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Rodada a Sierra Gorda


Salimos de la Alameda del Sur como a las nueve. El frío se estaba sintiendo más intenso, no estábamos haciendo a lo que fuimos: pedalear.  Esperamos durante varios minutos hasta que por fin el organizador regresó de su casa. Muy indignado por la tardanza alguien dijo:

- Seguro ha de estar echándose su caquita, descansando y... vale madres. 


Por fin salimos, eramos seis. Un número menor en comparación a otras rodadas del grupo, y mucho menor en comparación a rodadas masivas de otros grupos, donde asisten hasta cincuenta personas. Sin embargo, lo compacto del grupo nos ayudó a desplazarnos con más rapidez. Primero tomamos toda la avenida de las Bombas hasta División del Norte, desde ahí no dejamos de pedalear hasta que nos paraba un semáforo o el tráfico. Corrimos entre los coches, los más avezados se despegaron varias decenas de metros de los que circulaban más lento. Con rechifla nos abrímos paso, algunos con una corneta de aire comprimido o con un largo quejido taurino "eeeeh" "aahh". 

El primer tramo terminó muy rápido. Nos comimos los primeros catorce kilómetros en poco más de media hora. A las afueras del metro Mixcoac - línea dorada - veríamos a otro grupo de ciclistas. Cuando llegamos ya estaban en el seven-eleven de Extremadura. Cruzamos las manos y chocamos los hombros. Esperamos ahí un rato no se qué. Mientras el mismo ciclista de la caquita, nos contó cómo un taxista casi se lo lleva por incorporarse al carril sin mirar a los lados. 

- Es un pendejo... aay mamita, sentí pasar el coche a lado de mi pierna a casi nada. Hasta grite. -

Después de aquel evento le ofrecieron o pidió prestada una banda luminiscente que parpadeaba con un verde fluorescente. La ajustó como faja a la altura de su abdomen, ya era más visible, pues lo único que se podía ver a lo lejos era un casco color lima y a caso los reflejantes de fábrica que traen las bicis. 

Todos listos, y con el nuevo grupo incorporado, salimos en dirección al norte sobre avenida Revolución. Metimos más piernas, pues todavía faltaban una buena cantidad de kilómetros. El asfalto e iluminación permitía correr sin problemas. De vez en cuando la distancia entre cada uno se agrandaba tres o cuatro calles. Yo me quedé durante un rato hasta el final, incluso rebasado por los ciclistas recién integrados, quienes venían montando casi parados unas BMX, esas bicis con el asiento tan abajo que casi rosa la llanta. Sus bicis no corrían como las demás, pero su fuerza les permitía mantener el paso de todo el grupo. Me pareció que lucían como monos por la forma en que pedaleaban. El manubrio tenía una extensión mayor a la medida estándar que todos hemos usado en una bici convencional, hacía que sus brazos se separaran mucho más; sumado a ello, pedaleaban de pie en un efecto de péndulo, con el peso yendo de izquierda a derecha, como un mono caminando. 

No paramos hasta llegar al Monolito a Tlaloc. Ahí llegaría otra ciclista. Esperamos nuevamente durante algunos minutos. El tránsito había disminuido, a ratos Reforma quedaba en paz, sólo algunas patrullas y trabajadores de Ecobici. Los policias que daban rondines bajaban la velocidad y nos observaban fíjamente, después continuaban su marcha. Mientras los monos daban piruetas en las banquetas y sobre el monolito. Algunos más bebían agua y platicaban sobre los planes que tenían para el fin de semana: el sábado habría una competencia de sprints

En medio de la charla un Tsuru azul marino se acercó a la entrada del estacionamiento del Museo Nacional de Antropología. Todos miramos hacia él y alguien dijo irónicamente:

- Ya nos tendieron un cuatro, van a quitarnos las bicis.

Del coche bajaron dos sujetos y dos mujeres. Las mujeres caminaron hacia nosotros, mientras los otros dos sujetos sacaban de la cajuela un par de tinas. Una de ellas gritó:

- Hola amigos, ya les trajimos la cena. ¿Quién va a querer de comer? También traemos ropa.

Acomodaron todo sobre el piso, había hojaldras de atún y jamón, gelatinas, y banderillas de salchicha y de queso. La vendedora se esforzó en llamar nuestra atención, pero nadie hizo caso. Sacó de una tina unas mallas verdes con acolchado en las nalgas, pero nadie pareció interesado. Después mostró un rompe vientos, pero lo mismo. Ante la indiferencia, el organizador platicó con ella. Sólo algunos compraron gelatinas y hojaldras. Algunos preguntaron por agua. Ella prometió que la próxima vez traería.

A lo lejos una luz roja y azul se veía próxima. El organizador rápido les dijo:

- Guarden todas las cosas, ahí vienen. Ponlo ahí, les decimos que venimos de la villa, venimos en peregrinación. Que nos paramos a comer 

Todos rieron. La patrulla pasó lentamente, otra vez. Algunos saludaron "buenas noches tira". 

La vendimia a domicilio se fue de ahí. Subieron todo al Tsuru y se largaron.

El grupo más desesperado que antes presionó para agilizar el recorrido. Enfilamos directo hasta periférico, no habrían más paradas. Así fue hasta que la llanta de un mono se ponchó. Nos detuvimos exactamente en periférico a un costado de la Fuente de Petróleos. Nos detuvimos una vez más. 

- ¿Cuánto falta pregunté? - Mientras estábamos sentados en una acera. 

- No sé, la neta - Me dijo un ciclista con chaleco fluorescente y cinta reflejante. En la espalda traía escrito la famosa frase, salvo con una construcción sintáctica distinta, más enfática en la cualidad, en el verbo: #SomosAyotzinapaTodos

De regreso de Sierra Gorda alguien le dijo al tipo del chaleco:

- Ay no mames, gordo. ¿A poco sí andas en esas mamadas? -

- Claro, yo voy a las marchas y todo. Me quiero manifestar -

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Después de parchar la cámara, no hubo descanso hasta llegar al destino. Nos lanzamos por Avila Camacho hasta Paseo de las Palmas. Fue el tramo más duro, subimos un puente de varios metros que tomamos con bastante velocidad. Una vez en Palmas comenzó una pendiente pronunciada. El lujo se abría ante nuestra mirada. Un ciclista dijo:

- ¿No es esa la casa de "la gaviota"? -

Era una construcción rosada con detalles en blanco, una gran pórtico, paso adoquinado y columnas de varios metros. Fue lo más que se pudo ver, andando en bici todos buscan no caer en un bache. Aunque Palmas carecía de ellos, el asfalto era liso, nos permitió sin contratiempo llegar. Algunos se quedaron muy atrás, sus piernas o sus bicis no daban mucho de sí. Los monos llegaron al final. Nos reunimos en Sierra Aconcagua a esperar que todos estuvieran reunidos. Quienes habían llegado les escurría sudor por todo el rostro, a pesar de que para esa hora ya estábamos llegando a la mínima pronosticada (9° C).

El organizador se lanzó a observar si realmente habíamos llegado al lugar. Regresó y confirmó que esa era la calle. 

- Aquí es. Más adelante, a la derecha, hay unos puercos. Pues vamos a ver qué pedo, pero relax.

Recorrimos la calle a baja velocidad, observando de un lado a otro, buscando la casa. Nadie vio nada. Apenas había iluminación suficiente, como en cualquier otra colonia. También había baches, asfalto descuidado, parchado y mal aplanado, lo que menos quiere encontrar un ciclista. Las casas tampoco estaban bien iluminadas, sólo algunas con adornos de navidad; en una de ellas había una réplica gigante del nacimiento de Jesús. No había rastro de la casa. Todos buscamos el color blanco, la característica que todos conocían. Vimos algunos policías del D.F caminando sobre la calle, un camión turístico, tres individuos sobre la banqueta con algunas bolsas en el piso, camionetas estacionadas, pero no la casa. Nadie sabía cómo lucía, nadie recordaba teníamos que encontrar el número 150. Cruzamos Sierra Vertientes y después nos detuvimos en Monte Chimborazo. Estabamos perdidos. 

Alguien dijo:

- Pues al menos ya venimos a conocer. Este barrio me gusta, está bien ñero, pura lacra

Replicó otro más:

-Y sí, aquí vive la pura ratota, no chingaderas 

El del chaleco se sumó:

- Pues yo ando viendo, porque uno nunca sabe, qué tal y si me termino comprando una casita por aquí, tengo que conocer el barrio. -

- No mames, gordo. Imagínate que saliera una ruquita, bien ansiana y que te diga que qué pedo. ¿Si vas? -

- Pues, yo creo que sí.-

- Al rato el gordo llegando en su pinche bici bien chingona, una Santa Cruz.- 

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Se decidió peinar la zona otra vez. Regresamos por la calle paralela a Sierra Gorda, Sierra Guadarrama. Bajamos nuevamente a Sierra Gorda, en esta ocasión había más movimiento en la zona. Las camionetas negras habían bajado un poco los vidrios y se adelantaron un poco más, casi en frente de la entrada de la "casa blanca". Todos nos detuvimos ahí. "Es ésta, ésta es a huevo" decían.

No podíamos ver nada, excepto una puerta y una especie de cubículo con vidrios polarizados en forma de "L" horizontal.

- Pues van. La foto, la foto -

El ruido del grupo creció: cuchicheos y risitas. Todos se amontonaron frente a la entrada.

Las camionetas abrieron sus puertas, no podíamos ver quiénes o cuántos había dentro de los vehículos.

El grupo se apresuró a posar frente a la casa. Alguien decía:

- En corto, rápido, para movernos de aquí. -

Una camioneta lanzó desde la ventana del conductor una luz blanca que parpadeaba, apuntaba en nuestra dirección. Desde otra camioneta hicieron lo mismo, lanzaron flashazos.

Hubo un intercambio de frases entre todos:

- Nos están tomando fotos -

- Pues ya vámonos... aquí nos van a desaparecer -

- Cállate, wey. Ves que está bien tenso el desmadre ahorita y tú diciendo eso -

- Pues es neta -

Tomé trece fotos antes de irnos, todas del grupo. Tomamos nuestras bicis y salimos de la calle. En poco tiempo Sierra Gorda estaba ocupada por doce cilistas, cuatro camionetas y algunos policías.

Salimos de la zona pedaleando un poco más rápido que como entramos.

- Nos vienen siguiendo -

Detrás de nosotros venía una camioneta. Salimos a Palmas y nos detuvimos para cruzar. La camioneta seguía detrás de nosotros.  Una vez que nos incorporamos hacia abajo, dejaron de seguirnos. Nos perdimos entre los coches en periférico.

Los nervios en el grupo se notaban, algunos no dejaban de comentar:

- Traían pistolas. Estaban en la camioneta con la puerta abierta, la pistola en la otra mano y viendo nada más qué pedo -

- Pues qué querías wey, ahorita todo anda bien caliente. Nada más imagínate cuánto pendejo no ha de querer venir a hacer desmadres -

- Lo más cagado es que el pinche Peña ahorita ha de andar en una Posada -

La rodada continuó durante algunos kilómetros más, conforme recorríamos la ciudad los nervios se iban calmando, la bici estaba haciendo lo suyo.
  








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