martes, 7 de agosto de 2018

Oda al sudor


No, casi a nadie le gusta el sudor. No está bien visto por muchas razones, sobre todo entre las personas con las que convivo cotidianamente. El sudor es una capa, de las muchas que la gente tiene sobre sí mismas, y que se esfuerzan —o mejor dicho, todo lo contrario, no se esfuerzan— para que no aparezca.

El sudor está mal. Dicen que genera mal olor, que incomoda, que convierte la piel en una superficie pegajosa, repugnante. Es la antítesis de una piel tersa, aséptica, sin brillo, como talco. El sudor, además, no sólo estropea la forma en la que se sienten las personas con su cuerpo, sino mancha, infecta, apesta y moja la ropa. Hace que se mire con desprecio a quien extiende los brazos y en su camisa hay una mancha de humedad bajo la axila. También se evita dar palmadas fraternales a quien sobre la espalda pasea una sombra formada con el líquido corporal.

Se pide a gritos el aire acondicionado, porque es terrible ver que las gotas comienzan a descender desde la frente y la sien. Pero eso es menos escandaloso que salir a caminar bajo el rayo del sol, aunque sean tan sólo unos metros, porque el calor del asfalto humedece cada rincón del cuerpo: espalda, axilas, cuello, pecho, nalgas, muslos, entrepiernas… Qué horror.

Todos buscan comer bajo la sombra, por lo menos donde una corriente de aire pueda fluir y así impedir cualquier intento del cuerpo de ajustar su temperatura con los mecanismos naturales. Con cartulinas o con la mano se remueve un poco de aire para refrescar.

El sudor ya no vale ni coincide con las referencias símbólicas de la cultura popular: me gané el pan con el sudor de mi frente; me costó sangre sudor y lágrimas; con el sudor de mi trabajo; y otras frases más. No está bien esforzarse y sudar en el intento por obtener algo. No se asciende por las escaleras por el riesgo de mojar la ropa; no se caminan tres calles para tomar el autobús porque eso implicaría sudor; ni hablar de llegar en bici, trotar o usar cualquier medio que eleve la temperatura corporal y genere las incómodas gotitas.

Más vale llegar tarde que sudoroso por las mañanas. Esperan que el transporte los deje hasta la entrada de la oficina para evitar las incómodas caminatas. El tráfico puede ser intenso y sortearse con facilidad si se caminan algunos metros, pero no; la gran mayoría prefiere esperar de pie en el camión, sentado en el colectivo o encapsulado en el táxi hasta llegar al destino.

Y así de poco ágiles son los intentos para desaparecer el rasgo más característico del esfuerzo físico. Pero también existe un esfuerzo para diferenciarse de quienes sudan porque no hay de otra, pues así es su modo de trabajo:

Los trabajadores de construcción, los guardias de seguridad, los taqueros, los panaderos, todos los que usan su físico —de una u otra manera— no tratan de eludir el sudor. Lo dejan fluir sobre el cuerpo como una respuesta inevitable, como un accesorio más de su uniforme o complemento de sus actividades. Y eso les repugna a las otras personas.
Si están parados al lado de un albañil, se tapan la nariz o quitan su brazo del pasamanos para no chocar con el otro ser sudoroso. Abandonan la taquería si la frente del cocinero está rebosante de agua. Por supuesto, en algunos casos tienen razón, pues el taquero limpia y parte la carne con la misma mano que secó el sudor de su frente. ¿Insalubre? Sí. ¿Cambia el sabor? Claro que sí.

Y el otro taquero que también suda copiosamente no se inmuta: el de los tacos de canasta. Permanece bajo el rayo del sol hasta terminar con toda la mercancía. Quienes se acercan comen deprisa o acomodados bajo un árbol o una pequeña marquesina. Se repliegan con toda la espalda erguida hacia una pared y rápido se esfuman. En ocasiones el calor ni siquiera es tan intenso como para hacer sudar a una persona, pero el mero bochorno es tan despreciable como el sudor.

La mera sensación de algunos grados más es motivo para que se hagan llamadas a la administración de los edificios, para pedir que el aire acondicionado enfríe más las habitaciones; para abrir ventanas, correr canceles, mover persianas y amarrar algunas cortinas. Corren lejos del rayo del Sol, ubican los escritorios en otro ángulo para evitar la caricia del sol. No importa si es el Sol de la mañana o el del ocaso, nadie quiere saber mucho sobre la luz natural, nadie quiere saber mucho sobre lo que hace su cuerpo con el calor.

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