miércoles, 29 de noviembre de 2023

Espiral 1

 Desde la óptica de sus padres, se le dio todo. O más exactamente, se le dieron todas las convenciones sobre la "buena" y "mala" crianza. A veces mezclada, a veces con un compromiso que solo surge del amor: apoyo, acompañamiento, diálogo, esquematización, horarios, mano dura, empatía, guía profesional, psicólogos, terapias, cinturonazos, trapazos, paciencia, dedicación, escucha, libertad, normas, libros de autoayuda, actividades al aire libre, espacio personal, integración familiar, experimentación individual o en familia. Se le ofreció todo con el único objetivo de hacerlo sentir apoyado y amado. Se le preguntó y escuchó sobre todas sus inquietudes, desde niño hasta cuando ya era mayor y plenamente consciente de todas sus decisiones. Nunca se le retiró el apoyo directo o parcial, porque simplemente no podían hacerlo sus padres. Era su primogénito, primera y última razón para seguir adelante. 

Algunas veces intentaron renunciar a él. Guardaron la distancia, fingieron que no existía. En los primeros días funcionaba muy bien omitirlo de pensamientos y conversaciones. La vida continuaba para ellos y su rutina se hacía más fácil sin la ansiedad de preguntarse "¿dónde estará?", "¿estará bien?, "ojalá que no le pase nada". Pero con el paso de los días o las semanas, las preguntabas regresaban y se hacían más intensas. Preguntas que no les permitían conciliar el sueño. Preguntas que comenzaban en uno de los dos, pero que terminaban contagiándose al otro por más quisieran evitar las noches en vela, la angustia del desayuno y las tardes frías. Al final, otra vez, en cuanto lo veían le preguntaban si todo estaba bien. A veces lo reprendían, y otras veces lo apapachaban porque la angustia finalmente desaparecía al mirarle y saber que se encontraba muy bien, sin todas esas horribles cosas que soñaban o imaginaban en su ausencia. 

Cuando regresaba a la casa, y lo reprendían, levantaba la voz y gritaba de tal forma que los reclamos de sus padres parecían las excusas y las palabras de él única e incuestionable verdad. Invertía los papeles, manipulaba y se enganchaba en alguna excusa o rencor añejo. Les reprochaba nimiedades, como que no lo esperaron a comer pizza, que no lo escucharon cuando comento tal o cual cosa. Si esos berrinches no funcionaban y sus padres mostraban más resistencia, comenzaba a elevar la intensidad de los gritos y bajar el nivel de los argumento e ideas. Se aferraba a un monosílabo o dos: "que sí", "por eso", "nooo", "sí, sí, lo que digan".

Azotaba la puerta de su cuarto, ponía el seguro y comenzaba una sesión de varias horas de música. 

jueves, 1 de diciembre de 2022

Ensayo sobre la estupidez

 Ya llevaba varias semanas planteándome este tema. Primero no sabía si tenía las credenciales, la habilidad con la escritura y la experiencia para hablar sobre ello. Luego me di cuenta que sí. No al nivel que manejan otros personajes de la historia, de la vida pública, de nuestros amigos o familia. Porque la estupidez creo que florece como la genialidad, en los momentos y lugares menos esperados. Pero creo que soy más o menos competente para hablar sobre la estupidez. Podría decir que llevo esa bendición y mis errores han sido de todo tipo, algunos costosos, otros vergonzosos y muchos más simplemente anecdóticos. Y de hecho eso es lo increíble de los errores, siempre se recuerdan y eso no impide que los repitamos una y otra vez. Repetirlos es lo que nos hace estúpidos. Tropezar con la misma pierda (¿acaso hay otra forma más clara de concluir algo sobre el comportamiento humano). Hay canciones al respecto de la estupidez: fábulas, poemas, libros, pasajes, películas; existe de todo sobre esta constante universal. Y aun así, eso no ha servido mucho para cambiar lo que somos y hacemos. 

Este ensayo no es biografía ni filosofía de mi estupidez, que seguramente daría para un libro. Es para desarrollar algunas ideas y aspectos generales de la estupidez. Generalidades suficientemente prácticas para evitar cometer errores, aprender de ellos y quién sabe, tal vez, desarrollar un poco de inteligencia. Y no es que considere a las personas o a mí mismo sin inteligencia, pero la inteligencia suele quedar bastante opacada frente a la estupidez y los errores. De hecho, gracias a los errores que están acompañados de reflexión, estrategia y voluntad de remediarlos y evitarlos, la inteligencia se va haciendo presente. Y esa es una de las razones por las que existen pocas personas inteligentes. Por supuesto la estupidez tiene grados y campos de acción. Hay personas brillantes en su actividades laborales, cometen pocos errores, los corrigen cuando aparecen y continúan aprendiendo todos los días. Pero hay ineptos en el trabajo, que ocasionan graves accidentes industriales, distorsionan la armonía de un equipo de trabajo, no respetan la individualidad de los demás o son incapaces de ejecutar sus tareas con eficiencia y calidad. Un sin fin de estupideces se pueden desglosar sobre los temas laborales. Ni hablar de todo lo que puede decirse sobre la estupidez en la medicina, las artes, la ciencia, la gastronomía, el anime, la especulación financiera y más. 

También hay estupidez en las relaciones interpersonales, en la vida en pareja o con los amigos. Pero cuál es el común denominador de la estupidez, según yo. Estos son los rasgos más generales y que si uno mira bien, observa y toma como objeto de estudio un vecino, uno mismo, un compañero de trabajo, familiar o conocido (algo que podría ser poco ético) descubrirá cómo la estupidez es una especie de hedor que traemos bien impregnado y que puede alejarnos de los demás y en el peor de los casos ese hedor se hace tan intenso que terminará por inhibir nuestro olfato para detectar la estupidez en los demás y tristemente la propia. Como el vagabundo que es indiferente a su fétido cuerpo o como el borracho que es incapaz de percibir su propio aliento. 


Rasgos generales sobre la estupidez:


- Como la justicia, es ciega. El estúpido anda por la vida y el mundo incapaz de reconocer su inhabilidad, e irresponsabilidad sobre los efectos que tienen sus acciones. El primer error es cortesía de la vida misma. Aparece sin aviso, la persona lo comete y apenas logra tener consciencia de lo que hizo hasta pasado un poco de tiempo. Pero el estúpido soberano, o al revés, pasó de reconocer el error casi al instante en su etapa amateur, a nunca reconocerlo, a ser cínico o completamente ciego de lo que hizo. El cínico es desesperante, nos hace querer abofetearlo, pero el ciego inspira cierto peligro y desconfianza. Lo más importante, para no llegar a ser un profesional de la estupidez, es reconocer el error desde el principio. Lo más inmediato. Hablar de nuestro error con otros, compartirlo para escuchar consejos, burlas o lo que sea que inspire el tamaño del error. Pero no callarlo, guardarlo y dejarlo para la vida privada, porque se hecha a perder y luego comienza ese olor que nos impedirá reconocerlo nuevamente. 


- La segunda característica es equiparable a la ceguera para reconocer fallas o es un especie de complemento. Porque el estúpido también es sordo. Por eso la recomendación de hablarlo de inmediato y recibir retroalimentación.

Oye, ¿estuvo bien lavar la ropa y tenderla cuando tenía una nube gigante y gris sobre mí, con toda la intención de provocar lluvia?

Oye, yo sé que ella me quiere y desea vivir conmigo y yo no, pero no se por qué le dije que sí quería vivir con ella. ¿Cómo puedo arreglar esto?

Oye, jefe. Me gustaría saber por qué se molestó mi compañero si lo único que hice fue dejarlo trabajando solo y presentar los resultados como si fueran míos. 

Por supuesto esto son escenarios ficticios, pues en la realidad una porción muy pequeña de personas piden aclaraciones o puntos de vista sobre su comportamiento. La mayoría de nosotros, estúpidos consumados o en potencia, no pedimos consejo y si alguien nos sorprendió cometiendo un error, sentimos vergüenza o nos alteramos y violentamos al otro. Al gastar los ahorros de pareja para un viaje, lo primero es justificar el error, no dar la cara, invisibilizar o invalidar las emociones del otro. El ejemplo más popular de nuestra cultura es el político, contamina un río (que ese tipo de cosas correspondería más a la hijez de la chingada), provoca un desastre con la infraestructura de una ciudad, y sale a negarlo. Se coloca unos tapones para los oídos y ningún señalamiento, acusación, duda o plegaria la escucha a consciencia. De hecho, el estúpido ciego y sordo no sólo es peligroso para los demás, sino para sí mismo. 

Y de este comportamiento peligroso podemos desarrollar otra característica de la estupidez por más obvia que parezca.


- La estupidez es el contendiente más duro de la lógica y la razón, las características más destacadas de la supuesta inteligencia humana. Me explicaré: al principio comenté que la inteligencia se hace presente y se desarrolla mejor cuando somos capaces de reconocer, hablar y rectificar nuestros errores o estupideces. Es como si la inteligencia si y sólo si, pudiera existir gracias al error. Y en la misma proporción, la estupidez si y solo si existe por la incapacidad de pensar con lógica y hacer uso de la razón. 

Entonces, la inteligencia surge de remediar la estupidez e identificarla, pero peligrosamente la estupidez surge de omitir el uso de la lógica y la razón. Por lo que podemos deducir que estamos en un constante equilibrio entre usar las mejores facultades mentales o prescindir de ellas. O en otros términos, estamos en una danza permanente entre reconocer cómo nos comportamos o mantenernos adormecidos e irreflexivos sobre la manera en la que actuamos. 

Algunas personas despiertan de ese estado adormecido desde muy temprana edad. Niños, adolescentes y jóvenes que rápido detectaron el error y lo cambiaron. Jóvenes más viejos que somos miopes y llevamos ya varias veces metiendo la pata en el mismo hoyo. Viejos que convirtieron del error un hábito orgulloso. 

Y habrá gente que cuestionará pero qué define al error, ¿la gravedad, el efecto en los demás, la convención social? Pues sí, todo eso y más, precisamente, define al error. Y es por ello que la inteligencia se abrillanta cuando lo reflexionamos, si fue un error lo que cometimos, si tiene solución, si valió la pena o no, si debemos ser responsable de las consecuencias o ser sordo y ciego. Si los errores son más frecuentes con el paso del tiempo o si logramos superarlos y ahora estamos cometiendo nuevos errores, pero ya no las viejas y poco sofisticadas estupideces. 

La persona inteligente, a diferencia del estúpido, usa la lógica y la razón. Establece reglas muy simples para deducir y explicar sus actos. Hace uso de diferentes métodos para detectar su estupidez. A veces se pregunta hasta llegar a una verdad. 

¿Como por qué seguí mintiendo si ni yo estaba de acuerdo con eso? 

¿Debería de darme un tiempo de descanso y continuar después o sigo manejando con mucho sueño?

¿De dónde saqué la idea de ser un músico de gran nivel, si practico sólo 30 minutos al día?

Me volví a lesionar, ¿debería ir a entrenar mañana o ir al médico?


A veces el inteligente lleva un registro de esos comportamientos dañinos. 

Día 1: El día de hoy me sentí abrumado por perder una apuesta. Aposté más. De hecho, terminé apostando todo. Lo perdí todo. Estoy doblemente abrumado. 

Día 20: Hace unos días me sentía abrumado por perderlo todo. Hoy ya no, porque gané más de lo que había perdido. Procuraré manejar mejor mi forma de apostar, controlar mucho mejor mis impulsos. 

Día 60: Otra vez perdí todo.....

Día 90: Perdí poco, ya no aposté todo o nada. 

Día 120: Gané poco, pero perdí poco. 

Día 200: Perdí todo de nuevo. 

Día 300: Me acabo de dar cuenta que no sirvo para esto. 

Día 350: No he perdido nada. Ya no apuesto. 


Así como hay personas tan distintas, los métodos pueden servir para uno y para otros no. Algunos requieren de acompañamiento grupal de una persona que ha pasado por el mismo camino. Llámese el popular Grupo de Alcohólicos Anónimos, terapia psicológica, coach de vida, gurú financiero, etc. Todos en algún punto se hartan de los efectos de la estupidez, quieren lucidez, razón y lógica en lo que hacen. Pero no hay fórmulas probadas ni garantías de éxito. Si fuera así, la historia de la humanidad se resumiría en éxitos y un ascenso constante al progreso. Pero todo lo contrario, los errores se repiten, los viejos errores mutan en versiones más destructivas, surgen nuevos errores que no imaginábamos y la inteligencia parece desterrada y empolvada. 

Y los errores se repiten y resuenan tanto que no logramos ver los trofeos que ha dado la inteligencia. Cuestionamos la ciencia, los avances tecnológicos, las teorías más sólidas, los derechos conquistados por las diferentes sociedades; asumimos que nuestra vida es producto de la inteligencia y no del error o accidente. 

La estupidez al final, siempre estará ahí, desde la mañana hasta el anochecer. El constante acecho de meter la pata, de decir algo equivocado, de asumir cosas, de hacernos los sordos o ciegos. La estupidez y la búsqueda por ser un poco más inteligentes será la lucha que nos acompañe a lo largo de nuestra vida. De mi parte, puedo decir que la inteligencia ha perdido muchos batallas, pero no la guerra.  




sábado, 19 de febrero de 2022

Frío y Caliente

Hay memoria muscular, memoria visual, olfativa, pero una de mis favoritas es la, ¿climática? No sé si exista y lo investigaré, pero lo de menos es el nombre, para mi lo importante es que la temperatura y las estaciones del año son un marco de referencia sumamente especial para mi. De hecho, soy muy malo recordando fechas como cumpleaños, los libros que leo, las películas que he descargado y las canciones que he escuchado. Me olvido de las reuniones con amigos, familia, pareja y de otros tantos eventos. No logro recordarlos con mucha nitidez, a menos que hayan sido especiales o me haya hecho énfasis en recordarlos. Hasta donde sé no tengo algún problema con la memoria, pero digamos que no soy muy ágil para acumular recuerdos ni detalles como otras personas lo hacen. Sé de casos que recuerdan cuántas personas había en una habitación de fiesta 4 meses después de que pasó. O las palabras exactas que dijo alguien en un reclamo o en una declaración de amor. Pero yo no soy así, no recuerdo mucho, no detalles, pero sí líneas generales. Y recuerdo especialmente aquello que sucedió con un clima específico. 

Recuerdo las veces que he llorado bajo la lluvia; las noches que he pasado enfermo. También recuerdo las veces que he cenado con la brisa que entra por una terraza. Tengo bien presente los primeros rayos de la mañana después de una borrachera maratónica. Puedo aun sentir el frío de hace quince años en el piso al dormir en una tienda de campaña. He corrido durante varios años decenas de kilómetros y puedo recordar esos días donde el calor era extenuante o cuando el vapor rodeaba todo mi cuerpo caliente por el frío intenso de la mañana. 

El clima quien sabe por qué es el contexto que necesita mi cerebro para asociar recuerdos, emociones e ideas sobre el pasado. Todavía recuerdo la primera vez que le declaré mi amor a una persona bajo una lluvia intensa de agosto. Pero también recuerdo una noche de poca humedad, sin viento, sin movimiento, cuando mi hermano murió. Y me pregunto si él habrá notado el clima de aquella madrugada, que por lo que sé, era húmedo, con una neblina sumamente espesa, allá donde respiró por última vez. 

Y es que con la temperatura es como si se me pegaran más fácil que los colores, el tono de las voces, las caras o las palabras. O simplemente la temperatura resalta como marca textos lo que está sucediendo a mi alrededor. Ahora entiendo a Spike Lee en Do the Right Thing sobre cómo el racismo, ya de por sí insoportable, se puede calentar aun más con la incomodidad de una ola de calor. En mi caso no el racismo, pero sí puedo certificar que los malos y buenos ratos se acentúan con el clima. A veces requerimos del frío en medio del calor para soportarlo y disfrutarlo, abrazarlo y asolearnos sin reproche. Una cerveza helada. En otras ocasiones se suplica por una cobija extra para dormir cómodamente o se extraña el poder de una fogata en una noche de invierno a cielo abierto. 

Espero que el clima, aun con todas sus variaciones y cambios erráticos antropocéntricos, siga siendo la huella en mi memoria que no se borra con facilidad. Le agradezco al viento, el sol, los frentes fríos todo lo que han revelado. Porque a diferencia de lo que somos y entregamos los humanos, el clima se ve más sólido, más consistente y especial cada vez. A veces inclemente, a veces apacible y otras impredecible, pero continúa dando vida a las plantas, ayudando a los animales a migrar y dándole belleza a todos los paisajes que existen. 

Espero recordar años después, al leer este texto, el pequeño calor que comienza a brotar en la ciudad. El invierno está muriendo.


miércoles, 12 de enero de 2022

Seco

Desde hace días no tengo ideas. Aunque supongo que sentarme a escribir es un tipo de idea. Pero una idea muy simple y la única idea que se me ha ocurrido en varios días. Todos los demás días han sido automatismos. Comer, trabajar, dormir, cenar, bañarme, transportarme. Movimientos y tareas que no requieren de creatividad, inventiva o nuevas propuestas. No cambio de ruta, no me deslumbra la arquitectura de los edificios como solían hacerlo. No concentro mi mirada en los transeuntes, ni me invento historias de los pasajeros del camión. No se me ocurre tema de conversación con mis vecinos y amigos. Tampoco he cambiado de champú y no tengo ideas para cambiar de corte de pelo. 

Sin embargo, ahora escucho más y pongo perfecta atención a lo que me cuentan, pero me limito a asentir sin emitir muchas opiniones o razonamientos. Y no es porque no quiera, sino porque no puedo. Para opinar se requieren ideas, pero no tengo nada que decir; de hecho, aunque el tema sea sumamente interesante, no logro articular una opinión. ¿Es acaso falta de lucidez? ¿Indiferencia? ¿Ignorancia? No lo sé. 

Las ideas solían brotar, sino a borbotones, pero con suficiente frecuencia para quererlas expresar en cuentos, ensayos o guiones. Antes escribía o platicaba mis fantasías literarias, fragmentos de escenas policiacas o de ciencia ficción que se me iban ocurriendo. Ahora nada. Me rasco la cabeza, camino por los parques, medito, fumo hierba y no sale nada. 

Al principio temí por mi salud mental. Tal vez estoy sumido en una depresión clínica o alguna enfermedad de la memoria. Me hicieron tests, llené cuestionarios, fui a terapia y no hubo una conclusión contundente. Fisiológicamente nada andaba mal. Psicológicamente: falta de motivación, desinterés, falta de propósito. Generalidades para un problema muy específico: ¿dónde están mis ideas?

Antes, voltear al pasado me llenaba de ideas. Escuchar a mi padre contar historias de su niñez era una fuente inagotable motivación para escribir. Quería poner en papel los diálogos, las escenas, los olores que describía. Ahora frente a mi viejo nada sucede. Lo quiero y escucho con atención, pero las historias no terminan por estremecerme de alegría o sorpresa. Incluso se fue también la agudeza mental, esa capacidad para abstraerme y concentrarme en detalles o desarrollar pensamientos más profundos. 

En una ocasión intenté recuperar la habilidad de idear cosas y tomé grandes cantidades de cafeína. Y nada. Mi corazón solamente se aceleró y pasé una noche lleno de ansiedad y malestar estomacal. Esa ansiedad ni siquiera me hizo imaginar cosas, crear escenarios ante semejante desesperación. Fue una ansiedad estrictamente física: cosquillas en el estómago, hormigueo de manos, sudoración e incapacidad para dormir. La psicóloga me dijo que fue una "idea" estúpida.

Esa noche tampoco pude tocar la armónica como solía hacerlo antes de dormir. Reproduje varias canciones y ninguna me pareció estimulante. Revise mis partituras y no logré extraer algún tipo de emoción o ganas de interpretar. Y no necesariamente me sentía triste o frustrado. Sólo sin ideas. 

De hecho, cuando suelo sentirme triste siempre se me antoja un buen trago de alcohol. Me gusta esa sensación de adormecimiento. Irónicamente, me gustaba el letargo que le daba a mi mente. Cuando regresaba del trabajo a casa siempre un buen litro de cerveza amainaba mis ganas de renunciar, quejarme interminablemente con alguien o tragarme mi insatisfacción. El alcohol simplemente me permitía poner las cosas en perspectiva. Un poco más de alcohol me ponía en la cama y a soñar hasta la mañana siguiente. 

Ahora ni siquiera sueños puedo tener. No tengo sueños dormido ni despierto. Antes, siempre soñaba con la última conversación que tenía antes de dormir. Si estaba hablando de peces, soñaba con peces, ballenas, moluscos, altamar, una marisquería, con la película de Nemo o cualquier cosa sobre peces. Si me decían que recibiría un nuevo aumento de sueldo soñaba, mientras iba en el camión, con todo lo que podría comprarme: una nueva mochila, un par de tenis nuevos para correr, ir a cenar comida tailandesa o cenar frente al nuevo equipo de sonido que me gustaría tener. Los sueños eran una especie de idea. Ahora duermo y despierto en blanco, más precisamente en negro. Cierro los ojos y ya es el siguiente día. 

Esas podrían ser las cosas malas de no idear nada. Pero también hay una extraña calma en la falta de imaginación. No es desgano como cuando estás triste y no quieres saber de nadie ni nada. Puedo estar feliz, pero sin ideas claras de por qué estoy así. También me he enojado, pero no hay ideas lo suficientemente grandes para perder la cordura. Me he enojado cuando el jabón de la ducha se me cae en el pie o cuando la lavadora estropeó una camisa, pero sin ideas de por medio, sólo son hechos provocando reacciones naturales. Y es una idea impuesta que la ropa debe importarme, porque al final sin ideas, mi enojo más bien es un rescoldo de mi pasado con ideas sobre el código de vestimenta o el valor de las cosas. 

Sin ideas la vida también va fácil. No necesito acumular nuevas y tampoco cambiar las viejas ideas, porque implicaría tener nuevas ideas. Simplemente estoy a la deriva con lo que ya he hecho durante muchos años. Cualquiera de los modelos de mis zapatos me parece bien y no distingo los detalles de unos sobre los otros. Ya no tengo esa preocupación sobre mi corte de cabello como antes. Me da igual la forma de expresarme, porque todos los sinónimos me parecen indistintos. Saludo a mi portero de la misma manera que a mi jefe o al cantinero de viernes. Y eso de no tener ideas sobre los demás me permite conocer más personas.

Anoche, por ejemplo, fui a una reunión sobre cuidado de felinos. Todos llevaron a sus bonitos gatos y en un círculo, alrededor de un veterinario, auscultaron cada parte de sus mascotas para identificar riesgos y complicaciones de salud. ¿Por qué estaba en esa reunión? me pregunté en algún punto. Pues no lo sé. Sólo salí de trabajar y vi el letrero en un viejo edificio y decidí entrar. No tenía ninguna idea o expectativa sobre lo que hacía, pero tampoco una idea que me dijera lo contrario. ¿Me explico? Al final me tuve que salir porque al preguntarme sobre mi gato, sentí cierta reticencia a mentir o dar explicaciones sobre mi falta de ideas. 

Y de hecho, esa es otra de las ventajas de no tener ideas. Mentir se convierte en una tarea prácticamente imposible y sin sentido. Hace una semana uno de mis compañeros de trabajo me preguntó si iría a su fiesta de cumpleaños. Le dije secamente que no y su mueca de disgusto no se hizo esperar. Me preguntó por qué y sin adornos, ni acertijos le dije que no quería ir porque me quedaría en casa a barrer. Se molestó y no me habló durante dos semanas. Después le expliqué todo esto que estoy escribiendo y no me creyó. La molestia se le pasó y después me dijo que no tenía que mentirle, que él hubiera aceptado la verdad, incluso si simplemente no quería ir a su fiesta de cumpleaños. Le dije que esa era la verdad, que no quería ir porque prefería ir a barrer mi casa. Dejó de hablarme otras dos semanas. Pasaron los días hasta que volvió a preguntarme si todo estaba bien, si me podía ayudar en algo; que había pasado los últimos días considerando que decía la verdad sobre mi problema para generar ideas. Le dije que todo estaba bien, que ya había buscado ayuda. Me pidió que si necesitaba algo, lo que fuera, se lo dijera. Sin mentiras, sin medias verdades, que para eso son los amigos. Lo único que pude contestarle fue: ¿para qué te haces tantas ideas? Todo está bien.

lunes, 10 de enero de 2022

El lugar del miedo y la ambición

Durante los últimos meses ha sucedido algo extraño en mi forma de pensar y se ha reflejado en lo que es este blog y en la idea sobre la que fue concebido. Con un poco de decepción pienso que mi impulso literario ha desaparecido. Las historias que tenía en mi cabeza y que quería redactar en este sitio, de pronto dejaron de ocupar espacio en mi cerebro. Fue un secado creativo, un drenado de literatura. Ya no leo ficción, ya no me obsesiono con personajes y formas de narrar una historia. No busco buenos reportajes, ni las plumas más destacadas en los medios de comunicación me interesa. Ignoro los mails que me mandan las editoriales y mi biblioteca apenas si ha crecido con nuevas adquisiciones de cuentos, novelas, ensayos e incluso ciencia. 

Todo ha sido, poniéndolo en términos informáticos, como un formateo. Se borraron mis viejas programaciones y fueron instalados otros programas que me llenaron de nuevos conceptos y formas de ver el mundo. Y esto no es una queja, es una especie de nostalgia. La literatura me llenaba así como la idea de ser un escritor, no reconocido ni profesional, pero sí reconocido por mí mismo, como alguien que se toma en serio el oficio de sentarse y llenar varias cuartillas con buenas historias. ¿Qué queda de eso? Pues esto, alguien que escribe, pero no de literatura, pero sí de lugares igual de apasionantes que los que leí en mis novelas favoritas. 

¿Cuáles son los nuevos programas instalados en mí? Las finanzas, los mercados financieros, la economía, la especulación y el mercado del dinero. Probablemente los campos más estériles de creatividad, los más vilipendiados en el mundo actual. Lugares que, con razón, y sin toda ella, han sido descritos como poco éticos, superficiales, el pináculo de la frivolidad, el utilitarismo y el materialismo que tiene sumido a nuestro mundo en divisiones profundas y desigualdades irreconciliables entre grupos sociales. El capitalismo en su nivel más extremo. 

Sin embargo, es en estos sitios donde se me ha revelado con mucha nitidez algunas de las motivaciones humanas más importantes y que también la literatura ha buscado plasmar. En los mercados financieros he encontrado un sitio donde los deseos y la esperanza atraen personas de todos los rincones del mundo. Pero sobre todo, los mercados financieros me han enseñado más sobre mi, sobre sentimientos profundos que sólo había experimentado bajo situaciones intensas. 

He sentido una ambición desmedida, ego, orgullo, pero también temor, decepción, coraje, ansiedad, insomnio y muchas cosas más. 

El trading, como se le conoce comúnmente a la tarea de especular en los mercados, creo que es igual al amor. Aunque con sus matices y obviamente guardando toda proporción. 

¿Recuerdas el primer amor? Pues generalmente es el más intenso, inolvidable y es mucho más especial si fue a una edad temprana, como la adolescencia. Ese amor es el que nos hizo cuestionar la existencia misma con ideas como: "sin ella/él no soy nada, me muero"; "si me deja, nunca volveré a amar"; "siempre estaremos juntos"; "tengo miedo de perderte, me paralizaría", etc... 

Ese amor es el que nos hizo recorrer una ciudad de un extremo a otro para reunirnos al menos 1 hora con la persona amada. Nos hizo apartarnos de la familia, amigos e incluso el perro. Nos hizo darle la espalda a todas nuestras pasiones y pasatiempos para dedicar cada minuto a nuestra enamorad@. Absorbió toda nuestra atención, noches y días. Llamadas por teléfono interminables, revisiones constantes del buzón de mensajes o aplicaciones de mensajería. 

Un amor irracional, exuberante, completamente salido del corazón y las tripas. Lleno de buenos deseos, aspiraciones y sueños de vida. Y al mismo tiempo de temor, celos, incertidumbre y volatilidad. El amor juvenil es el más parecido a lo que experimenta el trader. 

Los mercados financieros para el trader son el principio y fin de nuestro día. Nos levantamos esperando que toquen la campana y dormimos echando un último vistazo a los movimientos más recientes; los vigilamos y prestamos atención con devoción, porque los amamos. Estamos con la mirada puesta en la respiración del precio, observamos las figuras que forma y le sonreímos cuando también nos sonríe. Pero nos molestamos si un día no se comporta como lo esperamos, como si nos perteneciera. 

El mercado también nos lleva a límites irracionales, absurdos. Tomamos riesgos innecesarios, dejamos parte de nuestra vida y nos exigimos desmesuradamente. Como el adolescente que suplica por un minuto más de charla al teléfono o que cuenta ansiosamente los minutos para reencontrarse con la pareja. Y cuando no hay mercado nos quedamos sin motivo y razón para levantarnos temprano. 

Y así como comer demasiado postre empalaga, el amor y los mercados también causan repulsión. Pero no porque sean desagradables, sino por nuestra obsesión. El cariño se convierte en enajenación, el respeto se convierte en una valentía absurda que nos hace correr riesgos innecesarios. Como adolescente que empeña su tiempo por un beso; que se priva de reuniones con amigos por estar con la novia, cuando el mercado no nos corresponde con ganancias, le empezamos a culpar de nuestro desazón. Le gritamos a la computadora que algo anda mal con el mercado, que se dirige a la dirección a la incorrecta. Vemos al mercado como la representación del mal y la fealdad. Culpamos al bróker por su ejecución deficiente; maldecimos a la volatilidad. Odiamos a las noticias económicas y despreciamos al trader que hincha sus bolsillos operando en contra de nuestra posición. El amor se acaba. 

Los reproches van y vienen, la luna de miel se termina. El mercado se revela como una fuerza independiente y letal. Cuando perdemos la cabeza, el mercado es el peor sitio para las revanchas, para la adivinación, el ego y el orgullo personal. Porque regresa los golpes con más fuerza de la que podrías tener jamas. En el amor y el mercado no caben sentimientos tan destructivos.

Pero cuando se le respeta, se le escucha, se acepta en todas sus modalidades, la relación marcha con suavidad. Y viceversa, cuando uno se respeta, se conoce en las debilidades y fortalezas, el mercado parece un lugar cordial. 

Amo los mercados. Espero no divorciarme de ellos pronto.