domingo, 25 de enero de 2015

Baño Otaku

Simplemente si uno se toma el tiempo suficiente para observar y pensar las cosas todo cambia repentinamente. Es como si el panorama se fuera ampliando más y más a cambio de tiempo. Cada minuto va prolongando nuestra visión y entendimiento en asuntos que jamás se hubieran reflexionado por la premura de nuestra vida citadina. Hoy por ejemplo:

Caminé por el Eje Central enfilándome hacia la parada del trolebús. A pocos metros de llegar decidí adelantarme al baño, porque aunque no eran muchas las ganas de orinar, creí que no me concentraría en mi lectura si de por medio había unas ganas crecientes de orinar y cagar. Me lamenté, porque no pasé antes en la cafetería donde desayuné. Ahora tendría que pagar cinco pesos en baños no tan aseados. 

Caminé hasta dentro de la "Friki Plaza", subí por las escaleras eléctricas hasta el segundo piso. No vi los baños, ni anuncios, por ninguna parte. Me aproximé a un vendedor de ánime, me dijo que más arriba los hallaría.

En la última parte de la plaza estaban por fin los baños. Me atendió un niño. Me sorprendió que me diera más papel que el que usualmente dan: ocho cuadritos. La textura tampoco estaba tan mal, de hecho me pareció bastante suave. 

Cuando entré al baño había un chavo parado, esperando a que alguna de las tres puertas se liberara. No conforme con lo evidente - las puertas cerradas y el chavo esperando - me asomé. Vi unos tenis blancos, unas botas cafés y unos zapatos tipo escolar. Regresé a la entrada del cuarto de baño y tomé mi lugar. El sujeto que esperaba no sé si ya llevaba un buen rato, tenía las manos detrás de su espalda y parecía no reaccionar ante ningún estímulo. No le quitaba la mirada a la pared azul de fondo.

En los primeros minutos entró un sujeto, antes de llegar al mingitorio, ya con la verga entre sus manos. Apuntó al centro de la porcelana y dejó ir, no sé cuánto en mililitros, pero sí unos veinte segundos de orina. Me pareció excesivo, y a ello le atribuí la presteza con la que llegó. Abandonó el lugar. Me miró a los ojos y se perdió entre los pasillos. 

El hombre a mi lado seguía sin hacer nada. Me imaginé cuánto le debía de andar para concentrarse en esa forma. También pensé que no tenía nada que pensar si sólo estaba esperando un turno en el escusado.

Después imaginé si alguno de ellos había muerto sentado. Me pareció bastante plausible. No había ningún ruido, ni siquiera hedor. ¿Cómo nos cercioraríamos de la muerte de aquellos tres si tal fuera el caso? ¿Cuánto debíamos esperar para suponer que algo andaba mal? ¿Diez minutos sería suficiente? ¿Qué tal quince? Yo no me hubiera atrevido a presionar de ninguna manera. Cada intestino es diferente, y a lo largo de mi vida he conocido a personas con estreñimiento. Esa era una razón poderosa para no interrumpir su concentración.

En verdad era muy extraño que no sucediera nada. ¿Acaso era una broma? Pensé. No había ningún sonido de un sólido precipitándose al agua, ni siquiera un poco de aire. No había nada de ello, pero yo lo comenzaba a imaginar. Los cinco minutos que habían pasado comenzaban a ser desesperantes. Casi me atreví a abandonar el lugar, pero qué sentido tendría. Hubiera caminado hasta el trolebús para al final sentirme estúpido por no haber hecho del baño cuando tuve la oportunidad. No hubiera disfrutado el viaje, no hubiera leído, no hubiera sido rápido el trayecto. Mejor esperé otro rato más, que en realidad fueron cinco minutos adicionales. 

En este lapso llegaron dos chavos más jóvenes que el líder de la fila. Cuando los vi entrar no pude evitar sonreír. Uno de ellos, el más joven, tenía un gorro negro que apenas si podía aprisionar todo el cabello que descendía hasta sus hombros. Tenía lentes de pasta, de una sudadera dos tallas más grande, pantalón negro de mezclilla y una playera de una exuberante mujer en caricatura. Sonreí porque era imposible que ahora esperáramos tres personas por un lugar. Cuando terminé esa idea entró uno más. Estaba vez un chavo regordete con un pants gris entubado. Sus pantorrillas eran descomunales, fácilmente tenían el tamaño de mis dos piernas juntas, su barriga era todavía más impresionante; no pude evitar pensar que también quería vaciar su tripa, dos segundos más tarde lo confirmé. Se paró en el pequeño pasillo donde eramos ya cuatro personas.

Entraron algunas personas más a orinar. Su presencia apenas si sentía, entraban rápido y salían de la misma manera, sin reparar en todo el tiempo que llevabamos esperando. Habían transcurrido quince minutos. En todo el lapso no cruzamos palabra alguna, ni que yo recuerde, alguien me miró. Por el contrario, no dejaba de observarlos, no podía evitar pensar en lo irreal que era que todos queríamos cagar, y que ninguno de los tres sujetos podía apresurarse.

Traté de justificar la demora. Me acordé que en piso donde se encuentran los sanitarios vi la zona de comida. Toda ella japonesa. Cuando subí las escaleras vi a un grupo de personas comiendo un bola de pan rellena con algo negro. A pesar de haber desayunado unos minutos antes quería probar algo de lo que ahí vendían. En el baño se me fueron todas las ganas. ¿Qué tal y si ellos comieron ahí y por eso padecen en el escusado? ¿Se habrán intoxicado con el alimento? ¿Qué habrán comido? ¿Vienen los tres sujetos del mismo restaurante? ¿Cómo pueden tres hombres sincronizar el vaciado? Todo me parecía probable e imposible al mismo tiempo.

El joven gordo salió del baño por un minuto, después regresó con más papel en su mano. Supuse que pago por el extra. En ese momento me entró un asco enorme, era insoportable la idea: ¿Cuánta caca haremos entre los siete? ¿Cuánta caca han depositado los tres de adentro? ¿Por qué pienso en eso?. El estómago se me revolvió.

Era demasiado el tiempo que había esperado. Suelo ser muy paciente, pero creí que no tenía nada de virtuoso hacerlo en este sitio. En ese tiempo pude haber llegado a cualquier otro  baño, pasar directo y sin dilaciones. No que ahora estoy pensando en absurdos. El efecto del baño colectivo se cernía sobre mi: estaba salivando, mi estómago comenzaba a vibrar, olores venían e iban sobre mi nariz, de pronto todo se calmó. Un par de pies se movió y el sonido del agua preparó al primer chavo de la fila. De la puerta salió un joven con camisa color vino, nos miró y se apresuró al lavabo. No pude evitar mirar su trasero. ¿Por qué cagó tan lento?. 

Por un segundo pensé que el nuevo ocupante terminaría rápido y pronto estaría sobre el Eje Central en camino a mi casa. Nada de eso pasó. En su lugar una bomba fétida llenó el cuarto. Pude distinguir entre una jugada ilusoria y la realidad. Estaba vez el baño apestaba a rayos. Mientras los otros dos compartimentos permanecían estáticos, en el primer escusado había una convulsión terrible de sonidos y hediondez. Todo el malestar regresó a mi. Era demasiado, pero en esta ocasión ya tenía ganas de cagar y orinar. Aguanté la respiración por instantes, pero sólo empeoró mi situación, porque al querer recuperar el aliento mis pulmones jalaban con más fuerza las moléculas suspendidas.

Cuando más alterados estaban mis sentidos, la última puerta se abrió, un anciano salió del sitio. Otra vez miré sus nalgas. Traía un pantalón color caqui. Vaya comparación que hice. Me resistí a pasar, tuve asco al pensar que estuvo más de veinticinco minutos sentados. ¿Qué tan caliente estará la taza? Fue lo único que pensé. Me adelanté con un paso largo cuando vi que el regordete quería apañarse el lugar. Para mi sorpresa el espacio no despedía ningún aroma, me sentí aliviado. Lo único que hice fue sentarme sobre una protección de  papel que tendí sobre la porcelana. En ese instante imaginé que podría escribir todo lo que viví, en venganza por la tardanza. Tenía una aplicación de notas en mi celular, podría hacerlo, claro que sí. Relatar en veinte minutos, o en más, todo lo que es esperar. Los demás, pensé. Exacto, los demás no tienen la culpa. Metí velocidad y en seis minutos estaba afuera de la plaza esperando el camión. Con la cola limpia.

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