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Lo que nunca escuché

Hubiera estado ahí en primera fila con toda la cabeza hacia arriba, casi adentro de sus fosas nasales por donde jala inmensos grumos de aire para apoyarse en él y dar esa voz tan peculiar como quien canta con la nariz, pero interpreta con toda su complexión. Si acaso le quitara la mirada sería para ver al bajista que es una chingonería sobre el escenario. No hablemos del percusionista, porque sin él, Nina no es nada más que una blusera sin lo afro, una gospel sin el color que se trajeron de ultramar. Todo eso lo sabe por eso no sobre sale nunca, se planta en el escenario con la ayuda de todos y cada uno. Es una dama excepcional trayendo música. ¿Qué le hubiera pedido? ¿Sinnerman? ¿Baltimore? ¿Four Women? ¿Don't Explain? Cualquier cosa con la que empezara hubiera estado bien, porque sé que inevitablemente llegaría al punto que toda su música se dirige: energía, dolor y coraje. Todo converge ahí, es el punto de fuga.

Ahí viene, sale tan negra, tan ligera con ropa de algodón. No dejo de apretar los pies porque comienza sin presentaciones. Viene el primer acorde, sé que es un Si Menor porque ya leí la partitura. Sinnerman. Levanta la cara y mira a todos con esa expresión dura que no se suaviza nunca. Está realmente excitada, nos ve a todos desde el banquillo del piano con orgullo y un poco de soberbia. Nos reta a no disfrutar, no podemos, al menos yo no. Ya estoy moviendo el pie con la plegaria al señor. !Soy un pinche ateo¡ y estoy en éxtasis con su cántico. Todo es una fiesta de súplica allá arriba en el escenario. Me subiría, pero soy demasiado aguado para el baile, me pondría en ridículo y no ayudaría en nada al espectáculo. Mejor me quedaría parado sin quitar la vista de sus manos, negro sobre blanco. Es tan brillante su piel como la madera del piano, tan duro el instrumento como su corazón. Ahí arriba se aparecen los dioses y danzan por todo el entarimado, giran hasta licuar todo el recinto, no logro ubicarme porque hay una mezcla de colores y sonidos. En el remolino logro distinguir a tres coristas y un hombre que están listos para la parte intermedia de Sinnerman; levantan las manos, a la señal comienzas a aplaudir en contrapunto. Es hermoso el remolino. Llevo más de dos mil vueltas sin sentir que el estómago se va de mí. Nina está frenética sobre el piano llamando a otro dios. Los aplausos resuenan por todo mi cuerpo, puedo sentirlos en mi abdomen, también los acordes de piano en modo menor. La música regresa a su cause, el mismo ritmo, velocidad, es como una persecución. Al final el torbellino se va deteniendo y Nina está gimiendo, es una plegaria. "Oh lord". Está llorando, yo también estoy llorando. No me gusta verle el rostro constreñido, pero sé que así es ella y después se va a enojar, porque es una mujer fuerte. Deja que las lágrimas escurran hasta la barbilla, las recoge con el índice y sonrie.

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