jueves, 6 de noviembre de 2014

El hombre que nunca adivinó

La rueda de personas se podía ver desde el Monumento a los Niños Héroes. También el vozarrón del hombre podía escucharse. Era ininteligible, pero había intensidad en su voz, la sabía impostar muy bien, la proyectaba sobre su público. Él era el único con clientes esa tarde. Todos los demás puestos estaban vacíos, los comerciantes no tenían mucho que hacer, excepto espantar las moscas de las frituras. Sin embargo, el - brujo, podemos llamarlo - arremolinaba a curiosos y devotos con mucha facilidad. Les decía:


— Yo no estoy aquí para mentirles, por diosito — Besaba la señal de la cruz.


Iba de aquí para allá en el pequeño cuadro que había delineado con gis. De vez en cuando le pedía a las personas que se acercaran.


— Con confianza, acérquense, por favor. Yo no estoy aquí para mentirles. Estoy aquí para… ¿Cuántas veces se han preguntado por qué trabajan tanto? Conozco gente que trabaja de sol a sol, de sombra a sombra, para ganar así de monedas, así… muchas... y de repente se les va todo. Me ha tocado ver, por diosito se los juro, gente que al otro día tiene que andar pidiendo dinero para irse a trabajar. Pero ¿Por qué? porque no saben usar el dinero, porque hay gente que les rodea y les transmite envidia, que los quieren ver hasta abajo. ¿Y saben cuál es la peor envidia? la que viene de la familia, esa es la peor —


Un hombre pequeño con un traje negro de gabardina se quitó un audífono y asintió rotundamente.


Todos los demás observaban, lo escuchaban con atención y el se empeñaba en no perder su atención.


— !Yo¡ les voy a demostrar cómo hay poderes y energías muy poderosas, poderes que nos permiten poder amar al prójimo. Yo sé que ustedes me están viendo como, perdóneme la palabra madrecita, como pendejo o loco, pero loco es el que no sabe, el que se burla antes sin saber. Hay locos allá afuera, gente que pasa por la calle, me ven y se burlan de mí. Sí, que se burlen de mi, de mi manera de vestir, de calzar, de hablar, que se burlen de mi piel porque yo soy indio, pero indio por fuera, porque lo que hay adentro es lo que cuenta, pero sobre todo que no se burlen de esto —  


El hombre saca una baraja del interior de una pequeña mochila.


— Es real, común y corriente. Vean, observen. Yo voy a demostrarles que hay poderes que solo dios nos puede dar, que solo acercándonos a dios es posible encontrar lo que no podemos encontrar. Con estas cartas voy a llamarlos por su nombre. Estoy seguro que han de pensar desde su lugar ‘este está loco, está drogado’. Pues no. No soy psíquico tampoco. Pero se los juro, voy a llamar a cada uno de ustedes por su nombre —


La expectativa que causó con semejante profecía hizo que todos se apretujaran más hacia el centro. El hombre paseaba dentro del cuadro, iba y venía de una esquina al otro. Se dirigía a los transeúntes mirándolos directamente a los ojos. Gesticulaba y a todos los llamaba por “padre” y “madre”. Barajeó los naipes y los impregnó con un líquido contenido en una lata. Tomó las cartas y las acercó a su boca, las besó, hizo una plegaria y las subió al cielo en dirección a la Torre Mayor.


— Dios que todo lo puedes —


El hombre de los audífonos se acercó por la parte trasera del ritual callejero; quitó por completo la atención de la música. Las parejas se abrazaron fuerte ante la expectativa. No hubo ni un ligero movimiento, todos observaban la serie de movimientos que preparaba para lo inaudito.


— Yo les diré su nombre. Solo para que quede claro, quiero que sepan que yo no conozco a nadie de aquí, y estoy seguro que ninguno de ustedes me conoce. ¿Tú, chaparrita, me conoces? No tengas miedo, que no te de pena, di muy segura si me conoces, me has visto antes o sabes quién soy. ¿Verdad que no? Dime si o no —


— No —  Sacude la cabeza y su cabello se mueve en el mismo sentido.


— Quiero que tomes una carta, no me la muestres, no quiero verla. Yo no necesito verla, tómala. — El hombre arrodillado exhibe con ambas manos los naipes. La chica toma uno y lo retiene en su mano.


— No me lo enseñes, yo adivinaré el nombre. Necesito que sepan que no hay magia en esto, solo está dios. Dios y nadie más. Porque hay que tener fe. ¿Ustedes tienen fe en dios? Digan que sí, griten, no tengan pena. Aunque se rían, quienes se ríen es porque son unos tontos. El que ríe es porque no sabe —


El hombre camina entre el público, observa a las personas que están en la última parte. Les pide que se acerquen. El sudor le empapa la cara, su piel resplandece, su voz comienza a bajar de volumen, se ha cansado, pero ahora tiene al público en la bolsa, a pesar del calor. Un grupo de militares pasa y no dejan de preguntarse porqué hay tanta gente.


— Saben qué responde alguien cuando le preguntas por qué se ríe: No sé, con su cara de idiota. Es que las cosas no son de risa. Mi abuela decía que debemos de reírnos cuando un familiar esté en el hospital, cuando no tengamos qué comer, cuando no tengamos trabajo. Porque yo vengo de Puebla, soy indio, vengo de un pueblito. Y ahí he aprendido muchas cosas que vengo a transmitirles. —


Cuando su discurso se volvía laxo el hombre le inyectaba fuerza: bebía agua como si se tratara de un último trago antes de una gran revelación. Arqueaba su espalda y comprimía todos los músculos para señalar al público con un índice cobrizo y fuerte. Se hincaba nuevamente, extendía el cuello hasta los interlocutores. Gritaba, rezumaba alegría.


— Nuevamente, mamita, no quiero que te ofendas, no quiero que te enojes, no quiero que te molestes. ¿Me conoces? —


— No — Dijo cada vez más tímida la joven, rodeada por más de veinte personas.


— Está bien. Ahora quiero que me digas si tu carta es un tres de oros. ¿Me equivoco?. Dime si esa es tu carta. Muéstrala, yo no necesito verla, enséñala a todos, a mi no. —


Un chavo alto esbozó una sonrisa. Efectivamente, el tres de oros estaba en las manos de la joven. Una señora soltó un pequeño aplauso.


— Este tres de oros significa que eres una persona amorosa, tienes un corazón increíble, que tiene mucho cariño para dar, pero… has tenido problemas para encontrar a alguien… — El hombre le suelta una mirada inquisitiva, espera una respuesta inmediata, la presiona con su silencio, y la sensación de varias docenas de ojos mirando.


La joven asiente dubitativa. Esa señal es suficiente para que el hombre continúe con la batería de preguntas.


— No tienes que preocuparte mami, todo con el tiempo se resuelve. Además tu tienes otros asuntos que resolver. ¿Tienes problemas en tu casa, no es así? —  El hombre toma con ambas manos la mano izquierda de la joven y la envuelve con fuerza. No puede más, su mirada vibra, las lágrimas comienzan a acumularse hasta que se precipita una al piso.


El continúa con su arenga, más seguro de sí. — Es tu papá, tienes problemas con tu padre, la relación entre ustedes es difícil — La joven derrama más lágrimas con este último comentario.


— Te haré un regalo, es algo especial para ti, mamacita. Quiero que lo conserves, no lo tires, no lo botes, guárdalo en un lugar donde no se pueda perder ni maltratar. Es un regalo que te va ayudar para que todo vaya mejor. — Todo en una secuencia de movimiento dramáticos, regresa a la mochila y extraé de ella una botella diminuta de color verde, al interior de ella hay líquido. Desde la distancia no es posible ver qué contiene o si está grabada, pero el dice:

— Mira, mamacita. Es un sanjuditas, con él recibirás todo lo que te haga falta. Cuídalo — La joven lo mira, lo aprisiona entre sus manos, da un paso hacia atrás y agradece con una reverencia.


El hombre bebe más agua, mira al cielo y hace una pequeña pausa. Entonces, revira. Deja los naipes en el piso, junto a un muñeco de trapo y un montón de cenizas.


— Yo estoy aquí en la calle porque vengo a compartir, vengo a regalar. Gracias a dios mi trabajo está en otro lugar, pero salgo a las calles para compartir. Yo tengo mi templo, su templo, al que pueden ir… ahorita les doy la dirección. Yo quiero darles esto también. Es en serio, no me den una moneda, no les pido nada, no quiero molestarlos, no voy a sacarles dinero, quiero que me acepten esto de buena fe. Si no lo quieren está bien, pero sólo acepten si así lo quieren, con esto no se juega. Pueden burlarse de mi, pero por favor, de esto no. No lo tomen si no creen en esto. —


Sacó de la mochila una bolsa repleta sanjuditas, recipientes idénticos, de manufactura en plástico con líquido adentro.


— Les voy a explicar en qué consisten. Primero, yo se los estoy regalando, no tienen ningún costo. Están rellenos con agua de la sagrada Basílica de Guadalupe. Estuvieron reposando durante siete días con el padre, mi amigo, Carlos. Siete días. Ahí fueron bendecidas por dios. Quiero que lo acepten de buena fe; también quiero que lo guarden para que se cumplan todos sus buenos deseos. Lo que harán es lo siguiente —


Repartió poco más de treinta botellitas, las entregó personalmente, cada personas la sostenía con delicadeza, como un niño sosteniendo una catarina.


— Cuando lleguen a casa quiero que en cada esquina dibujen una cruz si necesitan que haya armonía, si lo que quieren es que les vaya mejor en el trabajo pongan el sanjuditas encima de una moneda. —


Para ese momento el sol ya lastimaba los ojos de algunos. El hombre se había extendido poco más de quince minutos. y no parecía llegar a una resolución. No había nombres adivinados, no había dirección del templo.


— Si lo que quieren es que todo vaya bien es muy sencillo. Voy a llenar este vaso de agua, pero antes necesito que me ayuden. Por favor, yo se las voy a regresar, yo se las daré. Solo quiero que sea bajo su propia voluntad. Quiero que me den una moneda, que sea de corazón, la que quieran. No voy a aceptar billetes porque esos necesitan gastarlos, Necesito una moneda que ya no vayan a usar. —


Como quien está ávido por ver la ejecución del truco de magia todos depositaron en el vaso de plástico monedas de diez y cinco pesos. El vaso se llenó en dos terceras partes.


— Lo que harán es poner monedas, como lo acaban de hacer, después poner un poco de agua, depositar el sanjuditas y hacer una oración. ¿Quién de aquí cree en dios? levante la mano quien sí crea. No tengan pena, es un orgullo creer en dios, pobres de los que no —


Al unísono, sobre la avenida H. Colegio Militar, se escucharon decenas de voces: Sí!!


El bosque parecía haberse convertido en una parroquia. El tono del hombre pasó a ser solemne, devoto y menos intenso. Se hincó y repasó por el aire el vaso como si se llevara a cabo la eucaristía. Todos bajaron la mirada y se concentraron cuando el hombre pidió que oraran por sus seres queridos.

— La monedas representan la fortuna, el agua la vida y sanjuditas proveerá de sí. Porque siempre debe de haber dinero para que siempre haya que comer. Por eso cuando alguien tienen mucho dinero no le rinde, porque no lo acerca a Dios, porque no hay comunión. En mi templo haces que todo eso suceda… ahorita les paso la dirección… nos reunimos para que llegue la sanación, el consuelo y la virtud. Con el regalo que les di espero que logren todo, preparen esto en su casa y sean felices y llenos de amor. Espero que me permitan y no se ofendan, porque yo no vengo por el dinero, pero me gustaría que esas monedas se fueran para mi templo...—

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