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El lugar del miedo y la ambición

Durante los últimos meses ha sucedido algo extraño en mi forma de pensar y se ha reflejado en lo que es este blog y en la idea sobre la que fue concebido. Con un poco de decepción pienso que mi impulso literario ha desaparecido. Las historias que tenía en mi cabeza y que quería redactar en este sitio, de pronto dejaron de ocupar espacio en mi cerebro. Fue un secado creativo, un drenado de literatura. Ya no leo ficción, ya no me obsesiono con personajes y formas de narrar una historia. No busco buenos reportajes, ni las plumas más destacadas en los medios de comunicación me interesa. Ignoro los mails que me mandan las editoriales y mi biblioteca apenas si ha crecido con nuevas adquisiciones de cuentos, novelas, ensayos e incluso ciencia. 

Todo ha sido, poniéndolo en términos informáticos, como un formateo. Se borraron mis viejas programaciones y fueron instalados otros programas que me llenaron de nuevos conceptos y formas de ver el mundo. Y esto no es una queja, es una especie de nostalgia. La literatura me llenaba así como la idea de ser un escritor, no reconocido ni profesional, pero sí reconocido por mí mismo, como alguien que se toma en serio el oficio de sentarse y llenar varias cuartillas con buenas historias. ¿Qué queda de eso? Pues esto, alguien que escribe, pero no de literatura, pero sí de lugares igual de apasionantes que los que leí en mis novelas favoritas. 

¿Cuáles son los nuevos programas instalados en mí? Las finanzas, los mercados financieros, la economía, la especulación y el mercado del dinero. Probablemente los campos más estériles de creatividad, los más vilipendiados en el mundo actual. Lugares que, con razón, y sin toda ella, han sido descritos como poco éticos, superficiales, el pináculo de la frivolidad, el utilitarismo y el materialismo que tiene sumido a nuestro mundo en divisiones profundas y desigualdades irreconciliables entre grupos sociales. El capitalismo en su nivel más extremo. 

Sin embargo, es en estos sitios donde se me ha revelado con mucha nitidez algunas de las motivaciones humanas más importantes y que también la literatura ha buscado plasmar. En los mercados financieros he encontrado un sitio donde los deseos y la esperanza atraen personas de todos los rincones del mundo. Pero sobre todo, los mercados financieros me han enseñado más sobre mi, sobre sentimientos profundos que sólo había experimentado bajo situaciones intensas. 

He sentido una ambición desmedida, ego, orgullo, pero también temor, decepción, coraje, ansiedad, insomnio y muchas cosas más. 

El trading, como se le conoce comúnmente a la tarea de especular en los mercados, creo que es igual al amor. Aunque con sus matices y obviamente guardando toda proporción. 

¿Recuerdas el primer amor? Pues generalmente es el más intenso, inolvidable y es mucho más especial si fue a una edad temprana, como la adolescencia. Ese amor es el que nos hizo cuestionar la existencia misma con ideas como: "sin ella/él no soy nada, me muero"; "si me deja, nunca volveré a amar"; "siempre estaremos juntos"; "tengo miedo de perderte, me paralizaría", etc... 

Ese amor es el que nos hizo recorrer una ciudad de un extremo a otro para reunirnos al menos 1 hora con la persona amada. Nos hizo apartarnos de la familia, amigos e incluso el perro. Nos hizo darle la espalda a todas nuestras pasiones y pasatiempos para dedicar cada minuto a nuestra enamorad@. Absorbió toda nuestra atención, noches y días. Llamadas por teléfono interminables, revisiones constantes del buzón de mensajes o aplicaciones de mensajería. 

Un amor irracional, exuberante, completamente salido del corazón y las tripas. Lleno de buenos deseos, aspiraciones y sueños de vida. Y al mismo tiempo de temor, celos, incertidumbre y volatilidad. El amor juvenil es el más parecido a lo que experimenta el trader. 

Los mercados financieros para el trader son el principio y fin de nuestro día. Nos levantamos esperando que toquen la campana y dormimos echando un último vistazo a los movimientos más recientes; los vigilamos y prestamos atención con devoción, porque los amamos. Estamos con la mirada puesta en la respiración del precio, observamos las figuras que forma y le sonreímos cuando también nos sonríe. Pero nos molestamos si un día no se comporta como lo esperamos, como si nos perteneciera. 

El mercado también nos lleva a límites irracionales, absurdos. Tomamos riesgos innecesarios, dejamos parte de nuestra vida y nos exigimos desmesuradamente. Como el adolescente que suplica por un minuto más de charla al teléfono o que cuenta ansiosamente los minutos para reencontrarse con la pareja. Y cuando no hay mercado nos quedamos sin motivo y razón para levantarnos temprano. 

Y así como comer demasiado postre empalaga, el amor y los mercados también causan repulsión. Pero no porque sean desagradables, sino por nuestra obsesión. El cariño se convierte en enajenación, el respeto se convierte en una valentía absurda que nos hace correr riesgos innecesarios. Como adolescente que empeña su tiempo por un beso; que se priva de reuniones con amigos por estar con la novia, cuando el mercado no nos corresponde con ganancias, le empezamos a culpar de nuestro desazón. Le gritamos a la computadora que algo anda mal con el mercado, que se dirige a la dirección a la incorrecta. Vemos al mercado como la representación del mal y la fealdad. Culpamos al bróker por su ejecución deficiente; maldecimos a la volatilidad. Odiamos a las noticias económicas y despreciamos al trader que hincha sus bolsillos operando en contra de nuestra posición. El amor se acaba. 

Los reproches van y vienen, la luna de miel se termina. El mercado se revela como una fuerza independiente y letal. Cuando perdemos la cabeza, el mercado es el peor sitio para las revanchas, para la adivinación, el ego y el orgullo personal. Porque regresa los golpes con más fuerza de la que podrías tener jamas. En el amor y el mercado no caben sentimientos tan destructivos.

Pero cuando se le respeta, se le escucha, se acepta en todas sus modalidades, la relación marcha con suavidad. Y viceversa, cuando uno se respeta, se conoce en las debilidades y fortalezas, el mercado parece un lugar cordial. 

Amo los mercados. Espero no divorciarme de ellos pronto. 






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