Durante semanas la idea iba reuniendo fuerza. Comenzó como un pequeño hilillo resbalando desde el lugar donde florecen las ideas, sólo una especie de fantasía, no habían motivos para detener el escurrimiento porque las fantasías no lastiman. El origen de aquella imaginación pudo haber sido en alguna fiesta. Aún no había llegado a ser la gran locura que es ahora. Tenía que ver con personas y el espacio que protegen. En varias ocasiones sobrepasó el espacio de las mujeres. Robó más de un beso en la pista de baile; encerró a varias chicas reticentes, pero al final aflojadas por el flujo del alcohol, con todo el erotismo que implica. Llevó a los jardines de una gran casa a una inexperimentada para arrebatarle la ropa interior, nada más, porque después, los de seguridad advirtieron lo que sucedía. Sexo y provocaciones consensuadas al final de todo. Besar ,tocarlas y copular lúdicamente no representaba mucho, no al menos comparado con la idea que se escurría dentro de sí.
(El placer se iba difuminando, ya pocas cosas parecían estimulantes. Los pequeños juegos de fotografiar sin ser visto dejaban de ser excitantes, aún cuando casi se metía debajo de las faldas. El telefoto de la reflex ahora parecía un gasto ridículo, robar una instantánea lucía igual de patético como bajar lencería de los tendederos. Toda la colección de material visual parecía incompatible con su deseo. Reunir fotos y videos además de extenuante se convertía en una reiteración de lo mismo. Pagar por sexo era igual de monótono; una vil puesta en escena donde el acto no tenía nada de real, simple y artificial como la colección de videos porno. No importa si la hora ascendía a una quincena de trabajo o tres sueldos mínimos. Cuando regresaba de los puteros, sólo había un motivo más para continuar con la vigilia: abrir la laptop y conectarse a una sala de chat. La virtualidad proveía estímulo mayor frente a la restringida libertad de afuera. Podía expandir el placer a ultramar con sujetos no profesionales, aventureros inflamados de lujuria a cambio de nada. Todos deseando casualidades incompatibles con la realidad material. Por algunas horas se sentía menos refrenado. O precisamente había un freno que lo mantenía a tope en su excitación: tener que escribir y no poder tocar)
Después del trabajo, lo de cada viernes: una cerveza en el mismo bar. Los compañeros de oficina llegaron revoloteando sobre las compañeras nuevas. Las avejentadas murmullando y explotando en risa conjunta. Juntaron dos mesas. Una ronda de cervezas no bastó para nada, en seguida llenaron las jarras, una a una durante dos horas. Cuando se montó el micrófono sobre el escenario subieron dos compañeras del cubículo contiguo; cantaron baladas y un rock and roll. Desde la mesa todos animaban a las estrellas; luego sin más, desabotonaron la ropa. El capitán de meseros hizo una seña para que apagaran la música. La rechifla siguió durante pocos segundos; mejor regresaron a los lugares. Más botellas sobre la mesa, todos los colores, cervezas artesanales, vinos, whisky, micheladas, toda la quincena apostada sobre la mesa. Una montaña de cenizas. Se diluía la razón y se ensanchaba el bochorno. Los tacones iban volando de un lado a otro, ninguna soportó las molestias espinosas sobre la planta del pie, además disfrutaban más un bailecito embriagado y sudoroso.En pocos minutos la pista quedó repleta de parejas. Hubo intercambio de lugares, primero se invitaron con la mirada, después con el índice jalaron aquel deseo de siempre. En la mesa todos empiernados, menos... De pronto tembló la mesa, algo estaba debajo, las parejitas lo sentían; daban pataditas para ahuyentar al roedor. Sabían quién era y hacia donde se dirigía.
En el extremo estaba solo, bebiendo cerveza, sin poner atención a toda la revoltura de cuerpos y alcohol - La música retumbaba por todo el lugar, el bajo golpeaba directo en el abdomen y los pechos, las frecuencias sembraban caricias cálidas en la humareda del tabaco. Menos en él - No regaló ni una gota de excitación a aquella mujer que reptaba hacia él en cuatro puntos debajo de la mesa con las mejores tetas de la oficina. Sintió el crujido de la cremallera. Supo el calor de unos labios ardiendo en alcohol. Su miembro podía sentir el aliento de laringe. Apretó sus puños, rechino los dientes, bufó con profundidad. Levantó su rodilla con todo el vigor que pudo reunir. Conectó el golpe a la mandíbula antes de que sus grandes fauces lo alcanzaran. Salió deprisa dejando todo. Sus compañeros lo siguieron con la vista hasta que alguien, con el pinta bocas que parecía acuarela, murmulló Esque la pendeja lo mordió. Las risas subieron como la espuma JjajJajJAjajaj HJAhjHAJhjhjHAJhjahjA Se apagó la mofa tan rápido como emergió. Todos volvieron a los besos y manoseos. Nadie devolvió una mirada al piso, estaba lleno de sangre.
Abrío la puerta del bar sin la menor vacilación, nadie lo detuvo siquiera para corroborar la cuenta. Caminó en línea recta durante varios minutos. Su rostro incendiado por el rojo de humillación rabiosa. Esquivó toda persona sobre su camino, fue el cabo de unas calles cuando se detuvo y aspiró lentamente, sonrió para sí mismo. Tomó asiento a lado de una pareja. Movió el cuello en circulos, como campana, atrás, adelante. Hasta ese instante notó que dejó todo en el bar: el saco con una cajetilla de cigarros, un pequeño peine, hilo dental y la bolsa de piel. Escupió aire. Una calma repentina lo arropó. Suprimió el ruido de la urbe cuando toda su atención se fijó en un punto. La velocidad con que estaba pensando paró y la idea de hace unas semanas apareció. Floreció como un primoroso tulipán, todo la idea era de rojo intenso. Podía sentirla frente a sí. La cadena de ideas materializada. Había resuelto el cómo hacerlo, qué metodología seguir, como sacar las brazas que lo carcomían. Sólo faltaba con quien. De pronto, el quien, se convirtió en un enigma. Aquel rostro pasó de rojo a un color blanquecino. Quién. Quién. Quién.
Estaba sentada en la banca de enfrente con cinco bolsas. Unas más pequeñas que otras; también de tiendas más costosas que otras. Toda la mercancía estaba en el piso. Sobre las bolsas descansaban unos tacones esplendorosos que hacían el juego de colores perfecto con los jeans azul eléctrico, eran rojos aquellos zapatos elevados. Las piernas hipnóticas, desde luego, trabajadas en alguna máquina de gimnasio. La mejor parte eran los muslos que conectaban con unas caderas todavía mejores. El corte del pantalón acentuaba cada tramo de las extremidades. Sólo había observado la parte baja de una mujer que prometía más. Subió la mirada hasta la cintura; ahí la blusa descasaba plácidamente sobre el pubis, la brillantina rebotaba la luz naranja del atardecer; tornasol negro con acentos grises. Unos senos discretos colocados geometricamente para ganar el mejor efecto óptico. El escote apenas sonriente. Piel marrón con matices rojos acalorados. Cabellera sensible, alisado en salón de belleza, probablemente con lo mejor de la química; brillante y falsamente natural. Dos cristales prístinos color café con pigmentos verdes; inservibles por la miopía, pero corregidos con unos lentes Dior. Dos pómulos polveados como luna menguante. Sonrió con amabilidad cuando sintió que era observada desde la otra parte de la calle.
Quedó petrificado por aquella respuesta. Respondió con la misma amabilidad. Estuvo ahí algunos minutos hasta que ella se incorporó. Dejó que avanzara varios metros. Era fácil perderle de vista entre el río de personas que llenaba la calle. Cuando hacía una pausa para observar los aparadores él retrocedía algunos pasos más hasta encontrar alguien o algo donde ocultarse. Ella era la persona que había buscado para su elegía. No la podía perder por nada. Tendría que jugar con inteligencia y arriesgar todo. Pensó en el estacionamiento donde su coche estaba guardado. No sabía si podría ir por él rápidamente o esperar. Ni siquiera el auto valía la pena. Las circunstancias le favorecían de modo que forzar los cálculos descarrilarían todo el plan. No podía abandonar el camuflaje, tirar las armas dando cabida al fracaso. Debía ser paciente para dominar cualquier imprevisto, colmar su carácter sensatez. Ya habría tiempo para liberarse. Sólo existe un intento. Expandió los pulmones tanto como pudo, inhalo todo el aire posible. Sobrevino una pequeña hiperventilación, pero sólo así dominó los ánimos. Siguió caminando detrás, siguiendo el rastro, capturando las moléculas. Recogió todas las impresiones que pudo: la forma de caminar, la danza de tobillos, la consistencia de la marcha; memorizó la silueta. Perdido en todos los estímulos fue sorprendido cuando ella volteó. Quedó pretificado, otra vez. El pecho se comprimió con una fuerza imposible. Giró sobre sus talones, avanzó un minuto sin voltear, reincorporó la dirección y buscó el camino por donde iba. Estaba más lejos, su figura se iba compactando, serpenteaba con toda la habilidad que le permitía el calzado; giró noventa grados a la izquierda, en la siguiente calle hizo lo mismo. Cuando ella apresuraba el paso él hacía lo mismo pero con una cautela mayor, concentró toda atención en la persecución. De pronto se detuvo y con el mejor reflejo logró esconderse, ambos sintieron alivio; ninguno daba cuenta del otro. Continuó dos calles más hasta llegar al estacionamiento.
Grandes cosas pasaron pos su mente. No tenía la menor duda sobre su fortuna. Las llaves estaban en su bolsa derecha junto con el boleto. Sacó del pantalón el llavero lo sacudió frente a la cara del trabajador. Con un ademán orquestal entregó el boleto azul, pidió el automóvil. Cedió con cortesía el peaje a un auto, pero sin soltar la mirada del auto de más enfrente. Pagó las dos horas que habían pasado, quemó llanta. El sol iba perdiendo fuerza. Abrió la ventana del auto hasta la mitad y dejó que el vendaval refrescara la testa. Orientó el espejo retrovisor para aumentar la cautela. Pensó sobre la historia de su idea. Dudó de ella; evaluó rápidamente las implicaciones morales. Organizó los ecos de ayer y hace años. Sintió el estómago gástrico compactarse mientras sólo reiteraba lo que debía hacer. Buscó una hiperventilación más.
Sintió la embestida desde atrás. Su cuerpo se fue de bruces sobre el volante. El disco de Andrés Segovia no dejó de tocar. El primer reflejo fue encender las luces intermitentes. Pasaban como vólidos los autos sobre el asfalto, un pista hecha de peaje para evitar el tráfico. Un golpe seco y violento le indicaba bajar la ventanilla. Los golpes sobre el cristal iban y venían, la marca de la mano ensuciaba toda la ventanilla, una figura de caracol. De niña habían leído su fortuna y dicho que cada rayita del meñique enrrollado sobre la palma de la mano equivalía a la cantidad de hijos que tendría en el futuro. No quería tenerlos ahora porque el egoísmo no le permitía compartir su dinero, el tiempo y el éxito que viene sólo una vez. No paraba de jalar la manija como si quisiera desprenderla con todo el aluminio de la carrocería. Cuando comenzó a patear la sordera desapareció y claramente escuchó las órdenes. Respondió con la voz ahogada en angustia que no iba a bajar del auto. La figura de aquella persona desapareció del panorama sólo por unos segundos; pensó que era el momento exacto para escapar de ahí. Cuando reaccionó y giró la llave para la combustión una pedrada estrelló el cristal. Soltó un llanto que llenó el automóvil. El rostro se crispó, se deformó, los ojos se hacían agua. Segovia insistía con la guitarra: una farruca, una española. Con el codo removió todas las astillas pegadas a la película anti asalto. Tomó con la mano derecha el cuello, podía sentir el golpeteo de la carótida, iba en aumento el ritmo. Surgió una excitación sin igual, mil orgasmos preparados para salir. Cálmate, cálmate repetía dentro de sí, todo va a ser rápido, ambos podemos disfrutarlo. Quitó las manos de su cuello, le pidió silencio. Se sentó en el asiento del conductor y con los ojos indicó que se moviera para atrás.
Los dos autos permanecieron con las luces de emergencia en el acotamiento de la pista. La bóveda celeste esplendorosa como pocas veces en una ciudad.
Quítatelo. Rápido, pendeja.... rápido. Vas, vas, ya. Rápido. Puta. Ya, por favor, por favor. Déjame, llévate el auto, toma mi dinero. Que te lo quites.
Lo enceró por completo, arriba y a bajo, con la mayor delicadeza que permitía el tiempo. No dejaba de morder la punta de su lengua. El nerviosismo lastimó algunas papilas. Su boca jalaba aire a bocanadas . Ella lloraba con los ojos cerrados; su rostro se veía triste. Habían robado el estima de una juventud mundana. Se sentía asqueada, sucia como un retazo viejo de tela. Sintió dos dedos ensalivados muy calientes. Contrajo todos los músculos con la única fuerza que quedaba. Él expandió sus músculos, se hizo de todo el espacio con fuerza. Dos fuerzas opuestas. Ella quería implosionar, comprimirse en un espacio pequeño donde nada cupiera. Él, Big Bang.
Seguía la misma rutina en el exterior.
La besó. Magulló los pechos con fervor. Concentró su atención en la cadera. Quería arrancarle un gemido, que tan sólo se permitiera disfrutar. La sacudió con ambos brazos. Muévete, muévete. Todo terminó.
Salió de ahí, luego del auto. No había ningún ruido. El llanto se hizo más grande, tomo forma, pasó de un lamento melancólico a un coraje incontenible.
En el auto a toda velocidad pensó en la provocación de ella. Qué me hizo hacer, por que.
En el extremo estaba solo, bebiendo cerveza, sin poner atención a toda la revoltura de cuerpos y alcohol - La música retumbaba por todo el lugar, el bajo golpeaba directo en el abdomen y los pechos, las frecuencias sembraban caricias cálidas en la humareda del tabaco. Menos en él - No regaló ni una gota de excitación a aquella mujer que reptaba hacia él en cuatro puntos debajo de la mesa con las mejores tetas de la oficina. Sintió el crujido de la cremallera. Supo el calor de unos labios ardiendo en alcohol. Su miembro podía sentir el aliento de laringe. Apretó sus puños, rechino los dientes, bufó con profundidad. Levantó su rodilla con todo el vigor que pudo reunir. Conectó el golpe a la mandíbula antes de que sus grandes fauces lo alcanzaran. Salió deprisa dejando todo. Sus compañeros lo siguieron con la vista hasta que alguien, con el pinta bocas que parecía acuarela, murmulló Esque la pendeja lo mordió. Las risas subieron como la espuma JjajJajJAjajaj HJAhjHAJhjhjHAJhjahjA Se apagó la mofa tan rápido como emergió. Todos volvieron a los besos y manoseos. Nadie devolvió una mirada al piso, estaba lleno de sangre.
Abrío la puerta del bar sin la menor vacilación, nadie lo detuvo siquiera para corroborar la cuenta. Caminó en línea recta durante varios minutos. Su rostro incendiado por el rojo de humillación rabiosa. Esquivó toda persona sobre su camino, fue el cabo de unas calles cuando se detuvo y aspiró lentamente, sonrió para sí mismo. Tomó asiento a lado de una pareja. Movió el cuello en circulos, como campana, atrás, adelante. Hasta ese instante notó que dejó todo en el bar: el saco con una cajetilla de cigarros, un pequeño peine, hilo dental y la bolsa de piel. Escupió aire. Una calma repentina lo arropó. Suprimió el ruido de la urbe cuando toda su atención se fijó en un punto. La velocidad con que estaba pensando paró y la idea de hace unas semanas apareció. Floreció como un primoroso tulipán, todo la idea era de rojo intenso. Podía sentirla frente a sí. La cadena de ideas materializada. Había resuelto el cómo hacerlo, qué metodología seguir, como sacar las brazas que lo carcomían. Sólo faltaba con quien. De pronto, el quien, se convirtió en un enigma. Aquel rostro pasó de rojo a un color blanquecino. Quién. Quién. Quién.
Estaba sentada en la banca de enfrente con cinco bolsas. Unas más pequeñas que otras; también de tiendas más costosas que otras. Toda la mercancía estaba en el piso. Sobre las bolsas descansaban unos tacones esplendorosos que hacían el juego de colores perfecto con los jeans azul eléctrico, eran rojos aquellos zapatos elevados. Las piernas hipnóticas, desde luego, trabajadas en alguna máquina de gimnasio. La mejor parte eran los muslos que conectaban con unas caderas todavía mejores. El corte del pantalón acentuaba cada tramo de las extremidades. Sólo había observado la parte baja de una mujer que prometía más. Subió la mirada hasta la cintura; ahí la blusa descasaba plácidamente sobre el pubis, la brillantina rebotaba la luz naranja del atardecer; tornasol negro con acentos grises. Unos senos discretos colocados geometricamente para ganar el mejor efecto óptico. El escote apenas sonriente. Piel marrón con matices rojos acalorados. Cabellera sensible, alisado en salón de belleza, probablemente con lo mejor de la química; brillante y falsamente natural. Dos cristales prístinos color café con pigmentos verdes; inservibles por la miopía, pero corregidos con unos lentes Dior. Dos pómulos polveados como luna menguante. Sonrió con amabilidad cuando sintió que era observada desde la otra parte de la calle.
Quedó petrificado por aquella respuesta. Respondió con la misma amabilidad. Estuvo ahí algunos minutos hasta que ella se incorporó. Dejó que avanzara varios metros. Era fácil perderle de vista entre el río de personas que llenaba la calle. Cuando hacía una pausa para observar los aparadores él retrocedía algunos pasos más hasta encontrar alguien o algo donde ocultarse. Ella era la persona que había buscado para su elegía. No la podía perder por nada. Tendría que jugar con inteligencia y arriesgar todo. Pensó en el estacionamiento donde su coche estaba guardado. No sabía si podría ir por él rápidamente o esperar. Ni siquiera el auto valía la pena. Las circunstancias le favorecían de modo que forzar los cálculos descarrilarían todo el plan. No podía abandonar el camuflaje, tirar las armas dando cabida al fracaso. Debía ser paciente para dominar cualquier imprevisto, colmar su carácter sensatez. Ya habría tiempo para liberarse. Sólo existe un intento. Expandió los pulmones tanto como pudo, inhalo todo el aire posible. Sobrevino una pequeña hiperventilación, pero sólo así dominó los ánimos. Siguió caminando detrás, siguiendo el rastro, capturando las moléculas. Recogió todas las impresiones que pudo: la forma de caminar, la danza de tobillos, la consistencia de la marcha; memorizó la silueta. Perdido en todos los estímulos fue sorprendido cuando ella volteó. Quedó pretificado, otra vez. El pecho se comprimió con una fuerza imposible. Giró sobre sus talones, avanzó un minuto sin voltear, reincorporó la dirección y buscó el camino por donde iba. Estaba más lejos, su figura se iba compactando, serpenteaba con toda la habilidad que le permitía el calzado; giró noventa grados a la izquierda, en la siguiente calle hizo lo mismo. Cuando ella apresuraba el paso él hacía lo mismo pero con una cautela mayor, concentró toda atención en la persecución. De pronto se detuvo y con el mejor reflejo logró esconderse, ambos sintieron alivio; ninguno daba cuenta del otro. Continuó dos calles más hasta llegar al estacionamiento.
Grandes cosas pasaron pos su mente. No tenía la menor duda sobre su fortuna. Las llaves estaban en su bolsa derecha junto con el boleto. Sacó del pantalón el llavero lo sacudió frente a la cara del trabajador. Con un ademán orquestal entregó el boleto azul, pidió el automóvil. Cedió con cortesía el peaje a un auto, pero sin soltar la mirada del auto de más enfrente. Pagó las dos horas que habían pasado, quemó llanta. El sol iba perdiendo fuerza. Abrió la ventana del auto hasta la mitad y dejó que el vendaval refrescara la testa. Orientó el espejo retrovisor para aumentar la cautela. Pensó sobre la historia de su idea. Dudó de ella; evaluó rápidamente las implicaciones morales. Organizó los ecos de ayer y hace años. Sintió el estómago gástrico compactarse mientras sólo reiteraba lo que debía hacer. Buscó una hiperventilación más.
Sintió la embestida desde atrás. Su cuerpo se fue de bruces sobre el volante. El disco de Andrés Segovia no dejó de tocar. El primer reflejo fue encender las luces intermitentes. Pasaban como vólidos los autos sobre el asfalto, un pista hecha de peaje para evitar el tráfico. Un golpe seco y violento le indicaba bajar la ventanilla. Los golpes sobre el cristal iban y venían, la marca de la mano ensuciaba toda la ventanilla, una figura de caracol. De niña habían leído su fortuna y dicho que cada rayita del meñique enrrollado sobre la palma de la mano equivalía a la cantidad de hijos que tendría en el futuro. No quería tenerlos ahora porque el egoísmo no le permitía compartir su dinero, el tiempo y el éxito que viene sólo una vez. No paraba de jalar la manija como si quisiera desprenderla con todo el aluminio de la carrocería. Cuando comenzó a patear la sordera desapareció y claramente escuchó las órdenes. Respondió con la voz ahogada en angustia que no iba a bajar del auto. La figura de aquella persona desapareció del panorama sólo por unos segundos; pensó que era el momento exacto para escapar de ahí. Cuando reaccionó y giró la llave para la combustión una pedrada estrelló el cristal. Soltó un llanto que llenó el automóvil. El rostro se crispó, se deformó, los ojos se hacían agua. Segovia insistía con la guitarra: una farruca, una española. Con el codo removió todas las astillas pegadas a la película anti asalto. Tomó con la mano derecha el cuello, podía sentir el golpeteo de la carótida, iba en aumento el ritmo. Surgió una excitación sin igual, mil orgasmos preparados para salir. Cálmate, cálmate repetía dentro de sí, todo va a ser rápido, ambos podemos disfrutarlo. Quitó las manos de su cuello, le pidió silencio. Se sentó en el asiento del conductor y con los ojos indicó que se moviera para atrás.
Los dos autos permanecieron con las luces de emergencia en el acotamiento de la pista. La bóveda celeste esplendorosa como pocas veces en una ciudad.
Quítatelo. Rápido, pendeja.... rápido. Vas, vas, ya. Rápido. Puta. Ya, por favor, por favor. Déjame, llévate el auto, toma mi dinero. Que te lo quites.
Lo enceró por completo, arriba y a bajo, con la mayor delicadeza que permitía el tiempo. No dejaba de morder la punta de su lengua. El nerviosismo lastimó algunas papilas. Su boca jalaba aire a bocanadas . Ella lloraba con los ojos cerrados; su rostro se veía triste. Habían robado el estima de una juventud mundana. Se sentía asqueada, sucia como un retazo viejo de tela. Sintió dos dedos ensalivados muy calientes. Contrajo todos los músculos con la única fuerza que quedaba. Él expandió sus músculos, se hizo de todo el espacio con fuerza. Dos fuerzas opuestas. Ella quería implosionar, comprimirse en un espacio pequeño donde nada cupiera. Él, Big Bang.
Seguía la misma rutina en el exterior.
La besó. Magulló los pechos con fervor. Concentró su atención en la cadera. Quería arrancarle un gemido, que tan sólo se permitiera disfrutar. La sacudió con ambos brazos. Muévete, muévete. Todo terminó.
Salió de ahí, luego del auto. No había ningún ruido. El llanto se hizo más grande, tomo forma, pasó de un lamento melancólico a un coraje incontenible.
En el auto a toda velocidad pensó en la provocación de ella. Qué me hizo hacer, por que.
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