Supongo que así se debe sentir morir, al menos lo creo de esa manera por tantas referencias que se hacen en las películas o por relatos de primera mano. Te dicen que hay cierta paz, un anhelo para que cese el dolor; claro, tiene toda la lógica, ya no quieres sentirte abandonado o relegado en cualquier pasillo donde vas a sufrir. Qué mejor que dejar todo atrás, seguir con lo que sea que haya adelante, a lo mejor nada, pero seguramente será mejor. Y también piensas en eso, en lo mejor que pudiste hacer para evitar lo inminente, cuidarte más, cuidar más a los que te rodean, cualquier alteración pudo haber cambiado todo. Se te vienen a la mente todas las lecciones que debiste aprender, las que debiste omitir. Ya nada sirve porque te das cuenta que vivimos en un mundo determinado por lo que se hace en el momento preciso, lo demás son anhelos, impresiones fantasmagóricas. No te puedes asir al pasado porque ya no está físicamente. Claro que da miedo no saber qué pasará, si va a doler o no. Tantas preguntas, suposiciones y afirmaciones. Pero en este punto tienes más preguntas que respuestas; en el pasado no sirvió de mucho creer que hay cierto control de los asuntos porque si lo hubiera no estarías aquí embarrado sobre lo inevitable. De pronto te agarra por sorpresa, sabes que está cerca, a veces crees que muy cerca, luego cuando se te ocurren dos o tres ideas para evadirla llega con un sablazo. Te quedas incrédulo mirándola a los ojos, lloras un poco del dolor, te preguntas por qué, muchas veces, tantas veces que pierde sentido. Si pasó, no fuera mera casualidad, fue causalidad, determinismo puro y duro, del que se puede saber y predecir todo, pero la irresponsabilidad te hace mirar al otro lado. Comienzas a desvanecerte, las energías se esfuman y lo poco que queda se arremolina en el estómago, en el mismo centro donde el amor, la excitación, el furor, la furia y el miedo nacen. Te quedas vacío a merced de lo que venga, podrían empujarte y quedarías tirado en la acera, pero con el último esfuerzo avanzas lleno de nostalgia y de ira. Otra vez te preguntas por qué, la respuesta se ha ido contigo, se extingue en el mar que nadie desea ver porque es más plácida la orilla, es más segura.
Y ahora que estoy un poco más lejos, de tiempo y lugar, cómo extraño comer con mi madre. A veces solo extraño la comida, a veces el silencio y a veces la compañía. A veces extraño las tres: una comida deliciosa, una plática larga sobre cualquier tema o un enorme silencio que tranquiliza y ayuda a sopesar mejor las ideas. Mi madre nunca fue una gran conversadora, en el sentido de abrir la charla, profundizarla, narrar grandes historias o acompañar la sopa con hazañas imborrables. A veces solo nos mirábamos, y ella tan silenciosa como yo. Solo el sonido de las cucharas chocando la porcelana y el gorgoteo de la jarra sirviendo agua de fruta. Las burbujas del agua hirviendo para el café o el té de manzanilla. Y también el canto de los pajaritos que nos espiaban desde la ventana, como queriendo escuchar lo que decíamos. Pero no decíamos nada. Solo estábamos concentrados en saborear la comida, y tal vez en planear nuestro día. Porque, aunque mi madre no decía mucho, yo sabía que pensa...
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