El sentido que más procuro refinar consumiendo todo tipo de información es el oído. Cómo disfruto meter melodías de todo tipo. Decir que soy un melómano es admitir que tengo algún desorden con la música, pero todo lo contrario, prefiero consumirla de forma ordenada, una a una. Reflexionar el porque estoy escuchando ciertos acordes. No me refiero a desarmar la estructura armónica, porque eso sería pedante y sólo relevante para asuntos académicos - no soy un compositor ni mucho menos -. La reflexión que hago es sobre mi, el estado de ánimo que me permite actuar como baterista en el aire, sentirme inflamado por una buena salsa. Pienso qué hay detrás de esa canción o de mi que me obsesiona con una melodía, que se haga el himno del día al día. Porque es un suceso raro. Me paso días oyendo recomendaciones, buscando intérpretes nuevos sin que truene los dedos y apunte hacia la nada diciendo: Esta es la canción!!!
Es algo abrupto. No tengo música triste para el ánimo desinflado. La música alegre bien podría oirla cuando mi bisabuela murió o mi papá está en el hospital y todo lo contrario. Son las notas que van reclamando su atención y les sedo todo mi tiempo. No hay explicación para lo que busco decir. La música llega y puede obsesionarme; o pasan semanas donde busco esa canción incógnita, pero atractiva como sé que será. Hoy tango, mañana tambores africanos, más adelante un bolero.
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