El cuerno
Sentí un calor instantáneo, un cerillazo en el
vientre. Pensé que era un cólico menstrual, apreté ambas manos contra mi
ombligo, el calor se iba extinguiendo y el cólico iba
creciendo incontrolable. Mis manos estaban empapadas de sangre, rojizas
como la res que había visto ayer en una carnicería. No era sangre como la que
sale cuando te golpeas por accidente la nariz, era espesa y negruzca. No tenía
miedo porque sólo tenía dolor. La última vez que tuve dolor fue una gastritis
que me atontó hasta que recibí suero. Este dolor era diferente, expansivo, se
iba regando por todo mi cuerpo, excepto por las piernas y la cabeza. Mi cabeza
estaba recargada sobre una pared con propaganda; mis piernas sabían que estaban
dobladas como espagueti y cada vez menos fuertes.
Luego fue miedo. El dolor no cedía y la gente
corría de un lado para otro. Vi al otro extremo de la calle algunas personas
durmiendo como niños, en esas posturas tan incómodas para los viejos, pero
confortables sólo para bebés. Una señora me miraba a los ojos, luego vi miedo
en su nariz, se dilataba por la respiración desesperada, tan grandes las fosas.
Aun así no hacía nada, seguía tendida sobre el asfalto con la falda volada
sobre ella misma y una bolsa de mercado despanzurrada. Sentí su desesperación
viajar hasta mí.
Después un licuado de emociones, no sólo sentía
dolor si no angustia, una sensación mayor que el dolor del vientre y la sangre.
No pude contener las lágrimas. Siempre me había dado pena llorar en público,
pero esa vez no, lo hice sin pensar en nada. Lloré y lloré durante segundos
atolondrados. Al segundo siguiente supe que lloraba por mi bebé. Estaba muerto
dentro de mí. Lo sabía porque el dolor no estaba compartido.
------------------------------------------------------------------
Estoy molesto con él por todo lo que pudo haber
evitado con un poco de prudencia. Tampoco creo que haya actuado para
entristecer nuestra relación. Cuando lo conocí era el más simpático de todos,
obvio. Su nariz parecía un pequeño colguije sobre todo ese cuerpo bien formado
por el equipo donde practicaba futbol. Me gustó porque no usaba gel como todos,
su cabello natural me parecía increíble. Las cejas. Esa sonrisa sincera
que me provocó fantasías todas las vacaciones. Escribí tres poemas sobre el
tema. Busqué fotografías en internet de gente sonriendo y nunca encontré una
similar. Era para mí esa sonrisa. Y a parte, estaba acompañada de una voz
redonda colocada sobre el pecho perfectamente. Se dirigía con educación en
clase, con sus amigos era sutil con las groserías como pequeños botones rojos
sobre un lino blanco. Todo lo que él decía me provocaba delirio. A veces ni
siquiera recordaba las oraciones que salían de sus labios hermosos; me quedaba
anclada a esa boca que me propuse colmar de mordidas y besos.
La primera vez que
me habló fue por teléfono. Le pregunté quien había filtrado mi número, no quiso
contestarme y me juró que había sido mera coincidencia. Unos malabares
deterministas. En realidad estaba temblando de la emoción. Era imposible controlar
la risita nerviosa o concentrarme...
Me paseaba de su
mano un domingo, un día después de ir a una fiesta juntos y cantar, tomar
algunas cervezas, ver la televisión recostados uno sobre el otro y él siempre
hablándome por mis dos nombres con su voz de tenor.
-
Oye... ya colgaste - me preguntó retóricamente.
.- No, no he
colgado, aquí estoy - le dije con una voz pequeñita
- Pensé que
lo habías hecho. Bueno, me gustó hablar contigo, nos vemos. -
No mames. Esa fue
la mejor conversación en años, aunque en realidad no dije nada, estuve
fantaseando mientras todo me temblaba. Me sonrojé y mordí una almohada de
felicidad. Había hablado con él. Fue increíble ese comienzo tan
simple. Todo lo que siguió fue lo más sencillo del mundo. Salimos, nos vimos,
nos besamos, hicimos el amor, lo hicimos muy fuerte durante horas y días.
Fuimos novios de manera formal porque sospecho que siempre nos preocupamos por
el otro. Nos veíamos la cara todos los días hasta lograr comprender todo sobre
nosotros sin tener que decir nada. Sabíamos si había tristeza o pan con crema y
mermelada como desayuno. Deducciones de individuos que se conocen toda una vida
sin estar siquiera juntos, en una casa o habitación, me refiero.
-------------------------------------------------------------------------------------
Ya no lo quiero
porque no está conmigo en este automóvil que no se puede abrir paso entre el
tráfico. Cómo quererlo cuando me opuse y él desacató. Y no soy su patrona, pero
merecía respeto como cuando me pedía elegir la heladería o la película en el
cine. Incluso, respetó la decisión de yo queriendo ser mamá. Cuando él dudo
sobre tenerlo, yo no intenté convencerlo, le pedí tranquilidad. Si en algún
momento el dejara de estar conmigo lo respetaría y me encargaría de mi bebé. Lo
tendría porque eso deseaba.
Habían inaugurado
un hotel nuevo, de paso, donde las copilotos entran con todo el asiento
reclinado. Salen con el cabello húmedo, sonrientes como el piloto o no. A veces
hay cola para entrar al hotel, tienen que soportar la vergüenza mientras el
automóvil hace fila para pagar por unas horas de cama. Esa mañana la cola de
coches era algo inusual, creo que era día de pago y el hotel regalaba dos
condones. Pensé que íbamos a entrar al hotel también, estaba un tanto
ansiosa por imaginar las sábanas pegadas a tantos cuerpos, sudadas. Nunca me
había parecido sexy tener sexo en un hotel, porque el hábito me llevó a pensar sobre
sexo siempre en mi cama o en la de él, no revolcarnos sobre mixturas ajenas.
Por alguna
razón también él mostraba nerviosismo acalorado. Se desabotonada la camisa más
y más hasta llevar los vellos del pecho bailando con el aire de la
ventana. Paró el coche fuera de la fila y salió con
un cabeceo extraño, buscando respuestas entre todas las personas
ansiosas de coger. Se paró de puntitas sin apagar el motor del auto, subió de
nuevo para pedirme tranquilidad. Eso me puso más nerviosa, pensé que nos
seguían, que estaba enfermo y prefería ocultármelo, que tenía un
amante tres coches más adelante, pensé que me estaba poniendo el cuerno.
Estuve dentro del
auto con la puerta del conductor abierta. No distinguía bien el rostro de la
otra persona. Tenía un pantalón de tubo y un tenis desgastados, atrás de sus
piernas estaba una caguama. Rápido deduje de qué se trataba ésto. No es algo
que yo pudiera evitar.
De alguna forma era
cómplice y admito que cuando todo aparece ni siquiera deseas preguntar. Si
hubiera cuestionado algo tendríamos largas discusiones. Preferí omitir los
disgustos y probarme toda la ropa que traía cada semana: vestidos hermosos,
zapatos increíbles, maquillaje, libros, computadora, películas. No era gran
cosa, pero era un regalo de él para mí. De alguna forma lo material me hacía
sentir bien porque cada objeto era una preocupación menos. Era obvio de dónde
salía todo, si estúpida no soy.
- Ya te dije wey,
que no vengas a vender tus chingaderas aquí -
- ¿Qué? Tú ni
mueves aquí... -. Me dirigió una mirada enamorada como diciendo que todo
está bien.
- Ya te dije...
vete - Parado como un licántropo. Pelando los dientes, vociferando maldiciones.
- No me voy a mover
¿Cómo ves? -
- Va... - Giró el
cuerpo en un movimiento exagerado. Se despegó de la pared y tiró la caguama. Su
brazo palanqueo para destapar una coladera, jaló la tapadera unos centímetros y
sacó de ahí una metralleta pequeña, negra, bastante manipulable, hasta cierto
punto graciosa, imaginaria, de película, pues.
- Órale cabrón... pinche perro vas a valer
verga - La quijada se le había bloqueado de tanta ira. Aferraba el mango del
arma con el pulso de quien ha matado antes.
Arremangué los
dedos de los pies hasta el fondo de los zapatos, sudaban mis manos sin control.
Abrí la puerta y bajé.
- No, no, no, no...
Súbete al carro, quédate ahí. No bajes - Qué autoridad había en su voz. Supongo
que no quería mostrarse intimidado tan rápido. No hice caso, me quedé sobre la
acera.
- Ya muévete
cabrón. No traigas tus chingaderas por aquí que te vuelo. Es en serio. No vas a
vender aquí. ¿Quién te dijo que puedes, eh? Este no es tu pinche casa para
venir a pasearte y hacer lo que quieras. Yo vendo aquí y nadie más. Vete. Ya,
ya, ya... - La metralleta bailaba en el aire, se iba para atrás y adelante. Era
como subrayar una frase, ponerla en mayúsculas y puntualizar todo.
- Pásame el cuerno,
pásame el cuerno –
¿Cuál cuerno? No sé
de qué hablaba, pero era una imprecación con mucha energía. Volví hacia el auto
y escuché con mayor violencia la misma pregunta que me hice.
- ¿Cuál cuerno hijo
de la chingada? -
Fue como un ligero
martilleo. Un pequeño ta ta ta ta ta metálico, una briza violenta parecía
empujar los metales, no podía distinguirlos mientras volaban en el espacio
entre él y nosotros. Sólo veía desde dónde salían expulsados. La boquilla
pronto se llenó de humo y fuego que duró casi nada. También pude ver algo de
humo saliendo de su cuerpo tirado y triste. Luego la pequeña arma estaba
apuntando hacia mí, escuché tres martilleos más. Levanté la vista y no vi a
ninguna persona, sólo autos pasando y la gran fila de coches desordenándose. Al
otro extremo de la calle una señora tirada en el piso, mirándome
angustiada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario