La última vez que publiqué fue en el cumpleaños de mi papá. Me olvido que un espacio para la escritura no es nada sin unas pocas palabras. Como unos zapatos que no sirven para nada si no se camina. Qué poético y tan fuera de mi fue esa comparación. Espero en las semanas venideras llenar este espacio con la segunda entrega de mi "historia larga" como la he denominado; además de publicar un cuento sobre crimen. He llegado a la conclusión que mi estilo - por ahora - está completamente en la exposición de la violencia, de la matazón y el hampa. Es posible que sea el contexto nacional que me ha engullido, no lo sé, sólo con el paso del tiempo podre hacer una mejor valoración; es que creo que hay algo de artístico en la violencia, detrás de ella hay más sufrimiento que ella misma, hay tristeza, dolor, soledad y otras tantas cosas que orillan a una persona a lastimar a otra. Son muchas cosas pequeñas.
Y ahora que estoy un poco más lejos, de tiempo y lugar, cómo extraño comer con mi madre. A veces solo extraño la comida, a veces el silencio y a veces la compañía. A veces extraño las tres: una comida deliciosa, una plática larga sobre cualquier tema o un enorme silencio que tranquiliza y ayuda a sopesar mejor las ideas. Mi madre nunca fue una gran conversadora, en el sentido de abrir la charla, profundizarla, narrar grandes historias o acompañar la sopa con hazañas imborrables. A veces solo nos mirábamos, y ella tan silenciosa como yo. Solo el sonido de las cucharas chocando la porcelana y el gorgoteo de la jarra sirviendo agua de fruta. Las burbujas del agua hirviendo para el café o el té de manzanilla. Y también el canto de los pajaritos que nos espiaban desde la ventana, como queriendo escuchar lo que decíamos. Pero no decíamos nada. Solo estábamos concentrados en saborear la comida, y tal vez en planear nuestro día. Porque, aunque mi madre no decía mucho, yo sabía que pensa...
Comentarios
Publicar un comentario