No es algo que sólo suceda en las películas o en los libros. Realmente dan ganas de salir y mirar las estrellas en el cielo. Es terapéutico. Yo lo hago cuando me entra la soledad. A veces sí me siento abandonado, pero mirando el cielo, me pregunto por qué me siento abandonado si yo fui quien abandonó todo. Tuve una familia, un empleo, una esposa, un auto, un seguro de vida y todas esas cosas que deseamos y por las cuales trabajamos. Y preferí dejar todo eso a un lado, le digo al cielo. Ni el cielo y las estrellas me responden. Tal vez es eso lo que me hace sentir abandonado, que no hay ningún eco de lo que pienso, maldigo o recuerdo. En el cielo, tan inmenso, todo se disuelve y se pierde en la oscuridad.
Al cosmos no le importa si paso hambre, si el agua moja mi colchón o si los moscos sobrevuelan dentro de mi casa toda la noche. Y ni a los moscos o a mi estómago les interesa lo que sucede en Alpha Centauri; unos quieren beber sangre y el otro quiere un poco de lo que sea. Estas ideas me han ayudado a sobrellevar la desolación, el hambre y ese abandono auto inducido. Sigo teniendo hambre, pero las ideas sobre las estrellas me quitan el malestar por unos minutos. Es realmente terapéutico, como digo, mirar o pensar en el cielo.
Siempre lo he hecho, desde que era niño, cuando mi papá nos llevaba a la playa y dormíamos en hamacas escuchando el rugido de las olas del Pacífico. Veía cómo cientos de puntitos parpadeaban sin ningún ritmo aparente. Algunos lo hacían más rápido que otros. Y otros se quedaban estáticos como sonriendo para nosotros. Y mi padre me desconcertaba cuando afirmaba que el Sol también es una estrella. ¿Cómo?, le decía, si las estrellas son tan pequeñitas y con una luz débil. Él me decía que era por la distancia y el tamaño que tienen. Que hay estrellas masivas, otras muy pequeñas que están a punto de morir. Otras estrellas se esconden detrás del brillo más intenso de una protagonista y no se logran ver a simple vista. Hay tantas estrellas como granos del mar, solía mentir mi papá.
Ahora me parecen muchas estrellas más, que las que recuerdo de niño. Debería de distinguir menos, por la contaminación lumínica, pero por alguna trampa mental o de mis ojos veo más. Veo el cielo estrellado como en una de esas fotografías del Hubble. ¿Son reales o las estoy imaginando? No lo sé. A veces veo cosas que son muy reales, pero que no deberían pasar. Me explicaré:
Hace unos meses estaba sentado fuera de mi casa. Todo estaba muy silencioso, sólo estaba mi respiración y el aullido de un perro a lo lejos. Tomé la botella que estaba bebiendo desde la tarde y le di el último trago. Sentí ese sorbo desde mi lengua hasta lo más profundo de mi estómago. Sentí un calor más intenso que con el resto de los tragos, pero bastante agradable. Intenté levantarme e ir a dormir, pero no pude. Un vértigo intenso me tomó por sorpresa. Sentí que mi cabeza se había desprendido de mi cuerpo y rodaba por todo el piso. El piso y el cielo se confundían, lo mismo que las paredes. Intenté equilibrarme con mis manos y piernas, pero cuando me apoyaba en alguna, sólo empeoraba la sensación.
Cerré los ojos y me recuperé por un instante. El mundo comenzó a estabilizarse y tomar forma. Me pude levantar por completo, pero frente a mi vi cómo un pequeño punto negro se expandía desde el piso. Esa mancha en el piso crecía de forma simétrica e iba tragando todo a su paso. Primero succionó a un poste de luz, luego a un auto que estaba estacionado; la banqueta, como si fuera un espagueti también fue tragada por ese círculo negro. Veía entrar a ese abismo bolsas de basura, piedras, botellas de plástico, todo lo que la gente tira en la calle. El agujero pronto tomó más fuerza y succionó cosas más distantes y grandes. Yo seguía de pie, extrañamente, ahora que lo pienso, pero muy atemorizado en ese momento. Tomé la botella que estaba bebiendo y la lancé a las fauces de esa bestia interestelar que crecía sobre mi calle. La botella no fue devorada, pero sí rompió el hechizo. El hoyo desapareció y todas las cosas que engulló seguían en el mismo sitio, sólo que ahora con habían pequeños cristales regados por todo la calle.
El perro aulló más fuerte y algunas luces de los edificios que rodeaban mi casa se encendieron. Alguien me gritó algo, pero no distinguí las palabras. El perro aulló aún más fuerte. Las luces volvieron a apagarse y volví a mi casa. Cerré todo muy bien, me aseguré que nadie pudiera verme desde fuera. Bajé los cierres de cada ventana y me aseguré que el velcro sellara muy bien los mosquiteros. Puse candado al cierre de la entrada principal. Sentí miedo de las visiones, pero sentía más miedo de los vecinos. La última vez llamaron a la policía y quisieron arrastrarme de mi casa. Uno de los vecinos gritaba que iban a quemar mi casa si no me buscaba otro lugar. Otros vecinos me defendieron y no lograron echarme a otra calle; me dejaron dormir esa noche y también me regalaron algunos panes y té de canela.
Dentro de la casa comencé a temblar, a imaginar que los vecinos venían y cómo desde fuera lanzaban piedras y golpeaban mi casa. Traté de respirar profundo y calmar mis nervios. Funcionó y pude concentrarme en el silencio. El perro se había callado y ni el ruido de los mosquitos se escuchaba. La calle se había quedado completamente en silencio. Tomé mi cobija y me acosté como un bebé sobre el colchón. Nunca había sentido tantas ganas de tener una casa, otra casa, no como esta; no haber abandonado todo. Recordé mi antigua casa, un domicilio si nada de especial, pero de muros reales, de muebles reales, de una cocina, de tres baños, de tres recámaras y una cochera. También recordé a mi familia y sus voces. Pensé que estaría durmiendo mejor en una casa real y no en una casa de campaña, en medio de la calle.
Esa misma noche o madrugada, comenzó a llover, el agua escurría a través de las partes más desgastadas de mi casa, pero no me molestó del todo. Pensé que imaginar cosas te puede atemorizar y también consolar. Como mirar a las estrellas. Desde que vivo en la calle puedo ver un cielo tan estrellado como quiero o ser atemorizado por un agujero negro durante las noches. Y también cuando llueve, no es agua la que me moja, es polvo interestelar.
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