miércoles, 13 de agosto de 2014

Erika

Ella es un alga en el fondo del mar, tambalea su peso de un lado a otro y por ratos se mantiene petrificada con la mano derecha adherida a la nariz. Muchas veces lo que intimida a las personas no es la extrañeza de sus movimientos, tampoco su voz aglutinada y explosiva, es aquella mirada inamovible, casi poliangular; estos ojos amarillentos persiguen e indagan con intenciones desconocidas. Son escrupulosos porque son esenciales para la vida en la calle, sin ellos no podría advertir el peligro y huir o enfrentar la dureza de la calle. Antes de salir de casa desliza sobre cada pestaña un rimel festivo y coqueto que sólo subraya la intoxicada mirada. A ratos pierde la pose que guarda en la esquina, los músculos aflojan, deambula por aquí y por allá aspirando de su algodón para llevar toda la humedad del tolueano hasta el sistema nervioso central. Estará durante varias horas parada sobre Avenida Paseo de la Reforma y Magnolia.

Erika a primera vista no despierta sospechas, ninguna prenda entallada, mucho menos un escote, incluso porta un pantalón holgado. Todo el atuendo combina, pantalón púrpura, sudadera del mismo color; el mismo tono para las cejas y diamantina en los párpados; no tiene poses ensayadas, no contonea las caderas. Mucho menos es una profesional; no hay implantes o prendas glamurosas. Erika es seducción reducida por el activo. El ser novata en la prostitución le permite ser menos rígida y protocolaria. Risueña cuando algún hombre se detiene frente a ella. Desde la acera manda saludos a los de la camioneta del cascajo. Es cordial con los taxistas, saluda a los patrulleros y no escatima en ademanes amistosos para atraer algún cliente potencial.


Su lugar de trabajo es más bien austero, le otorga un contraste dramático a la avenida Paseo de la Reforma. La esquina de Magnolia no coincide con la imagen de aquella sutil flor, ni armoniza con el extremo sur de Reforma. En esa pequeña calle donde se batió a tiros un sujeto que asesinó al dueño de un lote de autos en la misma colonia; aquí permanece inmune al paisaje. Algunos transeúntes prefieren no hacer contacto visual con las trabajadoras, dirigen la mirada al piso con la mayor indiferencia, aprietan el bolso y el paso para reducir la estancia en un lugar que no es la otra Reforma. Mucho menos de noche. El brillo que caracteriza a la zona turística pierde intensidad a cada metro. El estilo francés con el que soñó Maximiliano es absorbido por un protagonismo no deseado en lo político y en lo moral: la pobreza, la prostitución, la indigencia y el crimen. Todo un combo; sin embargo, lo que sucede ahí transcurre con naturalidad. Ella es una más. 


Erika sobresale de las demás chicas por su vestimenta, aunque eso probablemente le resta trabajo. Las demás utilizan minifaldas y vestidos ceñidos; prendas de regalo o herencias de otras chicas. También se distingue de las otras prostitutas por la ausencia de cicatrices sobre su cuerpo. Tiene un cutis limpio, marrón, maquillado con una suave cantidad de polvo. Su cabello está cepillado y colocado hacia atrás con una diadema negra. Además no es tan joven como la mayoría; 24 años, apenas unos meses en la prostitución. Lo más parecido fue cuando trabajó en un club como edecán y animadora. Llevaba tragos de la barra a la mesa. Acariciaba las mejillas, platicaba con los comensales y regalaba besos. Antaño hubo mejores tiempos porque se dedicó a la enfermería, actividad que hoy agradece porque sabe inyectar, vendar y medir los signos vitales. De ahí un conocimiento o conciencia poco frecuente en los chicos de la calle: conoce las consecuencias de consumir drogas, por ello compra vitaminas y calcio; a lado de la botella de tolueno tiene un frasco de medicamento similar.  Desde luego carga con los condones que se incluyen en el precio del servicio. Con los clientes el uso del anticonceptivo es indispensable, las enfermedades están a la orden del día, independientemente de los embarazos no planeados. Aún cuando la mayoría de las chicas están libres de una enfermedad, no logran reconocer al padre de sus hijos. Son cosas que suceden abruptamente como una violación.



Desde luego que el sexo es trabajo y también una adición en las relaciones interpersonales. Ni siquiera puede hacer una cuenta exacta de los novios que tuvo, pero sí recuerda dos grandes amores. Uno de ellos es el padre de sus dos hijos. El otro es inolvidable porque festejó su cumpleaños, fecha que nadie recuerda y nadie le importa, porque muchas personas de la calle ni siquiera recuerdan cuándo nacieron. Aquel novio la llevó una tarde a las orillas del canal Bordo de Xochiaca; en un cuadro romántico se sentaron con el sol a sus espaldas, se besaron hasta el hartazgo, bebieron las dos botellas de vodka que él compró para ella, agotaron el galón de jugo y se enamoró aún más con el peluche de regalo. A la suma de hombres importantes en su vida agrega a su abuelo, quien realmente ocupa el primerísimo lugar. Una persona incomparable, quien le ha enseñado todo. El abuelo logró transmitirle conocimiento que en momentos la ha sacado de apuros: instalar el cableado eléctrico, poner ladrillos, cambiar un tanque de gas. Probablemente no son habilidades sorprendentes, pero en la calle son valiosas, la mayoría de sus compañeros salieron de sus hogares a temprana edad y hoy es difícil emplearse en algún lugar por falta de habilidades para realizar algunas tareas como sumar, multiplicar, incluso leer. Experiencia: la calle.  Mi abuelito es la persona a la que más quiero, el me enseñó mucho; es la persona más importante en mi vida. Él me comprende. Es muy tranquilo, todo lo contrario a mi abuelita que una vez le aventó las tortas de papa porque no le quedaron.


La mona

La mayoría de los chavos de la calle tienen mucho qué decir. Son libro abierto para aquellos que quieran saber un poco de sus experiencias; en ocasiones es un desahogo ir por ahí relatando sus aventuras sufridas, las desazones. También hay quienes ven un espacio de publicidad personal en su vida: los periodistas se acercan y ellos van hilvanando historias dignas de varias cuartillas; posan frente a la cámara de una forma tan natural como si fuese una sesión más. Por supuesto, otros jóvenes ni siquiera han sido fotografiados alguna vez en su vida. 


Es una ironía la exclusión en la que viven, desplazados a parajes, plazuelas y parques, y al mismo tiempo siempre buscados para elaborar una gran tesis antropológica sobre la pobreza o reportaje de galardón. En todo caso también son extraordinarios por el modo de vida que llevan, la forma en la que llevan al extremo la salud, sin comida diaria, con mucha droga y poco dinero. Erika es una gran conversadora, elocuente con una memoria todavía ágil. Recorre los episodios más tristes y felices de su vida en una cadena de eventos: habla de su abuelo, salta a su familia, primas, los juguetes que tiene, la colección de muñecas que ha construido desde hace varios años (60 muñecas) o sobre la conmoción que sintió cuando se acercó al homenaje por la muerte de Chavela Vargas. Siempre está en movimiento su dedo índice; es el menos erosionado, pues así como el meñique se eleva al beber un expresso, el índice apunta al cielo para colocar la mona en su lugar, sin mojarse, sin resecarse, haciendo una “L” con el pulgar. Pues ya sabes, me drogo para olvidar, para sentirme bien, para no sentir tristeza o soledad. Es el dedo guía para las interminables lecturas. Ya deboró toda la obra de Paulo Coelho, de Anne Rice, la saga de Stephenie Meyer y otros más. La misma literatura que se esfuma y se exhibe en las tiendas-restaurante. La lectura le lleva varias horas al día, se sumerge en cada novela para buscar un poco de romanticismo. El grupo de quince personas que est




Es una enamorada. 

La lista de novios que ha tenido es prolongada, pero sólo tres hombres han conmovido su vida, le han ofrendado felicidad. Con la última pareja logró dos hijos: una niña de ocho años y siete meses de edad; el niño, seis años y nueve meses. La mayoría de las veces omite mencionarlos: “Se los robó, me los robó”, pero no deja de amarlo. Vivieron en unión libre con al menos media docena de familiares: la tía Araceli, la súper prima Noemí, Conchis que estudia el quinto de prepa, abuela y abuelo, entre otros más. 


El abuelo, quien ha sido decisivo durante sus 24 años de vida es uno de los tres hombres más significativos. Sin él sería imposible cambiar un tanque de gas, montar una pared de ladrillos, instalar cableado eléctrico, hacer mezcla y jugar baraja; ya murió, pero la enseñanza es intacta, de igual forma los sentimientos. Probablemente es el hombre que ama sobre todas las cosas. Termina de pensar o enunciar algo sobre su abuelo y aspira profundo para absorber el vaho del tolueno.Afuera de un club


Se mueve con la lógica del “efecto cucaracha”, concepto con el que denominan las instancias de seguridad pública del D.F a las prostituras que se desplazan de un lugar a otro para evitar ser subidas a una patrulla. Porque resulta un tanto más simple llevarse a una prostituta que al homicida escurridizo, al vendedor de drogas de drogas o al asaltante común y corriente. Algunos crímenes se pierden durante la noche, pero “monear” no es gran problema, sólo una falta administrativa que ni siquiera motiva a los policías para subir a alguien. Pasan una o dos patrullas cada quince minutos sin que Erika se inmute. En la bolsa de mano carga la botella de refresco, todavía está llena, es muy temprano. Aún con el poco tiempo que lleva inhalando es suficiente para sosegar un poco el cuerpo y los pensamientos. En ese estado permanecerá durante horas, cada jalón le consume minutos de los cuales desea escapar para poder trabajar sin recordar los malos ratos; también su cuerpo lo exigirá. Lo mejor de la mona es el borrón de memoria. El recuerdo más intenso de hace poco tiempo fue cuando la privaron de su libertad. Estuvo encerrada por seis meses en Santa Martha. Ahí pasó el tiempo más infeliz de su vida, aguantó el trago amargo de la injusticia. Estuvo en el lugar equivocado en el momento más inapropiado. Una banda de chavos merodeaba las calles de la colonia Guerrero, dispusieron bien afilados los sentidos para hallar una víctima nocturnal; un travestido pasó frente a ellos, se le abalanzaron todos sobre la presa, le quitaron el bolso y quinientos pesos, según la parte ofendida. Llegó la patrulla minutos después del auxilio. Subieron a Erika y la procesaron por pandillerismo y robo, además Erika era acusada de haber “ponchado una chichi” al travestido. Hoy recuerda con coraje el suceso y reflexiona sobre la misma suerte que han corrido sus dos hermanos: uno de ellos encerrado por robar un celular. 


La libertad es lo más sabroso. La libertad de imitar prodigiosamente, sentada en la banqueta, el repertorio de Alejandra Guzman, soñar con cantar en un palenque, recitar las de Enrique Bunbury; embriagarse con unas cervezas, curarse la cruda con activo. Para andar por la vida “Sólo se necesita un libro en la mano, un peso en la bolsa y un perro a lado”. Esa libertad no está en ningún lado más que en la calle. Probablemente Erika carece de un techo, alimento balanceado, un empleo o educación, pero tiene una libertad a la cual no pretende renunciar pronto, ni muchos de sus compañeros de acera. No le deben nada a nadie, no responden ante nadie, viven su vida con el mínimo de reglas y protocolos. Fuman, beben, cojen, cantan, ríen como cualquiera, pero lo hacen cuando quieren con quien quieren y donde quieren.



No hay comentarios:

Publicar un comentario