La bici ha sido bastante importante en estos tiempos turbulentos, a lo mejor, porque se requiere equilibrio. Uno necesita afianzarse bien a ella, manejarla con suavidad para no caer por la izquierda o la derecha. A mí me ha mantenido en movimiento, ha hecho que mi vida no se detenga aún cuando creía que me había estrellado contra un gran muro (todo esto es una metáfora). La primera vez que la tomé me encontraba en un estado de ira, no podía correr, no podía caminar porque siempre había dolor en mí (esto no es una metáfora); entonces, la bici me ayuda a recorrer tanta distancia como quiero. Me emociono, el dolor se esfuma y recupero confianza. Pronto me obsesiono y quiero ir más lejos, más rápido. Equilibro la bici y mi vida, todo parece perfecto. Sin embargo, la experiencia me ha enseñado que cuando creo que todo va bien, en realidad todo va mal o saldrá mal. Y es que eso sucede porque cuando todo parece bien es porque yo me siento bien; no miro a mi alrededor, no me concentro en los demás, no me doy cuenta que los demás no están bien. No pude darme cuenta, estaba tan emocionado que no me di cuenta. Irremediablemente choqué contra una gran pared (esta sí es una metáfora), me había quedado solo, bueno, solo con mi bici. Chillé pedaleando, grité cruzando los puentes, pedaleé con ira, con resentimiento, me arriesgué innecesariamente porque no veía peligro en el camino, creo que ni siquiera era capaz de fijarme en el camino, a ratos sí, a ratos no. Es que cuando una idea se mete dentro de uno es dificilísimo sacarla, yo creo que ni una contusión la hubiera expulsado. La bici tampoco hace esas cosas, no te ayuda a sacar nada salvo energía, pero yo tenía mucha, así fue como me inicié en la bici como medio de transporte cotidiano.
Así recuerdo el inicio. El intermedio fue automático, era seguir con el ritmo, no dejar de pedalear. Me junte con grupos, salimos a rodar, pero nunca hablaba, me quedaba pensando durante kilómetros en nada. La idea comenzó a salir de mi, los estímulos externos se hicieron más vívidos, estaba interactuando con el entorno dejando de ensimismarme. Luego me di cuenta lo rápido que los conductores van y no se dan cuenta. El asfalto me pareció delicioso bajo los neumáticos de la bici. Las irregularidades que necesitas esquivar para no absorber el impacto con las nalgas. Los semáforos me parecían tan vívidos, tan importantes. El aire. La noche se convirtió en mía; si siempre me había parecido hermoso el paisaje nocturno, regresar a mi casa entrada la madrugada era espectacular: calles vacías, un abrazo frío como píldora para dormir. Me extendía a mis anchas, cruzaba de extremo a extremo mientras todos dormían. La ciudad me parecía maravillosa. Recuperé la confianza que se pierde cuando uno se transporta de forma masiva. No me daban miedo las horas ni las distancias. Sentí que no podía caer (metáfora).
La bici me ayudó a llevar con solvencia la tristeza, la soledad, la compañía y nuevamente la soledad. Ahora me gusta viajar solo. Viajo más ligero que antes, sin ideas, concentrado únicamente en el camino. Me gusta deslizarme sin voces, sin contacto con las personas, quiero apreciar la ciudad en su conjunto, examinar el paisaje urbano, ver cómo se funden las personas con los edificios o cómo desaparecen a la siguiente avenida. No sé de qué forma, pero la bici me ha hecho recuperar un poco de mi carácter independiente, a pesar de toda la propaganda colectivista que se hace alrededor de esta actividad. Me valgo por mis piernas, yo responde por mi y nada más. Sí, podría chocar contra un peatón, pero no quiero pensar en ello. Me siento feliz, pero incompleto (otra metáfora) como si fuera a caer a la izquierda o a la derecha. He recuperado tanto. He dejado tanto atrás, no sé si voy muy rápido, no sé si debería detenerme un poco y mirar atrás. No quiero caerme demasiado rápido, ni quiero caerme demasiado lejos donde nadie me vea. Quiero ir solo, no tanto (aquí acaba la metáfora).
No hay comentarios:
Publicar un comentario