Hace siete años no sabía mucho sobre la comida, de hecho no recuerdo tener platillos favoritos durante esos años. Era una actividad bastante automática, lo que me metía a mi estómago era una serie de decisiones sin ninguna trascendencia, daba lo mismo la hora, el lugar y la cantidad. Hoy los mejores minutos del día los paso en la cocina, no soy un chef profesional, ni siquiera paso de realizar obras sencillas, pero me gusta más la compañía. Comerme un buen taco amenizado por una charla o viendo algunos videos en la red; pueden ser carnes frías en tortillas de harina y Miles Davis; sandwich con salsa de habanero y una puesta en escena desde el Met. de Nueva York; a veces sobre literatura, crítica poscolonial; res bañada en salsa roja y una exposición detallada sobre el fanatismo religioso; café con mucha azucar y el más nuevo disco de Rihanna.
Nunca hubiera imaginado que la comida me permite cierta libertad de decir fácil y sencillo porque la concentración no se puede ir a ningún lado salvo del platillo a la réplica. Esa dinámica también ha sido la culpable de llevarnos a la discusión y decir "para qué vine a comer". He dejado sobre la mesa el huevo revuelto junto con las tostadas para acercarme a la puerta y decir que me "largo de aquí". Discutimos y lloramos con la mesa servida. Regresamos para seguir con el café mientras nos observamos uno a uno esperando resarcir los daños o demoler de una vez por todas. Terminamos el huevo junto con una nueva resolución.
A veces las mejores comidas pasan sin que uno se de cuenta hasta que regresa en el tiempo. Te das cuenta de lo prolongada que fue la charla, de cómo pasamos de la fruta a la cama. A veces estamos tan pesados que no podemos hacer otra cosa que sentarnos a mirar la televisión y esperar el sueño inefable de las tardes. Depende de la tensión argumentativa del programa optamos por comer dulces o no hacer más que ver y antojarnos un trago de whisky o un cigarrillo de ficción.
Casi no comemos en la calle por falta de dinero, pero cuando lo hacemos no escatimamos en comprar cualquier taco de alambre o pera rellena de queso azul. Nos encanta comer, porque es algo que disfrutamos tanto como la música. Los demás placeres suelen ser incompatibles. Comer si no es sagrado es porque creemos en el mundo más brutal y absurdo, no tiene nada de divino ni artístico como lo hacen ver los chefs. A veces se nos queman las tortillas, el bistec, la pechuga, la sopa, los molletes, etc... Sólo le raspamos la cubierta y ya.
¿Y qué vamos a comer mañana?
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