Ya llevaba varias semanas planteándome este tema. Primero no sabía si tenía las credenciales, la habilidad con la escritura y la experiencia para hablar sobre ello. Luego me di cuenta que sí. No al nivel que manejan otros personajes de la historia, de la vida pública, de nuestros amigos o familia. Porque la estupidez creo que florece como la genialidad, en los momentos y lugares menos esperados. Pero creo que soy más o menos competente para hablar sobre la estupidez. Podría decir que llevo esa bendición y mis errores han sido de todo tipo, algunos costosos, otros vergonzosos y muchos más simplemente anecdóticos. Y de hecho eso es lo increíble de los errores, siempre se recuerdan y eso no impide que los repitamos una y otra vez. Repetirlos es lo que nos hace estúpidos. Tropezar con la misma pierda (¿acaso hay otra forma más clara de concluir algo sobre el comportamiento humano). Hay canciones al respecto de la estupidez: fábulas, poemas, libros, pasajes, películas; existe de todo sobre esta constante universal. Y aun así, eso no ha servido mucho para cambiar lo que somos y hacemos.
Este ensayo no es biografía ni filosofía de mi estupidez, que seguramente daría para un libro. Es para desarrollar algunas ideas y aspectos generales de la estupidez. Generalidades suficientemente prácticas para evitar cometer errores, aprender de ellos y quién sabe, tal vez, desarrollar un poco de inteligencia. Y no es que considere a las personas o a mí mismo sin inteligencia, pero la inteligencia suele quedar bastante opacada frente a la estupidez y los errores. De hecho, gracias a los errores que están acompañados de reflexión, estrategia y voluntad de remediarlos y evitarlos, la inteligencia se va haciendo presente. Y esa es una de las razones por las que existen pocas personas inteligentes. Por supuesto la estupidez tiene grados y campos de acción. Hay personas brillantes en su actividades laborales, cometen pocos errores, los corrigen cuando aparecen y continúan aprendiendo todos los días. Pero hay ineptos en el trabajo, que ocasionan graves accidentes industriales, distorsionan la armonía de un equipo de trabajo, no respetan la individualidad de los demás o son incapaces de ejecutar sus tareas con eficiencia y calidad. Un sin fin de estupideces se pueden desglosar sobre los temas laborales. Ni hablar de todo lo que puede decirse sobre la estupidez en la medicina, las artes, la ciencia, la gastronomía, el anime, la especulación financiera y más.
También hay estupidez en las relaciones interpersonales, en la vida en pareja o con los amigos. Pero cuál es el común denominador de la estupidez, según yo. Estos son los rasgos más generales y que si uno mira bien, observa y toma como objeto de estudio un vecino, uno mismo, un compañero de trabajo, familiar o conocido (algo que podría ser poco ético) descubrirá cómo la estupidez es una especie de hedor que traemos bien impregnado y que puede alejarnos de los demás y en el peor de los casos ese hedor se hace tan intenso que terminará por inhibir nuestro olfato para detectar la estupidez en los demás y tristemente la propia. Como el vagabundo que es indiferente a su fétido cuerpo o como el borracho que es incapaz de percibir su propio aliento.
Rasgos generales sobre la estupidez:
- Como la justicia, es ciega. El estúpido anda por la vida y el mundo incapaz de reconocer su inhabilidad, e irresponsabilidad sobre los efectos que tienen sus acciones. El primer error es cortesía de la vida misma. Aparece sin aviso, la persona lo comete y apenas logra tener consciencia de lo que hizo hasta pasado un poco de tiempo. Pero el estúpido soberano, o al revés, pasó de reconocer el error casi al instante en su etapa amateur, a nunca reconocerlo, a ser cínico o completamente ciego de lo que hizo. El cínico es desesperante, nos hace querer abofetearlo, pero el ciego inspira cierto peligro y desconfianza. Lo más importante, para no llegar a ser un profesional de la estupidez, es reconocer el error desde el principio. Lo más inmediato. Hablar de nuestro error con otros, compartirlo para escuchar consejos, burlas o lo que sea que inspire el tamaño del error. Pero no callarlo, guardarlo y dejarlo para la vida privada, porque se hecha a perder y luego comienza ese olor que nos impedirá reconocerlo nuevamente.
- La segunda característica es equiparable a la ceguera para reconocer fallas o es un especie de complemento. Porque el estúpido también es sordo. Por eso la recomendación de hablarlo de inmediato y recibir retroalimentación.
Oye, ¿estuvo bien lavar la ropa y tenderla cuando tenía una nube gigante y gris sobre mí, con toda la intención de provocar lluvia?
Oye, yo sé que ella me quiere y desea vivir conmigo y yo no, pero no se por qué le dije que sí quería vivir con ella. ¿Cómo puedo arreglar esto?
Oye, jefe. Me gustaría saber por qué se molestó mi compañero si lo único que hice fue dejarlo trabajando solo y presentar los resultados como si fueran míos.
Por supuesto esto son escenarios ficticios, pues en la realidad una porción muy pequeña de personas piden aclaraciones o puntos de vista sobre su comportamiento. La mayoría de nosotros, estúpidos consumados o en potencia, no pedimos consejo y si alguien nos sorprendió cometiendo un error, sentimos vergüenza o nos alteramos y violentamos al otro. Al gastar los ahorros de pareja para un viaje, lo primero es justificar el error, no dar la cara, invisibilizar o invalidar las emociones del otro. El ejemplo más popular de nuestra cultura es el político, contamina un río (que ese tipo de cosas correspondería más a la hijez de la chingada), provoca un desastre con la infraestructura de una ciudad, y sale a negarlo. Se coloca unos tapones para los oídos y ningún señalamiento, acusación, duda o plegaria la escucha a consciencia. De hecho, el estúpido ciego y sordo no sólo es peligroso para los demás, sino para sí mismo.
Y de este comportamiento peligroso podemos desarrollar otra característica de la estupidez por más obvia que parezca.
- La estupidez es el contendiente más duro de la lógica y la razón, las características más destacadas de la supuesta inteligencia humana. Me explicaré: al principio comenté que la inteligencia se hace presente y se desarrolla mejor cuando somos capaces de reconocer, hablar y rectificar nuestros errores o estupideces. Es como si la inteligencia si y sólo si, pudiera existir gracias al error. Y en la misma proporción, la estupidez si y solo si existe por la incapacidad de pensar con lógica y hacer uso de la razón.
Entonces, la inteligencia surge de remediar la estupidez e identificarla, pero peligrosamente la estupidez surge de omitir el uso de la lógica y la razón. Por lo que podemos deducir que estamos en un constante equilibrio entre usar las mejores facultades mentales o prescindir de ellas. O en otros términos, estamos en una danza permanente entre reconocer cómo nos comportamos o mantenernos adormecidos e irreflexivos sobre la manera en la que actuamos.
Algunas personas despiertan de ese estado adormecido desde muy temprana edad. Niños, adolescentes y jóvenes que rápido detectaron el error y lo cambiaron. Jóvenes más viejos que somos miopes y llevamos ya varias veces metiendo la pata en el mismo hoyo. Viejos que convirtieron del error un hábito orgulloso.
Y habrá gente que cuestionará pero qué define al error, ¿la gravedad, el efecto en los demás, la convención social? Pues sí, todo eso y más, precisamente, define al error. Y es por ello que la inteligencia se abrillanta cuando lo reflexionamos, si fue un error lo que cometimos, si tiene solución, si valió la pena o no, si debemos ser responsable de las consecuencias o ser sordo y ciego. Si los errores son más frecuentes con el paso del tiempo o si logramos superarlos y ahora estamos cometiendo nuevos errores, pero ya no las viejas y poco sofisticadas estupideces.
La persona inteligente, a diferencia del estúpido, usa la lógica y la razón. Establece reglas muy simples para deducir y explicar sus actos. Hace uso de diferentes métodos para detectar su estupidez. A veces se pregunta hasta llegar a una verdad.
¿Como por qué seguí mintiendo si ni yo estaba de acuerdo con eso?
¿Debería de darme un tiempo de descanso y continuar después o sigo manejando con mucho sueño?
¿De dónde saqué la idea de ser un músico de gran nivel, si practico sólo 30 minutos al día?
Me volví a lesionar, ¿debería ir a entrenar mañana o ir al médico?
A veces el inteligente lleva un registro de esos comportamientos dañinos.
Día 1: El día de hoy me sentí abrumado por perder una apuesta. Aposté más. De hecho, terminé apostando todo. Lo perdí todo. Estoy doblemente abrumado.
Día 20: Hace unos días me sentía abrumado por perderlo todo. Hoy ya no, porque gané más de lo que había perdido. Procuraré manejar mejor mi forma de apostar, controlar mucho mejor mis impulsos.
Día 60: Otra vez perdí todo.....
Día 90: Perdí poco, ya no aposté todo o nada.
Día 120: Gané poco, pero perdí poco.
Día 200: Perdí todo de nuevo.
Día 300: Me acabo de dar cuenta que no sirvo para esto.
Día 350: No he perdido nada. Ya no apuesto.
Así como hay personas tan distintas, los métodos pueden servir para uno y para otros no. Algunos requieren de acompañamiento grupal de una persona que ha pasado por el mismo camino. Llámese el popular Grupo de Alcohólicos Anónimos, terapia psicológica, coach de vida, gurú financiero, etc. Todos en algún punto se hartan de los efectos de la estupidez, quieren lucidez, razón y lógica en lo que hacen. Pero no hay fórmulas probadas ni garantías de éxito. Si fuera así, la historia de la humanidad se resumiría en éxitos y un ascenso constante al progreso. Pero todo lo contrario, los errores se repiten, los viejos errores mutan en versiones más destructivas, surgen nuevos errores que no imaginábamos y la inteligencia parece desterrada y empolvada.
Y los errores se repiten y resuenan tanto que no logramos ver los trofeos que ha dado la inteligencia. Cuestionamos la ciencia, los avances tecnológicos, las teorías más sólidas, los derechos conquistados por las diferentes sociedades; asumimos que nuestra vida es producto de la inteligencia y no del error o accidente.
La estupidez al final, siempre estará ahí, desde la mañana hasta el anochecer. El constante acecho de meter la pata, de decir algo equivocado, de asumir cosas, de hacernos los sordos o ciegos. La estupidez y la búsqueda por ser un poco más inteligentes será la lucha que nos acompañe a lo largo de nuestra vida. De mi parte, puedo decir que la inteligencia ha perdido muchos batallas, pero no la guerra.