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Espiral 1

 Desde la óptica de sus padres, se le dio todo. O más exactamente, se le dieron todas las convenciones sobre la "buena" y "mala" crianza. A veces mezclada, a veces con un compromiso que solo surge del amor: apoyo, acompañamiento, diálogo, esquematización, horarios, mano dura, empatía, guía profesional, psicólogos, terapias, cinturonazos, trapazos, paciencia, dedicación, escucha, libertad, normas, libros de autoayuda, actividades al aire libre, espacio personal, integración familiar, experimentación individual o en familia. Se le ofreció todo con el único objetivo de hacerlo sentir apoyado y amado. Se le preguntó y escuchó sobre todas sus inquietudes, desde niño hasta cuando ya era mayor y plenamente consciente de todas sus decisiones. Nunca se le retiró el apoyo directo o parcial, porque simplemente no podían hacerlo sus padres. Era su primogénito, primera y última razón para seguir adelante. 

Algunas veces intentaron renunciar a él. Guardaron la distancia, fingieron que no existía. En los primeros días funcionaba muy bien omitirlo de pensamientos y conversaciones. La vida continuaba para ellos y su rutina se hacía más fácil sin la ansiedad de preguntarse "¿dónde estará?", "¿estará bien?, "ojalá que no le pase nada". Pero con el paso de los días o las semanas, las preguntabas regresaban y se hacían más intensas. Preguntas que no les permitían conciliar el sueño. Preguntas que comenzaban en uno de los dos, pero que terminaban contagiándose al otro por más quisieran evitar las noches en vela, la angustia del desayuno y las tardes frías. Al final, otra vez, en cuanto lo veían le preguntaban si todo estaba bien. A veces lo reprendían, y otras veces lo apapachaban porque la angustia finalmente desaparecía al mirarle y saber que se encontraba muy bien, sin todas esas horribles cosas que soñaban o imaginaban en su ausencia. 

Cuando regresaba a la casa, y lo reprendían, levantaba la voz y gritaba de tal forma que los reclamos de sus padres parecían las excusas y las palabras de él única e incuestionable verdad. Invertía los papeles, manipulaba y se enganchaba en alguna excusa o rencor añejo. Les reprochaba nimiedades, como que no lo esperaron a comer pizza, que no lo escucharon cuando comento tal o cual cosa. Si esos berrinches no funcionaban y sus padres mostraban más resistencia, comenzaba a elevar la intensidad de los gritos y bajar el nivel de los argumento e ideas. Se aferraba a un monosílabo o dos: "que sí", "por eso", "nooo", "sí, sí, lo que digan".

Azotaba la puerta de su cuarto, ponía el seguro y comenzaba una sesión de varias horas de música. 

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