Rosetta: Una cantante de ópera sobre el escenario del Großes Festspielhaus, toda la Orquesta Mozarteum detrás, el público atento y emocionado por la ocasión. Un programa que incluye Idomeneo y Las Bodas de Fígaro. La interpretación va excepcional, el escenario es su hábitat, cuánta confianza, por fin dejó de preocuparse por el vestido; no piensa más si le hace ver los brazos discordantes con el talle y el tronco en general. Lo único en lo que piensa es si podrá dar sin impurezas el Fa sobreagudo; todo el mes estuvo ocupada en ello y hoy es la gran noche. Sabe que lo logrará, pero tiene miedo del público, no de los aficionados, sobre todo de los autonombrados "críticos" que están en la primera fila. Al mismo tiempo, ellos la impulsan a dar la mejor interpretación, observa sus rostros desabridos mientras les dice para sí misma "Los reto a subir al escenario para que intenten, y a ver si pueden alcanzar, una pizca de lo que yo tengo aquí, si pueden dominar un escenario con la voz". Aquellos pensamientos le reconfortan, ayudan a cruzar esa barreras de miedo, orgullo, lirismo, amor y odio. Después la música encuentra el mejor cause sin violencia. Salzburgo se rinde ante ella. "Grandiosa" "Otra Estupenda" "Otra Divina" gritan y ovacionan desde los palcos. Ella agradece, se inclina en reverencia, acepta las flores y lanza cien besos de aire hasta que los aplausos comienzan a menguar y el telón cae. Camina hasta el camerino con una sonrisa de cristal, ahí se mira en el espejo llena de emoción y satisfacción. Se quita la ropa. Por último, le pide a su asistente que queme tan horrible vestido.
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