que rodean una mirada melancólica. Y ella siempre aguanta, bromea por cada broma que recibe, nunca se queda atrás.
La mochila estaba ahí tendida en el piso junto con otras, pero era la única abierta, como siempre desordenada y atascada de galletas o chocolates. El cuchillo entró fácil hasta la base de la mochila, por debajo de algunos libros y cuadernos. Lanzó la mochila inmediatamente, sin dudar un instante, por la ventana.
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Rápidamente creció el número de personas al rededor de la jardinera. Todos mudos y pálidos. Los profesores se acercaron cuando una niña de segundo año gritó con tal estruendo que la onda expansiva subió hasta la sala de profesores. El cuerpo estaba ahí tirado sin que nadie se atreviera a tocarlo. Algunos murmuraban chistes. También algunos comenzaron a llorar a falta de una mejor forma de expresarse. Ningún profesor intentó acercarse al cadáver, tan sólo con los brazos apartaron a los niños, algunas profesoras ordenaron que todos regresaran a los salones, pero ya. Los conserjes estaban iracundos y el más calvo se jalaba el poco pelo que tenía atrás de la cabeza. La portera se acercó con una sábana de la cama donde dormía, cubrió el cuerpo y sin decir nada se hincó y comenzó a orar.
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Cuando vio que todos estaban arremolinados sobre el cadáver, Belén tiró el cuchillo al piso. Se quedó ahí pasmada bajo los rayos del sol. Palideció y su semblante tomó las formas más obscuras. Sintió un pánico terrible. La iban a culpar, lo sabía, no había forma de escapar de una trampa así. Desde siempre lo supo, que terminaría metida en un problema mayúsculo, porque esa era la forma en que ella debería vivir. Una persona tonta, con ninguna habilidad para la escuela o los deportes. Era parte de sus destino, caer en una vileza de ese tamaño. Cómo iba a explicar el cuchillo, la sangre, el cadáver. Aunque ella no fue, pero no existían razones para que alguien creyera en su inocencia. No después de la forma en que su profesora la trató. Pensó en su mamá gritando y abofeteando su cara frente a todos. Asesina.
Caminó hasta el segundo piso, subió las escaleras sin la mochila. El cuchillo seguía ahí en el patio sin que nadie lo viera. Todos seguían arremolinados en la jardinera sin que hicieran caso a las instrucciones de regresar a los salones. Avanzaban cinco pasos, pero después volteaban y se quedaban parados otra vez observando el cuerpo y a la portera hincada sobre el pasto. Muchos profesores iban y venían sobre los pasillo de la dirección con los celulares pegados al oído y llorando. Belén desde arriba podía ver todo. Una vista que le trajo buenos recuerdos, pero apenas dirigía la mirada al al oriente y el cuerpo le estremecía, le hacía recordar lo insignificante que ha sido su vida. Entró al salón y se asomó por la ventana donde salió disparada su mochila, vio los tomates y pensó que se veían más rojos que nunca. Bajó de la ventana y colocó una silla encima de la mesa. Sacó primer los brazos, luego se levantó sobre las puntas de los pies y llevó la mitad de su cuerpo afuera de la ventana, despegó las piernas de la mesa y dejó que su cuerpo se precipitara cinco metros abajo con la cabeza por delante. Mientras caía sonrió una vez más.
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