Lo sacaron en una conversación de la nada, en realidad no de la nada, fue porque hablaban de su familia, de cómo el terreno de la abuela estaba siendo discordia entre los hermanos. Todos querían apropiarse de algo que por derecho fue divido en partes iguales, en cuatro. Sin embargo, hasta los nietos y familiares de tercer grado quieren parte de la herencia. Lo cierto es que nadie recuerda al Pollo, porque nadie lo ha visto.
El Pollo fue de las primeras personas que se le veía en la calle con la mano sobre la nariz y la boca. Se la pasaba durante horas inhalando e inhalando activo. Casi nunca caminaba más allá de donde terminaba el predio donde vivía. Cuando la gente pasaba se tenía que subir hasta la otra acera porque no nadie quería toparse con él. Era un hombre corpulento, de estatura media, pero que para los niños parecía descomunal y para un adulto ni hablar, el peso del también llamado "Gordo" superaba en buena proporción a todos los hombres grandes de la calle.
El Pollo nunca hablaba y cuando lo trataba de hacer balbuceaba y escurría mucha saliva en el diálogo más elemental. Su saliva era una liga que se prolongaba desde las comisuras de sus labios hasta el final de su playera, que estaba sucia, todo el tiempo, de la parte trasera; dormía en la banqueta cuando quedaba aturdido por el solvente. Si hacía calor el olor se hacía más denso y podía olerse a pocos metros de él.
Nunca nadie le decía nada al Pollo. Claro que había personas que trataban de hacerlo entrar en razón, pero todo intento apenas si traía resultados. Por momentos se alineaba y comenzaba a utilizar unos zapatos limpios, playeras diferentes, cabello aseado y sin ninguna molécula de thinner. Pero esto duraba muy poco, unas semanas o un par de meses, después volvía a obstruir la calle con su cuerpo de pie durante horas en el mismo sitio. Cuando le tocaban el claxón dirigía la mirada hacía el chofer y parecía que su concentración se iba hasta dentro del coche; miraba a los pasajeros, reconocía rostros, reconstruía historias para después levantar una sonrisa de aprobación. Se hacía a un lado y con la mano abierta en el aire saludaba a los vecinos. Regresaba al mismo punto a oler una y otra vez su estopa.
El solvente fue consumiendo rápidamente sus facultades. Cada vez su cara se estiraba más, perdían consistencia sus gestos, la saliva se escurría con más prisa y la ropa comenzó a ser la misma: un pantalón entubado de mezclilla, roto de las rodillas y las nalgas; unas botas de piel con las agujetas desabrochadas, ya no perfectamente atadas como antes; una playera sin mangas rota de un pezón y deshilachada de la parte baja; su moica ya no era perfecta, no se sostenía, los picos del peinado ya no eran afilados, el verde de las puntas se iba perdiendo hasta que las tonalidades amarillas ganaron terreno.
El Pollo un día perdió contacto con la realidad de la calle. Salió al mismo sitio de siempre con un cuchillo en mano. Estuvo tranquilo con el utensilio todo el tiempo. Pasaron horas sin que nadie se diera cuenta hasta que de pronto apunto al cielo con él. Un vecino lo vio a lo lejos y alertó a la familia que vivía con él. Rápido se aproximaron por él, le pidieron que se calmara, aún cuando el Pollo no había dicho nada. Estaba desorientado, pero atenazado al cuchillo. No lo soltaba, no quería y no parecía entender lo que le pedían. Sus hermanos pidieron durante más de media hora que soltara el cuchillo por favor. La hermana estaba en completo drama, el hermano estaba decidido a todo, se iba abalanzar sobre él para poderle quitar el cuchillo. Cuando decidió hacerlo distrajo al Pollo con una mirada, colocó su atención sobre el reverso de su hermano hasta que el Pollo cedió a la curiosidad y miró en la misma dirección; el Pollo no encontró nada, sólo la vieja pared en la que cientos de noches y días había vivido; giró su cuerpo y encontró a su hermano a punto de someterlo con un fuerte abrazo y con la mano derecha sobre su muñeca. El Pollo se inflamó de furia hasta que toda la energía escapó en forma de apuñalada. El cuchillo entró frío hasta el vientre de su hermano y ahí se quedó clavado. El Pollo corrió frenético, nunca regresó por su herencia.
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