Ya le puse el título desde temprano. Tenía la idea bien pensada y sintiéndola en las yemas de los dedos, pero me daba miedo escribirla. No quería tocar las teclas hasta entrada la noche, las nueve exactamente, cuando por alguna razón o imaginariamente se calma esa sensación eléctrica. No quiero que me pase, porque si sucede una vez nada me asegura que no pase nuevamente. La última vez fue ayer y traía poliester y algodón. No podía tocarla porque si no me iba a irritar y la iba a irritar con mis quejas y muecas. Más de una vez la empuje sin que pasara nada salvo la sorpresa en su rostro, esa cara de leve intolerancia hacia mis locuras, que no son locuras, es real, pasa con una frecuencia inciertamente desesperante. Las primeras veces deduje que era el champú, lo cambié durante varias semanas esperando frenar el problema, pero sucedía inesperadamente cuando intentaba ver la televisión. Por varias semanas suspendí cualquier champú, adiós a los enjuagues también. Tuve miedo hasta del jabón hasta que el cabello acumuló una ligera capa de grasa. Regresé al champú, no era la causa del problema. Antes había leído varias explicaciones eléctricas, todas satisfactorias en ciertos casos, pero yo salía de esas regularidades. Cuando se supone no debería suceder pasaba. Cambié de ropa, comencé a usar atuendos de nailon, pantalones ridículos, evitar los cierres metálicos y mejor mocasines que agujeta. En los autobuses me sentaba de golpe sin hacer fricción innecesaria, aunque prefería mantener parado equilibrándome sin tocar los tubos maliciosos de cobre, aluminio o metal. Varias veces los toqué con inocencia suficiente para no controlar la fuerza de mi brazo rebotado por el reflejo, golpee a una señora avejentada por los años en el negocio del nopal; se iba a colocar en el camión, bajaba suavemente la caja de madera repleta de nopales. Apenas si grité, pero retiré mi mano del tubo en el mismo instante del choque, se fue de lleno mi codo sobre su nariz. Se le fueron las fuerzas junto con la caja de nopales, cayeron sobre el señor pequeñito de atrás, un nopal en la cara. Es ridículo, pero pasó. Por eso no me importaba enfrentarme al pequeño dolor, las veces siguientes dejaba mi mano con todo su peso sobre el metal o las personas, dejé de sobresaltarme con los pequeños hormigueos, dejé que la estática cambiara de circuito. Logré controlar la incomodidad que causa sentir "toques", dejé de pensar en ese dolor implacable y tierno, que piden los borrachos en las cantinas. Pero no podía evitar pensar en que sentiría los toques, una y otra vez sin saber cuándo ni porqué. Dejé de recorrer las calles con facilidad, no dejaba de mirar el metal de las cosas. En las tiendas evitaba recargarme sobre las vitrinas porque podría sacar chispas; los torniquetes del metro parecían escalofriantes. El miedo creció. No me gusta el enunciado de Lavoisier. Cuándo dejaré de sentirme provocado por los objetos, las telas, las sillas, el plástico y las personas. ASHdkjashd
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